Islas en la Red (7 page)

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Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Islas en la Red
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El viejo rastafari avanzó sonriendo y arrastrando los pies.

—Winston Stubbs —dijo. Tenía el acento del Caribe, vocales blandas rotas por las duras consonantes británicas. Estrechó la mano de Laura—. Y Sticky Thompson, es decir, Michael Thompson. —Se volvió—. ¡Sticky!

Sticky avanzó, con el brazo rodeando la cintura de la muchacha de la Iglesia de Ishtar.

—Me llamo Laura Webster —dijo Laura.

—Lo sabemos —respondió Sticky—. Ésta es Carlotta.

—Soy su enlace —dijo alegremente Carlotta, arrastrando un poco las palabras. Se echó el pelo hacia atrás con las dos manos, y Laura tuvo un atisbo de una cruz egipcia tatuada en su muñeca derecha—. ¿Traéis mucho equipaje? Tengo un transporte aguardando.

—Tenemos asuntos arriba en la isla —explicó Stubbs—. Iremos al Albergue esta noche, más tarde. Llamaremos por la Red, ¿de acuerdo?

—Si eso es lo que desean, señor Stubbs —dijo Emerson.

Stubbs asintió.

—Más tarde —dijo. Los tres se marcharon, llamando a una carretilla portaequipajes.

Laura los miró alejarse, desconcertada.

—¿Se supone que van a ir por ahí sueltos?

Emerson suspiró.

—Es una situación delicada. Lamento que haya venido aquí para nada, pero eso es sólo uno de sus pequeños gestos. —Tiró de la correa del pesado bolso que llevaba colgado al hombro—. Llamemos un taxi.

Cuando llegaron a casa, Emerson desapareció escaleras arriba en la sala de conferencias del Albergue. Normalmente, Laura y David cenaban en el comedor, donde podían socializar con los huéspedes. Esta noche, sin embargo, se reunieron con Emerson y cenaron en la torre, sintiéndose inquietamente conspiradores.

David preparó la mesa. Laura abrió la bandeja cubierta de chiles rellenos y arroz a la española. David disponía de su comida sana.

—Quiero ser con ustedes tan abierta y directa como sea posible —murmuró Emerson—. Supongo que a estas alturas ya deben de haberse dado cuenta de la naturaleza de sus nuevos huéspedes.

—Sí —dijo David. Distaba mucho de mostrarse alegre al respecto.

—Entonces comprenderán la necesidad de seguridad. Naturalmente, confiamos en la discreción de ustedes y de su personal.

David sonrió ligeramente.

—Es bueno saberlo.

Emerson pareció turbada.

—El Comité lleva algún tiempo planeando esta reunión. Esos europeos que han estado alojando no son banqueros ordinarios. Proceden del EFT Commerzbank de Luxemburgo. Y mañana por la noche llega un tercer grupo. El Banco Islámico Yung Soo Chim de Singapur.

David hizo una pausa con el tenedor a medio camino de su boca.

—¿Y son también…?

—Piratas de datos, sí.

—Entiendo —dijo Laura. Sintió una repentina oleada de helada excitación—. Esto es grande.

—Mucho —admitió Emerson. Dejó que su palabra calara—. Les ofrecimos seis posibles localizaciones para la reunión. Igual hubieran podido ser los Valenzuela en Puerto Vallarta. O los Warburton en Arkansas.

—¿Cuánto esperan que dure esto? —quiso saber David.

—Cinco días. Quizás una semana cara al exterior. —Dio un sorbo a su té helado—. Nos corresponde a nosotros proporcionar una seguridad hermética una vez haya empezado la reunión, ¿comprenden? Puertas cerradas, cortinas corridas. Nada de entradas y salidas.

David frunció el ceño.

—Necesitaremos provisiones. Se lo diré a la señora Delrosario.

—Yo puedo encargarme de las provisiones.

—La señora Delrosario es muy particular acerca de dónde compra —dijo David.

