—¿Un qué? —interrumpió el barón.
—Un Fokker, un avión alemán.
—Pero ¿los aviones de los boches no son los Tauber?
—También —contestó Cook entre risas—. Los Tauber son uno de los modelos boches, casualmente el que conocen los civiles, pero tienen otros aparatos, como los Fokker, los Gotha, los Halberstadt, los Albatros y otros.
—¿Y tenía miedo? —preguntó Agnès, insistiendo en la cuestión que había planteado antes.
—
Always
—asintió el teniente inglés, que adoptó enseguida una actitud pensativa—. Pero hubo una ocasión en que tuve más miedo de ser capturado vivo que de morir.
—¿Cuándo?
—Las operaciones de reconocimiento son muy ingratas en el Somme a causa del tiempo. Siempre está nublado, las nubes son bajas y ocultan las líneas enemigas, por lo que no hacen posibles las fotografías aéreas. El año pasado, debido a la ofensiva en el Somme, recibimos la orden de fotografiar las posiciones enemigas. Nos cansamos de sobrevolar las líneas, sin éxito alguno, porque las nubes permanecían cerradas. Un día estábamos jugando al
football
cerca del aeródromo cuando comenzaron a sonar las sirenas. Había habido un claro en las nubes y teníamos que aprovecharlo. Fuimos corriendo hasta el aeródromo y yo, sin tiempo para cambiarme de ropa, salté al
cockpit
vestido como estaba para jugar al
football
. Allí arriba hacía un frío tremendo y, castañeteando los dientes, con las rodillas desnudas y viendo las explosiones de las granadas del ataque antiaéreo a mi alrededor, comencé a sentir un miedo terrible a ser alcanzado y a tener que aterrizar detrás de las líneas enemigas. ¿Se imaginan a los boches yéndome a buscar al avión y viéndome salir con pantalones cortos, vestido como un
footballer
?
Todos se rieron, divertidos. El teniente inglés mantuvo una actitud impenetrable, como si hubiese contado algo grave. Sorbió un trago de tinto y retomó la palabra.
—Este año fui abatido durante el gran
dogfight
del 26 de abril, aquí cerca. Fue una batalla aérea en la que intervinieron noventa y cuatro aviones, el mayor
dogfight
de la historia de la guerra. El Royal Flying Corps fue diezmado, yo me quedé sin avión y, como hablaba portugués y el Cuerpo Expedicionario Portugués acababa de llegar a Flandes, me destacaron como oficial de enlace.
Et voilá
.
Todos los comensales callaron. La historia del vuelo con ropa de
football
había sido graciosa, pero el final no. Se hizo un silencio embarazoso y fue Afonso quien, interesado en el detalle deportivo del relato, volvió a sacar el tema.
—¿Le gusta jugar al
football
?
—Sólo al
association football
.
—¿Hay más tipos de
football
?
—Sí —asintió Cook—. Está también el
rugby football
.
—Bien, me refiero al que se juega con los pies.
—Ambos se juegan con los pies, por eso se llaman
football
—dijo el inglés entre risas.
Afonso se quedó cortado.
—Pero ¿cuál es la diferencia entre ellos?
—El
association football
sólo autoriza a sujetar la pelota con las manos al
goalkeeper
, mientras que el
rugby football
permite que todos los jugadores cojan la pelota con la mano, aunque los
goals
se marquen con el pie.
—¡Ah! —entendió Afonso—. Entonces en Portugal sólo conocemos el
association football
.
—Justamente es el que me gusta a mí —exclamó el inglés—. Es menos violento, están prohibidos los empujones y también las obstrucciones, no es como el
rugby football
, más propio de energúmenos rústicos que de verdaderos
gentlemen
.
El capitán se dio cuenta de que los anfitriones no entendían la conversación y, diplomáticamente, refrenó su entusiasmo. Quería contar las aventuras de su infancia detrás de una pelota de trapo, los desvarios de su juventud dando puntapiés a un canto rodado y hasta los grandes
matches
a los que asistió en Campo Pequeño, en las Salésias y en la Quinta da Feiteira, pero se contuvo.
Agnès aprovechó la oportunidad para dejar de lado el tema deportivo, que decididamente no le interesaba.
—Entonces usted está ahora con los portugueses —dijo, dirigiéndose al teniente inglés.
—
Yes
.
—¿Y le gustan?
—
Right ho
! —asintió mirando a Afonso—. Son simpáticos, unos verdaderos
jolly good fellows
, y, además, no hay que olvidar que son nuestros más antiguos aliados.
—Son buenos soldados… —dijo la anfitriona, entre interrogativa y afirmativa.
La respuesta fue inesperada.
—
Well
, no exageremos.
—¿No son buenos soldados?
