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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (7 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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Beatriz se hubiese quedado allí mirando a su marido destrozado, sin moverse, durante una eternidad, si no fuese porque un nuevo graznido sonó detrás de ella. Al girarse fue cuando halló por fin el origen de su pesadilla. Plantado delante suya se encontraba una especie de pájaro rojo (color que supo enseguida que fue adquirido por la sangre de Julio), del tamaño de un aguacate, con un pico que desafiaba con sólo mirarlo.

Recordó lo que su marido le dijo por la mañana sobre la mascota de sus vecinos. Que había cambiado como lo hizo su gato, y aquello la horrorizó todavía más al retornar de su memoria recuerdos que tenía escondidos en lo más profundo de su mente. Si no hacía algo pronto, sus piernas dejarían de sostenerla en pie.

—¿Po…, Pollo?

El animal graznó confirmándole que estaba en lo cierto. Pero lejos de ser un saludo cortés, fue el inició de una embestida. Pollo se impulsó desde el suelo, y se dirigió directamente hacia la cara de su próxima víctima.

Beatriz gritó de pánico cuando vio venir al pájaro, y gritó aún más cuando sintió el afilado pico hundirse en su piel. Sintió un dolor tan fuerte que poco faltó para caer al suelo inconsciente. Antes de que ocurriese eso, pudo cogerlo con las dos manos y empezó a tirar de él para separarlo de su cara. Pero Pollo se defendía con furia, arañándola aún más con sus garras. Sin embargo, Beatriz aunó fuerzas y, a pesar de que Pollo se llevó consigo un buen jirón de piel pegado al pico, consiguió despegarlo de ella. Entonces, lo arrojó con todas las fuerzas que le quedaban al interior de la cocina, y corrió. Corrió a esconderse de aquello que había acabado con sus sueños.

Capítulo 7
1

6 de Septiembre. 22:30 horas.

—Hoy no he visto a nuestros vecinos en todo el día, ¿dónde habrán ido? —le preguntó Verónica desde la cama.

Ricardo se encogió de hombros. Aprovechando que se estaba poniendo el pijama cerca de la ventana, descorrió un poco la cortina y miró hacia la calle.

—Pues están en su casa. Hay luz en ella.

—¿Sí? Pues no les he visto llegar.

—Cariño, los mirones no están bien vistos. Te lo he dicho muchas veces.

—No soy una mirona —le dijo sacándole la lengua—, sólo interesada en la vida y obra de los demás.

—Vamos, lo que se dice una cotilla.

—Cotilla te lo acepto. Mirona no.

Ricardo volvió a encogerse de hombros. Cuando se puso el pantalón del pijama, se dirigió al cuarto de baño del dormitorio a lavarse los dientes. Tras enjuagarse la boca se dio cuenta de que se tenía que afeitar.

—¡Bah! Mañana me levanto un poco antes —se mintió.

Salió del baño y se metió en su lado de la cama.

—Buenas noches, Verónica.

Y tras un romántico beso, Ricardo accionó el interruptor y la luz se apagó.

2

6 de Septiembre. 23:31 horas.

—¿Has oído? —le susurró Verónica al oído, despertándole.

—¿Qué?

Ricardo se giró, y encendió la luz de la lamparilla de noche.

—Que si has oído eso.

—¿Eso? ¿El qué, Verónica?

—Un grito.

Ricardo se incorporó junto a su mujer en la cama.

—¿Los niños?

—No —negó Verónica con la cabeza—, no eran los niños. Venía de fuera. Creo que de la casa de los vecinos.

—Que obsesión te ha entrado esta noche con Julio y Beatriz. Lo habrás soñado.

Y tras decir esto, se volvió a tumbar, a apagar la luz y a tapar con las sábanas. Pero Verónica le volvió a murmurar al oído.

—Asómate a la ventana, anda.

—¿Que me asome?

Con las luces de nuevo encendidas, Ricardo miró a su mujer.

—Sí, asómate a la ventana.

