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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (5 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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—¿Te he despertado? —preguntó con falso interés.

—Sí, bueno. No te preocupes. Ya llevaba bastante rato tirado.

—¿Te importaría acompañarme a mi casa un momento? —fue directa. No quería perder ni un segundo.

—Bueno, no sé, Verónica. Tu marido es amigo mío, no le podría hacer eso…

—No seas tonto —le rió la gracia a Julio—. Quiero que veas una cosa.

Julio se miró los pies.

—Espera que me ponga los zapatos.

—Si es sólo un momento, de verdad.

Verónica agarró del brazo a su vecino y le llevó a rastras hasta el trastero de su casa.

—¿Te acuerdas de Pollo? —le preguntó.

—Claro, cómo olvidarlo, ¿qué le…?

Julio dejó la pregunta sin terminar cuando vio al inseparable. El animal se había transfigurado: el pico se había alargado y curvado en espiral; los ojos, antes de un negro intenso, habían perdido su brillo, y se habían salido de sus órbitas ligeramente; el bello plumaje había dado paso a una especie de pelusa verdosa, con pequeñas púas repartidas por todo el cuerpo; y las patas se habían convertido en repugnantes garras, llenas de carnosidades. La jaula estaba muy sucia. Julio supuso que ninguno se atrevía a meter la mano allí dentro.

—¿Eso es Pollo?

Verónica asintió. Julio no pudo reprimir poner una cara desagradable ante la visión del animal.

—Empezó a cambiar pocos días después de venir de vuestra casa de la playa.

—¿A dónde quieres llegar?

—Tú nos contaste a Ricardo y a mí que el gato de Beatriz empezó a cambiar.

—Ya. ¿Estás pensando que hay alguna relación?

—Dímelo tú —dijo cruzándose de brazos.

El trastero quedó momentáneamente en silencio. Ambos volvieron a fijarse en Pollo, y cuando éste emitió un repugnante chillido, decidieron salir de allí y dirigirse a la cocina.

—¿Quieres algo? —Le preguntó Verónica—. ¿Una cerveza?

—No gracias, no tengo el estómago ahora para nada… ¿Cómo están los niños con su mascota?

—Bueno, Guille hace tiempo que no lo quiere. Y mi Alba se pone a llorar cada vez que lo ve.

—¿Por qué no lo sacrificáis?

—Ricardo se lo propuso a mi hija, pero ella no quiere.

Julio le hizo un gesto de incomprensión.

—A ese animal le ocurre algo. Llevadlo al veterinario, haced algo.

—La solución del veterinario es matarlo, y Alba no…, no quiere. —Verónica se aguantó unas lágrimas—. La única solución que se nos ha ocurrido es no darle de comer, y que se muera de hambre. Por supuesto, no se lo hemos dicho a Alba.

—No es mala idea. Sin comer, no creo que este pájaro dure mucho. Pero sigo sin entender por qué has relacionado a Pollo con el gato de mi mujer.

—Pues no sé, por lo que nos dijiste y por cómo se comporta tu mujer cuando se le recuerda al animal. No quiero que Alba tenga el mismo problema cuando sea mayor. —Las lágrimas que se guardó momentos antes, decidieron brotar con fluidez. Se sacó un pañuelo de tela, y secándose los ojos y sonándose la nariz, continuó—. Ricardo pensó que quizás en la zona de la casa de la playa siga el virus ese del que hablaste o qué se yo.

—¿Un virus que sólo afecta a las mascotas? ¿Y después de más de veinte años? No quiero frivolizar, Verónica, pero suena a película cutre.

—¿Acaso tienes alguna hipótesis mejor? —cargó enfadada—. Lo siento, Julio, estoy muy nerviosa.

Julio acarició el hombro de Verónica.

—Mira, voy a hacer dos cosas. Voy a hablar con Beatriz, y voy a intentar encontrar alguna foto del gato de mi mujer con la que podamos comparar ambos casos. ¿Vale?

—Gracias.

