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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (3 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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Entonces, la puerta de la habitación de Guille se abrió dejando ver la silueta negra del pequeño, en contraste entre la luz de su cuarto y la oscuridad del pasillo. La sombra de Guille temblaba. Casi inconscientemente, Ricardo pulsó el interruptor de la luz.

El estado en que se encontraba su hijo quedó al descubierto. Al verlo, los dos fueron corriendo a coger a su hijo para comprobar qué le había ocurrido. Guille tenía una gran brecha muy cerca del ojo izquierdo, de la que manaba una increíble cantidad de sangre. Al juntarse con sus lágrimas, ambos líquidos formaban una especie de riachuelo que iba desde su cachete hasta la barbilla, y de allí goteaba sobre su pijama de ositos. Además, al haberse restregado con la mano, tenía restos de sangre repartidos por toda la cara. También su pelo estaba impregnado en sangre mezclada con sudor.

—¡Oh, dios mío! —gritaba Verónica—. ¿Qué te ha pasado, mi vida?

Verónica levantó los brazos de Guille, también llenos de arañazos y trozos de carne medio sueltos. Su hijo lloraba desconsoladamente, e hipaba mientras se sorbía los mocos. Verónica sacó un paquete de pañuelos de papel y empezó a limpiar a su hijo. Le cogió de la mano y lo llevó al baño. Con la ayuda de Beatriz, metió a Guille en la bañera, lo desvistió con cuidado y empezó a lavar sus heridas con suavidad. La sangre de Guille se deslizaba por el desagüe mientras éste lloraba de dolor cuando el jabón pasaba por sus heridas. Verónica intentaba no sollozar, permanecer calmada, para que su hijo no se asustase aún más. Beatriz también le decía cosas bonitas para que estuviese distraído.

Ricardo, en la habitación de su hijo, miró hacia dentro siguiendo el rastro de manchas de sangre que había dispersas, y pudo encontrar a Pollo al final de todas. Les miraba desde lo alto de su jaula, erguido y orgulloso. El verde de sus plumas, al igual que su pico, se había teñido de rojo. De rojo sangre. Salpicó la pared cuando batió las alas. Al ver a su dueño entrar, se impulsó y sobrevoló hasta su cabeza. Ricardo sintió la humedad que trajo consigo. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sin más demora, Ricardo intentó agarrar al agapornis. No lo veía, pero sí lo sentía. Tras el segundo picotazo lo pudo coger. El animal estaba agitado por la situación, pero Ricardo no sintió pena por él. Aguantándose las ganas de machacarlo con su puño, se dirigió hacia la jaula y, tras abrir la portezuela, lo arrojó dentro con fuerza. Pollo estuvo revoloteando durante algunos segundos hasta que se paró enganchado en el juguete de los espejos. Ricardo tiró de la jaula.

—¿Estás bien? —preguntó Julio desde la puerta.

—Sí, no te preocupes —mintió—. Esto se venía venir.

Julio dejó pasar a Ricardo con la jaula hacia el pasillo. Allí escuchó a su hijo llorando en el baño. Un fuerte graznido se alzó sobre su llanto. Al día siguiente decidirían qué hacer con Pollo.

Capítulo 3
1

2 de Agosto. 13:26 horas.

Mientras su marido e hijos, junto con sus dos vecinos, se divertían en la playa, Verónica se encontraba en la cocina de la casa de Beatriz preparando la comida.

—Mañana, o vamos a un restaurante o no comemos nada —pensó Verónica en voz alta.

Aunque estaba sola, un pequeño graznido respondió a sus palabras. Pollo se encontraba en su jaula, al lado de la cristalera del salón.

A Verónica le impresionó lo bonita que era aquella casa, con sus muebles de madera, sus lámparas antiguas colgadas del techo, la decoración tan exquisita en cada una de las paredes y rincones, su pequeño jardín de bonsáis,… y sobre todo, ese pedazo de jacuzzi que tenía un cuarto para el sólo. Estaba deseando terminar de preparar la paella para meterse un rato allí. Ella también tenía derecho de refrescarse un poco, ¿no?