—Muy bonito, no te parece bien que te llame mirona, pero quieres que yo sí lo sea. Imagínate que me asomo y me ve alguien. Entonces, cuando pasee por la calle, la gente me señalará…

—Déjate de tonterías. ¡Asómate!

Entre farfullas, Ricardo se levantó de la cama sin ganas y se encaminó hacia la ventana. Miró hacia la casa de sus vecinos, y le extrañó no sólo que siguiese la luz encendida, sino que lo estaba en varios sitios.

—¿Qué has oído exactamente?

—¿Por qué? —dijo Verónica saliendo de la cama, y yendo hacia la ventana junto a su marido—. ¿Está pasando algo?

—Tienen varias luces encendidas. Es extraño.

—Pues, oí como…

Pero un desgarrador grito le completó la frase.

3

6 de Septiembre. 23:50 horas.

Cogiendo la primera chaqueta del perchero de la entrada que se le vino a la mano, Ricardo salió a la calle directo a la casa de sus vecinos, mientras Verónica llamaba a la policía. El silencio de la noche en aquel momento aumentaba la sensación de terror que tanto él como Verónica habían sentido tras escuchar el grito de Beatriz. Ricardo intentaba buscar posibles razones, pero fuese cual fuese la que se le pasaba por la cabeza ninguna le tranquilizaba lo más mínimo.

Llegó a la puerta y empezó a llamar con insistencia. Al no sentir a nadie con la intención de abrir, Ricardo dio un puñetazo al cristalillo lateral del portón. En las películas parecía muy fácil, pero con el dolor que sintió al cortarse en infinidad de áreas de su mano supo que volvería a pensárselo dos veces antes de volver a repetir aquel acto de gamberrismo. Soportando durante unos momentos más el dolor de la mano, Ricardo consiguió girar el cerrojo desde dentro y abrir la puerta.

—¿Hola?

Tanto la luz de la entrada como la de la cocina estaban encendidas, pero a simple vista no había nadie allí. Su preocupación aumentó cuando vio una especie de camino pintado con sangre que partía de la entrada de la cocina y se dirigía escaleras arriba. Tras superar el miedo que lo estaba paralizando, emprendió la subida.

—¡Julio! ¡Beatriz! —les llamó sin obtener respuesta.

Una vez en el piso de arriba las manchas de sangre se repartían hacia ambos lados del pasillo, pero Ricardo se fijó en que se acumulaban en la puerta del dormitorio de sus vecinos. Era como si algo de pequeña estatura hubiese estado golpeando la puerta sin conseguir su propósito. Se dirigió hacia allí y golpeó suavemente con los nudillos de la mano sana. Cogiendo del picaporte intentó abrir, pero una especie de peso colocado en el otro lado de la puerta le impidió que ésta cediese. Empujó con el hombro con más fuerza logrando que se abriese un hueco, y cuando éste fue suficiente para ver el interior se asomó. La luz estaba apagada, pero Ricardo vio un cuerpo tirado en el suelo.

—¡Beatriz! ¿Qué te pasa?

4

7 de Septiembre. 0:17 horas.

El corazón le latía al máximo. Al ver Ricardo a su vecina desmayada en el suelo, llena de sangre y de cortes en la cara, terminó de abrir la puerta volcando el mueble que Beatriz había movido para defenderse. Pero, ¿defenderse de qué? Una vez dentro se arrodilló junto a ella y, elevándole un poco la cabeza, le dio unas palmadas en la cara para que reaccionase.

—¿Qué…, qué ocurre? —fue lo que dijo Beatriz totalmente desorientada, pero cuando lo recordó todo, se incorporó de golpe—. ¡Ricardo! ¿Y mi marido?

—¿Julio? No lo sé. ¿Él te ha hecho esto?

Beatriz negó con la cabeza y se echó a llorar. Nunca había visto a su vecina llorar así. Es más, nunca había visto a nadie llorar tan desconsoladamente que parecía que iba a asfixiarse. Ricardo temió la explicación.

—Está muerto —pudo decir ella al cabo de un rato.

—¿Cómo? ¿Que está muerto? ¿Qué ha pasado, Beatriz?