Julio besó con dulzura a Verónica. Si ella hubiese visto los ojos de su vecino en ese momento, se habría preocupado aún más.

2

24 de Agosto. 17:21 horas.

Sentada en el salón, Verónica vio bajar por las escaleras a Alba. La niña se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

—¿Ya te has despertado de la siesta? —le preguntó, mientras doblaba la esquina de la hoja del libro que estaba leyendo.

La respuesta fue un bostezo. Alba se sentó al lado de su madre y, cogiendo el mando a distancia, encendió la televisión. Apareció un programa de noticias de corazón, pero Alba no tardó en buscar su canal favorito de dibujos animados.

—¿Has visto hoy a Pollo, mami? —se interesó, sin dejar de mirar a la pantalla del televisor.

—No —mintió Verónica—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada.

Ambas continuaron mirando la televisión, pero, de pronto, Alba pulsó el botón rojo del mando, y el aparato se apagó con un silencioso chasquido. Verónica miró extrañada a su hija.

—He estado pensando… —empezó a decir Alba.

—¿El qué, cielo?

—Pues, que quizás Pollo esté sufriendo con su nuevo aspecto.

—¿Sí?

Alba asintió.

—Por eso, he estado recapacitando en lo de sacrificarlo. —Verónica sonrió internamente. Su hija iba madurando día a día, y el hecho de que prefiriera que su mascota no padeciese dolor antes que seguir teniéndola a su lado, era una prueba más de ello—. Pero me tenéis que prometer que no va a sentir nada de nada.

—Te lo prometo.

Alba abrió la palma de la mano y se escupió en el centro. Luego se la tendió a su madre.

—¿Quién te ha enseñado eso?

—Sé que es una guarrada —respondió—, pero es la única manera, mami.

Verónica no tuvo más remedio que imitar a su hija y llenarse la mano de su baba, para demostrar que iba a cumplir su promesa.

—Bueno —dijo tras el estrechón de manos—, pues ahora vamos corriendo al baño a lavarnos las manos, y luego prepararemos la merienda.

—¡Vale!

3

5 de Septiembre. 8:15 horas.

Verónica despedía a sus hijos desde la puerta. El autobús escolar iba recogiendo a todos los alumnos casa por casa, y ahora sus hijos subían a él. Por una pequeña cuota extra, el colegio privado, al que iban Alba y Guille, ofrecía aquel servicio que hacía un poco más fácil la vida de los padres.

Cuando el autobús giró por la esquina, Verónica entró en la casa y se dirigió a la cocina. Una vez allí, recogió todos los cacharros del desayuno y los metió en el lavavajillas. Aquel bendito aparato le ahorraba mucho tiempo, ya que sus hijos ensuciaban una cantidad ingente de platos. Tras programarlo, fue en búsqueda de la escoba y el recogedor al trastero. Según iba llegando, Pollo emitió desde el interior uno de sus graznidos.

—¡Calla! —le gritó.

Pero la respuesta, como siempre, fue otro graznido. Verónica abrió la puerta, y buscó a tientas el interruptor de la luz. Cuando lo encontró y lo pulsó, la luz desveló algo horrible.

—¡Por Dios santo!

En medio de la habitación se encontraba una pequeña rata decapitada. Las manchas de sangre iban directamente hasta la jaula de Pollo, y éste miraba a Verónica con sus ojos salidos. El animal tenía el pico rojizo, obviamente de la sangre de la pobre rata. Verónica intentó comprender qué es lo que podría haber ocurrido. Sólo se le ocurrió que aquella rata se había colado de algún modo en el trastero, y la tonta se acercó a la jaula de Pollo.

—No, si al final le voy a tener que agradecer al dichoso pájaro lo que ha hecho. Me llego a encontrar la rata correteando por aquí y me muero.

Lo que no llegaba a comprender es cómo el cuerpo de la rata había acabado en el centro del trastero. Tan lejos de la jaula.

4

5 de Septiembre. 15:29 horas.

—Ya llamé al veterinario —le dijo Ricardo a Verónica mientras recogían los platos del almuerzo—. Tenemos cita para pasado mañana.

