Ingenieros del alma (19 page)

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Authors: Frank Westerman

Tags: #Ensayo,Historia

BOOK: Ingenieros del alma
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Paustovski centró su guión en la batalla por el agua potable. Su héroe cinematográfico es el director rojo del complejo químico, un veterano de guerra, hombre firme y con un sentido de la justicia muy desarrollado. Este «Miller» se las tendrá que ver con inesperados contratiempos a los que se enfrentará con decisiones sensatas (o con temeridad, cuando no le quede más remedio).

Con el propósito de solucionar el problema de la sed y al mismo tiempo ganarse a los turcomanos para la causa del socialismo, Miller opta por una solución nada convencional: hace que sus ingenieros inventen una máquina «in situ» capaz de desalinizar el agua de mar mediante la energía solar. Aunque todavía técnicamente imposible, el proyecto representa una prueba de fuerza entre las facultades racionales de los bolcheviques y la superstición de los turcomanos. En palabras del guionista: «El hombre soviético capturará el sol en un espejo, tal como los habitantes de las
kibitkas
capturan zorros en un saco». Como es lógico, los nómadas no creen que los recién venidos del norte sean capaces de hacer potable el agua salada del mar Caspio. El reto aceptado acabará convirtiéndose en una muestra de superioridad, y, comparado con los antiguos saqueos de los ejércitos del zar, en un método altamente civilizado de anexionarse la llanura hasta Persia.

—¿Quién les regala a ustedes esta máquina de agua potable? —se dirige Miller al pueblo de camelleros, severo como un pedagogo—. Nosotros, los bolcheviques. Ustedes y sus nietos se acordarán de nosotros para siempre y nos estarán eternamente agradecidos.

Hay que convencer a los nómadas turcomanos de que Stalin es «el nuevo soberano del desierto, cuya sede está en Moscú», y que no pretende someterlos. Todo lo contrario, el dirigente soviético predica «la amistad entre los pueblos».

Pero, en la práctica ¿qué había ocurrido con esa amistad?

Amansoltan Saparova, especialista en historia de la química, a quien yo había conocido en Moscú, me ayudó en mis rastreos. En una carta sellada en Ashjabad me informaba del material original que había empleado Paustovski: los números de la revista
El destello turcomano
correspondientes a dos años. Este semanario, con las hojas sueltas y amarillentas, complemento de la tesis doctoral de Amansoltan acerca de la historia de la industria turcomana del sulfato, era una mina de datos que me permitió comprobar qué dosis de realidad contenían el libro y el guión cinematográfico de Paustovski. Para mi sorpresa, muchos detalles resultaron totalmente ciertos. Aunque Paustovski no llegó jamás a pisar la bahía, es innegable que obró como un investigador concienzudo, no como un novelista fantasioso. Los diálogos y los episodios concretos de su historia los sacó de la cruda realidad, o cuando menos de la vida de los pioneros tal y como se presentaba en
El destello turcomano.

Miller, el protagonista, era un personaje inspirado en Yakov Rubinshtein, el director del complejo químico de Kara Bogaz.

El tal Rubinshtein era un comunista polaco, un veterano de guerra dueño de enormes reservas de energía. Durante la Primera Guerra Mundial y los años de la Revolución había vagado sin descanso por Ucrania y el resto de Europa Central, al igual que Paustovski. Los caminos de ambos hombres se cruzaron en más de una ocasión: los dos estuvieron en la misma época en Kiev y Odessa, pero ni allí ni en la costa del mar Caspio llegaron a conocerse. Paustovski caracterizó a su personaje principal como un pragmático gerente socialista. Sus subordinados lo llamaban «el infatigable», lo que, a la luz de su carácter disciplinado y exigente, no era precisamente un apelativo halagador. Ya desde el «comunismo de guerra» de Lenin, el industrioso Rubinshtein se había mostrado como un pionero de la economía popular soviética, y había sido elegido para la misión Kara Bogaz gracias a su dinámica personalidad.

«Si Rubinshtein no logra extraer nada del desierto turcomano, no lo logrará nadie», se comentaba en Moscú.

Paustovski intentó imaginarse lo mejor que pudo la vida de ese hombre en la lejana bahía.
El destello turcomano
le proporcionó información acerca de los innumerables obstáculos que Rubinshtein tuvo que sortear. Consumo de opio, superstición, subdesarrollo. La sangrante desigualdad entre mujeres y hombres. Para acabar con esto último, el departamento femenino del comité regional del Partido prohibió el uso de la
pirandzha,
el velo que más pesa y más cubre a la mujer. Ya en 1919, en un congreso del Komsomol, la esposa de Lenin llamó al estrado a una muchacha musulmana (uzbeka) y le levantó el velo ostentosamente con un asta de bandera.

Con las «quemas de velos en público» —organizadas por los soviets en las ciudades oasis de Asia Central— como telón de fondo, Paustovski hace entrar en escena a la «viuda Nachar», una mujer repudiada a quien los niños nómadas arrojan estiércol de camello. Mujeres rusas, de carácter resuelto, se apiadan de ella y la envían a Bakú —«vestida a la europea»— como trabajadora textil.