—Oh, querido —dijo sinceramente la señora Emerson—. Bueno, los víveres no son un problema importante. —Retiró cuidadosamente la piel de su pimiento relleno—. Puede que algunos de los asistentes se traigan su propia comida.

David se mostró asombrado.

—¿Quiere decir que temen comer nuestra comida? ¿Piensan que los envenenaremos, es eso?

—David, es ya una muestra de su gran confianza en Rizome el que los tres bancos hayan aceptado reunirse aquí. No es de nosotros de quienes desconfían. Es los unos de los otros.

David se alarmó.

—¿En qué nos estamos metiendo exactamente? ¡Tenemos una niña pequeña aquí! Sin mencionar a nuestro personal.

Emerson pareció dolida.

—¿Se sentirían mejor si este Albergue estuviera lleno de guardias armados Rizome? ¿O si Rizome tuviera todavía guardias armados? No podemos enfrentarnos a esa gente por la fuerza, y no deberíamos intentarlo. Ésa es precisamente nuestra fuerza.

—Está diciendo usted que, puesto que somos inofensivos, no podemos sufrir ningún daño —indicó Laura.

—Deseamos reducir la tensión. No tenemos intención de arrestar a esos piratas, perseguirlos, aplastarlos. Hemos decidido negociar. Ésa es una solución moderna. Después de todo, funcionó con la carrera de armamentos. Ha estado funcionando para el Tercer Mundo.

—Excepto para África —dijo David. Emerson se encogió de hombros.

—Es un esfuerzo a largo plazo. La vieja Guerra Fría Este-Oeste, el conflicto Norte-Sur…, ambas cosas fueron luchas antiguas. Problemas que heredamos. Pero ahora nos enfrentamos a un desafío auténticamente moderno. Esta reunión es parte de él.

David pareció sorprendido.

—Oh, vamos. Eso no son conversaciones sobre armas nucleares. He leído acerca de esos paraísos. Son nidos de piratas. Mezquinos artistas del delito que no hacen su peso en el mundo. Así que se llaman a sí mismos banqueros y llevan trajes de tres piezas. Demonios, pueden tener reactores privados y matar osos en los bosques de la Toscana. Pero siguen siendo bastardos baratos.

—Ésa es una actitud muy correcta —admitió Emerson—. Pero no subestime los paraísos. Hasta ahora, como usted dice, sólo son parásitos. Roban software, venden ilegalmente grabaciones y vídeos, invaden la intimidad de la gente. Son una molestia, pero todavía no son más de lo que el sistema puede soportar. Pero, ¿qué hay acerca del potencial? Existen mercados negros potenciales para la ingeniería genética, los trasplantes de órganos, los productos neuroquímicos…, toda una galaxia de modernos productos de alta tecnología. Los hackers sueltos dentro de la Red ya son suficiente problema. ¿Qué ocurre cuando un ingeniero genético toma un atajo de más?

David se estremeció.

—Bueno, eso no puede evitarse.

—Pero ésos son gobiernos nacionales soberanos —dijo Emerson—. Una pequeña nación del Tercer Mundo como Granada puede sacar beneficios de jugar rápido y liberalmente con nuevas tecnologías. Pueden muy bien esperar convertirse en un centro de innovación, lo mismo que las islas Caimán y Panamá se convirtieron en centros financieros. Las reglamentaciones son una carga, y las multinacionales se sienten siempre tentadas a salirse de ellas. ¿Qué le ocurrirá a Rizome si nuestros competidores eluden las reglas en alta mar?

Dejó que los dos meditaran aquello por un tiempo.

—Y hay cuestiones más profundas que afectan toda la estructura del mundo moderno. ¿Qué ocurrirá cuando las industrias del mañana sean iniciadas por criminales? Vivimos en un mundo superpoblado, y necesitamos controles, pero tienen que ser estrictos. De otro modo, la corrupción se Infiltrará como aguas negras.