—Vale. ¿Se lo dices a Alba?

—Sí, claro. ¿Cómo te ha ido la mañana, cariño? —le preguntó a su mujer para cambiar de tema.

—Bien, salvo por un desagradable detalle.

—¿Tiene algo que ver con Pollo?

—¿Tú que crees?

Ricardo se puso serio.

—¿Qué ha ocurrido? Cada vez me arrepiento más de haberlo traído.

—Tampoco es eso. Pollo nos dio momentos muy divertidos. Era tan mono… ¿He dicho yo eso? —se preguntó a sí misma tras recapacitar en sus palabras.

—Bueno, seguro que se te pasa este momento de melancolía —dijo Ricardo, consiguiendo que ambos rieran—. Y, ¿qué es lo que ha hecho esta vez?

Verónica apartó una silla de la mesa, y se sentó en ella.

—Esta mañana, cuando fui al trastero a coger la escoba, me encontré una rata sin cabeza.

—¿Dónde? ¿En el trastero?

—Sí. En todo el centro de la habitación.

Ricardo cogió otra silla, y se sentó al lado de su mujer.

—Había un reguero de sangre que llegaba hasta la jaula de Pollo, y éste tenía el pico manchado.

—¿Crees que se comió la cabeza de la rata?

—No lo sé.

—¿No lo sabes? —se extrañó Ricardo.

—Como comprenderás, no la he buscado. Es más, la rata sigue allí esperando a que la recojas.

—Desde luego, Verónica… ¡Qué asco! Ya tiene que estar medio podrida.

—Vamos a ver, ¿quién es el hombre de la casa? —Ricardo le mostró una sonrisa divertida—. ¿De qué te ríes?

—Es que me imagino el momento en que entraste al trastero —dijo mientras se levantaba de la silla—. Tuvo que ser buenísimo.

—¡Qué gracioso! Pues más divertido va a ser verte recoger la rata. Me voy a partir de la risa.

—Ay, que dolor de barriga me está entrando…

Verónica se fue hasta el mueble del fregadero, y de él sacó el paquete de bolsas de la basura.

—Toma —le ofreció una de las bolsas.

—¿Sólo una? Dame tres o cuatro.

Verónica le lanzó todo el paquete, riendo. Mientras se dirigían al trastero, Ricardo se paró en seco.

—Oye, ¿y cómo llegó la rata hasta el centro del cuarto?

—Eso me pregunté yo también. ¿Las ratas pueden andar sin cabeza?

—No creo… No —dijo Ricardo definitivamente.

—Pues soy de la opinión de que es mejor vivir en la ignorancia.

Sin embargo, Ricardo no creía que ignorar aquello fuese bueno.

5

5 de Septiembre. 16:40 horas.

Tras deshacerse de la rata, el matrimonio decidió ir juntos a hablar con sus hijos sobre la cita con el veterinario. Se dirigieron al dormitorio del pequeño, y le encontraron tirado en el suelo, con todos sus lápices de colores desperdigados alrededor suyo, mientras intentaba rellenar un mono que venía dibujado en su libro de colorear. A Guille le costaba mantener el pulso, y no podía evitar salirse de las zonas. Cuando se percató de que sus padres le estaban observando, dejó lo que estaba haciendo y fue corriendo a darles un beso.

—Ven cariño —le dijo Verónica—, vamos a la habitación de tu hermana un momento.

—Vale —aceptó inquieto.

Al llegar al cuarto de Alba, ésta se encontraba peinando a su muñeca favorita. Tenía el pelo casi tan bonito como el suyo propio, más que nada, porque la cuidaba con mucho cariño. Al igual que su hermano, cuando vio entrar a sus padres dejó a un lado la muñeca.

—¡Hola! —les saludó.

—Hola, mi vida —dijo Ricardo mientras se sentaba en la cama de Alba.

Verónica imitó a su marido y cogió sobre sus piernas a Guille.

