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Authors: Nicholas Blake

Tags: #Policiaco

La bestia debe morir (26 page)

BOOK: La bestia debe morir
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—¡Pobre chico! —murmuró Nigel—. ¡Qué asunto más lamentable! ¡Dios, qué mala suerte! —Siguió diciendo apresuradamente—: Fíjese, Blount, hay que encontrarle. Rápido. Tengo miedo de lo que pudiera suceder. Phil es capaz de cualquier cosa.

—Hacemos todo lo que podemos. Tal vez, sin embargo, sería mejor que lo encontráramos un poco demasiado tarde. Le mandarán a un manicomio. Me horroriza pensarlo, señor Strangeways.

—No se preocupe por eso —dijo Nigel, mirando a Blount con extraña intensidad—. Encuéntrenlo. Tiene que encontrarlo antes de que pase nada malo.

—Ya le encontraremos, créame. No hay la menor duda. No puede haber ido muy lejos, a menos que se haya ido por el río —agregó Blount con melancólica intención...

Cinco minutos después, Nigel estaba de vuelta en el Angler’s Arms. Felix Cairnes estaba esperándole en la puerta, con los ojos llenos de inquietud y silenciosas preguntas temblando en sus labios.

—¿Qué saben...?

—¿Podemos subir a su cuarto? —dijo Nigel rápidamente—. Tengo muchas cosas que decirle, y me parece un poco público este lugar.

Arriba, en el cuarto de Felix, Nigel se sentó. De nuevo había empezado a dolerle la cabeza; por un instante el cuarto giró ante sus ojos. Felix estaba de pie junto a la ventana, mirando las graciosas curvas y los brillantes remansos del río donde él y George habían navegado. Su cuerpo estaba tenso; sentía un peso intolerable en la lengua y en el corazón, que le impedía formular la pregunta que había estado creciendo en su interior durante todo el día.

—¿Sabía usted que Phil ha dejado una confesión? —preguntó Nigel amablemente. Felix se dio la vuelta, agarrándose con las manos al alféizar de la ventana—. La confesión de que él envenenó a George Rattery.

—¡Pero es una locura! El chico tiene que haberse vuelto loco —exclamó Felix en una especie de desesperada y desconcertada agitación—. No podría matar ni... Oiga, supongo que Blount no se lo ha tomado en serio, ¿verdad?

—Blount ha desarrollado una tesis sumamente inverosímil en contra de Phil, y esta confesión no hace más que confirmarla.

—No fue Phil. Él no hubiera podido. Yo sé que no fue él.

—Yo también —dijo Nigel, con voz serena.

Las manos de Felix se detuvieron en la mitad de un ademán. Durante un instante miró desconcertado a Nigel.

Luego murmuró:

—¿Usted «sabe»? ¿Cómo sabe?

—Porque por fin he descubierto quién fue. Necesitaré su ayuda para completar los detalles de mi teoría. Luego decidiremos qué hacer.

—Siga. ¿Quién fue? Siga; dígame.

—¿Recuerda la frase de Cicerón? Está en alguna parte del
De Officiis
, creo:
In ipsa dubitatione facinus inest
(la culpa se revela en la misma vacilación). Lo siento mucho, Felix, Usted es una persona demasiado buena para cometer un crimen con éxito. Como me dijo esta mañana Shrivenham, usted tiene demasiada conciencia.

—¡Oh! Ya veo —Felix tragó con dificultad, y dejó caer las palabras en medio del triste silencio que entre ellos se abría. Luego trató de sonreír—. Siento mucho haberle causado todas estas molestias. No ha de ser muy divertido para usted, después de todo lo que hizo para salvarme, llegar a esta conclusión. Bueno, en un sentido estoy contento de que todo haya terminado. Supongo que, por otra parte, Phil no me dejaba otra alternativa con su confesión. Me obligaba a decir toda la verdad a la policía. ¿
Por qué
lo ha hecho?

