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Authors: Nicholas Blake

Tags: #Policiaco

La bestia debe morir (27 page)

BOOK: La bestia debe morir
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—¿Se rindió, por fin?

—Sí. Cuando dimos la vuelta, y le pedí que pilotase el barco, ya no pudo disimular. Dijo que conocía mis intenciones, que había mandado el diario a sus abogados para que lo abrieran en el caso de su muerte, y luego trató de hacerme un chantaje vendiéndomelo. Ese fue el peor momento. Yo estaba casi seguro de que él había matado a Martie, porque si no no habría esperado hasta tan tarde para discutir el asunto conmigo. No fue el único cuya vacilación probó su culpa. Pero no tenía ninguna prueba segura. Y cuando le hice notar que el diario era tan peligroso para él como para mí, a causa de la explicación de la muerte de Martie, podría haberlo negado, podría haber simulado que no sabía absolutamente nada acerca de Martie. Pero se rindió. Admitió que la posición era un empate, y por lo tanto admitió tácitamente su responsabilidad por la muerte de Martie. Esto firmó su sentencia de muerte, como dicen algunos.

Nigel se levantó y caminó hacia la ventana. Se sentía mareado y un poco indispuesto. La tensión nerviosa, tan cuidadosamente reprimida, de esta conversación, obraba su efecto. Dijo:

—Desde mi punto de vista, la teoría de que el plan del
dinghy
era una impostura y que nunca fue destinado a ser llevado a la práctica era la única teoría que explicaba otro punto muy difícil.

—¿Cuál era?

—Lo lamento, pero tenemos que hablar de Lena otra vez. Resulta que si el plan del
dinghy
estaba realmente destinado a cumplirse, si hubiera sido su único y franco plan para matar a Rattery, usted se hubiera visto inevitablemente obligado a descubrir su verdadera identidad durante la investigación subsiguiente. Lena habría sabido que usted era el padre de Martie Cairnes, y sospechado de inmediato que el accidente no era tan «genuino» como parecía. Por supuesto, existía la posibilidad de que ella no lo delatara; pero no creo que usted dejara su vida en sus manos de esa manera.

—Creo que todo el tiempo me he engañado deliberadamente con respecto a la intensidad de su amor hacia mí —dijo Felix tristemente—. Yo había empezado por engañarla, y no podía creer realmente que ella no me engañaba también; que buscaba mi dinero. Eso demuestra lo despreciable que soy. El mundo no perderá nada con mi desaparición, ni yo tampoco.

—Por otra parte, si usted envenenaba a George sabiendo que el diario llegaría a ser públicamente conocido, significaba que aceptaba la idea de que toda la historia de Felix Cairnes fuera puesta en evidencia. Usted confió en que nadie dudaría de que el plan de ahogar a George era el verdadero. Ya que pensaba ahogar a George ese día, y sólo fue impedido porque él, inesperadamente, conocía sus planes, era inverosímil que usted hubiera arreglado todo para envenenarlo esa misma noche. Así creyó usted que pensaría la policía, ¿no?

—Sí.

—Era una idea brillante. Me engañó totalmente. Pero un poco demasiado sutil para Blount. X admite haber planeado la muerte de Y; Y es asesinado; por lo tanto, lo más probable es que el asesino sea X. Así lo pensó Blount. Es siempre muy peligroso confiar demasiado en la sutileza de un policía, o subestimar su sentido común. Y otra cosa: usted no le dio a la policía la oportunidad de sospechar de otra persona —Felix se ruborizó.

—Vamos, no soy tan perverso. Supongo que no me cree capaz de inculpar a una persona inocente, ¿verdad?

—No. No a propósito, por lo menos. Pero su diario contenía muchas cosas que me hicieron creer durante un tiempo que la vieja señora Rattery era la asesina; y Blount también basó gran parte de su acusación contra Phil en el diario.

—No me hubiera importado mucho que colgaran a la vieja señora Rattery, supongo; estaba arruinando espantosamente la vida de Phil. Pero no se me ocurrió que pudieran sospechar de ella. En cuanto a Phil, bueno, usted sabe bien que hubiera preferido morir antes que verle sufrir algún daño. En realidad —continuó Felix, en voz baja— fue Phil quien mató a George Rattery, en cierto modo. Yo podría haberme sentido desanimado o asustado, dejando a un lado la idea de matar a Rattery, si no hubiera tenido que ver, día tras día, su horrible influencia sobre la vida de Phil. Era como si hubieran torturado y oprimido a mi propio Martie. ¡Dios mío! ¡Pensar que todo ha sido inútil! Si Phil hubiera...

