Me presento con el informe que él elaboró, como cada año, en 2007, un año antes de dejar, ya en 2008, su puesto en el BPI para presidir el Comité de Desarrollo Económico y Supervisión de la OCDE. El informe precede en un mes el estallido de los primeros síntomas de la Gran Recesión, en agosto de 2007.
La idea que me transmite su asistente, Jocelyne Amourette, es la de mantener una conversación y luego cenar en un restaurante cercano. Si hay alguien que tiene mucho que decir sobre el origen de la crisis y sus perspectivas, ese es Bill White. En la pequeña sala próxima a la recepción, desierta al caer la noche de este domingo de noviembre, pongo sobre la mesa varios documentos. White reconoce uno de ellos, el informe del BPI.
—¿Recuerda la conclusión del informe anual del Banco de Pagos Internacionales del 25 de junio de 2007?
—Sí, claro.
—Decían ustedes: «Virtualmente nadie predijo la Gran Depresión de los años 30, o la crisis de Japón y el sudeste de Asia a principios y finales de los años noventa. De hecho cada recesión ha estado precedida por un periodo de crecimiento exuberante no inflacionista suficiente como para que los comentaristas sugieran que una
Nueva Era
ha llegado».
—En efecto, pero debo añadir que ya hacíamos advertencias en nuestros informes de 2005 y 2006. A menudo, por no decir casi todos los días, me pregunto cómo es posible que la gente pueda predecir los problemas mientras los está viendo venir y que al mismo tiempo nadie esté dispuesto a escuchar.
—L a versión publicada es que nadie ha previsto esta crisis, y no la que usted acaba de subrayar, la de que nadie ha querido escuchar.
—Así es. Es que no todos la han previsto. Y, claro, todos los animales son iguales, pero sabemos que algunos son más iguales que otros. Es decir: tenemos gente como Alan Greenspan [presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006], Ben Bernanke [miembro de la Reserva Federal entre 2002 y 2005 y presidente desde 2006], Alan Blinder [vicepresidente de la Reserva Federal en 1994 y 1996] y académicos norteamericanos respetados en todo el mundo que dominaban el pensamiento y para quienes la situación era básicamente sana. Su explicación era que todo estaba bajo control porque la inflación había sido dominada. Y luego te encuentras con tipos como yo, que no tienen la misma reputación académica o intelectual o las conexiones políticas, bueno ya sabes… Quiero decir que las personalidades importan mucho… Pero también está lo que llamaría «el paradigma». Porque Alan Greenspan no es un estúpido. Uno de los miembros de la Reserva Federal, Edward Gramlich, le venía advirtiendo desde el año 2000 sobre los problemas de los préstamos hipotecarios
subprime
y los préstamos para la vivienda en general bajo el paraguas de lo que el presidente Bush llamaba la
ownership society
o sociedad de propietarios. Y Greenspan, y la otra gente que estaba presente en la Reserva Federal, en Washington, le oyeron pero no le escucharon. No son tampoco estúpidos. Tenían una idea, un credo, si el mercado funciona es que tiene que estar bien.
—Es decir, podríamos concluir que una crisis como la que estamos viviendo, una recesión que no pertenece a la variedad de recesiones más o menos cíclicas conocidas en las últimas décadas, no estaba en el mapa.
—Sí, dicho simplemente, desde ese punto de vista ideológico, por llamarlo de alguna manera, estas crisis ya no tenían sitio. Había llegado, como dice nuestro informe del 25 de junio de 2007, una
Nueva Era.
Por eso, cuando te planteas cómo vamos a evitar que esto vuelva a ocurrir llegas a la conclusión de que no es una cuestión de reemplazar a unas personalidades por otras. Es cuestión de cambiar el paradigma, es decir, el pensamiento dominante.
—Pero quizá, además del credo, por aquello de que la «consciencia social determina la existencia» ha habido lo que un Premio Nobel de Literatura español llamaría «intereses creados».
—Sí, es el otro gran motivo que explica la razón por la que nadie quiso escuchar: la cantidad enorme de dinero que hizo mucha gente durante estos años. A nadie le interesa preguntar si un ciclo alcista puede durar o cuestionar la lógica cuando puedes ganar gran cantidad de dinero. Y la verdad es que esto nos ha llevado a la peor crisis económica desde los años treinta del siglo pasado.
—Usted creía, ya en 2003, que se podían hacer algunas cosas para evitar la espiral especulativa provocada por el crédito barato. Por ejemplo, subir los tipos. Claro que eso era ir contra la idea de Greenspan de que no se puede saber nunca cuándo estás frente a una burbuja y que pincharla puede ser un remedio peor que la enfermedad.