—Él le quería mucho. Oyó decir a Blount que estaba a punto de arrestarle. Era lo único que podía hacer para ayudarle.

—¡Dios mío! Si hubiera sido cualquier otro... Me recordaba a Martie, y lo que Martie hubiera podido ser.

Felix se sentó en una silla y hundió la cara entre las manos.

—¿Usted no cree que haya hecho ninguna locura, no? Nunca me lo perdonaría.

—No. Estoy seguro. Creo seriamente que no tiene por qué preocuparse.

Felix levantó los ojos. Su rostro estaba pálido y tenso, pero el peor sufrimiento había desaparecido de él.

—Dígame: ¿Cómo lo descubrió? —preguntó.

—Su diario. Fue una equivocación, Felix. Usted se traicionó. Como había escrito al principio: «Ese estricto moralista que juega al gato y al ratón, con los furtivos, con los tímidos o con los atrevidos, induciendo al criminal a lapsus verbales, induciéndole al exceso de confianza, dejando pruebas en su contra y representando el papel de agente provocador.» Usted quiso que su diario fuera una especie de válvula de seguridad para su conciencia; pero luego, cuando cambió sus planes,
cuando descubrió que no podía matar a un hombre cuya culpabilidad no había sido probada
, el diario se convirtió en el instrumento principal del nuevo plan; y es ahí donde usted se vendió.

—Sí. Ya veo que usted lo sabe todo —Felix sonrió oblicuamente—. Supongo que subestimé su inteligencia. Tendría que haber solicitado un defensor un poco más obtuso. ¿Quiere un cigarrillo? El condenado puede fumar su último cigarrillo, ¿verdad?

Nunca olvidaría Nigel esa última escena. El sol que se volcaba sobre la cara pálida y barbuda de Felix Cairnes; el humo del cigarrillo ascendiendo por la luz del sol; la manera tranquila, casi académica, en que discutían el crimen de Felix, como si sólo hubiera sido el argumento de una de sus novelas policíacas.

—Porque —dijo Nigel— hasta el momento en que fracasó su tentativa de empujar a Rattery por la cantera, en su diario usted cavilaba sobre la imposibilidad de probar que él había matado a Martie. Pero desde ese momento, usted dio por sentado su culpa. Esta discrepancia fue lo que primero me puso en la dirección correcta.

—Sí, ya veo.

—Habíamos supuesto todo el tiempo que su fracaso en la cantera se debía a que George conocía ya sus intenciones. ¿Por qué mintió y dijo que sufría de vértigo? Porque, argumentábamos, había llegado a tener vagas sospechas de usted, y trataba de ganar tiempo. Pero anoche, cuando leí de nuevo su diario, se me ocurrió de pronto que tal vez hubiera mentido usted. ¿Y si usted hubiera llevado a Rattery hasta el borde de la cantera, y, cuando iba a tropezar y caer sobre él y empujarle, usted hubiera descubierto que no podía hacerlo, simplemente porque no tenía pruebas de que él hubiera matado a su hijo...? ¿No ocurrió así?

—Sí. Tiene razón. Fui demasiado delicado —dijo Felix amargamente.

—Una característica que a nadie desmerece. Pero le traicionó. Volvió a traicionarle después, cuando usted se negó a tener ninguna clase de relaciones con Lena, aun después de habérnoslo contado todo, esa tarde en el jardín, lo del diario y su odio hacia George; usted quería romper con ella, porque le disgustaba la idea de verla unida por más tiempo a un asesino. Phil no es la única persona absurdamente quijotesca en este asunto.

—No hablemos más de Lena. Es lo único que me avergüenza. Y la he utilizado como si fuera un peón de ajedrez; perdóneme el lugar común.