—No, Phil estará perfectamente. Estoy absolutamente seguro de que no ha hecho ninguna locura —dijo Nigel, tratando de poner en su voz un poco más de convicción que la que realmente tenía—. Pero ¿cómo creyó usted que interpretarían la muerte de George?

—Como suicidio, por supuesto. Pero Lena retiró la botella y logró que Phil la escondiera. Justicia poética, supongo.

—¿Pero qué motivo podía tener George para suicidarse?

—Bueno, yo sabía que esa tarde él volvería del río muy agitado. La gente lo notaría. Es el tipo de pregunta que siempre hace el oficial que se ocupa de la investigación: ¿en qué estado de ánimo se encontraba el finado? Me imaginé que la policía creería que se había suicidado en una especie de arrebato mental, de temor porque iba a ser descubierta la realidad acerca de la muerte de Martie. Algo por el estilo. Yo sabía que de regreso pasaría por el taller para sacar su coche, y por lo tanto sería verosímil que hubiera conseguido el veneno en ese momento. Claro que no me preocupé mucho por el motivo. Todo lo que deseaba era sacar a Rattery de allí, antes de que pudiera hacer más daño a Phil —Felix se detuvo—. Es extraño. Estuve preocupándome toda la semana, hasta sentirme enfermo. Pero ahora que sé que no hay remedio, ya no me importa.

—Siento muchísimo que este asunto concluya así.

—No es su culpa. Usted estaba mucho mejor armado que yo. ¿Querrá Blount detenerme ahora mismo?

—Blount no sabe nada todavía —dijo Nigel lentamente—. Todavía cree que ha sido Phil. Y es mucho mejor: pondrá todo su empeño en encontrarle; tiene que mantener su reputación.

—¿Blount no lo sabe? —Felix estaba de pie junto a la cómoda, de espaldas a Nigel—. Bueno, quizá no tuviera tantas armas.

Abrió un cajón y se volvió con un brillo febril en los ojos y un revólver en la palma de la mano.

Nigel permaneció sentado, tranquilo: nada podía hacer; entre ellos mediaba toda la habitación.

—Cuando Phil desapareció esta mañana, fui hasta la casa de Rattery a buscarle. No lo encontré, pero en cambio encontré este revólver. Era de George. Pensé que tal vez me hiciera falta.

Nigel levantó los ojos, mirando a Felix con una expresión interesada, levemente impaciente.

—Usted no piensa matarme, ¿no? Verdaderamente, no habría ninguna razón...

—¡Mi querido Nigel! —exclamó Felix, sonriéndole tristemente—. No creo merecer eso. No. Estaba pensando en mi propia conveniencia. Una vez asistí a un juicio criminal; no tengo muchas ganas de asistir a otro. ¿Le parecería mal si yo declinara la invitación y utilizara esto?

Hizo unas muecas desdeñosas dirigidas al revólver. Nigel pensaba: «Está haciendo un esfuerzo enorme de voluntad; su orgullo es terrible; el orgullo y una especie de sentido artístico de la ocasión le permite elevarse a la altura de las circunstancias, y dominar su carne atemorizada; bajo una tensión intolerable, estamos todos inclinados a dramatizar las situaciones; es una manera de ablandar la dura realidad, de hacer soportable una agonía suprema.» Después de un minuto, dijo:

—Escuche, Felix. Yo no quiero entregarle a Blount, porque me parece que la muerte de Rattery no ha sido ninguna pérdida para el mundo. Pero no puedo estar tranquilo mientras no arregle el asunto de Phil; por otra parte, Blount siempre me ha tenido confianza. Si usted escribe una confesión —mejor será que se la dicte yo, así nos referimos a los puntos más importantes—, y se la envía a Blount, dejándola en el buzón del hotel, yo me iría a dormir hasta última hora de la tarde. Tengo que dormir, por estos dolores que siento en la cabeza.

—El buen espíritu inglés para los pactos —dijo Felix, mirándolo burlonamente—. Tendría que estar agradecido por esto. Pero ¿lo estoy?... Sí, lo estoy. Mejor que un revólver...; es molesto y desagradable. Mejor terminar peleando en mi elemento.

Los ojos de Felix se habían encendido de nuevo. Nigel le miró inquisitivamente.

—Si pudiera llegar hasta Lyme Regís... Allí está mi
dinghy
. Nunca se imaginarán que me escapé por ese lado.

—Pero Felix, usted no tendría ninguna esperanza de llegar...

