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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (8 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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Pollo había llegado a sus vidas en una cajita. Parecía una pelusa, un ser indefenso incapaz de causar más problemas que el de defecar. Sin embargo, meses después se había convertido en un asesino. Fue capaz de causar hemorragias mortales a Julio, con el único objetivo de alimentarse. ¿Por qué un loro iba a necesitar comer carne? Aunque lo habían abandonado tras su cambio y pensaron dejarlo morir de hambre, le siguieron echando su pienso en el comedero. Y éste amanecía lleno de los desechos de los granos todas las mañanas, por lo que suponían que él se los comía.

Julio había muerto, pero cualquiera podía haber sido la víctima. Pollo podía haber matado a Alba o a Guille. Entonces sí que no se lo hubiese perdonado en la vida. Ricardo sentía mucho la pérdida de su vecino, pero le confortaba regresar a su casa con todos los miembros de su familia. ¿Era mala persona por ello? ¿Era mal amigo de Beatriz? No, no lo era. Porque no la iban a dejar sola. Porque haría lo que fuese para descubrir qué es lo que le había ocurrido a Pollo. Porque estaba agradecido de que Beatriz no les denunciara por haber dejado escapar al agapornis y haber matado a su marido. Los exculpaba, y por ello haría lo que fuese por Beatriz.

Mientras entraba en su casa, recordó el saludo de Pollo. Aquel graznido que le daba la bienvenida todos los días ya no se volvería a escuchar. Ahora reinaba el silencio. Un silencio lleno de aflicción. De recuerdos dolorosos.

2

12 de Septiembre. 19:26 horas.

Cuando Verónica estranguló a Pollo en el trastero de su casa. Los policías llegaron tan rápido como pudieron. Al ver todas las escenas en las que Pollo había actuado, no se creyeron que todo aquello hubiese sido fruto de un animalillo que no levantaba un palmo del suelo. Sin embargo, las pruebas eran evidentes y la mujer de la víctima lo corroboraba todo. Dieron el caso por cerrado, llevaron a los heridos al hospital y un grupo de investigadores se llevaron al inseparable para estudiarlo.

El día anterior habían recibido una carta advirtiéndole de que los resultados ya estaban a su disposición, y que podían ir a recogerlos en persona. Allí se dirigieron Ricardo y Verónica en cuanto tuvieron un hueco libre.

Ricardo paró el motor del coche, y abrió el seguro para que tanto su mujer como él pudiesen bajar. Se encontraban delante de unos edificios de color rosado, no muy grandes pero tampoco pequeños, que albergaban a los laboratorios Pharma—Clean. Sus investigadores habían analizado a Pollo.

Se dirigieron a la entrada, pasaron a la recepción y mostraron la carta recibida.

—Segunda planta, a la derecha —le indicó la recepcionista con un tono de indiferencia.

Mientras llegaba el ascensor, Ricardo pensó en Pollo. En unos momentos sabrían qué es lo que le había ocurrido.

—Vamos, Ricardo —le avisó Verónica para que entrase.

El corto sonido de una campanilla les indicó que ya habían llegado. Al salir se encontraron con un amplio pasillo blanco que se extendía en forma de T. Se dirigieron hacia la derecha, tal como la recepcionista les dijo. Sin embargo, no sabían muy bien hacia dónde se debían encaminar. De pronto, una puerta se abrió y salió una chica joven, de alrededor de unos veinte años, con una bata blanca y una carpeta apoyada contra su estómago. Levantó la mirada de la carpeta cuando estaban a sólo un metro de ella.

—Pasen por aquí —les dijo con una sonrisa.

Ricardo dejó entrar a Verónica primero y luego pasó él. Dentro se encontraron un despacho amplio, con grandes cristaleras que dejaban entrar la confortable luz del exterior. Otro chaval, no mucho mayor que la chica de la puerta, les estrechó la mano y les invitó a sentarse.

—Buenas tardes, ustedes son Ricardo y Verónica Álvarez. Yo soy el doctor Casas. Llámenme Lucas, por favor.

—Encantada, Lucas —respondió su esposa.

—Como saben, ya se ha analizado al agapornis. Hemos realizado un estudio exhaustivo a su mascota, y nos hemos encontrado ciertas células transgénicas—mutantes corriendo por su sangre.

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Ricardo.

—Básicamente quiere decir que su mascota fue expuesta a una serie de radiaciones, no sabemos exactamente de qué tipo, que provocaron esos cambios a los que ustedes hicieron referencia en sus declaraciones a la policía. Estas radiaciones alteraron el organismo del inseparable, de manera que las células empezaron a transmutar.