—Recuerdo, en efecto, que Claudio Borio, subdirector del departamento económico y monetario del BPI, y yo elaboramos un trabajo para la reunión anual que convoca cada mes de agosto la Reserva Federal de Kansas City en Jackson Hole, Wyoming, en 2003. La idea era que las autoridades podían poner en práctica políticas prudenciales o preventivas ante la acumulación de desequilibrios financieros mediante una política monetaria restrictiva [subida de tipos de interés] aún cuando las presiones inflacionistas no fuesen evidentes en el corto plazo. Allí decíamos que el objetivo de hacer esa política restrictiva no debía ser entendido como un intento de extirpar quirúrgicamente una «burbuja», lo que dejaría la economía real intocada. Eso no sería realista. Los desequilibrios financieros están estrechamente vinculados a la economía real. Contribuyen y reflejan desequilibrios subyacentes que amenazan el crecimiento sostenido. En ausencia de inflación abierta son síntomas de recalentamiento encubierto. El objetivo del endurecimiento monetario precisamente es desacelerar la economía a corto plazo para evitar una contracción más costosa en el camino hacia abajo.
Ya habíamos profundizado la dinámica de los que oyen pero no escuchan. Ahora que estaba de moda hablar de la salida de la crisis, White era igualmente realista.
—Con todo, ya está de moda hablar de «planes de salida» de la crisis…
—Sí, es una moda, pero, ¿qué se puede decir? Es un verdadero enigma dentro de una paradoja. Unos dicen: no tienes que ir muy rápido y quitar los estímulos fiscales. Otros replican: tampoco tienes que ir demasiado lento. ¡Muy bien, muchas gracias! Porque, ¿cuál es el criterio para saber lo que se debe hacer?
White ha mencionado a Edward Grämlich. Este profesor de economía de la Universidad de Michigan entra en la Reserva Federal en 1965 y permanece hasta 1970. Más tarde, en 1997, el presidente demócrata Bill Clinton le nombra miembro del consejo de la Reserva Federal, y vuelve entonces como presidente de la comisión del consejo para temas de consumo y comunidad. Desde el consejo, Grämlich sigue de cerca el crecimiento de los préstamos
subprime.
Ya en el año 2000, le sugiere a Greenspan, en privado, que la Reserva Federal debe controlar lo que llama las «prácticas de crédito depredador». «Le propuse enviar equipos de inspectores a las entidades que originaba y distribuían estos préstamos. La Reserva Federal podía usar su autoridad discrecional para enviar a supervisores a las sucursales dedicadas a préstamos de consumo e hipotecas. Como sabía que era un tema polémico por la posición contraria de Greenspan a aumentar toda regulación bancada, se lo sugerí en privado en lugar de llevarlo a la reunión del consejo. Pero lo rechazó», recordará el 9 de junio de 2007 en declaraciones a la prensa.
En concreto, Grämlich entiende que «hay ciertas cosas que hacen las entidades de préstamo sin supervisar que un inspector de la Reserva Federal no pasaría por alto, como, por ejemplo, no tener en cuenta los impuestos y seguros, dejar sin verificar los ingresos del solicitante del crédito o determinar que el cliente tiene capacidad para reembolsar el crédito. Greenspan argumentaba, en cambio, que hay un gran número de pequeñas instituciones, algunas en los márgenes de la falta de escrúpulos, muy difíciles de coger cuando hacen algo malo. «Hubiese sido un enorme esfuerzo para nosotros ir a auditar cómo actúan al analizar las solicitudes de hipotecas y no parece estar claro que hubiésemos encontrado algo interesante sin poner en riesgo la disponibilidad de los créditos
subprime»,
replica ante la sugerencia de más inspecciones.
Los préstamos
subprime
pasan de 35.000 millones de dólares, menos del 5 por ciento de todos los créditos hipotecarios en 1994, a 625.000 millones de dólares, un 20 por ciento del total en 2005. Un aumento del 26 por ciento anual durante una década. En 2005, el 52 por ciento de las hipotecas
subprime
habían sido concedidas por compañías que carecían de supervisión federal, en gran parte intermediarios y entidades financieras exclusivamente dedicadas a ello; 23 por ciento por bancos y cajas de ahorro, y 25 por ciento por compañías financieras de bancos y cajas, incluyendo unidades de holdings bancarios.
En agosto de 2007, fuera de la Reserva Federal desde 2005, enfermo de leucemia, Gramlich se compromete a preparar una ponencia para el simposio anual de Jackson Hole. Greenspan ya ha dejado la Reserva Federal en 2006. Gramlich prepara su intervención, pero su enfermedad le impide asistir a la reunión. El 31 de agosto, su colega David Wilcox, miembro de consejo de la Reserva Federal, lee el trabajo.
«¿Por qué los productos de créditos de más alto riesgo se han vendido a los clientes menos sofisticados? La pregunta se contesta por sí misma: los prestatarios menos sofisticados son probablemente timados para que compren estos productos».
Gramlich muere apenas una semana más tarde, el 5 de septiembre de 2007, a los 68 años.