—No creo que me haga falta. Mi vida acabó con Martie. Ahora lo sé. Volví a la vida durante unas semanas tan sólo para salvar a Phil. Me gustaría morir en el mar luchando con un enemigo franco, para cambiar: el viento y las olas. ¿Podré llegar hasta allá?

—Creo que sí. Blount y la policía están buscando a Phil. Si ha tenido dudas a su respecto, ya no las tiene. Aquí tiene usted su coche, y...

—¡Y puedo afeitarme la barba! ¡Dios mío! Tal vez consiga pasar. Una vez dije que me afeitaría la barba y me escabulliría a través del cerco policial. Esa tarde en el jardín, ¿recuerda?

Felix echó el revólver de nuevo dentro del cajón, sacó las tijeras y los utensilios para afeitarse, y puso manos a la obra. Nigel le acompañó hasta arriba de la escalera y vio cómo la echaba la confesión en el buzón del hotel. Estuvieron durante un momento en la habitación.

—Tardaré más o menos tres horas y media en llegar allá.

—Todo irá bien si Blount no vuelve hasta el atardecer. Yo me encargaré de Lena.

—Gracias. Ha sido usted muy bueno. Desearía..., me gustaría haber sabido que Phil está a salvo, antes de irme.

—Nosotros nos encargaremos de Phil.

—Y Lena... Dígale que es mucho, mucho mejor, y todo eso. No. Dígale que la quiero. Ha sido conmigo más buena de lo que yo merezco. Bueno, adiós. Esta noche o mañana desapareceré para siempre. ¿O habrá algo después de la muerte? Sería bonito comprender la razón de todas estas cosas tan tristes —Sonrió rápidamente a Nigel—. Seré entonces
Felix qui potuit rerum cognoscere causas
...

Nigel oyó cómo el coche arrancaba.

—¡Pobre hombre! —murmuró—. Cree que tiene alguna esperanza, en un
dinghy
, con este viento que está levantándose.

Salió del hotel, en busca de Lena...

EPÍLOGO

Recortes de diarios del archivo de Nigel relativos al caso Rattery.

Recorte del Gloucestershire Evening Courier:

Philip Rattery, el niño que había desaparecido de su hogar en Severnbridge ayer por la mañana, fue encontrado hoy en Sharpness. La señora Violeta Rattery, la madre del niño, entrevistada por un reportero del
Courier
, declaró: «Philip se escapó en una lancha del río Severn. Fue descubierto mientras descargaban la lancha en Sharpness, esta mañana. No ha sufrido ningún daño durante su fuga. Ésta se debió a la preocupación causada por la muerte de su padre».

Philip Rattery es el hijo de George Rattery, el destacado ciudadano de Severnbridge cuya muerte investiga la policía. El inspector jefe Blount, de Scotland Yard, oficial a cargo de la investigación, informó esta mañana a nuestro corresponsal que confía en una rápida solución.

No hay noticias todavía de Frank Cairnes, quien desapareció ayer por la tarde del Angler’s Arms de Severnbridge, donde paraba, y a quien la policía quiere interrogar con respecto a la muerte de George Rattery.

Recorte del Daily Post:

Ayer a la tarde fue arrojado por el mar, en Portland, el cuerpo de un hombre. Lo identificaron como Frank Cairnes, el hombre que la policía buscaba con motivo del crimen de Rattery, en Severnbridge. Después de haber sido encontrados los restos destrozados del
dinghy
de Cairnes, el
Tessa
, arrojados a la costa durante la tempestad de la semana pasada, la investigación se había concentrado sobre esta región de la costa.

Cairnes era muy conocido por el público lector, como autor de novelas policiacas, bajo el seudónimo de Felix Lane.

Mañana tendrá lugar la investigación judicial de la muerte de George Rattery, en Severnbridge (Glos.).

Nota de Nigel Strangeways:

Éste es el final del más lamentable de mis casos. Blount me mira todavía con cierto aire de sospecha; del modo más cortés posible insinuó que era «una gran lástima que este Cairnes se le hubiera escapado de las manos», acompañando estas palabras con una de esas miradas agudas y heladas que son mucho más inquietantes que cualquier acusación. De todos modos, estoy muy contento de haber permitido a Félix que se fuera como más le gustaba: un final limpio, por lo menos, después de un asunto tan, tan sucio.

En la primera de las
Cuatro Canciones Serias
de Brahms, éste parafrasea el Eclesiastés, 3, 19:
La bestia debe morir, el hombre muere también; si, ambos deben morir
. Que éste sea el epitafio de George Rattery y de Félix Lane.

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