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Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

Islas en la Red (5 page)

BOOK: Islas en la Red
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David iba cubierto de pies a cabeza con suciedad y aserrín. Lo mismo cabía decir de sus compañeros. Con sus camisas de trabajo, sus monos de dril y sus pesadas botas, parecían vagabundos de la Depresión. En realidad los compañeros de David eran un dentista, dos ingenieros marítimos y un profesor de biología, pero las apariencias contaban. Laura agarró el tirante de su mono.

—¿Te vieron entrar los banqueros europeos?

David irradió felicidad paterna mientras sus amigos admiraban la sorprendente nueva habilidad de Loretta en cerrar sus pequeños y sudorosos puñitos.

—Sí, ¿por qué?

—David, apestas.

—¡Un poco de honrado sudor! —exclamó David—. ¿Qué es lo que somos, marxistas? ¡Demonios, nos envidian! Esos meneapapeles luxemburgueses se mueren por un día de honrado trabajo.

La cena con los amigos de David fue un gran éxito. David rompió sus principios y comió langostinos, pero se negó a tocar las verduras.

—¡Las verduras están llenas de venenos! —insistió con voz fuerte—. ¡Están abarrotadas de insecticidas naturales! Las plantas utilizan la guerra química. ¡Pregúntaselo a cualquier botánico!

Afortunadamente, nadie desarrolló el tema. El equipo llamó a sus transportes y se marcharon a sus casas. Laura cerró el Albergue para la noche mientras el personal lavaba y guardaba los platos. David se dio una ducha.

Laura cojeó hasta el piso superior para reunirse con él. Anochecía. El señor Rodríguez arrió las banderas del techo y descendió bamboleándose tres tramos de escaleras hasta las dependencias del personal. Era un viejo estoico, pero Laura tuvo la impresión de que parecía cansado. Había actuado en turno de salvavidas: la maníaca progenie de los canadienses lo había dejado hecho unos zorros.

Laura se quitó las sandalias y colgó su chaqueta y su falda en el armario del dormitorio. Se quitó la blusa, luego se sentó en la cama y enrolló sus medias piernas abajo hasta quitárselas también. Su tobillo herido se había hinchado y presentaba ahora una impresionante tonalidad azul. Estiró las piernas y se reclinó hacia atrás contra la cabecera. Un aireador en el techo se puso en marcha, y una brisa fresca azotó la cama. Laura se sentó en ropa interior, sintiéndose cansada y vagamente sórdida.

David salió desnudo del cuarto de baño y desapareció en la habitación de la niña. Le oyó emitir apaciguadores ruidos de gu-gú. Laura revisó la agenda del día siguiente en su relófono. Su madre se marchaba al día siguiente. Su vuelo a Dallas estaba previsto para inmediatamente antes de que llegaran los granadinos. Laura hizo una mueca. Siempre más problemas.

David salió de la habitación de la niña. Su largo pelo estaba partido por una raya en medio y peinado, mojado, hacia abajo, liso, sobre sus orejas y cuello. Parecía un sacerdote ruso loco.

Se dejó caer en la cama y le dirigió una gran sonrisa de complicidad. Eso lo convertía en un sacerdote ruso loco ansioso de mujeres, pensó Laura con una sensación de hundimiento.

—Un gran día, ¿eh? —Se desperezó—. Muchacha, he trabajado hasta partirme el culo. Mañana estaré baldado. Pero ahora me siento estupendamente. Listo para la guerra. —La observó con una expresión inconfundible en sus ojos.

Laura no estaba de humor. Una sensación de ritual se instaló sobre ambos, una especie de pacto no formulado. El objetivo era hacer que el humor de uno encajara con el tono de la noche. Avinagrarse era una tontería.

Había muchos niveles de juego. Ambos lados conseguían un primer premio si los dos alcanzaban rápidamente el mismo humor, a través de un claro carisma infeccioso. Conseguían un segundo premio si cada uno lograba lo que quería sin sentirse culpable al respecto. Una victoria pírrica era cuando uno conseguía lo que quería pero se sentía abominablemente al respecto. Luego estaban los distintos niveles de ceder: Gracioso, Resignado, y Mártir por la Causa.

