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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (4 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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—Sí, bueno, como te iba diciendo. Mientras Alba preparaba la salsa, me puse a barrusquear la casa y entré en tu cuarto.

—¿Eso era? ¡Bah! ¡No te preocupes! Tú, como en tu casa.

—Muchas gracias, pero no era eso lo que te quería decir.

—Jo, chica —entonó Beatriz con voz pija, por lo que ambas no pudieron evitar una sonrisa—, pues dime lo que te pasa que me tienes en ascuas.

—Es casi una tontería…, es que te vi a ti en una foto con un gatito gris, y te quería preguntar…

Verónica dejó de hablar pues notó como la cara de Beatriz había cambiado radicalmente.

—¿He dicho algo que no debía? —se atrevió a preguntar.

—No, Verónica, no te preocupes, pero es que no me apetece hablar del tema. ¿Volvemos a la mesa?

Y sin esperar una respuesta, Beatriz cogió su bolso y salió del baño.

5

5 de Agosto. 17:51 horas.

Era el último día que iban a estar en la playa. Regresarían directamente, pasándose luego por la casa de sus amigos únicamente para recoger a Pollo. La mañana fue atareada. Todos, salvo los pequeños de la casa, habían estado preparando los filetes empanados que se iban a llevar para comerlos en la misma arena de la playa, bajo la sombra de las sombrillas.

—Las bebidas las compramos en el chiringuito antes de empezar a comer —propuso Julio, y todos aceptaron. Era una pesadez tener que estar cargando con una nevera portátil llena de hielos y latas de cerveza o refresco.

Tras las dos horas de digestión, Verónica dejó a sus hijos volver a meterse en el mar por última vez, y le hizo un gesto a Ricardo para que fuera a vigilarlos.

—Vero…, estoy adormilado —fingió Ricardo, cerrando los ojos.

Verónica se levantó, y si Ricardo no hubiese tenido los ojos cerrados, habría visto la cara de su mujer, que sugería que las cosas no se iban a quedar así. Ésta fue hacia la neverita y agarró un par de cubitos de hielo. Sin hacer ruido, se acercó a su marido y con un movimiento exageradamente hábil, los coló por la parte delantera del bañador.

—¡Mecagüen…! —vociferó Ricardo levantándose de un salto, y ventilando su bañador de cuadritos para que los hielos cayesen.

Todos empezaron a reírse, menos Ricardo.

—Eres mala —dijo imitando al Doctor Maligno, gesto incluido.

—No te preocupes —consoló Beatriz a su amigo—, yo vigilaré a tus hijos. Me apetece darme también un bañito.

Beatriz se dirigió al agua dando saltitos a causa de la arena abrasante.

—¡Qué sexy eres cariño! —le gritó Julio.

Ésta se giró y le lanzó un beso con la mano, seguido de un gran corte de mangas.

—Ahí donde la veis, fue educada en uno de los mejores colegios de la ciudad —comentó Julio riendo.

Verónica, tirada tomando el sol en una de las dos tumbonas que habían traído, vio como su amiga se divertía con sus hijos, comprobando que se las estaba apañando muy bien.

—Oídme —dijo rompiendo el silencio y la calma que se había adueñado de las sombrillas—, ¿por qué no recogemos esto en un momento?

Julio se incorporó de la toalla donde estaba tumbado y asintió. Ricardo, sin embargo, ni se inmutó.

Aprovechando que su mujer no podía oírles, Verónica quiso resolver la duda que llevaba carcomiéndola desde la noche del restaurante “El pescador marino”.

—Julio, te quería hacer una pregunta.

—Dime, ¿qué te pasa?

—Verás, vi hace ya unos días una foto de tu mujer de cuando era niña. Tenía una gatito junto a ella.

Julio dejó de recoger los platos del suelo.

—¿Y le has preguntado por él, verdad?

Verónica asintió sentándose en la toalla que acababa de terminar de doblar.

—Es una historia larga que casi ni yo sé —explicó Julio acercándose a Verónica.

—Si habláis tan bajito no me entero —dijo desperezándose Ricardo.

—¿Tú no estabas dormido? —inquirió enfadada su mujer.

Ricardo obvió la pregunta y se acercó al grupo.

—Lo que yo he llegado a saber es que el gatito se llamaba Ojitos. Era precioso, y Beatriz lo adoraba con toda su alma. Un día el gato empezó a cambiar.

—¿A cambiar? —dudó Ricardo.

—Sí, a cambiar. Una especie de virus, es lo que le dijeron los veterinarios. Y un día su padre lo tuvo que llevar al matadero.

—¡Es horrible! —soltó Verónica escandalizada.

—Pues sí.

—Pero, ¿en qué cambió? —se interesó Ricardo. Aquella historia le había dejado una fea sensación—. ¿En qué iba a cambiar un gato?

—No lo sé. Cada vez que se lo he preguntado, Beatriz siempre se ha puesto a llorar desconsolada.

Ricardo y Verónica volvieron a la vez la cabeza para ver de nuevo a su amiga jugar con sus hijos.

Capítulo 4
1

5 de Agosto. 21:49 horas.

