James Potter y la Encrucijada de los Mayores (40 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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James se encogió de hombros y miró a Ralph. La expresión de la cara de Ralph reflejaba lo que James estaba pensando. Estúpido o no, alguien había, en efecto, guiado a un muggle hasta los terrenos de Hogwarts. Cómo o por qué había sido organizado todo era todavía un misterio, pero James tenía intención de hacer todo lo posible por averiguarlo.

Los cuatro almorzaron sándwiches envueltos en papel de envolver, cogidos de las cocinas de Hogwarts esa mañana, luego se instalaron en un silencio amistoso. El día se volvió duro y soleado, con el sol brillando como un diamante sobre campos y bosques que pasaban en sucesión. La helada se había derretido dejando el terreno crudo y gris. Los árboles esqueléticos peinaban el cielo, levantándose sobre alfombras de hojas muertas. Ralph leía y cabeceaba. Victoire ojeaba un montón de revistas, luego salió en busca de unos pocos amigos que suponía estaban en algún lugar de a bordo. Ted enseñó a James a jugar a un juego llamado Winkles y Augers, que incluía el uso de varitas para levitar un trozo de pergamino doblado con forma de un grueso triangulo. Según Ted, ambos jugadores usaban sus varitas (los winkles) para levitar simultáneamente los pergaminos doblados (los augers) cada uno intentando guiar el papel hasta sus designadas áreas de portería, por lo general un círculo dibujado en un trozo de pergamino y situado cerca de su oponente. James había conseguido mejorar parcialmente en levitación, pero no era rival para Ted, que sabía exactamente como cortar a James, haciendo botar el auger fuera de su alcance y haciéndolo volar hasta su portería con un golpe resonante.

—Todo es cuestión de práctica, James —dijo Ted— Yo llevo jugando a esto desde mi primer año. Hemos tenido hasta cuatro personas en un equipo a veces, y hemos llegado a utilizar augers tan grandes como el busto de Godric Gryffindor de la sala común. Soy personalmente responsable del hecho de que su oreja izquierda haya tenido que volver a ser pegada. Por aquel entonces no conocía el hechizo
reparo
, y ahora hemos llegado a preferirlo así.

Para cuando el tren llegó al andén nueve y tres cuartos, el crepúsculo había comenzado a teñir el cielo de un lila soñador. James, Ted y Ralph esperaron a la sacudida que indicó que el tren se había detenido, después se pusieron de pie, se estiraron y se abrieron paso hasta el andén.

El mozo cogió sus tickets, luego sacó sus baúles con un hechizo
accio
, sacando cada baúl bastante bruscamente del compartimiento de equipaje y poniéndolo a los pies de su propietario. Victoire les alcanzó cuando estaban amontonando sus baúles en un gran carro.

—Voy a escoltaros a todos hasta el viejo cuartel general —dijo Ted dándose importancia, irguiéndose en toda su altura—. Está bastante cerca, y tus padres están muy ocupados esta noche, James, con la llegada de todos los demás, y Lily y Albus que salen del colegio hoy también.

Pasaron en fila a través del portal oculto que separaba la plataforma nueve y tres cuartos de las plataformas muggles de la estación de King Cross.

—Tú no conduces, Ted —dijo Victoire con reproche—. Y difícilmente vamos a caber los cuatro en tu escoba. ¿Qué tienes pensado hacer?

—Supongo que estás en lo cierto, Victoire —dijo Ted, deteniéndose en el centro de la estación y mirando alrededor. Los viajeros muggle se movían alrededor de ellos, apresurándose de acá para allá, la mayoría abrigados con pesadas chaquetas y sombreros. La gran estación resonaba con el sonido de los anuncios de los trenes y el estruendoso tintineo de villancicos grabados.

—Parece que estamos atascados —dijo Ted con suavidad—. Yo diría que esto es una emergencia en cierto modo, ¿no os parece?

—Ted, ¡no! —regañó Victoire cuando Ted levantó su mano derecha, con la varita alzada en ella.

Su oyó un fuerte
crack
que resonó por toda la estación, aparentemente inaudible para los muggles. Una gran forma morada brotó a través de las puertas enmarcadas por el gigantesco arco de cristal del techo de la estación. Era, por supuesto, el Autobús Noctámbulo. James lo había sabido en cuanto Ted había hecho la señal, pero no sabía que pudiera viajar por fuera de la carretera. El enorme autobús de tres pisos esquivó y se estrujó a través de la inconsciente multitud, sin perder nunca velocidad para chirriar violentamente hasta detenerse justo delante de Ted. Las puertas se abrieron de golpe y un hombre con un pulcro uniforme morado se asomó.

—Bienvenidos al Autobús Noctámbulo —dijo, un poco enfurruñado—. El transporte de emergencia para la bruja o mago abandonado a su suerte. Sabéis que esto está en el medio de la maldita estación de King Cross, ¿no? Al parecer no podíais haber llamado al menos en la entrada.

—Tarde, Frank —dijo Ted frívolamente, alzando el baúl de Victoire hasta el conductor—. Es esta pierna mala mía otra vez. Una antigua herida de Quidditch. Da guerra en el peor de los momentos.