Sentirse mal era lo más fácil, y entonces perdían los dos. Cuanto más duraba el ritual, más posibilidades había de estropearlo. Era un juego difícil de jugar, incluso con ocho años de práctica.

Laura se preguntó si debía decirle algo de la Iglesia de Ishtar. Pensar en la entrevista revivió su sensación de repulsión sexual, como la sensación de suciedad que sentía siempre tras ver pornografía. Decidió no mencionarlo esta noche. Seguramente él lo interpretaría mal si pensaba que sus avances la hacían sentirse como una buscona.

Enterró la idea y trató de encontrar alguna otra. La primera punzada de culpabilidad mordisqueó su resolución. Quizá debiera rendirse.

—Me duelen las piernas —dijo.

—Pobre muchacha. —Se inclinó y miró desde más cerca. Sus ojos se abrieron mucho—. Jesús. —Repentinamente, ella se había convertido en una inválida. El humor cambió bruscamente, y el juego terminó. Él se besó la punta de un dedo y depositó ligeramente el beso en la herida.

—Me siento mejor —dijo ella, sonriendo. Se reclinó en la cama y se metió bajo las sábanas, con expresión resignada y pacífica. Eso era fácil. Victoria de primera clase para la Pobre Chiquilla Inválida.

Ahora era ya un exceso, pero decidió mencionar a su madre de todos modos.

—Estaré bien cuando las cosas vuelvan a la normalidad. Mi madre se marcha mañana.

—De vuelta a Dallas, ¿eh? Lástima, estaba empezando a acostumbrarme a la vieja.

Laura le dio una pequeña patada por debajo de la sábana.

—Bueno, al menos no trajo consigo a ninguno de sus odiosos amigos.

David suspiró.

—Eres demasiado dura con ella, Laura. Es una mujer de carrera de la vieja escuela, eso es todo. Había millones como ella…, y hombres también. A su generación le gusta ir de un lado para otro. Viven solos, cortan sus lazos, permanecen libres e independientes. Allá donde pisan, la familia se desmorona. —Se encogió de hombros—. Así que ha tenido tres esposos. Con su aspecto, hubiera podido tener veinte.

—Siempre te has puesto de su lado. Sólo porque le caes bien. —Porque eres como papá, pensó, y bloqueó de inmediato el pensamiento y lo desechó.

—Porque tiene tus mismos ojos —respondió él, y le lanzó un rápido y solapado pellizco.

Ella se sobresaltó.

—¡Cobarde!

—Un gran cobarde —rectificó él con un bostezo.

—Un gran cobarde —admitió ella. David había conseguido quebrar su humor. Se sintió mejor.

—Un gran cobarde que no puede vivir sin ti.

—Eso es lo que tú dices —murmuró ella.

—Apaga la luz. —Se volvió de su lado, apartándose de ella.

Laura tendió la mano para revolverle por última vez el pelo. Apagó las luces con un toque en su muñeca. Apoyó un brazo sobre el dormido cuerpo de David y se deslizó contra él en la oscuridad. Se sintió bien.

2

Después del desayuno, Laura ayudó a su madre a hacer las maletas. Le sorprendió ver la enorme cantidad de cosas que su madre llevaba consigo: cajas de sombreros, frascos de spray para el pelo y de vitaminas y de líquido para lentes de contacto, una cámara de vídeo, una plancha de vapor para la ropa, otra normal, portátil, rulos para el pelo, una mascarilla para dormir, seis pares de zapatos con hormas especiales de madera para impedir que se aplastaran en la maleta. Incluso llevaba un joyero especial para sus pendientes.

Laura tomó un cuaderno de viaje encuadernado en piel.

—Madre, ¿para qué necesitas esto? ¿No puedes simplemente llamar a la Red?

