Ella lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué le sugiere acerca de nuestro enemigo que no supiera ya?
—Me sugiere que los síndicos piensan. Me sugiere que están procediendo con inteligencia, como cuando engañaron a esta flota para que fuera al sistema interior síndico a través de la hipernet para que se adentrara en una emboscada que pondría fin a la guerra.
—Lo cual habría funcionado de no haber sido por la inesperada presencia del héroe del siglo de la Alianza, el capitán
Black Jack
Geary —declaró Rione medio en broma—. Hallado en los límites del deceso final en una cápsula de salvamento perdida, como un antiguo rey que resucita milagrosamente para salvar a su pueblo cuando este más lo necesita.
Él la miró con un mohín.
—A usted le resulta divertido porque no tiene que vivir con el hecho de que la gente crea que usted es esa persona.
—Le he dicho que usted es esa persona. Y no, no lo encuentro divertido en absoluto.
A Geary le habría gustado comprenderla mejor. Desde que había sido rescatado, se había encontrado inmerso en el ambiente militar de la flota y se había llevado una desagradable sorpresa al ver algunos cambios culturales que habían tenido lugar a lo largo de un amargo siglo de contienda. Pero su único contacto con la cultura civil de la Alianza era Victoria Rione, y ella le ocultaba muchas cosas. No habría podido valorar cuánto habían cambiado las cosas en casa y en qué dirección, y realmente quería saberlo.
Pero no
es
muy probable que Rione me ayude a entender mejor la cultura civil de la Alianza si piensa que podría usar
esos
conocimientos para convertirme en una amenaza aún mayor para el Gobierno de la Alianza. Quizás algún día confíe en mí lo suficiente como para relajarse respecto a eso.
Geary se inclinó hacia delante en su asiento para manejar los controles de la mesa que había entre los dos, que seguían siéndole un poco ajenos, incluso después de pasarse meses en aquel camarote. Se abrió una imagen de Sutrah junto a una representación de sus estrellas cercanas.
—Vamos a atravesar el resto de su sistema con mucho cuidado. Supongo que los síndicos habrán desplegado campos de minas similares cerca de los demás puntos de salto, pero, ahora que sabemos cómo buscarlos, podemos detectarlos y evitarlos.
Rione señaló unos símbolos en el visualizador.
—¿Dos bases militares síndicas? ¿Alguna de ellas supone una amenaza?
—Por lo que se aprecia, no lo creo. Parecen estar obsoletas. Es lo que se puede esperar en un sistema que no se encuentra en la hipernet síndica.
Dejó que sus ojos se detuvieran sobre la imagen de las bases síndicas mientras pensaba en la hipernet, que tanto había cambiado las cosas desde lo que él contemplaba como su época. Mucho más veloz que el método de salto entre sistemas, más rápido que la luz, y con un radio ilimitado entre las puertas hipernéticas, había revolucionado el viaje interestelar y había provocado que incontables sistemas estelares se marchitaran lentamente, como flores cortadas, cuando se juzgaba que no eran lo bastante especiales como para justificar el gasto de la puerta.
Geary marcó la clave de actualización y la última información relativa al sistema Sutrah se desplegó. La única modificación afectaba a la posición de la luz de los buques de guerra síndicos, que habían atraído a sus cuatro naves hacia el campo de minas. Aquellos síndicos seguían alejándose de las fuerzas de Geary a una velocidad que rayaba las dos décimas de la velocidad de la luz. Habían estado acelerando tan rápido que sus compensadores de inercia debían de estar muy sobrecargados y sus tripulaciones debían de estar clavadas a sus asientos. Ir a por ellos sería inútil, pues ellos podían limitarse a seguir adelante, mientras que la flota de la Alianza, antes o después, tendría que proceder hacia uno de los puntos de salto que la sacara de Sutrah; pero Geary todavía sentía una punzada de rabia al ver las naves síndicas, aunque sabía que en este caso no cabía la venganza.
Pero la emboscada síndica lo tenía preocupado por otras razones. Rione parecía no haber captado sus implicaciones. La supervivencia de la flota de la Alianza dependía de que Geary tomara las decisiones adecuadas y de que los mandos síndicos tomaran las equivocadas. Si los síndicos habían perdido su exceso de confianza y habían empezado a planear las cosas con cuidado, entonces hasta los mejores movimientos de Geary podían fallar a la hora de mantener la flota al menos un paso por delante de las fuerza síndicas, que eran lo bastante fuertes como para asestar un golpe mortal a la flota de la Alianza.
No obstante, incluso los pequeños golpes contaban. De entre los cientos de navíos con los que contaba la flota de la Alianza, los cuatro que aquí se habían perdido no eran decisivos. Pero, con el tiempo, la flota podía ser picoteada hasta morir si sufría esas pérdidas en cada una de las estrellas, y quedaban un montón de estrellas entre la flota y su hogar.