Después de tres horas y media de viaje, llegaron de vuelta a su casa. Beatriz y Julio no vendrían hasta dentro de unos dos días, pues se iban a acercar a ver a unos familiares en un pueblo cercano a Río Grande.

—¡Que me meo, mami! —Salió corriendo Guille del coche hasta la puerta de entrada. Se agarraba y daba tirones, como si aquello fuese a evitar que se orinarse encima. Verónica tuvo que salir enseguida a abrirle la puerta de su casa, dejando la jaula de Pollo en el asiento intermedio de la parte trasera. La había tenido que llevar encima, tapada adecuadamente para que el pájaro no se asustase, durante todo el camino por petición expresa de su hija.

—Es un crío, de verdad —manifestó Alba con aire de persona adulta, mientras salía del coche.

—Pues sólo tiene cuatro años menos que tú.

—¿Y te parece poco?

Enésima vez que le sorprendía su hija.

—Vamos a ver como está Pollo —le propuso Ricardo a Alba.

—¿Ha ido muy callado, verdad?

—La verdad es que sí.

De un tirón, Alba le quitó el trapo que cubría su jaula. Dentro estaba Pollo agarrado a la rejilla de uno de los laterales. Se encontraba completamente quieto, tenso. Ni siquiera les miró al verlos de nuevo. Ni siquiera emitió un pitido. No hizo nada.

—Me lo llevo para adentro, ¿vale papi?

—Claro —aceptó con una sonrisa a su hija. Pero por dentro no pudo evitar recordar lo que Julio había dicho del gato que tuvo su mujer. “Un día el gato empezó a cambiar” —. No empieces a encontrar cosas raras —se dijo para tranquilizarse—, sólo está asustado del viaje. Estos pájaros son muy delicados.

Y Ricardo tuvo que cargar él solo todas las maletas del coche a la casa.

2

5 de Agosto. 22:35 horas.

Salió de la ducha totalmente reconfortado. Tenía los brazos muy cansados de cargar con todas las maletas. Pesaban demasiado. Quizás los niños habían guardado arena en sus mochilas para tenerla de recuerdo. No le extrañaría lo más mínimo. Se miró en el espejo para comprobar lo moreno que se había puesto. Lejos de haberlo conseguido, tenía quemado los antebrazos y gran parte de la tripa. Ricardo se secó rápido con la primera toalla que encontró a mano, y se la lió a la cintura para ir a su cuarto a terminar de vestirse.

—Ya acabé —le dijo a Verónica, que se encontraba allí deshaciendo las maletas.

Su mujer le echó una mirada de arriba a abajo.

—¡Mira! Pues te has quemado más de lo que parecía —observó.

—¿Yo? —Dijo mientras se retorcía para mirarse por todos los brazos, haciendo como el que no se había dado cuenta—. Pues sé de alguien que tiene que darme cremita esta noche.

Verónica le miró divertida.

—¡Anda! Vístete y a ver si duchas a tu hijo, que mira todo lo que tengo por medio. Encima me tengo que poner a hacer la cena.

Ricardo se le acercó al oído.

—Si preparo yo la cena… ¿habrá cremita?

—Sólo —dijo mientras se abrazaba con ternura a su marido—, y sólo si está para rechuparse los dedos.

En ese momento entró Alba en la habitación recién duchada, y dio el punto final a aquella escena con una simple palabra.

—Adultos.

3

15 de Agosto. 6:10 horas.

Ricardo se levantó temprano sin hacer ruido para no despertar a su mujer, a pesar de que aún le quedaba una semana de vacaciones. Tenía que ir al banco a primera hora de la mañana y sabía que era día de cobro de pensiones, así que no quería perder más tiempo del necesario.

Bajó de puntillas por las escaleras, y se dirigió a la cocina para desayunar. Después de todo el cuidado que estuvo teniendo para evitar ruidos, descubrió que Pollo estaba allí sin ningún trapo por encima de la jaula que evitase que se despertara y se pusiese a armar jaleo. Sin embargo, Pollo no se movió del palo en el que estaba apoyado, ni pió.

—Qué raro.

Ricardo se acercó a la jaula y le puso el dedo cerca para que se moviese, pero el inseparable ni se inmutó.

—En fin.

Terminó de desayunar y se dispuso a salir a la calle. Cuando ya había girado la llave y cerrado la puerta se le vino un pensamiento a la cabeza: Pollo había aumentado un poco de tamaño. Cuando lo vio antes no cayó en eso. Pero ahora tenía en mente una imagen general, y si comparaba sus juguetes con el animal… Iba a volver a entrar, pero sacó definitivamente la llave de la cerradura.

—Es temprano, Ricardo, y todavía apenas ha amanecido.

Sin embargo, estaba deseando regresar del banco para comprobar si estaba en lo cierto o no.

4

15 de Agosto. 13:57 horas.

A pesar de todo el madrugón, más de una docena de viejos se habían levantado aún más temprano que él.

—Toda la mañana perdida —se dijo, mientras abría la puerta de su casa, recordando todavía una pelea con una señora de unos setenta años que se le había intentado colar, y que lo consiguió finalmente. Cualquiera le decía nada a aquella señora, con su mirada viperina y su enorme bolso de piel. Como llevase dentro ladrillos y le golpease, acabaría en el hospital con fractura de cráneo.