—Bueno, volviendo al asunto. Consideré todos sus movimientos en el episodio de la cantera desde el punto de vista de que su objetivo principal fuera arrancar a George la verdad, y sólo entonces, cuando él hubiera admitido su culpa en la muerte de Martie, matarle. La culpa era visible en la vacilación que le impedía matar a un hombre quizá inocente. Usted no podía preguntarle a quemarropa si había matado a Martie; él lo hubiera negado, simplemente, y le hubiera echado de su casa. Por eso usted trató deliberadamente de hacerse sospechoso a sus ojos, de despertar su curiosidad, de darle a entender de una manera indirecta que proyectaba matarle.

—No veo cómo pudo llegar usted a esa conclusión.

—Primero: se hizo invitar a casa de Rattery, aunque sólo unos días antes había dicho que nada en el mundo le induciría a vivir bajo su techo, y a pesar de que así aumentaba enormemente el peligro de que su diario fuera descubierto. Pero supongamos que una parte importante de su nuevo plan hubiera sido
que su diario fuera descubierto por George
. Y según usted mismo dice, le incitó deliberadamente a interesarse por él. Durante ese almuerzo al que asistieron el señor y la señora Carfax, usted dijo que estaba escribiendo una novela policíaca; simuló ponerse muy nervioso cuando alguien propuso que leyera un capítulo en voz alta, usted sugirió a George, muy inteligentemente, que le había hecho aparecer en la obra; después de eso, ningún hombre del tipo de George podía resistir el deseo de hurgar los manuscritos, especialmente cuando, unos días antes, usted le había permitido muy claramente descubrir que su verdadero nombre no era Felix Lane.

Felix le miró durante un momento con verdadera incredulidad. Luego mostró en su rostro haber comprendido.

—El general Shrivenham me dijo esta mañana que el doce de agosto, un jueves, le había visto, o creído verle, en una confitería de Cheltenham. Usted estaba con un hombre alto de grandes bigotes, así lo describió el general. Sin duda era Rattery. Ahora bien, Shrivenham va todos los jueves por la tarde a esa confitería; siendo amigo suyo, era de imaginar que usted lo supiera; y sabiéndolo, era muy poco probable que fuera con Rattery a esa confitería un jueves por la tarde, a menos que quisiera ser reconocido y saludado por el general por el nombre de «Cairnes», que es precisamente lo que sucedió. Al salir ustedes, el general le llama por el nombre de Cairnes; Rattery, de inmediato, lo relaciona con el Martie Cairnes que atropello con su coche. Tan pronto como Shrivenham me lo dijo —de paso, me lo contó sin que yo se lo hubiera preguntado— comprendí por qué usted no quería que yo hablara con él y llegara a deducir...

—Siento muchísimo el golpe que le di en la cabeza. Verdaderamente, ayer no sabía lo que hacía; era una inútil tentativa de postergar su entrevista con Shrivenham. ¡Es tan hablador! Temía que le contara el incidente de la confitería. Pero, en realidad, traté de no golpearle muy fuerte.

—No es nada. Siempre trato de conciliar lo bueno con lo malo. Blount creyó que Phil me había golpeado en el momento de huir. Blount desarrolló su teoría muy correctamente, pero sin explicar por qué yo había encontrado desabrochados los botones de mi camisa, cuando volví en mí. Nadie abre la camisa de un individuo para comprobar si todavía late su corazón, sino cuando teme haberle golpeado muy fuerte. Phil se hubiera asustado del cuerpo que estaba en el suelo y no se hubiera atrevido a acercarse a él, como el mismo Blount admite. Y si el asesino de George hubiera sido otra persona, y hubiera advertido que yo estaba acercándome demasiado a la verdad, para desgracia suya, habría tratado de matarme; habría vuelto a golpearme si al abrir la camisa hubiera descubierto que todavía latía mi corazón.

—Ergo
, el hombre que le abrió la camisa fui yo.
Ergo
, yo soy el asesino de Rattery. Sí, supongo que fue un mal paso de mi parte.