—Pero eso no tiene sentido —observó Verónica—. El animal no ha sido expuesto a ninguna radiación. Si no, también lo habríamos estado nosotros.

—Sí, es cierto —afirmó Lucas—, pero verán, tengo aquí el informe que redactó el departamento de policía. Estuvieron de vacaciones este verano en Río Grande, ¿correcto? Y se llevaron al inseparable con ustedes.

Ambos asintieron.

—Esta casa era propiedad de los padres de Beatriz Feijoo, la esposa de la víctima. No sé si sabrán que cuando era casi una niña, Beatriz tuvo de mascota un gato.

—Sí, sí que lo sabíamos —explicó Verónica—. Es más, estuvimos hablando con Julio sobre ello días antes de que muriese. El gato empezó a cambiar, como lo hizo Pollo.

—¿Insinúa que fue en la casa de la playa de Río Grande donde Pollo recibió aquellas radiaciones? —preguntó Ricardo.

—En efecto. Seguramente no lo saben, pero el gato de Beatriz no fue el único animal que sufrió esos cambios. Muchas mascotas fueron sacrificadas en Río Grande hace mucho tiempo por los mismos motivos: agresividad, aumento de tamaño, cambios al fin y al cabo. Pero entonces sus dueños no investigaron cuáles fueron las causas. Sacrificaron a sus mascotas y la enterraron lejos de allí.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Verónica con interés.

—La verdad se conoció muchos años después. Una empresa química enterró residuos en las playas de Río Grande pensando que no causarían ningún daño. Y efectivamente, no lo hicieron, ni a las personas ni al medio ambiente. Sin embargo aquellos residuos empezaron a despedir una especie de radiaciones que afectaron sólo a pequeños organismos, tales como insectos o mascotas. Aquí pueden leer —dijo mostrándoles un periódico amarillento por el paso del tiempo— cómo una invasión de mosquitos gigantes atacó durante días a los vecinos de Río Grande, o cómo el dueño de la única tienda de animales del pueblo fue encontrado muerto en su establecimiento. Se culpó a una banda de ladrones.

—¿Y todavía existen radiaciones? Es increíble —se mostró sorprendido Ricardo.

—Lo extraño es que no. Cuando se descubrieron los residuos enterrados, éstos fueron tratados por una empresa especializada. Los responsables fueron encerrados.

—Quizás hayan vuelto a enterrar residuos —observó su mujer.

—Es una posibilidad. Hemos advertido a las autoridades, y están estudiando los niveles de radiación. Pero he llamado unos minutos antes de que ustedes llegaran a un amigo mío, y me ha comentado que no han encontrado nada alarmante. No existe ningún tipo de radiación en la zona. La hipótesis más probable es que las características propias de la casa en la que residieron, permitieran conservar dichas radiaciones, y su pájaro se viese afectado. Esto es todo lo que les puedo decir.

—¿Seguro que las radiaciones no afectan a las personas? —preguntó Verónica preocupada.

—Por lo que sabemos no. Sólo a pequeños organismos. A lo más, a perros de tamaño medio. Pero a personas…, no.

Tras una pausa para asumir la información, dieron por finalizada la reunión.

—Muchas gracias, doctor —dijo Ricardo mientras se levantaba de la silla.

—Gracias a ustedes por venir. Denle mis condolencias a Beatriz.

—Lo haremos.

3

12 de Septiembre. 22:14 horas.

Decidieron cenar esa noche con Beatriz, y explicarle lo que le había contado el doctor Lucas Casas. Beatriz se quedó sorprendida, pues nunca había escuchado nada del tema. Los recuerdos que Beatriz tenía de su gato eran confusos. Recordaba el cariño que le tuvo cuando era pequeñito, y lo que le gustaba acariciar su pelaje. Pero un día cambió. Le acercó el plato con su comida y Ojitos le pegó un fuerte bocado sin ningún motivo. Cuando su padre fue a castigar al gato, para encerrarlo en su caja, el animal saltó sobre él y empezó a arañarlo con furia. Tras unos días más de ataques, el padre de Beatriz decidió sacrificarlo. Beatriz lloró por su gato perdido, pero no por aquel animal que les hacía daño. Aquel no era Ojitos.

—Así que no hay nada que hacer —dijo Beatriz—. Los verdaderos culpables están en la cárcel, quizás estén ya incluso en libertad, pero Julio no va a volver.

Verónica le acercó un pañuelo de papel para que se secara las lágrimas.

—Descansa en paz, Julio.