Una cantinela de campanas, que provenían de la jaula Pollo, la devolvió en sí a punto para darse cuenta que tenía que apagar el fogón de la cocinilla.

—Dichoso pájaro. Si al final le voy a tener que perdonar.

Desde el incidente, hacía ya unos meses, Verónica no había querido saber nada del agapornis. Si por ella hubiese sido le hubiera dejado escapar aquella misma noche. Le hubiera dejado escapar para luego aplastarlo con todas sus fuerzas. Por poco deja ciego a Guille.

“Alba no te lo perdonará nunca”, le recordó Ricardo aquella noche mientras la sujetaba con fuerza de los brazos, sabiendo que él se estaba sintiendo culpable sin serlo.

Verónica no había vuelto a preocuparse del animal. Ni le limpiaba la jaula, ni le ponía comida, ni nada de nada. Que lo hicieran su marido y su hija, que para eso a ellos les preocupaba Pollo.

Pero no sólo era Verónica la que no quería tener nada que ver con Pollo, sino que también para Guille la mascota había dejado de ser tan atractiva como le fue en un principio. Ya no tenía interés en sacarlo, divertirse con sus gracias, ni verlo en general. Si debía pasar por al lado de la jaula de Pollo lo hacía corriendo y con los ojos casi cerrados, lo que había provocado que se tropezara o chocara en múltiples ocasiones con los muebles. Esto originaba que le cogiese aún más animadversión al animal.

—Bueno, ahora, mientras que reposa el arroz, me voy a dar ese bañito.

Salió de la cocina y entró en el salón. Al verla, Pollo emitió un dulce trino. El animal era increíblemente listo y sabía que Verónica no le hacía ningún caso, por lo que cada vez que ella pasaba por su lado llamaba su atención de un modo u otro.

Verónica se paró y le miró. Allí estaba el pájaro, con su plumaje de color verde intenso amplificado por la luz que entraba por el ventanal, y con sus increíbles ojos negros brillantes que parecían dos pequeñas perlas. Pero enseguida se le vino a la mente la imagen de su hijo sangrando y de Pollo manchado con esa misma sangre. Así que se giró, y se dirigió a la habitación del jacuzzi sin poder evitar que una lágrima asomara por sus ojos.

2

2 de Agosto. 13:42 horas.

Con mucho cuidado para no caerse, Verónica salió del jacuzzi empapada. Fue a coger la toalla blanca para secarse, mientras pensaba en cómo iba a convencer a Ricardo para que comprase uno de esos aparatos. Sentir esas burbujas por todo el cuerpo era tan placentero que casi se queda dormida dentro.

Ahora se tenía que dar prisa en cambiarse y poner la mesa. Los demás estarían a punto de llegar de la playa, y ella quería que todo estuviese preparado para sus anfitriones. Se dirigió a su cuarto, que estaba en la otra punta de la casa, y tras cambiarse de bañador, se puso su vestido veraniego favorito. Del suelo recogió el bikini mojado, y poniéndolo sobre la toalla se dirigió a la terraza para tender ambas prendas. Cuando llegó al salón saludó a Pollo.

—¿Qué pasa contigo? Estás muy calladito.

El inseparable se encontraba agarrado de uno de los palos transversales quieto, sin moverse. Parecía que ni siquiera respiraba. No giró la cabeza cuando vio entrar a su dueña por la puerta. No pió. No hizo nada.

Verónica encogió los hombros, y pasando por el lado del pájaro, salió a la terraza para terminar de hacer lo que se había propuesto. Fuera, el sol pegaba con fuerza.

—Espero que Ricardo les haya puesto los gorros a los niños. Si no se van a quemar pero bien —dijo en voz alta.