—Mire, para que haya buenos soldados hace falta sobre todo que haya buena organización. Enséñeme un ejército bien organizado y yo le enseñaré buenos soldados. La organización produce disciplina, motivación y
esprit de corps
. Los portugueses son unos
merry men
, unos hombres relajados, tímidos y pacíficos, pero su organización, lamento decirlo, deja mucho que desear.
Afonso se mantuvo callado. Ya había conversado una vez con Cook en el comedor de los oficiales de la brigada sobre este tema y conocía sus poco diplomáticas opiniones, por lo que estas palabras no eran una novedad para él. El teniente inglés se expresaba con un candor apabullante, casi cruel, pero el capitán pensaba, en lo más íntimo, que lo que decía era verdad. En la fase de instrucción, Afonso había pasado una temporada en las trincheras inglesas y sabía cuán diferentes eran de las portuguesas en términos de organización, disciplina, higiene y trabajo.
—Los portugueses son desorganizados… —soltó Agnès, sonriente, como quien dice que no se trata de un pecado muy grande.
—
Right ho
! —confirmó Cook—. Son los campeones de la improvisación, y eso se puede pagar caro cuando se está en una guerra.
—Tal vez amen demasiado la vida y entiendan que hay cosas más interesantes que andar matándose los unos a los otros —aventuró la francesa, que miró a Afonso como alentándolo.
El portugués aprovechó la alusión.
—Quítennos el amor, el vino, nuestro pan, el chorizo y el sol, y nos quitan la alegría —observó con una sonrisa.
Era una oportunidad para cambiar de tema, lo que Agnès y Afonso deseaban ardientemente, pero el barón Redier no lo permitió.
—Deme un ejemplo de desorganización portuguesa —solicitó el barón al teniente inglés.
—La cuestión de la limpieza de las trincheras —respondió Cook casi de inmediato.
—¿La limpieza?
—La limpieza. Este es un aspecto que parece irrelevante para definir un buen ejército y, no obstante, es de enorme importancia. Por las normas de higiene es posible descubrir los niveles de organización, disciplina y motivación de un ejército.
—¿Las trincheras portuguesas son sucias? —preguntó el barón, con una mueca maliciosa.
—Las portuguesas y las francesas —se adelantó Cook para no dejar que el barón se burlase del capitán.
La mueca de Redier se deshizo y su rostro reveló un súbito rubor irritado que el teniente inglés ignoró. Si le hacían preguntas, respondía, y ¿qué culpa tenía él de que las respuestas no le agradasen a quien preguntaba?
—¿Las francesas?
—
Right ho
! —confirmó Cook—. Después de visitar varias trincheras, aliadas y enemigas, mis amigos del Royal Flying Corps y yo ya hemos elaborado una lista de las más limpias, por orden decreciente. ¿Quiere saber cuáles son?
—
Bien sûr
.
—
Very well
—dijo el teniente, que adoptó el gesto de quien está haciendo un esfuerzo de memoria—. Los ases de la limpieza son los ingleses y los protestantes alemanes, especialmente los prusianos. Después vienen los galeses, los canadienses y los irlandeses protestantes. Los siguen los católicos irlandeses y los católicos alemanes, como los bávaros. A continuación, los escoceses, los franceses y los belgas. En el escalón más bajo están los hindúes. Después, los argelinos. Por último, los portugueses, los ases de la mugre.
Se hizo el silencio.
—Eso no es muy agradable —cortó Agnès, agobiada por el rumbo de la conversación y por los comentarios del teniente, que consideró desagradables e innecesarios.
—Me pidieron la verdad y la he dicho —repuso Cook, haciendo un gesto de impotencia—. El capitán Afonso ya conoce mis opiniones y, por lo que he podido captar de su reacción, creo que incluso está de acuerdo.
Afonso sintió que tenía que decir algo. Carraspeó, afinando las cuerdas vocales antes de hablar.
—Es un hecho que las trincheras portuguesas están lejos de ser un modelo —admitió—. Tenemos un problema con nuestro cuadro de oficiales que, en general, no cree en la participación de Portugal en esta guerra. Los hombres se están cansando, aún no se ha hecho
roulement
de las tropas y hay un gradual deterioro de la disciplina. Como consecuencia, por ejemplo, las letrinas no están convenientemente limpias y la basura se acumula en las trincheras. Además, no existe en Portugal el hábito de ducharse regularmente. La campaña de los higienistas, que se extendió por Europa en el siglo pasado, no ha llegado a nuestro país, donde se considera que el baño es un placer narcisista de mujeres ociosas y fútiles, casi un pecado. Hemos impuesto a nuestros soldados la obligación de una ducha semanal, pero a la mayoría le parece una exageración y muchos evitan el agua, consideran incluso que la suciedad es la mejor defensa contra las enfermedades, y para colmo, con el frío que hace y que no estamos habituados, los soldados huyen del baño como el demonio de la cruz. Es un problema que tenemos que resolver.