—No sé cómo, querida. Paso tanto tiempo en la carretera…, todas estas cosas son como mi casa para mí. —Guardó los trajes con un suave roce de telas— Además, no me gusta la Red. Nunca me ha gustado ni siquiera la televisión por cable. —Vaciló—. Tu padre y yo solíamos pelearnos por eso. Ahora sería un auténtico fanático de la Red, si viviera.

La idea le sonó ridícula a Laura.

—Oh, madre, vamos.

—Tu padre odiaba la acumulación de cosas. No le importaban las cosas hermosas: lámparas, alfombras, vajillas de porcelana. Era un soñador, le gustaban las abstracciones. Me llamaba materialista. —Se encogió de hombros—. Mi generación siempre tuvo mala prensa por eso.

Laura agitó una mano hacia la habitación.

—Pero, madre, mira todas esas cosas.

—Laura, me gustan mis posesiones y he pagado por todas ellas. Quizás ahora la gente no valore las posesiones como lo hacíamos en el premilenio. ¿Cómo podrían? Todo su dinero se va en la Red. En juegos, o negocios, o televisión…, cosas que llegan a través de los cables. —Cerró la cremallera de su maleta—. Los jóvenes de hoy en día quizá no anhelen un Mercedes o un jacuzzi. Pero lucharán como sesenta por su acceso a los datos.

Laura se mostró impaciente.

—Eso es una tontería, mamá. No hay nada malo en sentirte orgullosa de lo que sabes. Un Mercedes es sólo una máquina. No demuestra nada acerca de ti como persona. —Su relófono zumbó; el transporte había llegado abajo.

Ayudó a su madre a bajar las maletas. Se necesitaron tres viajes. Laura sabía que iba a tener que esperar en el aeropuerto, así que se llevó a la niña consigo, metida en un arnés de viaje.

—Déjame pagar a mí —dijo su madre. Deslizó su tarjeta en la ranura de pago del transporte. La portezuela se abrió con un clic; cargaron las maletas y entraron.

—Buenos días —dijo el coche—. Por favor, indiquen claramente su destino ante el micrófono. —Repitió el mismo aviso en español.

—Al aeropuerto —dijo Laura, hastiada.

—¡…sss…cias! El tiempo estimado del trayecto es de veinte minutos. Gracias por utilizar el Sistema de Tránsito de Galveston. Alfred A. Magruder, alcalde. —El transporte aceleró lentamente, con su pequeño motor zumbando.

Laura alzó las cejas. El discurso del transporte había sido cambiado.

—¿Alfred A. Magruder, alcalde? —murmuró.

—¡Galveston es la Ciudad de la Alegría! —respondió el transporte. Laura y su madre intercambiaron miradas. Laura se encogió de hombros.

La carretera 3005 era la arteria principal hasta el centro de la isla. Sus días de gloria habían desaparecido hacía mucho; aún la atormentaban los fantasmas de la gasolina barata y los coches particulares yendo a cien por hora. Largas secciones de su asfalto se habían visto arruinadas por los baches y socavones y reemplazadas por malla plástica. La malla crujía fuertemente bajo los neumáticos.

A su izquierda, hacia el oeste, desnudas losas cuarteadas de cemento se alineaban junto a la carretera como fichas de dominó caídas. Los cimientos de los edificios no tenían valor de recuperación. Siempre eran los últimos en desaparecer. La maleza de la playa florecía por todas partes: hierba salada, matojos de crujiente barrilla, correosos grupos de cañas. A su derecha, a lo largo de la orilla, las olas lamían los pilotes de desaparecidas casas en la playa. Los pilotes estaban inclinados en extraños ángulos, como patas de zancudos flamencos.

La madre de Laura acarició los delgados rizos de Loretta, y la niña gorjeó.

—¿No te molesta vivir en este lugar, Laura? Todas estas ruinas…

—A David le encanta —dijo Laura.

Su madre habló con un esfuerzo:

—¿Te trata bien, querida? Pareces feliz con él. Espero que sea cierto.

