Geary tecleó un comando y desplegó una proyección de la superficie completa de Sutrah Cinco. La identificación de los objetivos cubría el mapa. Geary enfocó el encuadre en el grupo más grande y la imagen cambió automáticamente a una representación real del lugar. La capital del planeta, obviamente, había perdido una porción considerable de población en las últimas décadas. La mayor parte de las localizaciones industriales estaban frías, cerradas hacía tiempo. El puerto espacial estaba desvencijado y decrépito. Mientras Geary exploraba otros objetivos, se hizo patente por qué los síndicos habían corrido el riesgo de sufrir un bombardeo de represalia en este planeta. Aquel lugar constituía lo que los líderes de los Mundos Síndicos habrían calificado sin lugar a dudas de «exceso de inventario», sin valor industrial o militar ni recursos que valiesen.
Únicamente cien mil seres humanos que siguen intentando rascarle algo de vida a este lugar.
—Capitana Desjani, ¿tenemos datos de los objetivos en Sutrah Cuatro?
Desjani no acabó de contener una fiera sonrisa mientras le suministraba los datos a Geary. Este los estudió y advirtió que a Sutrah Cuatro parecía irle mucho mejor que a su mundo gemelo en ese sistema.
De acuerdo, no podemos dejar que los síndicos crean que esto es algo de lo que se pueden librar. Pero no quiero cometer una matanza de civiles, que debe de ser lo que los síndicos esperan que hagamos, ya que sería una gran propaganda.
Geary etiquetó los grandes puertos espaciales de Sutrah Cuatro, los grandes complejos gubernamentales de la capital y todas las instalaciones en órbita, por si acaso. Al volver a conectar con Sutrah Cinco en el visualizador, etiquetó el puerto espacial más grande y las zonas industriales que seguían en activo.
Entonces Geary hizo un alto y se quedó mirando la base militar. Acercando la imagen vio que a su lado surgían valoraciones de inteligencia. Los convoyes de civiles seguían alejándose, pero la mayoría de los militares parecían seguir en sus puestos. ¿
Dónde están esos mal llamados líderes?
. Al abrir el plano, Geary advirtió la información del objetivo. Las lentes diseñadas para adquirir información detallada a través de miles de millones de kilómetros no habían tenido ningún problema a la hora de detectar la entrada al búnker de mando en el que se habían refugiado los oficiales de más alto rango. Geary se sorprendió con una sonrisa forzada en los labios mientras etiquetaba esa localización para una carga cinética, diseñada para penetrar profundamente al impactar.
Para cuando terminó de decidir el destino de los dos mundos, los primeros transbordadores estaban despegando de Sutrah Cinco y la flota de la Alianza viraba en el espacio hacia donde una vez estuvieron las lunas del planeta. Muchos de los pequeños pedazos de escombros resultantes de la destrucción habían sido absorbidos por la gravedad de Sutrah Cinco y puede que algún día llegaran a formar un tenue anillo en torno al planeta.
—Capitán Geary —anunció la coronel Carabali—, todo el personal está cargado. Los últimos transbordadores deberían haber salido de la superficie a las cero punto seis.
—Entendido, coronel, gracias.
Geary se volvió y envió las órdenes sobre los objetivos al sistema de combate, que los evaluó y también las armas disponibles en cada nave, y contrastó los puntos de vista antes de escupir, dos segundos más tarde, un plan detallado. Geary le echó una ojeada para comprobar en qué medida podía su represalia menguar las existencias de proyectiles cinéticos de la flota, y advirtió que todavía quedaban bastantes, incluso en el caso de que la
Titánica
y sus hermanas se vieran imposibilitadas para fabricar algunos nuevos. Se detuvo en el apartado de la estimación de bajas terrestres.
—Tengo que mandarles un mensaje a todos los síndicos del sistema.
Desjani asintió gesticulando en dirección al oficial de comunicaciones, quien puso en marcha el circuito rápidamente y luego le hizo una señal con el pulgar hacia arriba.
—Está listo, señor.
Geary se relajó mientras comprobaba que los últimos transbordadores de la Alianza habían despegado antes de emitir.
—Habitantes del sistema estelar Sutrah, les habla el capitán John Geary, comandante de la flota de la Alianza que transita su sistema. Han sido traicionados por sus líderes. Sus ataques por la espalda contra esta flota y contra las fuerzas que han liberado a los prisioneros de guerra de la Alianza nos otorgan el derecho a bombardear sus mundos en represalia. —Hizo una pausa para dejar que se asimilaran sus palabras—. A cambio de la posibilidad de dañar algunas de sus naves, sus líderes han puesto sus hogares y sus vidas en nuestras manos. Afortunadamente para ustedes, la flota de la Alianza no lucha contra civiles. —Al menos, ya no. No mientras Geary estuviera al mando. Con un poco de suerte, sus actitudes «anticuadas» pasarían algún día a manos de los demás oficiales.