A lo largo de la cena en una
brasserie
del 16.°
arrondissement
de París este domingo 1 de noviembre de 2009, en cierto momento, Bill White, me dice en tono de confidencia de que aparte del seguimiento de la crisis, sus ideas se basan en una experiencia personal con la contratación de una hipoteca para cambiar de casa y las difíciles consecuencias que ello ha tenido para su vida y la de su esposa.
Salgo, pues, con varias claves que White ha descrito. Primera, el pensamiento dominante de los que deciden no contempla una crisis como la actual; segunda, muy vinculada a la primera, la cantidad enorme de dinero que hizo mucha gente durante estos años; y tercera, lo que se ha armado en veinte años exige mucho tiempo para superar. En el sistema del euro, equivalente al patrón oro de los años treinta, ello implica una compresión salarial significativa en países como España. Y aún así, si países con moneda propia y un banco central que actúa como banquero del Gobierno, como es el caso del Reno Unido, no logran superar su crisis, el ajuste tampoco es ninguna garantía para España.
Los esfuerzos de Edward Gramlich en la Reserva Federal de Estados Unidos por prevenir, a partir de 2000, la formación de la burbuja de la vivienda y del crédito fracasan estrepitosamente.
¿Qué es, por su parte, lo que sabían las autoridades reguladoras por esas misma fechas en España? A partir de 1997, precisamente, comienza el
boom
inmobiliario y de la construcción en España. Al seguir la evolución de los precios de la vivienda, la importancia de los promotores inmobiliarios y los volúmenes de la construcción, las autoridades económicas y los organismos reguladores comienzan a detectar un fenómeno recurrente en la economía española: la burbuja. Una parte importante del precio está vinculada a una dinámica especulativa: la expectativa de subidas futuras. La liberalización del suelo que declara, a partir de 1998, la urbanización masiva, es la levadura que nutre la burbuja. Pero las autoridades pretenden aprovechar las consecuencias políticas y sociales beneficiosas de la burbuja (incremento del empleo, aumento del efecto riqueza y recaudación fiscal) sin considerar sus consecuencias a medio y largo plazo.
Pero la palanca es el dinero barato. Y llega el 6 de marzo de 2003 con una segunda reducción de los tipos de interés en cuatro meses. El consejo de gobierno del BCE reduce los tipos de interés desde el 2,75 por ciento establecido tres meses antes, en diciembre de 2002, al 2,50 por ciento, llevando así el nivel de los tipos de corto plazo al mes de abril de 1999.
La razón de verdad de esta bajada es el estancamiento de la Eurozona, que está creciendo solo al 1 por ciento, y, sobre todo, la incapacidad de Alemania para recuperarse del estallido de la burbuja tecnológica
dot-com
que se traslada a la economía real, con una subida récord del desempleo hasta los 4,7 millones de parados, la más elevada de los últimos cinco años.
Tanto el Gobierno alemán del canciller Gerhard Schroder como la Francia que preside Jacques Chirac violan el Pacto de Estabilidad y Crecimiento del Tratado de Maastricht (déficit del 3 por ciento del PIB y deuda pública del 60 por ciento del PIB), y son objeto de un procedimiento por déficit excesivo que abre el entonces comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Pedro Solbes. Alemania rechaza, pues, salir de la crisis mediante estímulos fiscales. Y Francia quiere tipos de interés más bajos. El BCE se pone manos a la obra. La baja de los tipos provoca la depreciación del euro, que tanto necesita Alemania para exportar. Más tarde, en noviembre de 2003, se suspenderá la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
En la rueda de prensa del 6 de marzo, el presidente del BCE, el holandés Wim Duisenberg, explica que la bajada de tipos se justifica porque la estabilidad de los precios ha mejorado en los últimos meses por la debilidad del crecimiento económico. El vicepresidente del BCE, el griego Lucas Papademos, se sonríe al seguir las preguntas y respuestas, lo que despierta la curiosidad de los medios por saber si discrepa de las proyecciones económicas del economista-jefe del BCE, Otmar Issing.
—Me gustaría decir que no hay tensiones entre el señor Issing y yo. En ocasiones discrepamos. Creo que suele preferir un Burdeos y yo Borgoña. Esto puede complicar a veces las decisiones en el Consejo sobre qué vino elegir para la comida. Pero eso es todo.
Como gobernador del Banco de España, Jaime Caruana está presente en estas reuniones mensuales. Y, por tanto, ha participado en la decisión de rebajar los tipos de interés. Sabe que sus consecuencias para la economía española pueden ser muy contraproducentes.
En tres meses el BCE volverá a reducir los tipos para ayudar a salir de la recesión a Alemania. El 5 de junio de 2003, en efecto, Duisenberg y Papademos bajan el pulgar y ordenan una rebaja de medio punto más, para dejarles en el 2 por ciento. La salida de la recesión alemana bien vale una burbuja en otros países de la Eurozona. Como España e Irlanda.