—La vieja herida de Quidditch, la última muela de mi abuelita más bien —murmuró Frank, amontonando los baúles en un estante justo dentro de la puerta—. Intenta echar esa trola una vez más y voy a cobrarte un galeón sólo por ser un fastidio.

Ralph era reacio a entrar al autobús.

—¿Dices que está cerca ese cuartel general? ¿Quizás podamos, ya sabéis, andar?

—¿Con este frío? —replicó Ted animosamente.

—¿Y con su pierna mala? —añadió Frank agriamente.

Ralph subió y apenas había cruzado el umbral cuando las puertas se cerraron de golpe.

—Esquina de Pancras y San Chad, Ernie —declaró Ted, agarrando un asa de latón cercana.

El conductor asintió, adoptó una expresión grave, aferró el volante como si tuviese intención de hacerle una llave de lucha libre, y después apretó el acelerador. Ralph, a pesar del consejo de James, había olvidado agarrarse a algo. El Autobús Noctámbulo salió disparado hacia delante, lanzándolo hacia atrás sobre una de las camas de latón que, aunque parezca extraño, parecían ocupar el nivel más bajo del autobús en lugar de asientos.

—¿Mmm? —Murmuró el mago dormido sobre el que Ralph había aterrizado, levantando la cabeza de la almohada— ¿La Plaza Grosvenor ya?

El autobús realizó una inconcebiblemente apretada vuelta de horquilla, rodeando a un grupo de turistas que estaban mirando el tablón de salidas, luego se disparó a través de la estación otra vez, esquivando a hombres de negocio y viejas damas como una ráfaga de viento. El techo de cristal se cernía sobre ellos, y James estaba seguro de que era imposible que el Autobús Noctámbulo cupiese a través de las puertas abiertas, por grandes que estas fueran. Entonces recordó que el autobús había, de hecho, entrado a través de esas puertas. Se preparó. Sin frenar, el autobús se estrechó hasta atravesar la puerta como un globo de agua una ratonera, saliendo de repente a la calle atestada y girando bruscamente.

—¡He oído que tendremos ganso para cenar esta noche! —gritó Ted a James cuando el autobús se escoró en una intersección abarrotada.

—¡Sí! —gritó de vuelta James— ¡Kreacher insistió en hacer una comida en toda regla para nuestra primera noche de vuelta!

—¡Hay que querer a ese brutito feo! —gritó Ted agradecidamente— ¿Cómo le va a Ralph?

James miró alrededor. Ralph estaba todavía despatarrado en la cama con el mago dormido.

—Todo bien —gritó Ralph, agarrándose a la cama con ambas manos—. Vomité en el gorro de dormir que me dieron de regalo.

El autobús Noctámbulo rodeó la esquina donde la calle San Chad se encontraba con la plaza Argyle, y luego se detuvo de golpe. Si acaso, el repentino cese del movimiento fue tan violento como el paseo en sí mismo. El gigantesco autobús morado se aposentó silenciosa y remilgadamente, escupiendo una fina nube por el tubo de escape. Las puertas se abrieron de golpe y Ted, Victoire, James y Ralph salieron tambaleándose, éste último un poco borracho. Frank, a pesar de la mirada resentida que lanzó a Ted, apiló sus baúles con cuidado en la acera y les deseó una feliz navidad. Las puertas se cerraron con un crujido y un momento más tarde, el Autobús Noctámbulo saltaba calle abajo, pasando como un rayo alrededor de un camión y realizando algo parecido a una pirueta en el cruce. Tres segundos más tarde, se había ido.

—Ha ido tan bien como se podía esperar —dijo Ted alegremente, agarrando su baúl y el de Victoire por el asa y tirando de ellos hacia una hilera de casas destartaladas.

—¿Qué número es? —dijo Ralph, jadeando y agarrando su gran baúl.

—Número doce. Justo aquí —replicó James. Había estado en el antiguo cuartel general tantas veces que había olvidado que era invisible para la mayoría de la gente. Ralph se detuvo en la base de los escalones, frunciendo el ceño.

—Oh sí —dijo James, dándose la vuelta—. Bueno, Ralph. Aún no la puedes ver, pero esta justo aquí. Número doce de Grimmauld Place, justo aquí entre el once y el trece. Pertenecía al padrino de mi padre, Sirius Black, pero se lo legó a papá en su testamento. Era la sede de la Orden del Fénix, allá por los días en los que luchaban contra Voldemort. Lo enterraron bajo los mejores encantamientos de secretismo y desilusionadores que los más poderosos magos de aquel entonces pudieron conjurar. Era el mejor escondite de la Orden, hasta justo el final, cuando un mortífago siguió a mi tía hasta aquí utilizando una Aparición Lateral. De todos modos, oficialmente aún pertenece a mi padre, pero no vivimos aquí la mayor parte del tiempo. Kreacher la cuida cuando no estamos.

—No entendí una de cada tres palabras de eso —dijo Ralph, suspirando— pero tengo frío. ¿Cómo entramos?