Terminó de tender el bikini, y volvió al interior de la casa. Miró a Pollo de nuevo, y descubrió que seguía en la misma posición. Sin hacer nada. Parado. Inmóvil como una estatua.

—¡Qué raro! ¡Hola Pollo! —Le gritó para que reaccionase. Sin embargo, el agapornis ni se inmutó.

Con algo de preocupación, Verónica se acercó más a la jaula para comprobar si se había muerto o algo por el estilo. Alargó un dedo y lo llevó despacio a uno de los barrotes de la jaula. Luego lo golpeó con la uña.

—¿Pollo?

De repente, el animal se lanzó contra los barrotes cercanos lanzando un fuerte graznido. Del susto, Verónica retrocedió rápidamente y por poco se cae al tropezarse con una de las sillas. Aunque ella se había separado de la jaula, Pollo seguía arremetiendo contra los barrotes de manera furiosa. Si seguía así, el animal se quebraría el pico.

—¡Pollo! ¡Quieto! —le chilló.

El inseparable dejó de golpearse, pero empezó a revolotear espasmódicamente. Iba de un palo a otro. Subía y bajaba. Graznaba después de cada movimiento. El batir de las alas empezó a formar una nube de plumas y restos de comida que sobrevoló la jaula, y se empezó a repartir por todo el salón.

—¡Asqueroso! —continuaba gritándole Verónica—. ¡Párate ya!

Tan rápido como se había puesto a golpearse con la jaula, Pollo dejó de moverse situándose de la misma forma que antes de los ataques de furia. Quieto. Inmóvil.

Entonces se oyó abrir el cerrojo de la puerta y Pollo pió.

—¡Pollo! —saludó Ricardo desde la calle.

Pollo volvió a piar para responderle, y de un salto cayó en el comedero y se puso a comer metiendo y sacando la cabeza del recipiente. Había vuelto a la normalidad. Pero Verónica recelaba de él.

3

4 de Agosto. 12:43 horas.

Habían pasado un par de días, y Verónica seguía teniendo que volverse un rato antes que los demás de la playa para preparar la comida. En fin, estaban allí gratis y no iba a dejar que sus anfitriones encima les dieran de comer. Aquel día Alba quiso acompañarla, así que decidieron hacer macarrones, pues la salsa que los acompañaba la preparaba su hija. Era una receta secreta, por lo que Verónica no sabía exactamente qué es lo que su hija echaba para hacer la salsa. Pero que estaba para chuparse los dedos era algo que no se le podía negar. Quizás en un futuro su hija fuese una gran cocinera profesional.

Mientras su hija estaba en la cocina atareada en su salsa, Verónica se dedicó a barrusquear la casa para limpiar toda la arena que sus hijos traían de la playa. Odiaba la sensación de ir pisando arena en suelo firme. Entró en el cuarto de matrimonio de sus vecinos distraída, pero se fijó en una foto situada en la cómoda, junto a un jarrón (que como viera uno igual por ahí se lo compraría enseguida). En la foto aparecía una niña, que supuso que era Beatriz, acompañada de un pequeño gatito de color gris. Era el más lindo que había visto nunca. Se le pasó por la mente comprarle un gatito a Guille para que, sin poder ella haberlo evitado, se comiera a Pollo. Aquella imagen le pareció atractiva, y no pudo evitar soltar una risa por la ocurrencia que acababa de tener. Cuando viera a Beatriz le preguntaría por su mascota, y así le aconsejara si tener un gato era buena idea o no.

Salió del dormitorio y empezó a barrer el pasillo mientras tarareaba la canción de un anuncio de la tele. Llegó al final del pasillo y fue a por el recogedor que se lo había dejado atrás. Al volverse vio a su hija justo sobre el montón de pelusa y arena que había amontonado.

—Ya he acabado, mami.

—¡Pero chiquilla! —gritó enfadada Verónica—. ¿No ves que me estás pisando lo barrido?