—Es una agenda apretada —admitió David, pensando en ello—. De hecho, suena sin esperanzas.

—Lo mismo hizo la Abolición —dijo Emerson—. Pero los arsenales han desaparecido. —Sonrió. La misma vieja línea, pensó Laura. La misma que la generación de la explosión demográfica había estado usando durante años. Quizá pensaban que podría ayudar a explicar las cosas mientras aún seguían gobernándolo todo—. Pero la historia nunca se detiene. La sociedad moderna se enfrenta a una nueva crisis central. ¿Vamos a controlar el sendero del desarrollo para fines sanos y humanitarios? ¿O va a convertirse todo en una anarquía de
laissez-faire?

Emerson peló el último de su chiles rellenos.

—Ésas son cuestiones reales. Si deseamos vivir en un mundo que podamos reconocer, tendremos que luchar por el privilegio. Nosotros en Rizome tenemos que hacer nuestra parte. La estamos haciendo. Aquí y ahora.

—Lo hace sonar usted muy bien —admitió David—. Pero imagino que los piratas lo ven de un modo distinto.

—Oh, pronto oiremos su punto de vista. —Sonrió—. Pero puede que tengamos algunas sorpresas para ellos. Los paraísos son usados para las corporaciones multinacionales al antiguo estilo. Pero una democracia económica es un animal distinto. Debemos dejar que vean eso por sí mismos. Aunque constituya un cierto riesgo para nosotros.

David frunció el ceño.

—No pensará seriamente que intentan algo.

—No, no lo pienso. Si lo hacen, simplemente llamaremos a la policía local. Será algo escandaloso para nosotros, después de todo se trata de una reunión muy confidencial, pero un escándalo aun peor, creo, para ellos. —Depositó cuidadosamente tenedor y cuchillo cruzando el plato—. Sabemos que hay cierto pequeño riesgo. Pero Rizome no posee ejército privado. No tiene tipos con gafas oscuras y maletines llenos de dinero en efectivo y pistolas. Ése es nuestro estilo. —Sus ojos llamearon brevemente—. Sin embargo, tenemos que pagar por este lujo de inocencia. Porque no tenemos a nadie que corra nuestros riesgos por nosotros. Tenemos que extender el peligro entre los asociados Rizome. Ahora es el turno de ustedes. Comprenden, ¿no?

Laura pensó en ello en silencio.

—Nos ha tocado el número —dijo al fin.

—Exacto —admitió Emerson.

—Sólo eso —dijo David.

Y eso fue todo.

Los negociadores deberían haber llegado al Albergue todos al mismo tiempo, bajo términos iguales. Pero no tuvieron ese buen sentido. En vez de ello, decidieron apretarse las clavijas unos a otros.

Los europeos habían llegado demasiado pronto…, fue su intento de demostrar a los demás que estaban más cerca de los árbitros Rizome y por lo tanto jugaban desde una posición de fuerza. Pero no tardaron en aburrirse y empezaron a llenarse de irritables suspicacias.

Emerson estaba aún ablandándolos cuando llegó el contingente de Singapur. También eran tres: un viejo chino llamado señor Shaw y dos compatriotas malayos. El señor Shaw era un hombre calvo con gafas que llevaba un traje demasiado grande y hablaba muy poco. Los dos malayos llevaban sombreros songkak, con pico delante y detrás, con el emblema de su grupo, el Banco Islámico Yung Soo Chim, bordado en ellos. Los malayos eran hombres de mediana edad, muy sobrios, muy dignos. No como banqueros, sin embargo. Como soldados. Caminaban erguidos, con los hombros rectos, y sus ojos nunca dejaban de moverse.

Llevaban montones de equipaje, incluidos sus propios teléfonos y un baúl refrigerado, lleno de bandejas de comida envueltas en papel de aluminio.