Su vecina se acurrucó sin soltarle las manos. Ricardo sacó de la chaqueta un pañuelo para que Beatriz se secara la sangre que le corría por la cara. Fue entonces cuando Ricardo se dio cuenta que su vecina iba vestida únicamente con ropa interior casi transparente. Sonrojándose, buscó algo con qué taparla y vio una bata de raso roja. Al dársela, su vecina se la echó por encima y continuó llorando. No sabía qué hacer.

—Ha sido tu pájaro —confesó Beatriz, mientras se levantaba y se sentaba en la cama.

—¿Quién dices que ha sido?

—Tú pájaro. Pollo.

—¿Pollo? —Beatriz debía estar en estado de shock. Aquello no tenía sentido. Su mascota estaba encerrada en su jaula—. ¿Dónde está tu marido?

Beatriz, con la mirada perdida, rompió a llorar con más fuerzas.

—Es…tá en… la cocina. —Y mirándole ahora fijamente, le dijo—: Ricardo, Pollo ha matado a Julio, y no sé dónde puede estar ahora. ¡Búscalo, por favor!

5

7 de Septiembre. 0:23 horas.

El miedo aumentaba por cada escalón que descendía. Dejó a Beatriz llorando en su dormitorio, pero es que debía comprobar que lo que decía era cierto. Casi resbala con la sangre que había derramada por todo el suelo. Era una imagen espantosa.

—¡Dios santo! —exclamó cuando vio a Julio en la cocina—. ¡DIOS SANTO!

El miedo había dejado paso al pánico, y Ricardo ahora sólo pensaba en volver a su casa a proteger a su familia. Pensar que Pollo había hecho aquello… No. Debía haber otra explicación. Quizás todo se tratase de una pesadilla. Sin embargo, sabía que no era así. Sólo tenía que pensar en los cambios que su inseparable había sufrido para darse cuenta que no sólo era posible que Pollo estuviese detrás de todo, sino que era lo más seguro.

El camino de vuelta a casa se le hizo interminable. Estaba manchado de sangre, y el olor que le llegaba le causaba náuseas. Al llegar a la puerta cogió las llaves, y al quinto intento consiguió introducirla en la cerradura.

—¡Verónica! —gritó al entrar—. ¡Verónica!

Al no obtener respuesta, subió por las escaleras. Estaba cansado con tantas subidas y bajadas, los músculos le empezaban a fallar, pero no se podía tomar ni un momento de descanso. Una vez arriba se paró a escuchar y percibió unos lloros. Eran de Guille. Corrió a la habitación de su hijo y entró. El pequeño lloraba sentado en la cama. Agarraba su osito de peluche y se chupaba el pulgar.

—¿Qué te pasa, Guille? ¿Dónde está mami?

—Alguien grita, papi —dijo sin dejar de llorar.

—¿Quién grita?

—Mami… Y Alba.

—¿Dónde está mami, Guille? —pero su hijo se encogió de hombros—. Quédate aquí, ¿vale campeón? Yo vuelvo enseguida.

Ricardo cerró la puerta detrás de él y se volvió loco pensando en que su mujer y su hija acabasen igual que Julio. Miró en todas las habitaciones del piso superior, pero no encontró a ninguna de las dos. Así que decidió buscarlas en la planta baja, aunque halló la misma fortuna. Ninguna estaba por allí. De repente escuchó una especie de golpes muy rápidos, pero no pudo deducir de qué lugar era su procedencia, ni qué los había provocado. Aunque, por lo que Beatriz le dijo, debía de tratarse de Pollo.

—¡Papi! —se escuchó de un modo muy débil, que desapareció con aquel ruido de golpes parecidos a pasos.

—¡Alba! ¿Dónde estás?

Enseguida se le vino a la cabeza el trastero. Se podía decir que Pollo tenía allí su residencia, y quizás hubiese conseguido retener a su mujer e hija de algún modo.

—Es absurdo todo esto. Completamente absurdo.

Dejó atrás un rastro de lámparas y sillas volcadas por el suelo hasta llegar a la puerta del trastero y entrar. El espectáculo que se encontró fue pasmoso.

