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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (2 page)

BOOK: Impávido
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Un consultor del puente de mando del
Intrépido
estaba transmitiendo su evaluación en voz alta.

—Se han detectado anomalías a lo largo de la ruta indicada. Se calcula la presencia de minas sigilosas en una probabilidad superior al ochenta por ciento. Se recomienda evitar el curso ahora.

Desjani alzó una mano para acusar recibo del informe, luego miró a Geary llena de admiración. Geary se dio cuenta de que los ojos de los demás oficiales y tripulantes que había en el puente de mando reflejaban el mismo asombro, amén de la adoración al héroe que tanto odiaba, a pesar de llevar meses viéndola.

—¿Cómo lo supo, capitán Geary? —preguntó Desjani.

—Era evidente —explicó él revolviéndose incómodo en su asiento bajo la atenta mirada de los demás oficiales del puente de mando—. Los navíos se posicionaron lo bastante lejos del punto de salto como para esquivar al enemigo entrante, pero lo suficientemente cerca para advertir a cualquier buque amigo. Y luego está esa dirección que tomaron, que parecía estar destinada a hacernos atravesar una zona concreta al salir en su persecución.

Se reservó algo que ambos sabían: que si esa flota hubiera sido la misma que él había llevado a Corvus, en lugar de cuatro unidades ligeras, habrían sido la mayor parte de las naves las que se estarían lanzado de cabeza contra ese campo de minas en ese mismo momento.

La extendida formación de la flota de la Alianza empezaba a doblarse por el centro a medida que las naves más cercanas reaccionaban a la orden; después, cuando la orden fue llegando a las naves más alejadas, estas fueron respondiendo a su vez. Geary se dio cuenta de que la imagen general casi parecía un pez raya flexionado en el centro y con las «alas» aún más encorvadas hacia abajo.

Esperó al ver que los tres destructores y el crucero mantenían su curso, como si la persecución fuera lo único que importara. Geary comprobó el tiempo: habían pasado cinco minutos. Con un minuto para que la orden llegara a la velocidad de la luz, y luego otro minuto para que él pudiera ver que por fin se iniciaba la modificación en el curso, habían pasado tres minutos de más, lo que era con mucho una respuesta demasiado lenta para una emergencia.

—¡Doblefilo, Estilete, Mazo, Blindado!
Alteren su rumbo hacia arriba de inmediato; viraje máximo. Hemos detectado un campo de minas en su trayectoria. ¡Acusen recibo de la orden e inicien el viraje de inmediato!

Otro minuto.

—¿A qué distancia están de esas anomalías? —preguntó Geary tratando de mantener sereno su tono de voz.

Desjani tecleó rápidamente sus propios controles para hacer el cálculo.

—En la trayectoria actual, entrarán en su radio en treinta segundos.

La voz de Desjani sonaba tranquila, disciplinada. Había visto morir muchas naves y a muchos tripulantes de la Alianza, en su relativamente corta carrera. Geary lo había ido sabiendo poco a poco, y era consciente de que ahora Desjani estaba recurriendo a su experiencia para anular sus sentidos ante algo que parecía inevitable.

Treinta segundos. Demasiado tarde incluso para tratar de transmitir otra orden. Geary sabía que algunos de los oficiales al mando de su flota no estaban en realidad cualificados para dar órdenes, y sabía que muchos otros seguían aferrándose al concepto de ataque total y glorioso contra el enemigo sin vacilar y sin pensar. Tardaría mucho tiempo en poder enseñarles a esos guerreros, y esperaba conseguirlo, el valor de luchar juiciosamente, además de con valentía. Pero, incluso sabiéndolo, Geary se preguntaba qué insensatez había llevado a esos cuatro capitanes a hacer caso omiso de sus órdenes y de sus advertencias respecto al campo de minas. Debían de tener la mente fija en sus respectivos objetivos e ignoraban todo lo demás mientras trataban de entrar en su radio de acción.

Tal vez las naves sobrevivirían en el campo de minas el tiempo suficiente como para que una nueva advertencia funcionara. Procurando que su voz no delatara desesperación, Geary volvió a hacer un llamamiento.

—Doblefilo, Estilete, Mazo, Blindado,
al habla el comandante de la flota. Se están adentrando en un campo de minas confirmado. Alteren su rumbo de inmediato. Viraje máximo.

Sabía que en ese momento estaban entrando en el campo de minas. La luz de las cuatro naves llegaba con medio minuto de retraso, de modo que las naves que él veía imponentes e intactas se encontraban ya en el campo y podían haber impactado ya contra las minas. Lo único que podía hacer era observar el visualizador y esperar lo inevitable, sabedor de que ya no había nada que pudiera salvar a las tripulaciones de esas naves excepto un auténtico milagro. Rezó en silencio deseando que se produjera ese milagro.