—David es estupendo, madre. —Laura había temido aquella charla—. Ya has visto cómo vivimos ahora. No tenemos nada que ocultar.

—La última vez que nos vimos, Laura, estabas trabajando en Atlanta. En la central de Rizome. Ahora regentas un albergue. —Dudó—. No es que el lugar no sea bonito, pero…

—Crees que es un retroceso en mi carrera. —Laura agitó negativamente la cabeza—. Madre, Rizome es una democracia. Si deseas poder, tienen que votarte. Eso significa que has de conocer gente. El contacto personal lo significa todo para nosotros. Y regentar un albergue, como tú dices, es una forma de conseguirlo. Las personas más importantes de nuestra compañía acuden al Albergue como huéspedes. Y es ahí donde nos ven.

—No es así como lo recuerdo —murmuró su madre—. El poder está donde se halla la acción.

—Madre, la acción está en todas partes ahora. Es por eso por lo que tenemos la Red. —Laura luchó por mantenerse cortés—. Esto no es algo en lo que David y yo nos hayamos encontrado de pronto. Es un escaparate para nosotros. Sabíamos que necesitábamos un lugar mientras la niña fuera pequeña, así que trazamos planes, los presentamos a la compañía, demostramos iniciativa, flexibilidad… Fue nuestro primer gran proyecto como equipo. Ahora, la gente nos conoce.

—Así —dijo lentamente su madre— que lo preparasteis todo muy cuidadosamente. Tienes ambición y la niña. Una carrera y una familia. Un esposo y un trabajo. Todo eso es demasiado bonito, Laura. No puedo creer que sea tan simple.

Laura se mostró helada.

—Por supuesto, sabía que dirías eso.

Cayó un pesado silencio. Su madre se sujetó el extremo de su falda.

—Laura, sé que mi visita no ha sido fácil para ti. Ha pasado mucho tiempo desde que tú y yo seguimos caminos separados. Espero que ahora podamos cambiar eso.

Laura no respondió. Su madre siguió, testarudamente:

—Las cosas han cambiado desde que murió tu abuela. Han sido dos años, y ahora no está aquí para ninguna de nosotras. Laura, quiero ayudarte, si puedo. Si hay alguna cosa que necesites. Cualquier cosa. Si tienes que viajar…, sería estupendo si quisieras dejar a Loretta conmigo. O si simplemente necesitas a alguien con quien hablar.

Dudó, tendió una mano para acariciar a la niña, un gesto de abierta necesidad. Por primera vez Laura vio realmente las manos de su madre. Las arrugadas manos de una mujer vieja.

—Sé que echas a faltar a tu abuela. Le pusiste su nombre a tu hija. Loretta. —Acarició la mejilla de la niña—. No puedo ocupar su lugar. Pero deseo hacer algo, Laura. Por el bien de mi nieta.

Parecía un decente y pasado de moda gesto familiar, pensó Laura. Pero era un favor no bien recibido. Sabía que tendría que pagar por la ayuda de su madre…, con obligaciones e intimidad. Laura no lo había pedido, y no lo deseaba. Y ni siquiera lo necesitaba… Después de todo, ella y David tenían a la compañía a sus espaldas, el buen y sólido
gemeineschaft
de Rizome.

—Es muy amable por tu parte, madre —dijo—. Gracias por el ofrecimiento. David y yo lo apreciamos. —Volvió la cara hacia el otro lado, hacia la ventanilla.

La carretera mejoró cuando el transporte alcanzó una sección señalada para reurbanización. Pasaron una larga dársena atestada con botes autopilotados de alquiler. Luego unas galerías comerciales construidas como una fortaleza, como el Albergue, con arena de la playa conglomerada. Los transportes llenaban su aparcamiento. Las tiendas de las galerías pasaron por su lado con destellos de brillantes anuncios luminosos: camisetas cerveza licores vídeo Entre ¡Se está fresco dentro!

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