Alba la miró sorprendida, pero enseguida le cambió la expresión y se dirigió hacia su madre con la mano tendida hacia ella.

—A ver, déjame que lo recoja yo —le soltó Alba—. Verás como no es para ponerse así.

—¡Pero bueno! ¡Serás marisabidilla!

Alba le dedicó una gran sonrisa, y con una carrerita llegó hasta la basura sin recoger. Con un gracioso meneo de culo terminó de barrer lo que su madre había apilado. Verónica se acercó a su hija y le dio un gran beso en el moflete.

—Si es que te comería a besos —dijo, volviendo a besarla esta vez en el otro cachete.

—Cómo eres, mami... Oye, mami.

—Dime cariño.

—¿Puedo sacar a Pollo un ratito? Antes de que vengan...

—No, Alba —respondió secamente Verónica—. No puedes.

Alba la miró fijamente. Estaba seria y con el ceño fruncido. Verónica casi no podía mantener la mirada de su hija. No sabía si ceder y dejar que sacara al animal un rato, o seguir firme en su decisión. Pollo le había echo muchas heridas a su hijo, tanto físicas como psicológicas, y su hija sabía que ella no le iba a perdonar. Pero era la mascota de Alba. Recordaría al inseparable hasta que tuviera sus propios hijos. Les contaría lo bonito que era y lo bien que se lo pasaba ella cada vez que lo sacaba. Pero si no le dejaba jugar, lo que les contaría sería que su madre era mala, que no le dejaba disfrutar de él. Y entonces sus nietos no querrían visitarla. Sería la abuela aburrida y nadie la visitaría.

—No, Alba —decidió finalmente—, no puedes.

4

4 de Agosto. 23:08 horas.

Habían salido todos esa noche a cenar a un restaurante llamado “El pescador marino”. Curioso nombre para un establecimiento en cuya carta sólo aparecían chocos con ensalada como pescado. Todo los demás platos eran cárnicos: churrasco, entrecot, pinchitos,…, cocinados de todas las maneras y aderezados con todo tipo de salsas. Así que como era la especialidad de la casa, todos se pidieron Secreto Ibérico con salsa rosa. Ninguno se arrepintió de la elección.

—Vamos a pedir los postres —advirtió Ricardo—. ¿Qué queréis?

—¡Helado! —gritaron a la vez Alba y Guille.

—¿Y vosotras? —preguntó Julio a Verónica y Beatriz.

—Yo no quiero nada, gracias —le respondió su mujer—. Estoy llena.

—Yo tampoco… Voy un momento al baño, ¿vienes Beatriz?

—Típico de las mujeres, ¿por qué siempre hacen lo mismo? —preguntó divertido Julio.

Pero a Beatriz no le hizo gracia, y señalándolo con un dedo acusador, le dijo:

—No seas tan machista o te vas a enterar esta noche.

—¿Qué es machista, papi? —preguntó Guille.

—Pues verás —le respondió Julio antes de que Ricardo pudiese decir nada—, es una palabra que se han inventado las mujeres cuando no saben qué decir.

—¡Pero bueno! —exclamaron ellas, incluida Alba.

Todos los comensales de alrededor se giraron para ver qué estaba ocurriendo.

—No se preocupen —tranquilizó Ricardo a éstos—, están de broma.

Éstos empezaron a sonreír y, cuando ya dejaron de mirarlos, Beatriz lanzó su puntillita a Julio.

—Sí, sí, broma… Te vas a enterar esta noche.

Verónica y Beatriz se dirigieron al cuarto de baño intentando no seguir escuchando las palabras de Julio. Tras hacer sus necesidades se juntaron en los lavabos y, mientras se retocaban un poco, Verónica aprovechó para hacerle una pregunta a Beatriz.

—Oye, Bea.

—¿Sí? Dime.

—Ayer, cuando me volví de la playa con mi hija, y mientras ella hacía su salsa para los macarrones…

—Estaban riquísimos, de verdad. Alba tiene verdadero talento.

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