—¡Socorro, papi! —gritó Alba, que había conseguido subirse a lo alto de una estantería, mientras Pollo intentaba alcanzarla en vano. Daba ridículos saltos y se intentaba agarrar con el pico a los materiales que descansaban en las repisas de la estantería. Sin embargo, al estar chorreante de sangre, se resbalaba y volvía a caer.

Ricardo vio a Verónica sentada y apoyada contra la pared. Estaba inmóvil, con los brazos fláccidos, pero a simple vista sólo tenía algunos rasguños profundos. En ese momento Pollo se dio cuenta de que su dueño había entrado, y que éste era una presa más fácil de conseguir que la niña. Ricardo pudo ver en los ojos de su mascota el ansia que tenía por hacerle daño, pero él no se iba a quedar quieto para permitírselo. Al mismo tiempo que el inseparable se impulsaba hacia Ricardo, éste cogió el rastrillo del jardín que se encontraba colgado de su soporte al lado de la puerta, y consiguió detener el embiste de Pollo. El animal, cubierto de sangre completamente, cayó de lado al suelo. Así que Ricardo sujetó con fuerza el rastrillo y le propinó un potente golpe por el lateral. Uno de los pinchos alcanzó el costado del animal. Con el bastonazo, Pollo graznó de dolor mientras iba rodando hasta el otro extremo de la habitación, dejando un reguero de sangre, esta vez de él.

—¡Papá!

—Voy, mi vida —dijo tras asegurarse que Pollo no les iba a volver a atacar.

Ricardo se acercó a la estantería y, levantando los brazos en alto, bajó a su hija al suelo. Cogiéndola de la mano, la llevó hasta su madre, y entre los dos consiguieron que Verónica reaccionase.

—Ya acabó todo —le dijo Ricardo en cuclillas, mientras acariciaba la cara de su esposa.

—Agua, por favor —fue lo único que pudo decir Verónica.

—Enseguida. —Ricardo se incorporó, y apoyándose en los hombros de Alba le dijo—, quédate con mami, ¿vale? Ahora vengo.

Alba asintió, y Ricardo fue corriendo a la cocina en busca de un vaso de agua. A la vuelta, Alba no se había movido del lado de su madre. Se sentía muy orgulloso de su hija.

—Toma, Verónica, aquí tienes el agua —le tendió el vaso.

Alba acompañó la mano de su madre hasta el vaso.

—Vale, cariño, ya puedes subir. Dile a tu hermano que no pasa nada. El pobre estaba llorando.

—Críos —contestó.

Ricardo sonrió a Alba, y continuó ayudando a beber a Verónica. Por ello, no pudo ver que su hija, antes de subir tal como le pidió, se acercó a ver el estado en el que se encontraba Pollo. Un graznido lleno de furia surgió de improviso. Ricardo pudo ver como el inseparable había conseguido sacar fuerzas del inframundo y se había abalanzado sobre su hija. Alba gritaba de miedo, mientras Pollo se enredaba en su pelo intentando alcanzar con su pico el cuero cabelludo de la pequeña. Al ver a su hija en peligro, Verónica, ya algo recuperada, se levantó del suelo y, directa al animal, lo agarró de la cabeza de Alba. Haciendo caso omiso de los bocados con los que Pollo se llegaba a defender, Verónica apretó más y más fuerte, hasta que la cabeza de Pollo reventó y el animal cayó fulminado al suelo.

Ahora sí, todo había terminado.

Capítulo 8
1

9 de Septiembre. 13:55 horas.

El funeral de Julio se había realizado en la casa. Sólo la familia y los amigos más íntimos. Una vez finalizado, los asistentes empezaron a despedirse de Beatriz y a marcharse. Los últimos en hacerlo fueron ellos. Verónica invitó a su vecina a quedarse por unos días en su casa, pero lo rechazó con una sonrisa (que seguro le costó la misma vida esbozar). Con una gran sensación de culpabilidad, Ricardo salió junto a su mujer y sus hijos, cerrando tras de sí la puerta de la casa.

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