Al entrar, desde el recibidor podía escuchar a sus hijos peleando en el piso superior. Un canal de radio de música pop se escuchaba desde la cocina, y no pudo evitar silbar la canción que sonaba en ese momento mientras se dirigía al salón en busca de su mujer.

Ya se le había olvidado sus incertidumbres sobre Pollo, pero nada más entrar en la habitación y verle le vino todo a la cabeza. Sin embargo, al no estar su mujer allí, dejó el tema para más tarde.

—¡Verónica! —la llamó.

—¡Qué! —sonó desde arriba también —. ¿Ya has vuelto?

—¡No!

Empezaron a sonar pasos bajando, y Ricardo pudo ver las piernas de su mujer enfundadas en sus vaqueros favoritos. Cuando estuvo abajo se dieron un dulce beso de bienvenida.

—¿Qué tal ha ido en el banco?

Una expresión de su cara bastó para advertir a Verónica que no era un buen tema de conversación en ese momento.

—Oye —cambió sutilmente—, ¿has visto si ya han llegado Julio y Bea?

Ricardo pensó un momento.

—Pues ahora que lo dices, aunque no he visto el coche fuera, me ha parecido ver algunas cortinas corridas.

—¿Sí? Pues luego me acercaré para preguntarles por el viaje.

—Recuerda invitarles a otra cena para agradecerles los días en su casa —propuso Ricardo.

—Cuando dices invitarles a cenar, te refieres a un restaurante, ¿verdad?

Ricardo la miró con una ceja alzada.

—¿Qué ha sido de aquella amante de la cocina, a la que le encantaba deslumbrar con sus platos?

Tras una falsa risita.

—Se fue de vacaciones justo cuando acabaron las nuestras.

—Captado —dijo simulando que se quitaba un cuchillo del pecho—. Luego llamo para reservar, ¿para mañana por la noche?

—Vale. Pero, por favor, no llames al restaurante de tu primo. Para platos precocinados me quedo en casa.

Ambos rieron, pues recordaron la primera y última vez que visitaron aquel establecimiento.

—Voy al mercado. Ahora vengo. Tengo que comprar fruta y algo de legumbres para mañana. Tenemos la despensa más vacía que el cerebro de alguien que yo me sé.

Tras un guiño de ojo mutuo, Ricardo subió por las escaleras para ver a sus hijos. La pelea que había escuchado al entrar había terminado, y las consecuencias eran que cada uno estaba en su cuarto enfadado. Tras darle un beso a cada uno, decidió ponerse cómodo para ver lo antes posible a su animal de compañía. Sus dudas de esa mañana se resolverían enseguida.

5

15 de Agosto. 14:37 horas.

Cuando escuchó abrirse la puerta de entrada, Ricardo suspiró de alivio. Estaba completamente nervioso, y deseaba hablar con urgencia con su mujer. No sólo había descubierto que estaba en lo cierto, sino que notó al pájaro aún más voluminoso que por la mañana.

—¡Ah, estás aquí! —entró diciendo Verónica en el salón—. Ya he hablado con Beatriz y me ha dicho que le parece bien que… ¡ay!

Ricardo se había acercado a su mujer y le había cogido de la muñeca para que se acercara a la jaula de Pollo.

—¿Qué te pasa? Estás sudando.

—Mira a Pollo y dime si ves algo extraño.

Verónica acercó los ojos a la jaula con desagrado. Todavía no le habían limpiado la jaula desde que llegaron del viaje. Miró desde varios ángulos, tapándose la nariz con los dedos para que su marido cogiera la indirecta.

—Lo único que veo es la jaula llena de mierda. ¿Qué pasa? ¿Qué le has visto?

—¿No lo ves más grande? —le preguntó desconcertado a su mujer.

—¿Más grande? No sé.

Decidió volver a mirarlo.

—Sí…, quizás. Pero es normal. Los animales crecen.

—Claro, crecen, pero no de un día a otro.

Verónica no supo que decir.

En ese momento entró Guille corriendo hacia su madre. Ésta le cogió en brazos.

—Tengo hambre —confesó.

—Pues te vas a esperar a que esté la comida —le dijo mientras le soltaba en el suelo y le daba una tortita en el culo—. Venga para la cocina. Ahora voy yo.

Su hijo salió corriendo tal como entró, bamboleando el culito.

—Ni una palabra de esto a tus hijos —dijo seria.

—Por supuesto. Pero sabes que estoy en lo cierto.

En ese momento, Pollo lanzó un desagradable graznido que dejó helado a ambos.

Capítulo 5
1

21 de Agosto. 16:32 horas.

Verónica se dirigió a la entrada de la casa de sus vecinos. Minutos antes, desde la ventana de la cocina, había visto salir a Beatriz y coger el coche. Así que aprovechó ese momento para ir a hablar con Julio.

Llegó a la puerta y pulsó el timbre. Nadie abrió, y decidió llamar otra vez. Segundos después, apareció su amigo con cara de sueño.

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