—Lanzaremos ataques de represalia contra objetivos de nuestra elección en Sutrah Cinco y Sutrah Cuatro. A continuación de este mensaje recibirán un listado de objetivos localizados en enclaves civiles o cercanos a esos enclaves de forma que se pueda proceder a la evacuación antes de los impactos. No se nos exige que proporcionemos ese listado, pero solo estamos en guerra con sus líderes. Recuerden que podríamos haber borrado todo signo de vida de este sistema amparados por el derecho de la guerra. Hemos decidido no hacerlo. La Alianza no es su enemigo. Sus propios líderes son sus enemigos. Por el honor de nuestros antepasados —recitó Geary. Le habían dicho que la fórmula antigua para terminar una transmisión de este tipo ya apenas se usaba, pero se aferró a ella. Todavía creía en ella y, en cierto modo, lo ayudaba a anclarse a ese pasado en el que el honor había adquirido en ocasiones algunos tintes extraños—. Soy el capitán John Geary, comandante de la flota de la Alianza. Fin de la transmisión.
Rione habló desde detrás de él.
—Gracias, capitán Geary, por actuar en aras de la minimización del sufrimiento de la población de estos mundos.
Él miró hacia atrás y asintió.
—No hay de qué. Pero eso era lo que habría hecho en todo caso. Es lo que manda el honor.
—El honor de nuestros antepasados —contestó Rione, sin dejar margen a la ironía en su respuesta.
La capitana Desjani se levantó.
—Los transbordadores del
Intrépido
no tardarán en acoplarse. Debería estar en el muelle para darles la bienvenida a los recién llegados.
—Yo también debería —convino Geary levantándose a su vez y tratando de ocultar sus reticencias. En realidad era su deber dar la bienvenida al personal de la Alianza recientemente liberado, aunque habría preferido retirarse a su camarote para ahorrarse el espectáculo público.
—¿Podría acompañarlos? —les preguntó Rione a los dos.
—Por supuesto —respondió Desjani, aparentemente desconcertada por la petición. Geary cayó en la cuenta de que probablemente la había sorprendido, pues Rione tenía todo el derecho a solicitar acompañarlos y en lugar de eso había pedido permiso. Se preguntó si la petición reflejaba un cálculo político para ganarse a Desjani o una sincera deferencia hacia la capitana de una nave. Geary esperaba que se tratara de la segunda opción.
Los tres fueron andando hasta el mulle del transbordador, Geary y Desjani intercambiando saludos con cada miembro de la tripulación del
Intrépido
que se cruzaban; Geary se quedó muy satisfecho de la cantidad de personal que lo saludaba. Su campaña para devolver la rutina del saludo parecía funcionar.
—¿Le gusta que lo saluden? —preguntó Rione en un tono neutro—. Parece que ahora los saludos son mucho más habituales.
Geary negó con la cabeza.
—No lo necesito para mi ego, si es esa su pregunta. Es lo que implica el saludo, señora copresidenta, un nivel de disciplina que creo que beneficia a la flota.
No añadió en voz alta que pensaba que la flota necesitaba desesperadamente tal disciplina si quería mantenerse unida y vencer los intentos síndicos por destruirla. El abismo que había entre un saludo y llevar a la flota de vuelta a casa a salvo parecía gigantesco, pero Geary creía que existía una conexión.
Hasta que llegaron al muelle del transbordador Geary no cayó en la cuenta de que aquella era su primera visita allí desde que había sido citado en el compartimento del malogrado almirante Bloch cuando ese oficial se fue para negociar con los síndicos. Había recorrido casi todos los rincones del
Intrépido
, de modo que debió de haber evitado ese lugar inconscientemente. Geary intentó recordar cómo se había sentido entonces, con el hielo inundándolo mental y emocionalmente, y sintió alivio por haber logrado sobreponerse a tantas cosas bajo la presión se verse al mando. O, quizá, pese a la presión de verse al mando. Pero ahora podía estar allí sin que el fantasma del almirante Bloch le suplicara a Geary que salvara lo que quedaba de la flota.
Miró a la capitana Desjani, que se encontraba a su lado, esperando a que los transbordadores desembarcaran a sus pasajeros. Acostumbrado a su gesto sombrío por la presión del mando, que solo demostraba algo de regocijo ante la destrucción de las naves síndicas, ahora parecía distinta. La perspectiva de ver a los prisioneros liberados le había conferido una poco frecuente actitud de simple felicidad.
—¿Tanya? —Desjani lo miró con sorpresa. Geary casi nunca usaba su nombre de pila—. Solo quería decirle que me alegro de que el
Intrépido
sea mi buque insignia. Es una gran nave y usted es una gran oficial al mando. Su habilidad y su apoyo significan mucho para mí.
Desjani se sonrojó, azorada.