No sucedió. Exactamente un minuto y siete segundos después de la advertencia de Desjani, Geary vio que su visualizador informaba de las múltiples explosiones a medida que los tres destructores que lideraban el ataque se adentraban en el denso campo de minas. Los pequeños y relativamente frágiles destructores sencillamente se desintegraron bajo el martilleo de las detonaciones de las minas, reventaron en un montón de pedazos de hombres, mujeres y naves que las espoletas inteligentes de los artificios explosivos que no habían explotado simplemente ignoraron.

Pasados unos cuantos segundos, Geary vio que el
Blindado
trataba por fin de virar. Sin embargo, era demasiado tarde, pues la inercia impulsaba al crucero hacia el campo de minas. Una de ellas produjo un cráter en el medio de la nave, y después una segunda voló buena parte de la popa; entonces los sensores ópticos del
Intrépido
perdieron de vista el crucero por un momento mientras su campo de escombros y el de los destructores bloqueaban la imagen del aniquilamiento.

Geary se humedeció los labios, que se le habían secado de repente, pensando en los tripulantes que acababan de morir inútilmente. Bloqueó sus emociones y se concentró en la mecánica de su siguiente tarea mientras estudiaba el visualizador.

—Segundo escuadrón de destructores, realice un acercamiento prudente a los alrededores del campo de minas en busca de supervivientes. No entre en el campo de minas sin mi aprobación.

Había muchas probabilidades de que no hubiera ni un solo superviviente. Las cuatro naves habían sido destruidas con tanta rapidez que parecía imposible que alguien hubiera conseguido llegar a una cápsula de salvamento. Pero era necesario asegurarse de que no dejaban a nadie atrás, a merced de las dulces promesas de los campos de trabajo de los síndicos.

Pasó un minuto que se le hizo eterno.

—Segundo escuadrón de destructores, señor. Procediendo al rastreo de supervivientes.

La voz del comandante del escuadrón sonaba apagada.

Geary le echó otra ojeada a su formación, todos en el nuevo rumbo, alzándose por encima del plano del sistema Sutrah, avanzando por encima de la zona del campo de minas, que ahora estaba marcado profusamente con señales de peligro.

—A todas las unidades, alteren el rumbo dos cero grados descendente a la una punto cinco.

Todos lo estaban mirando, quizá esperando a que diera algún discurso acerca del heroísmo de las tripulaciones de las cuatro naves. Geary se levantó, su boca no era más que una fina línea, hizo un gesto de negación con la cabeza y salió del puente de mando sin fiarse de su voz. No había que hablar mal de los muertos. No quería fustigar a los comandantes de esas naves como idiotas vanagloriosos que habían asesinado a sus tripulaciones.

Pese a que eso era justamente lo que había sucedido.

Victoria Rione, copresidenta de la República Callas y miembro del senado de la Alianza, lo esperaba a la entrada de su camarote. Geary la saludó con un rápido gesto de cabeza y entró sin invitarla a pasar. Ella le siguió de todos modos, y se quedó de pie en silencio mientras él miraba con preocupación el paisaje estelar que decoraba un mamparo. Rione no tenía ninguna autoridad en la flota, pero como senadora era una representante del Gobierno de la Alianza lo suficientemente veterana como para que Geary no se limitara a echarla de allí. Por otra parte, tanto las naves de la República Callas como las de la Federación Rift, que constituían parte de la flota, obedecerían las órdenes de Rione en caso de que esta decidiera rebelarse contra Geary. Tenía que ser diplomático con esta política civil, aunque lo único que deseara fuera soltarle un grito a alguien.

Al final se la quedó mirando.

—¿Qué quiere, señora copresidenta?

—Oír cómo libera toda la rabia que lo corroe en este instante —replicó con calma.

Geary se desplomó momentáneamente; luego le dio un puñetazo al paisaje estelar haciendo que temblara brevemente antes de volver a la normalidad.

—¿Por qué? ¿Por qué iba a hacer nadie tal estupidez?

—Vi a esta flota en Corvus, capitán Geary. Allí la táctica síndica habría funcionado a la perfección, antes de que el entrenamiento al que usted insistió en someter a la flota le enseñase disciplina a sus miembros.

—¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor? —preguntó amargamente.

—Debería.

Geary se frotó la cara con una mano.

—Sí —convino con desgana—, debería. Pero, aunque sea solo una nave… Y acabamos de perder cuatro.

Rione le atravesó con una penetrante mirada.

—Al menos esto ha supuesto un perfecto ejemplo del valor de obedecer las órdenes.

Él la miró a su vez preguntándose si de verdad hablaba en serio.

—A mí eso me parece tener la sangre muy fría, señora copresidenta.

Ella se encogió de hombros.

—Tiene que ser realista, capitán Geary. Desgraciadamente algunos se niegan a aprender hasta que ven que los errores literalmente les estallan en las narices. —Bajó el tono de voz y cerró los ojos—. Como acaba de ocurrir.