Lógicamente, la moral soviética impuesta por la autoridad se topa con la resistencia de los
tabibs:
los curanderos que velan por las tradiciones. En
La bahía de Kara Bogaz,
Paustovski los describe como «practicantes de métodos curativos bárbaros»; aplican a la gente sangrías casi letales y tratan las quemaduras con «apósitos de orina». El nefasto papel de
los tabibs
no se limita únicamente a la mutilación de sus congéneres, sino que además instigan a los trabajadores de la sal contra los líderes rusos.

Debido a semejantes conspiraciones, el proyecto de someter la extracción de sulfato a un plan sistemático amenaza con fracasar. Los ingenieros han ideado un método para cristalizar la sal de la bahía en unas cubetas de decantación, con el fin de facilitar la extracción del sulfato. Sin embargo, en el Lago número 6, los turcomanos se sublevan: se niegan a excavar un pequeño canal de suministro en una roca de marga. Los vigilantes no entienden por qué, hasta que se descubre que han sido incitados por los
tabibs.
Éstos han lanzado la advertencia de que «Alá cubrirá la tierra con una costra negra» al primer golpe de pico que caiga sobre la roca de marga.

En la película, el aparato para la desalinización del agua de mar es destruido al extenderse el rumor de que el artefacto posee poderes demoníacos.

Según se cuenta en
El destello turcomano,
los estallidos de violencia de ese tipo eran frecuentes. Pero, al igual que Miller en la película, que acaba conquistando el respeto de los naturales de la zona al ganar una carrera de caballos, Rubinshtein no se dejó amedrentar por los ataques vandálicos. Gracias a su carisma, supo atraer y motivar a una gran cantidad de trabajadores. En el verano de 1931, su complejo químico tenía ya contratados a 4.900 trabajadores (mayoritariamente turcomanos y kazacos). Lo cual constituía un éxito si se tiene en cuenta que los soviets, con sus quemas de velos y su colectivización de la agricultura, se habían granjeado en poco tiempo el odio de muchos. Los habitantes de las
kibitkas
que se habían negado a someterse a la autoridad roja —lo que implicaba la entrega del ganado y de la libertad— levantaron sus campamentos y se trasladaron en largas caravanas a Persia y Afganistán. El proceso de despoblación de la República Socialista de Turkmenistán, excepto la costa y los oasis, se convirtió en un secreto a voces.

Figuras como Rubinshtein aún lograron contener en parte el éxodo. Obviamente, el hecho de poder disponer de cientos de voluntarios del Komsomol —jóvenes idealistas procedentes de todas las zonas de la Unión Soviética— le sirvió de ayuda. Éstos animaban a los trabajadores en la excavación de cristales de sal alimentando su espíritu competitivo con la entrega de premios a la sobreproducción y de la «Orden del Camello» a la brigada más lenta. La consecuencia fue que la extracción de sulfato superó todas las expectativas durante los primeros años. Rubinshtein alcanzó la cuota de producción impuesta por el Primer Plan Quinquenal (1928—1933) en un plazo de cuatro años, una proeza por la que el complejo químico de Kara Bogaz fue distinguido con la «Bandera Roja». Durante la celebración de ese acontecimiento, el 17 de octubre de 1932, tal como plasmaron los diarios nacionales, el camarada Rubinshtein fue agasajado por todos.

«Hoy en día las orillas de Kara Bogaz han dejado de ser el centro de superstición de los nómadas», concluyó en su discurso. «Hemos transformado el desierto en una empresa socialista capaz de medirse con otros grandes proyectos de construcción».

La primera vez que supe algo acerca de la suerte que corrió el director rojo fue por una nota a pie de página en la tesis doctoral de Amansoltan:

«Yakov G. Rubinshtein (1895-1938). Arrestado en mayo de 1937. Condenado a "muerte por ejecución" en octubre de 1938 en virtud del artículo 58 ("actividades contrarrevolucionarias") por el Alto Tribunal de jurisdicción Militar de Moscú. Rehabilitado en junio de 1956 "por ausencia de pruebas y falsificación de documentos"».

¿Qué salió mal? Estaba claro que Rubinshtein había sido una de las innumerables víctimas de las «depuraciones» de 1937—1939. Pero ¿cómo era posible que un dirigente soviético caído en desgracia hubiera servido al mismo tiempo de modelo para el héroe de una película socialista-realista?

Envié una postal a la dirección de Amansoltan en Ashjabad preguntándole si sabía de la suerte que había corrido este infortunado polaco. Me contestó que en el pasado sólo le habían permitido ver «la prueba de su rehabilitación», pero que existía todo un expediente sobre su persona, que hoy en día probablemente podría consultarse sin problemas.

No era así para un extranjero como yo. Recurrí entonces a una lingüista rusa de la Universidad Pública de Moscú, a quien no pusieron reparo alguno para consultar la carpeta 140527 del Archivo de Historia Social y Política.