—Pero fíjate, Afonso, en que aún son peores vuestros oficiales —insistió el inglés—. Los soldados, por lo menos, muestran buena voluntad, pero los oficiales portugueses…
—Lo admito —coincidió el capitán—. Tenemos muchos oficiales disgustados por el esfuerzo de la guerra, son poco puntuales, no ejecutan inmediatamente las órdenes que reciben, se pasan la vida hablando mal de todo y les importa muy poco el bienestar de sus hombres. Con oficiales así, es francamente difícil motivar a los soldados.
—Para ser totalmente justo, hay otro problema que no has mencionado y que contribuye mucho a aumentar el problema —replicó el teniente Cook.
—¿Cuál?
—La naturaleza de las propias trincheras ocupadas por vuestras tropas —dijo el oficial británico—. La entrega del sector de Neuve Chapelle a los portugueses fue un regalo envenenado. Neuve Chapelle está situada en un barrizal bajo, dominado por las cumbres de Aubert-Fromelles, una posición elevada que ocupan los
jerries
. Cuando llueve, los hombres que defienden Neuve Chapelle tienen que lidiar no sólo con el agua que les cae encima, también con la que viene del sector boche a través del foso que baja por el camino Estaires-La Bassée. La consecuencia es que las trincheras están siempre inundadas de agua y barro; así pues, vuelven vano cualquier esfuerzo de limpieza. Por ello, quien se encuentra en Neuve Chapelle está condenado a vivir como una rata.
Pero el barón Redier ya nada oía, se sentía ahora más preocupado por la observación sobre lo que ocurría en las trincheras francesas e insistió dirigiéndose a Cook:
—Usted ha colocado las trincheras francesas sólo un punto por encima de las hindúes.
—
Yes
.
—
C'est pas posible
! —exclamó, sacudiendo la cabeza y negándose a aceptar tal comparación.
—Y, no obstante, es verdad.
Afonso decidió acudir en auxilio de su anfitrión.
—Mire,
monsieur le baron
, es un hecho que las trincheras portuguesas y francesas son más sucias que las inglesas, y que nuestros hábitos de aseo son menos firmes que los de nuestros aliados —dijo—, pero es una exageración reducir la calidad de un ejército a la limpieza de las trincheras y a los hábitos de higiene de los hombres. Los ingleses pueden ser muy limpios y organizados, pero, desde el punto de vista militar, los franceses ofrecen mejores tácticas de combate.
—
Ah bon
? —soltó el barón, recuperando su autoestima.
—Los ingleses creen en el sistema de llenar la línea del frente de soldados cuando ataca el enemigo, pero los franceses ya se han dado cuenta de que eso es disparatado y, tal como los alemanes, concentran sus fuerzas en la retaguardia —concluyó el capitán.
—¿Cuál es la diferencia?
—La diferencia es que los ingleses pierden inútilmente muchos hombres en los bombardeos preliminares del enemigo, mientras que los franceses y los alemanes los protegen en la retaguardia y sólo los mandan a las primeras líneas cuando es realmente necesario. Es más inteligente.
El barón miró al teniente Cook con expresión de triunfo.
—
Alors
?
—
I agree
—repuso el inglés, coincidiendo con la observación de Afonso—. El capitán y yo hemos hablado mucho sobre este asunto, nuestras tácticas son excesivamente inflexibles y conservadoras. Lamentablemente, nuestros altos oficiales son todos de la vieja escuela y se resisten a los modelos innovadores y más dinámicos. Como diría nuestro amigo Afonso, es un problema que tenemos que resolver.
—Y lo peor es que nuestro ejército está bebiendo de la doctrina inglesa —dijo el capitán portugués riéndose—. Así pues, imitamos a los ingleses en lo que tienen de peor y no los imitamos en lo que tienen de mejor.
El alargado reloj de caja alta colgado de la pared, un antiguo regulador vienés Biedermeier, soltó un chasquido y, acto seguido, marcó ruidosamente las nueve de la noche, con su esfera plateada y su mecanismo de
grande sonnerie
que funcionaba a la perfección. Agnès pensó que ya era hora de acabar con las comparaciones entre ejércitos. Se dio cuenta de que, cuando los interlocutores eran de nacionalidades diferentes y decidían ser sinceros, estos diálogos resultaban a veces humillantes para algunos. Hacía falta tacto, algo que, de manera manifiesta, estaba ausente en aquella mesa. La cena había concluido, así que convenía aprovechar los oportunos gongs del Biedermeier para acabar con el tema y que no volviese a surgir. Terminados los gongs, la francesa se levantó de la mesa, decidida a no perder la oportunidad que se le presentaba.