—Gracias, capitán Geary. Como bien sabe, desde que lo encontramos me he alegrado mucho de su presencia.
Él asintió con una leve sonrisa medio burlona. Desjani se hallaba entre aquellos que creían firmemente que las estrellas lo habían enviado a la flota para salvar a la Alianza cuando más lo necesitaba. Geary pensaba que nunca se sentiría cómodo con tal nivel de confianza y de crédito hacia él. A decir verdad, compartía el temor de Victoria Rione de que si alguna vez empezaba a sentirse cómodo con toda esa idolatría del héroe, entonces estaría encaminado a convertirse en un peligro aún mayor para la flota que los propios síndicos.
Como si le estuviera leyendo el pensamiento, la copresidenta Rione le habló educadamente.
—En efecto, tenemos suerte de tener al capitán Geary al mando.
Los transbordadores del
Intrépido
oscilaron en el muelle de embarque como si de enormes y desgarbadas criaturas vivas se tratara. No era de extrañar que en la jerga actual de la flota se hiciera referencia a los transbordadores con el nombre de «pájaros». Las compuertas exteriores del hangar se cerraron y se abrieron las interiores, y pasado un instante, las rampas de los transbordadores se bajaron.
Los marines asignados al
Intrépido
desembarcaron en primer lugar con movimientos rápidos para adoptar la formación y presentar armas en señal de respeto. Luego el grupo de prisioneros recién liberados que habían sido asignados al
Intrépido
empezaron a salir de los transbordadores mirando a su alrededor como sin creerse que aquello estuviera sucediendo realmente, como si esperaran despertar de un momento a otro para encontrarse de nuevo condenados a un confinamiento de por vida en un miserable mundo síndico alejado de cualquier posible esperanza de rescate. Todos ellos estaban delgados, solo algunos llevaban puestos sus uniformes intactos, mientras que la mayoría tenían que conformarse con lo que parecían ropas civiles desechadas.
La capitana Desjani estaba hablando a través de su unidad portátil de comunicación.
—A todos los tripulantes del
Intrépido,
el personal de la Alianza que hemos liberado va a precisar uniformes. Los animo a todos a que contribuyan con todo aquello de lo que puedan prescindir. —Miró a Geary—. Los equiparemos como es debido, señor.
—Estoy seguro de que lo agradecerán —aceptó Geary imaginando que ese mismo procedimiento se estaría llevando a cabo en el resto de la flota en ese mismo instante.
Geary oyó como la capitana Desjani dejaba escapar una exclamación de asombro mientras uno de los antiguos prisioneros desfilaba.
—¿Casell?
Un hombre avejentado con galones de teniente cosidos a una chaqueta ajada se volvió al oír el nombre y fijó sus ojos en Desjani.
—¿Tanya? —Un instante más tarde, los dos se estaban abrazando—. ¡No me lo puedo creer! ¡La flota aparece por aquí y tú estás con ellos!
—Pensaba que habías muerto en Quintarra —exclamó Desjani. Para desconcierto de Geary, la capitana con voluntad de hierro del
Intrépido
parecía estar tragándose las lágrimas.
—No —negó Casell—. La mitad de la tripulación sobrevivió, los síndicos nos apresaron a todos.
Por fin sus ojos se fijaron en el uniforme de Desjani, se quedó boquiabierto y dio un paso atrás.
—¿Capitana? ¿Eres capitana?
Desjani sonrió.
—Ha habido muchas promociones en el frente. Esta es mi nave. —Se volvió hacia Geary—. Señor, este es un viejo amigo, el teniente Casell Riva.
Geary sonrió a modo de saludo al tiempo que le tendía la mano. Después de todos los oficiales veteranos demasiado jóvenes que Geary había visto, fruto de las terribles pérdidas en combate tras combate que habían obligado a la flota a llevar a cabo promociones a toda prisa, se le hacía raro conocer a un oficial de menor antigüedad tan mayor. Pero en los campos de trabajo no había promociones.
—Es un placer, teniente. Me alegro de tenerlo a bordo. Soy el capitán John Geary, comandante de la flota.
El teniente Riva, aún conmocionado por el recién descubierto rango actual de su vieja amiga, estrechó automáticamente la mano de Geary aparentemente un instante antes de que las palabras de este hicieran mella.
—¿Ha… ha dicho capitán John Geary, señor?
Desjani sonrió con orgullo y el rostro iluminado.
—Capitán John
Black Jack
Geary. Está vivo, Casell. Es nuestro comandante. Va a llevar a esta flota a casa.
El semblante de Riva adoptó el gesto que Geary había aprendido a detestar, una mezcla de pasmo, incredulidad y asombro.
—Pues claro —exhaló Riva—. Uno de los marines dijo que el capitán Geary había traído a la flota hasta aquí y pensábamos que hablaba en sentido figurado. Pero es verdad.