El primero de los doce documentos referentes al caso Rubinshtein era un cuestionario («encuesta de directivos») que el director del complejo químico rellenó en septiembre de 1933.

Nacionalidad:
judío

Procedencia (condición social o clase):
hijo de familia burguesa
Afiliación al Partido desde: 1917 Número de carnet de afiliado:
0616978

Cargos ocupados en el Partido:
Miembro del Comité Central de
la Re
pública Socialista de Turkmenistán, Presidente del Comité del Departamento Kara Bogaz

Conocimiento de lenguas extranjeras:
polaco, alemán, inglés con ayuda de diccionario

Actividades revolucionarias anteriores a 1917: participación en el «levitsa», Partido Socialista Polaco declarado ilegal, 1910—1914

Represiones sufridas con anterioridad a 1917 (en relación con las actividades arriba mencionadas);
prisión en Varsovia, Praga, Lublin, Sedlets, Ostrog, Volinsk, Odessa

Un certificado suelto, provisto de sellos y rúbricas, resultó ser un «esbozo psicológico» de Yakov Rubinshtein. Los autores del informe habían señalado dos rasgos personales positivos y uno negativo.

El camarada Rubinshtein se caracteriza por su gran capacidad de disciplina y trabajo. Es una persona de una lealtad incondicional, lo que le hace particularmente apto para ejercer cargos de dirección ejecutiva. Aparte de estas cualidades positivas, su conciencia política (sus conocimientos activos del marxismo-leninismo) deja claramente que desear. Debido a esta debilidad, recomendamos que ejerza sus funciones bajo la supervisión de un director general.

Hasta 1934 no existieron documentos en su expediente que le imputaran falta alguna. Ahora bien, eso no significa que Rubinshtein viviera un período de calma en su cuartel general de la bahía de Kara Bogaz. Desde los récords alcanzados en 1932, los gráficos sobre la producción mostraban una línea descendente y, aunque el director no tuviera la culpa del bajo rendimiento, Moscú exigía sulfato de sodio de alta calidad. No valían excusas.

Según se desprende de los informes de un congreso sobre la sal celebrado en Leningrado, de los que Amansoltan había extraído abundantes citas, al principio Rubinshtein suscitó compasión por las duras condiciones naturales a las que tenía que enfrentarse. Un agrónomo que en nombre de la Academia de Ciencias había llevado a cabo en la bahía unos experimentos con el cultivo de hortalizas y vides, ofreció en una conferencia pronunciada en diciembre de 1933 una visión pesimista del estado de las cosas.

—Cualquier brisa ligera levanta polvo y éste se posa sobre el asentamiento. El polvo salado penetra en los barracones y daña toda clase de maquinaria. La ausencia de árboles —su cultivo fracasó— deprime el ánimo de los colonos. Debido a la falta de hierbas y hortalizas, se propagan toda clase de enfermedades entre los rusos (no así entre los turcomanos y los kazacos), tales como el escorbuto. Si sumamos a ello la escasez de agua potable, que hay que transportar en barco desde Bakú, pueden hacerse ustedes una idea de los suplicios que sufren nuestros pioneros.

El comisario del pueblo más importante de Turkmenistán, el camarada Atabaiev, anunció en un ferviente discurso —en la gélida ciudad de Leningrado oscurecida por la noche polar— la construcción de once fábricas químicas.

—En el pasado, los científicos creyeron que la bahía de Kara Bogaz era una charca sin vida, mas yo digo ahora: la bahía es una tabla de Mendeleiev viva.

Uno de cada tres elementos del sistema periódico del químico Dimitri Mendeleiev —en Rusia más conocido como inspector oficial del vodka— existía en el lago salado en cantidades explotables. Azufre, fósforo, cloro y bromo, pero también metales como el magnesio y el wolframio y materias radioactivas como el estroncio y el radio. El comisario del pueblo turcomano estaba convencido de que el complejo de industrias químicas levantado en Kara Bogaz no sólo fomentaría el cultivo del algodón en Asia Central (mediante la producción de fertilizantes químicos y productos de defoliación), sino que cubriría también las necesidades defensivas de toda la Unión.

Lástima que la explotación no se llevara a cabo al ritmo previsto. En diciembre de 1933 todavía no se había acabado de construir la primera fábrica de procesamiento. A Yakov Rubinshtein le faltaba de todo: cemento, gasóleo, herramientas, alimentos; aunque el problema más acuciante era el agua.

En la película, la sed de los proletarios del desierto adquiere proporciones bíblicas. En uno de los lugares de extracción, un inspector se desvanece víctima de la sed. Pierde el conocimiento. Cuando a continuación se descubre que los depósitos de agua están prácticamente vacíos; los turcomanos se enzarzan en una pelea. Hay empujones y gritos; intentando alcanzar el grifo, las mujeres se golpean las unas a las otras con cuencos de madera y se tiran de las trenzas. Un bebé envuelto en una mantilla queda atrapado en un forcejeo y está al borde de la asfixia.

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