De modo que le afectaban las pérdidas. Geary sintió una oleada de alivio. Como único civil en la flota, la única persona que no estaba bajo su mando, Rione era la única persona en la que sentía que podía confiar. Estaba empezando a descubrir que además le caía bien, un sentimiento que le resultaba ajeno, después del aislamiento que suponía estar viviendo un tiempo que distaba un siglo del suyo, después del aislamiento que suponía encontrarse entre personas cuya cultura había transformado la que Geary había conocido.

Rione volvió a alzar la mirada.

—¿Por qué, capitán Geary? No pretendo ser una experta en milicia, pero esos cuatro comandantes de navío habían visto que su modo de hacer las cosas funcionaba. La forma en que la Alianza solía luchar en sus tiempos. Habían visto hasta la última nave de una fuerza síndica destruida. ¿Cómo es posible que creyeran que cargar precipitadamente contra el enemigo era una opción acertada?

Geary negó con la cabeza sin mirarla.

—Porque, para desgracia de la humanidad, la historia militar a menudo es la historia de unos comandantes que repiten una y otra vez los mismos métodos de combate mientras sus propias fuerzas son aniquiladas. No pretendo saber a qué se debe, pero es una triste realidad; son comandantes que no aprenden de la experiencia a corto o a largo plazo, que continúan lanzando sus tropas como si causar las mismas muertes inútiles una y otra vez acabara por alterar el resultado.

—Seguro que no todos los comandantes son así.

—No, claro que no. Pero los que lo son parece que tienden a alcanzar los más altos rangos, donde más daño pueden hacer. —Geary miró por fin a Rione—. La mayor parte de estos comandantes de navío son buenos soldados, valientes. Pero durante toda su carrera han estado oyendo que se debe luchar de una cierta forma. Tardarán un tiempo en superar toda esa rígida experiencia y convencerse de que no es malo cambiar. Los cambios no se abren camino fácilmente entre los militares, incluso cuando ese cambio supone un retorno a las tácticas profesionales del pasado. No deja de ser un cambio respecto al estado de las cosas.

Rione dejó escapar un suspiro y negó con un gesto.

—He visto las muchas tradiciones ancestrales a las que los militares se aferran y a veces me pregunto si con ellas no se atrae a muchos de aquellos que valoran la perseverancia de las cosas por encima de los logros.

Geary se encogió de hombros.

—Tal vez, pero esas tradiciones pueden convertirse en una enorme fuente de poder. Usted me dijo una vez que esta flota era quebradiza, que era propensa a romperse bajo presión. Si consiguiera volver a forjarla para hacerla más fuerte, sería en gran parte apelando a las tradiciones.

Rione aceptó esa afirmación sin manifestar si la creía o no.

—Tengo cierta información que podría ayudar a explicar en cierto modo las acciones de esas cuatro naves. Desde que dejamos el espacio de salto y se activó la red de comunicaciones, algunas de mis fuentes han informado de que se han extendido rumores por las naves. Rumores de que usted, al haber perdido su espíritu combativo, preferiría dejar escapar a los buques de guerra síndicos para evitar un día más de lucha antes que arriesgarse a entablar batalla.

Geary se echó a reír incrédulo.

—¿Cómo iba nadie a pensar eso después de Kaliban? Hicimos trizas aquella flotilla síndica. No se escapó ni uno.

—La gente cree lo que quiere creer —sentenció Rione.

—¿Quiere decir como creer que
Black Jack
Geary es un héroe mítico? —preguntó amargamente—. La mitad del tiempo quieren idolatrarme: el guerrero del pasado que va a salvar esta flota y a la Alianza ganando una guerra que dura un siglo; y la otra mitad se dedican a extender rumores diciendo que soy un incompetente o un cobarde.

Geary por fin tomó asiento, invitando a Rione con un gesto a que se sentara enfrente de él.

—¿Y qué más le están contando los espías de mi flota, señora copresidenta?

—¿Espías? —repitió en un tono de sorpresa mientras se sentaba—. Ese es un término tan negativo…

—Solo es negativo si los espías trabajan para el enemigo. —Geary apoyó la barbilla sobre su puño mientras la observaba—. ¿Es usted mi enemiga?

—Sabe que desconfío de usted —replicó Rione—. Al principio se debía a que temía que la adoración al héroe pudiera convertirlo en una amenaza tan grande para la Alianza y su flota como los síndicos. Ahora es por eso y porque ha demostrado ser un hombre muy capaz. Esa combinación es muy peligrosa.

—Pero, siempre que lo que haga sea en beneficio de los intereses de la Alianza, estamos del mismo lado, ¿no? —inquirió Geary haciendo gala de cierto sarcasmo—. Me preocupa lo que sugiere esa emboscada de minas sobre nuestro enemigo, señora copresidenta.

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