Echó una ojeada al visualizador deseando que Sutrah estuviera mucho más cerca del espacio de la Alianza, deseando que Sutrah hubiera desarrollado milagrosamente una puerta hipernética libre de vigilancia. Joder, ya que se ponía, ¿por qué no desear también haber muerto en aquella nave hacía un siglo para no tener que estar ahora al mando de esta flota, con tantas vidas y naves bajo su responsabilidad?.
Anímate, Geary. Cuando te descongelaron tenías todo el derecho a estar deprimido, pero ahora eso
ya
es agua pasada.
El intercomunicador reclamó su atención.
—Capitán Geary, hemos avistado algo importante. —La voz de la capitana Desjani contenía un sentimiento que no pudo identificar.
—¿Importante? —Estaba seguro de que si se trataba de alguna amenaza, lo habría dicho directamente.
—En el quinto mundo del sistema. Parece un campo de trabajo. Geary le lanzó una mirada a Rione para ver cómo recibía ella la información, pero tampoco pareció considerarla nada extraordinario. Los Mundos Síndicos tenían muchos campos de trabajo porque los Mundos Síndicos dedicaban grandes esfuerzos a tratar con enemigos internos, reales o imaginarios.
—¿Tiene algo de especial?
Esta vez detectó claramente la tensión en la voz de Desjani.
—Estamos registrando comunicaciones desde el campo que indican que retienen a prisioneros de guerra de la Alianza.
Geary se quedó mirando la representación del quinto mundo del sistema Sutrah. A nueve minutos luz de su estrella, aún por encima de las cuatro horas luz de la flota de la Alianza. No había esperado tener que acercarse a ningún mundo habitado de este sistema, no había previsto retrasos.
Al parecer tendría que cambiar de planes.
Odio estas reuniones,
pensó Geary por centésima vez, lo cual tenía su mérito, ya que hasta entonces solo había tenido que asistir a unas cinco. En la sala de juntas, la mesa de negociación tenía pocos metros de largo, pero gracias a la red de comunicaciones que interconectaba las naves de la flota y a las últimas tecnologías de presencia virtual, ahora la mesa parecía alargarse en la distancia, asiento tras asiento, ocupada por los comandantes de sus naves. Aparentemente los oficiales más veteranos eran los que se sentaban más cerca de Geary, pero solo con mirar a alguno de los oficiales, por muy alejado que estuviera de él en la mesa, este se adelantaba desplegando a su lado una útil información identificativa.
Por supuesto, las reuniones se caracterizaban por tener un ritmo extraño. La flota había adoptado una formación más compacta para poder celebrar la reunión, pero debido a las limitaciones impuestas por la velocidad de la luz sobre las comunicaciones, las naves más alejadas seguían estando a una distancia de veinte o incluso treinta segundos luz. Se trataba de las naves más pequeñas y con los comandantes más jóvenes; de ellas, por supuesto, se esperaba que observaran y aprendieran, y que mantuvieran el pico cerrado, de modo que la naturaleza retardada de su interacción tenía una incidencia mínima. Pero incluso para las naves más cercanas, se podía dar un retraso de varios segundos entre pregunta y respuesta, por lo que los participantes habían aprendido a hablar, callar, hablar, callar, dejando tiempo para que llegaran las interjecciones y los comentarios.
El capitán Numos, comandante al frente de la
Orión
, estaba mirando fijamente a Geary con desdén; sin duda todavía debía de estar furioso por su pobre actuación en Kaliban, de la cual, evidentemente, Numos culpaba a Geary más que a sí mismo. Muy cerca de Numos se sentaba la capitana Faresa, de la
Majestuosa,
con una expresión tan avinagrada como de costumbre. Geary se preguntaba cómo podía ser que Faresa no consiguiera disolver la superficie de la mesa con solo mirarla. En un reconfortante contrapunto a estos dos, el capitán Duellos, de la
Osada,
se recostaba en su silla, aparentemente relajado pero con los ojos en guardia, y el capitán Tulev, de la
Leviatán,
permanecía sentado impasible, clavando una mirada de despecho en Numos y Faresa. Más abajo, la aguerrida comandante Crésida, de la
Furiosa,
sonreía abiertamente ante la perspectiva de una nueva acción, mientras que no muy lejos de ella, se sentaba la coronel Carabali, la marine viva más veterana de la flota, otra oficial capacitada y cumplidora.
Sentada junto a Geary estaba la capitana Desjani, la única persona físicamente presente en la abarrotada sala además de él. La copresidenta Rione había excusado su asistencia, pero Geary sabía que los oficiales de las naves de la Federación Rift y la República Callas le facilitarían a Rione un informe completo de todo lo que allí sucediera. Él sospechaba que quería evitar estar allí en persona para ver qué decía él en su ausencia.
Geary asintió con brusquedad hacia los oficiales congregados.