4

12 de Septiembre. 23:28 horas.

Mientras Verónica arropaba a Alba en su cuarto, Ricardo hacía lo mismo en la habitación del pequeño.

—Papi, ¿está Pollo en el cielo con Julio? —preguntó Guille.

A Ricardo le pilló por sorpresa la pregunta. Su hijo también estaba creciendo y parecía que iba por el mismo camino que Alba.

—No creo, hijo. Pollo estará en el cielo de los animales, y Julio en el de las personas.

La respuesta satisfizo a Guille, así que se giró y cerró los ojos para dormirse.

—Buenas noches, papi.

—Buenas noches.

Tras apagar la luz, salió al pasillo y se encontró con su mujer. Ésta se le acercó y le cogió de la mano.

—Sé que te sientes culpable de la muerte de Julio, pero ni siquiera el inseparable tiene la culpa.

—Pero yo lo traje a casa.

—Y ellos nos invitaron a la casa de la playa, pero, ¿qué podemos hacer ahora?

Verónica tiró de Ricardo en dirección al dormitorio.

—Ven, vamos a la cama. Ha sido un día muy raro, tienes que descansar.

Ricardo siguió a su esposa hasta la almohada, y ambos bajaron la colcha hasta los pies de la cama. Verónica entró en el cuarto de baño y dejó a Ricardo solo. Tenía ganas de llorar sin saber muy bien por qué. Quizás fuese por culpabilidad. Tal vez cansancio. O a lo mejor porque lo necesitaba.

Se asomó a la ventana y miró a la casa de sus vecinos. La luz del dormitorio de Beatriz estaba encendida. Se la imaginó llorando, tumbada en la cama. Llorando como lo hizo la noche en que Julio murió. Ya sabían la verdad y no podían hacer nada. Puede que esa fuese la razón por la que él también tenía la necesidad de llorar. Porque no podían culpar a nada ni a nadie. Porque todo había ocurrido y ya está. Y las cosas en este mundo no podían ser así. Acción y reacción.

Todavía sentía el olor dulzón de la sangre que le cubrió aquella noche. Nunca olvidaría el grito aterrador de Beatriz. Tampoco la imagen de Julio muerto en su cocina. Y, en absoluto, olvidaría los ojos de su inseparable, llenos de odio y ganas de matar y seguir matando hasta saciarse.

Verónica salió del baño.

—Cariño, ya puedes entrar.

Ricardo se giró y sonrió. Pero por dentro lloraba de impotencia.

Entró en el baño, y cogió el cepillo de dientes del vaso. Le quitó el capuchón y se quedó con él en la mano sin hacer nada. Pensaba en mudarse. En irse lejos, para poder olvidar todo lo ocurrido. Pero allí estaba Beatriz y no la podían dejar sola. Quizás pudieran convencerla para que se fuese con ellos.

—¿Ricardo? —llamó su mujer, abriendo la puerta un poco—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, sí. Ya salgo.

Ricardo volvió a ponerle el capuchón al cepillo de dientes, sin habérselos lavado. No importaba. No tenía fuerzas para frotar. Devolvió el cepillo al vaso y fue al retrete. Orinó y tiró de la cisterna. Luego bajó la tapa y se sentó en ella. Entonces rompió a llorar.

Verónica lo oyó y entró en el baño. Se acercó a su marido y le abrazó por los hombros. Estuvieron así durante minutos. Unidos por el dolor. Lo superarían juntos. Olvidarían el horror vivido en familia. Y dentro de algunos años, todo aquello no sería otra cosa que una pesadilla superada.

5

13 de Septiembre. 05:00 horas.

Debido al cansancio, Ricardo y Verónica se quedaron dormidos enseguida. Por ello, no oyeron a una pareja, con unos litros de alcohol en el cuerpo de más, tirar el cubo de basura de la señora Ramírez. Tampoco escucharon a Alba levantarse para ir al baño y hacer pis. Y, por supuesto, tampoco oyeron a Guille removerse dentro de sus sábanas de manera persistente. No se levantaron para comprobar que sudaba debido a la fiebre. Y jamás de los jamases, supieron que algunas de las células de su hijo se habían llegado a reproducir de tal forma que habían infestado el setenta por ciento del cuerpo del pequeño. Aquella noche, Guille estaba cambiando.

JESÚS MATE, autor y editor de
Historia de mi inseparable
, ha puesto su ilusión en esta plataforma para dar a conocer su trabajo como escritor.

Es autor de
Los números de las sensaciones
 y de 
Ciudad piloto 
que también puedes encontrar en epubgratis.

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