James extendió la mano pidiendo la de Ralph. Ralph se la dio, y James le subió al primer escalón del rellano conduciéndole hasta el número doce. Ralph tropezó, recuperó el equilibrio y levantó la mirada. Sus ojos se ensancharon y una sonrisa de placer se extendió por su cara. James no recordaba su primera visita a la antigua sede, pero sabía por las descripciones de otra gente como la puerta se revelaba la primera vez que llegabas, cómo el número doce simplemente empujaba a un lado a los números once y trece como un hombre abriéndose paso a través de una multitud. No pudo evitar devolver la sonrisa de asombro de Ralph.

—Me encanta ser mago —dijo Ralph francamente.

Cuando James cerró de golpe la puerta, su madre atravesaba rápidamente el vestíbulo hacia él, limpiándose las manos en una toalla.

—¡James! —gritó, arrastrándole a sus brazos y casi levantándole los pies del suelo.

—Mamá —dijo James, avergonzado y contento—. Venga, vas a derretir la rana de chocolate que llevo el bolsillo de la camisa.

—No eres demasiado mayor para dar a tu madre un beso después de haber estado fuera cuatro meses, ¿sabes? —le reprendió.

—Ya sabes como es esto —exclamó Ted tristemente— En un momento están tirándote de las cintas del delantal, y al siguiente te piden prestada la escoba para ir a morrearse con algún pastelito. ¿A dónde se
va
el tiempo?

La madre de James sonrió, girándose hacia Ted y abrazándole también.

—Ted, nunca cambiarás. Oh, calla. Bienvenidos. Y tú, también, Victoire. Un sombrero adorable, por cierto. —Ralph gimió, pero la madre de James continuó antes de que Victoire pudiera ofrecer alguna explicación mordaz—.Y tú debes de ser Ralph, por supuesto. Harry te mencionó, y claro, James me ha hablado mucho de ti en sus cartas. Mi nombre es Ginny. He oído que eres bastante bueno con la varita.

—Por cierto, ¿dónde está papá? —preguntó James rápidamente, cortando a Victoire otra vez.

—Recogía a Andrómeda hoy después del trabajo. Estarán en casa en cualquier momento. Todos los demás llegarán mañana.

—¡James! —Intervinieron al unísono dos vocecillas, acompañadas de estruendosos pasos— ¡Ted! ¡Victoire! —Lily y Albus empujaron para pasar por delante de su madre.

—¿Qué nos has traído? —exigió Albus, deteniéndose ante James.

—Directo desde el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería —dijo James grandilocuentemente— Os traigo a los dos… ¡abrazos! —agarró a Albus en un abrazo de oso. Albus empujó y forcejeó, divertido e irritado a la vez.

—¡No! ¡Yo quería algunos chicles
droobles
del carrito del tren! ¡Te lo dije!

Ted se agachó y abrazó a Lily

—Yo te he traído algo que te encantara, corazón.

—¿Qué es? —preguntó ella, de repente tímida.

—Tendrás que esperar hasta Navidad, ¿lo harás? Tu mamá está bien aprovisionada de pienso para dragón, ¿verdad?

—¡Ted Lupin! —saltó Ginny—, no avives sus esperanzas, granuja. Ahora vamos, todos vosotros. Kreacher ha estado en el sótano toda la tarde preparando lo que él llama “un apropiado y auténtico servicio de té”. Pero no os llenéis hasta arriba, o no tendréis hambre para el ganso que ha cocinado y se enfurruñará para toda la semana.

Harry y la abuela de Ted, Andrómeda Tonks, llegaron media hora más tarde, y el resto de la noche fue un torbellino de comida, risas felices y puestas al día. Resultó que Harry y Ginny ni siquiera habían escuchado el debate de Hogwarts, a pesar de lo que James había asumido. Aunque Andrómeda Tonks sí que lo había escuchado, y estaba llena de un sinfín de amargos reproches para Tabitha Corsica y su equipo. Afortunadamente, no tenía ni idea de que Ralph también había estado en ese equipo, y Ralph estaba más que dispuesto a dejarla disfrutar de su ignorancia.

—No te preocupes —murmuró Ted a Ralph por encima del postre—. Si alguien se lo cuenta, le diré que eras un espía actuando en secreto. Le encanta el espionaje, por los viejos tiempos.

Kreacher no había cambiado ni una pizca. Hizo una profunda reverencia ante James, con una mano en el corazón, y la otra ampliamente extendida.

—Amo James, vuelve de su primer año de colegio, ha vuelto —trinó con su voz de sapo—. Kreacher ha preparado las habitaciones del amo justo como al amo le gustan. ¿Le apetecerían al amo y a su amigo tomar un sándwich de berro?

Kreacher había, como de costumbre, mantenido la casa en un orden excepcional, e incluso se había tomado la molestia de decorarla para las vacaciones. Desafortunadamente, el concepto de Kreacher de una buena guirnalda era un poco rústico, y el resultado habría divertido a Zane interminablemente. Las cabezas cortadas de los antiguos elfos de la casa, que colgaban permanentemente en el pasillo como testamento a los sangrepura, dueños originales de la propiedad, habían sido cubiertas con falsas barbas blancas y sombreros cónicos verdes con campanas tintineantes en las puntas.

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