—Mirad, chicos, he llamado esta mañana al veterinario. —Guille apenas se inmutó, pero a Alba se le notó que ya entendía lo que iba a pasar—. Pasado mañana llevaremos a Pollo a la consulta, y el médico lo sacrificará sin que sufra nada de nada.

—¿Seguro que no sufrirá nada de nada? —le preguntó Alba con un hilo de voz.

Ricardo asintió, y le dio un beso en la cabeza a su hija.

—Pero no vayáis a estar tristes, porque Pollo va a ir a un lugar mucho mejor.

Verónica observó orgullosa como Alba sonreía a la vez que una lágrima le corría por la mejilla.

Capítulo 6
1

6 de Septiembre. 02:19 horas.

Un desagradable sonido despertó a Beatriz. Se incorporó muy rápido, por lo que sintió un momentáneo mareo que se le pasó enseguida cuando parpadeó un par de veces. Miró a su marido cómo roncaba con la boca bien abierta. Sin importarle lo más mínimo, le dio unos golpecitos en el regazo para despertarle.

—Eeea… —fue lo único que dijo Julio.

—Cari, despierta —continuó Beatriz mientras lo zarandeaba sin compasión—. ¡Cari!

—¡Ay! ¿Qué pasa? —balbuceó.

—He escuchado un ruido abajo.

—Eso es la nevera, Bea. Ya lo sabes.

—¡No seas tonto! Estoy asustada —le confesó.

Pero Julio ya se había quedado dormido otra vez.

—En fin, tendré que bajar yo —dijo en voz alta, consiguiendo que Julio volviese a emitir sonidos incomprensibles.

Echó las sábanas a un lado y, sentándose en el borde del colchón, buscó sus zapatillas por debajo de la cama. Cuando las encontró y se calzó, fue en busca de una bata con la que resguardarse del frío que se filtraba por la ventana abierta. Decidida a salir, prefirió buscar antes algo con lo que poder golpear al posible intruso, y no se lo pensó dos veces cuando fue a coger una estatuilla en forma de mujer que tenía en el aparador, regalo de la madre de Julio. Sería una lástima que aquella obra de arte se rompiese, pero la seguridad ante todo y la fealdad a la basura.

Beatriz salió al pasillo. Como en toda la barriada, los dormitorios de las casas se encontraban en el piso superior, así que se encaminó hacia la escalera para bajar. Lo hizo con el menor ruido posible y sin encender la luz, pensando que así no ahuyentaría a lo que había provocado el ruido. O a quien lo hubiese provocado. Antes de empezar el descenso por la escalera, decidió pararse unos segundos para escuchar. Nada. ¿Eso era bueno o malo? No estaba segura. No recordaba ninguna película en que la atractiva dueña de la casa, mientras intentaba percibir algún ruido, no escuchase nada.

—¿Habrá sido un sueño? —se preguntó.

Sin embargo, unos pequeños golpes en la puerta de entrada, como arañazos, le despejaron sus dudas. Asustada, no se atrevió a empezar a bajar hasta que el silencio volvió a reinar en la casa y hasta que las pulsaciones descendieron su ritmo. Bajó un peldaño, luego otro, y otro más. Fue al llegar a la mitad de la escalera cuando una especie de chillido agónico dejó petrificada a Beatriz. Aquel sonido le retumbaba dentro de la cabeza. Sintió la necesidad de agacharse formando un ovillo para sentir un mínimo de protección. La estatuilla en forma de mujer se le clavaba dolorosamente en el vientre, pero no quería soltarla para no provocar ningún ruido. Los arañazos continuaron durante unos segundos, que a Beatriz se le hicieron eternos, hasta que la casa volvió a quedar en completo silencio. En su interior, maldijo a su marido por seguir dormido y no estar allí con ella. Y a su suegra, por haberle regalado esa figura que le estaba destrozando el estómago. Al notar el sabor salado de sus lágrimas recobró la fuerza con la que había salido de su dormitorio, y, con decisión, bajó las escaleras. Una vez en el rellano de la planta baja, fue directa a la puerta y la abrió sosteniendo la estatuilla en alto.

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