—Antes que nada, presentemos nuestros respetos a las tripulaciones de los destructores;
Doblefilo, Estilete
y
Mazo
y a la del crucero
Blindado,
que están al abrigo de sus antepasados tras perecer en cumplimiento de su deber y en defensa de sus hogares y familias.
Se sintió algo hipócrita al no añadir una denuncia por el comportamiento que había conducido a esos navíos a la muerte, pero tal comentario parecía estar fuera de lugar.
—¿Estamos seguros de que no hubo supervivientes? —preguntó alguien.
Geary le hizo un gesto al comandante del segundo escuadrón de destructores, que se aclaró la garganta y adoptó una actitud grave al contestar.
—Hemos llevado a cabo una búsqueda exhaustiva. Las únicas cápsulas de salvamento localizadas estaban todas gravemente dañadas e inactivas.
Numos habló con dureza.
—¡Teníamos que haber perseguido a esos síndicos y haberles hecho pagar por destruir nuestras naves y matar a sus tripulaciones!
—¿Y cómo les habría dado caza usted? —quiso saber Duellos en un tono cansino que transmitía un claro desdén.
—Una persecución a gran escala en máxima aceleración, por supuesto.
—Hasta el oficial más joven de la flota sabe que las leyes de la física no nos permitirían dar alcance a esas naves sin perseguirlas prácticamente hasta la siguiente estrella y quemando casi por completo todo nuestro combustible en el intento.
La capitana Faresa intervino con un tono amargo.
—Un oficial de la flota de la Alianza no debería rendirse antes de empezar. «Intenta lo imposible y lo conseguirás.»
El modo en que se pronunció la cita sonó tristemente familiar. Geary miró a la capitana Desjani, que le dedicó un gesto de asentimiento incapaz de contener una mirada de orgullo. Otra «cita» de
Black Jack
Geary, completamente sacada, sin duda alguna, de contexto, si es que alguna vez la dijo, y utilizada para justificar cosas que el auténtico
Black Jack
nunca habría apoyado y que de ningún modo apoyaba ahora.
—Tendré que comprobar cuándo dije eso y qué quise decir —respondió en voz baja—. Pero estoy completamente de acuerdo con el capitán Duellos. La persecución habría sido en vano. Tengo que asumir la responsabilidad sobre toda esta flota por encima de mis deseos de venganza, y espero de cualquier otro oficial que haga lo mismo.
—¡La flota se ha acostumbrado a esperar que el buque insignia marque el camino de la batalla! —afirmó Faresa como si de alguna forma eso confirmase sus argumentos.
Geary se guardó un malicioso comentario.
Solo porque la flota se haya acostumbrado a esperar la estupidez, eso no significa que yo tenga que ser un estúpido.
Pero Desjani respondió por él, con el orgullo claramente ofendido ante un insulto velado dirigido contra su nave tanto como contra Geary.
—El
Intrépido
estaba en el centro de la formación en Kaliban, justo el lugar al que los síndicos dirigieron su ataque —señaló Desjani en un tono frío y formal.
—Sí —convino Geary.
Aunque, para ser sinceros, debido a la disposición adoptada
en
la batalla, con el potencial de fuego de mi flota concentrado en el objetivo de ataque síndico, esa posición era probablemente la más segura para el Intrépido
. Pero eso no lo dijo. No lo hizo porque sabía que tenía que mantener a salvo al
Intrépido
durante todo el regreso a casa, al espacio de la Alianza, o las tradiciones de la flota estarían condenadas. El
Intrépido
todavía llevaba a bordo la llave hipernética de los síndicos, aunque muy pocos lo sabían, aparte de Geary y la capitana Desjani. Incluso si se perdieran todas las demás naves de la flota, regresar al espacio de la Alianza con la llave les daría una ventaja crucial sobre los síndicos. No es que Geary pretendiera sacrificar todas las naves, si es que existía otro modo de llevar al
Intrépido
de regreso.
Numos parecía dispuesto a añadir algo más, de manera que Geary señaló con el dedo el visualizador del sistema Sutrah que flotaba sobre la mesa de juntas.
—No tenía intención de molestarme en desviarme del rumbo en este sistema para negociar con los mundos habitados, pero, como ya habrán oído, hemos sabido algo que altera esos planes. Tenemos indicios de que hay un campo de trabajo en el quinto mundo que confina a prisioneros de la Alianza.
—¿Indicios? —preguntó el capitán Tulev con sagacidad—. ¿No cree que sean ciertos?
Geary tomó aire.
—Ya nos han engañado una vez en este sistema. A lo síndicos les habría resultado muy fácil falsificar el tránsito de mensajes que hace pensar que hay personal de la Alianza en ese campo. —Podía sentir cómo aumentaba la rebelión a su alrededor—. Tengo la intención de ir allí y cerciorarme. Pero debemos permanecer alerta ante una nueva emboscada.