Emerson hizo las presentaciones. Karageorgiu miró con agresividad, Shaw se mostró impasiblemente distante. Los escoltas parecieron dispuestos a liarse a puñetazos. Emerson llevó a los singapurianos arriba a la sala de conferencias, desde donde podían telefonear y asegurar a su grupo en casa que habían llegado de una sola pieza.

Nadie había visto a los granadinos desde el día anterior, en el aeropuerto. Tampoco habían llamado, pese a sus vagas promesas. Transcurrió el tiempo. Los otros vieron esto como un insulto estudiado y se inquietaron sobre sus bebidas. Finalmente hicieron una pausa para cenar. Los singapurianos tomaron su propia comida en sus habitaciones. Los europeos se quejaron vigorosamente acerca de la bárbara cocina tex-mex. La señora Delrosario, que se había esmerado, casi se echó a llorar.

Finalmente los granadinos aparecieron después de anochecer. Como la señora Emerson, Laura había empezado a sentirse seriamente preocupada. Salió a recibirles al vestíbulo delantero.

—Me alegra verles. ¿Han tenido algún problema?

—No —dijo Winston Stubbs, exponiendo su dentadura en una luminosa sonrisa—. Estuvimos por ahí, viendo cosas. Arriba en la isla. —El viejo rastafari lucía un sombrero de cowboy de recuerdo perchado sobre sus grises trenzas que le llegaban hasta los hombros. Llevaba sandalias y una explosiva camisa hawaiana.

Su compañero, Sticky Thompson, exhibía un nuevo corte de pelo. Había decidido vestirse con pantalones, camisa de manga larga y una chaqueta, como un asociado Rizome. Sin embargo, no encajaba completamente con ello; parecía casi agresivamente convencional. Carlotta, la chica de la Iglesia de Ishtar, llevaba un top playero escarlata sin mangas, una falda corta y mucho maquillaje. Mostraba un cáliz rebosante tatuado en su desnudo hombro pecoso.

Laura presentó a su esposo y al personal Rizome a los granadinos. David obsequió al viejo pirata con su mejor sonrisa de anfitrión: amistosa y tolerante, al fin y al cabo todos eran compañeros allí en Rizome. Pasándose quizás un poco, porque Winston Stubbs mostraba la imagen estándar del pirata. Rufianesco.

—Espero que disfruten de su estancia entre nosotros —dijo David.

El viejo pareció escéptico. David cambió de tono.

—Que lo goce, viejo —dijo tentativamente.

—Que lo goce, viejo —murmuró Winston Stubbs—. No había oído eso desde hace cuarenta años. ¿Le gustan esos antiguos álbumes de reggae, señor Webster?

David sonrió.

—Los míos acostumbraban escucharlos cuando yo era pequeño.

—Oh, vaya. Ésos debían de ser el doctor Martin Webster y Grace Webster de Galveston.

—Exacto —dijo David. Su sonrisa se desvaneció.

—Usted diseñó este Albergue —continuó Stubbs—. Arena conglomerada, sacada de la misma playa, ¿no? —Miró a David de pies a cabeza—. Una interesante tecnología. Podríamos utilizarle a usted en las islas, amigo.

—Gracias —dijo David, inquieto—. Eso es muy halagador.

—Podríamos utilizar también a un relaciones públicas —dijo Stubbs, sonriendo torcidamente a Laura. El blanco de sus ojos estaba veteado de rojo, como mármoles cuarteados—. Tenemos reputación de saber usar a la gente que vale. Hay pocas presiones entre nosotros. De los luditas babilónicos.

—Reunámonos todos en la sala de conferencias —dijo Emerson—. Todavía es pronto. Tenemos tiempo de hablar.

Discutieron durante dos días enteros. Laura se sentaba en las reuniones como segunda de Debra Emerson, y se dio cuenta rápidamente de que Rizome era un intermediario a duras penas tolerado. Los piratas de datos no tenían el menor interés en emprender nuevas carreras como postindustriales de derecho. Se habían reunido para enfrentarse a una amenaza.

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