Nigel ofreció un cigarrillo a Felix y encendió el fósforo. Su mano temblaba mucho más que la de su amigo; para poder seguir conversando debía convencerse a sí mismo de que sólo era una discusión académica acerca de un crimen imaginario. Siguió amontonando detalle sobre detalle, aunque los dos lo conocían muy bien, y retrasando así el momento inevitable en que él o Felix decidirían cuál había de ser el próximo capítulo de la historia: el último.

—El doce de agosto fue el día en que usted se encontró con Shrivenham en la confitería. En su diario no habla de ese encuentro. Usted menciona que pasó una tarde muy agradable en el
dinghy
. Es interesante —siento ser tan frío en mi manera de encarar este asunto— que usted haya falsificado esa anotación. No había ninguna necesidad de hacerlo, porque de todos modos George leería después el diario; y era peligroso ocultar su viaje a Cheltenham, pues la policía hubiera podido estudiar sus movimientos y notar la discrepancia, la contradicción...

—Yo estaba nervioso y agitado cuando escribí eso. El asunto de la confitería había sido mi primer movimiento en mi nueva campaña contra George, y era un plan delicadísimo. Eso habrá nublado mi lucidez.

—Sí, yo pensé que debió ocurrirle algo semejante. Ya antes me había parecido un poco fuera de tono su anotación del doce de agosto. Usted desarrolló una teoría sobre las dilaciones de Hamlet. Pero desarrollando su teoría acerca de la «prolongación de la dulce anticipación de la venganza», usted esperaba ocultar de cualquier entrometido el hecho de que su verdadero motivo era una conciencia demasiado sensible.

—Ha sido usted muy inteligente al advertir eso —dijo Felix.

A Nigel le pareció que había algo extraordinariamente patético en la manera en que Felix admitió esto último, una manera tranquila, pero levemente decepcionada, como si Nigel hubiera encontrado un error en un libro suyo.

—Más adelante vuelve usted a lo mismo. Era algo así: «La voz de la conciencia, supone usted, amable lector. Se equivoca. No tengo el menor remordimiento por matar a George Rattery.» Usted trataba de simular que no tenía conciencia; pero esa palabra estaba indeleblemente escrita a lo largo de todo el diario y en todas sus acciones. Espero que no le moleste que siga hablando de esto. Comprenda que quiero aclararlo todo; para mí, por lo menos.

—Siga hasta donde quiera —dijo Felix con otra sonrisa oblicua—. Cuanto más largo mejor. Recuerde a Scherezade.

—Bueno. Si usted quería que George leyera el diario, el plan del
dinghy
era un pretexto. Si realmente pensaba ahogar a George en el río, no había necesidad de escribir todos los detalles en el diario y luego incitarle a que lo leyera. Entonces me pregunté, ¿para qué este asunto del
dinghy
? Y la respuesta fue que usted quería obtener una confesión de labios de George. ¿Es así?

—Sí. De paso, le diré que yo estaba bastante seguro de que George había mordido el anzuelo: un día descubrí el diario colocado en una posición levemente alterada, bajo la tabla del suelo. Evidentemente, a George no le bastaba saber que yo era Cairnes y que quería matarle. A causa de la acusación de homicidio que pesaba sobre su cabeza, no se atrevía a actuar a menos que fuese definitivamente cuestión de vida o muerte para él. Por eso me permitió desarrollar mi plan hasta que le pedí en el río que dirigiera el barco a favor del viento. Se salvaguardó —así creyó él— mandando el diario a sus abogados antes de embarcarse. Yo estaba casi seguro de que haría algo semejante. La escena del
dinghy
fue muy terrible para ambos. George no creía, sin duda, que yo tuviera el coraje de llevar mi plan hasta el fin; y yo estaba sobre ascuas, por ver si él se daba realmente cuenta del peligro y si en el último momento llegaba a admitir que había atropellado a Martie. Estábamos nerviosos como dos gatos, lo puedo asegurar. Por supuesto, si él hubiera aceptado mi invitación de conducir el barco a favor del viento, habría significado que no había leído mi diario: en ese caso, yo habría vaciado aquella botella del tónico al volver a la casa.

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