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Authors: Jon Fasman

Tags: #Historico, Intriga

La biblioteca del cartógrafo (30 page)

BOOK: La biblioteca del cartógrafo
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—Ese abogado —interrumpí— ¿se llamaba Vernum Sickle?

—Sí, Sickle, sí —repuso Gomes—. Si quieres mi opinión, si Sickle defiende a alguien, eso significa dos cosas, que es culpable y es rico. La cuestión es que Sickle también amenazaba con poner demandas millonarias por difamación si aquel asunto se filtraba a la prensa. Supongo que cualquier día de estos me llegará una citación. Los federales revisaron las llamadas telefónicas de Pühapäev, registraron su casa, su despacho… Sickle les dio permiso para hacerlo una noche entre semana. Sin embargo, lo único que lo relacionaba con Jlopikov era la declaración de este. No había caso, fin de la historia.

—Quiero hablar con ese ladrón —dijo Joe.

—¿Ah, sí? No sabía que también fueras médium.

—¿Está muerto?

—Le rebanaron el pescuezo durante una pelea en la cárcel dos días después de que lo encerraran. Agresor o agresores desconocidos.

Joe suspiró y se rascó la cabeza.

—Así que lo que tenemos aquí es un tipo sin fuente de ingresos aparente, sin amigos ni parientes conocidos salvo esa profesora de música con la que sale Paulie, y algún vínculo con ladrones rusos de rubíes, probablemente relacionados con la mafia.

—¿Por qué relacionados con la mafia? —tercié.

—Apuesto lo que sea a que ese ladrón era un miembro de poca monta de la mafia rusa. Tienen presencia en Boston.

—Otra pregunta —dije—. El robo tuvo lugar en enero de 1995, y por entonces Pühapäev fue detenido por disparar por la ventana. ¿Crees que ambas cosas están relacionadas?

—En las investigaciones criminales no existe la casualidad, hijo mío —sentenció Gomes—. A menos que seas abogado defensor.

—¿Ese profesor salía de casa para algo además de dar clase? —quiso saber Joe.

—Solo para ir de copas a un bar de Clougham —repuse.

—¿El Clougham que hay entre aquí y Hartford?

—El mismo. El bar se llama el Lobo Solitario.

—Así que el Lobo Solitario. ¿Has estado?

—Sí, es un antro sin nada especial. La verdad es que al dueño no le caí nada bien.

—¿Qué quieres decir?

Le hablé de Eddie el Albanés y su cálida despedida.

—Eddie el Albanés, ¿eh? ¿Vale la pena acercarse hasta allí, Sally?

—¿A Connecticut? Debes de estar de coña, chupatintas. Está fuera de nuestra jurisdicción, y ya tienes bastantes problemas para rato —le recordó Gomes.

—Estamos investigando el posible asesinato de un profesor de la Universidad de Wickenden, no vamos a arrestar a nadie. Solo quiero echar un vistazo, ya sabes, mover el culo de una puta vez. Nadie me echará de menos aunque no vuelva del todo puntual.

—Se supone que no puedes investigar nada, tío. Y si lo haces, desde luego yo no debería ayudarte.

—Bueno, ¿te vienes o no?

—Solo para asegurarme de que el Gordo no se mete en líos, gordo.

POLVO DE ARCO IRIS Y COLA DE PAVO REAL

La cola del pavo real, el arco iris: Hombres más inteligentes que yo creían a pies juntillas que simbolizan la resurrección y la inconstancia inherente a lo nuevo, que al sustituir lo que ha perecido aún ignora lo que es. Sin embargo, no puedo por menos que observar que los arcos iris son más a menudo prismáticos, efímeros que las bandas arqueadas que vemos representadas; y por su parte, los pavos reales son aves excepcionalmente malhumoradas.

BOUDEWIJN TEN HOUTEN,

El arco de san Inocencio o la locura de Flamel

18 de noviembre de 1986

Aubrey College

Oxford

Para Virju Saarju, comandante de la marina soviética, Flota del Báltico, Haapsalu, Estonia:

Confío en que sepa perdonar el largo silencio entre mi recepción desde sus instrucciones y esta misiva, el orgulloso anuncio de que por fin he alcanzado el éxito, aunque solo sea en parte. Lo que me solicitó no era tarea sencilla; requería paciencia y determinación, así como grandes dosis de investigación y viajes. Como bien sabe, me pongo sumamente nervioso y físicamente enfermo cuando viajo más allá del sudeste de Londres o del noroeste de Gales. Por ello temía, tal vez de un modo irracional, el reciente viaje que realicé a Gyunri y alrededores. No obstante, la oportunidad de ver la tierra de la que proceden mis hijos constituía un incentivo más que suficiente para sobreponerme a dichos temores, si bien no sé qué habría sido de mí si no hubiera observado mis dosis diarias de benzadrina, berenburg, Seconal y una pipa de mis propias hierbas siempre dispuesta. El general Petrosian se reveló como anfitrión cortés y culto; tengo entendido que en parte debo agradecérselo a usted.

Sin ánimo de ofender, me siento impelido a contarle que gran parte de mis dificultades se debió a la torpe inelocuencia y la innecesaria competitividad de su socio (y mío, supongo, aunque a regañadientes) Voskresenyov. De hecho, su ansia por terminar el trabajo y trasladar nuestro Centro a Occidente me impulsa a escribirle antes de completar mi tarea. Debo manifestar mis objeciones lo antes posible y quiero dejar constancia de que dejar el Centro en sus manos y permitirle trasladarlo en el momento que sugiere constituye un error de una magnitud que no hemos visto desde hace siglos.

Por descontado, usted sabe que jamás osaría poner en cuestión su juicio ni tengo el menor interés en asumir sus obligaciones. Considero un gran desafío organizar cualquier cosa más allá de los límites de mi invernadero, por no mencionar una organización de la envergadura de la nuestra. Por tanto, debo aceptar que tendrá usted buenas razones para encomendar a Voskresenyov la reconstrucción de la Biblioteca, pero confieso que me inspiró bien poca confianza, sobre todo en lo referente al objeto u objetos en concreto que me han ocupado. Creía que sobre la base de nuestras investigaciones textuales, de memoria e inducción habíamos acordado que el Arco Iris era puramente metafórico, la metáfora de una metáfora de un encubrimiento, y procedí a generar para usted diez metáforas vivas sobre dicha base. Por lo visto, Voskresenyov considera que mi labor es una medida temporal y provisional para aplacar el problema; cree que puede encontrarse y se encontrará un auténtico Arco Iris o Cola de Pavo Real de alguna clase. En su opinión, se trata de alguna suerte de joya, según me dijo, con toda probabilidad en forma de colgante o broche. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién la tiene? ¿Qué fuentes dignas de confianza han escrito sobre ella? Por supuesto, carece de respuestas para estas preguntas. No obstante insiste en que busca usted mi trabajo solo porque muere y por tanto puede sustituirse sin gran inconveniente cualquier mañana de invierno cuando él cruce el umbral proverbial con su premio. Pero estoy convencido de que usted sabe la verdad, por fortuna. Si me permite un consejo, no pierda de vista a este hombre. Posee cierto aire incompleto, y al sentarse se inclina en exceso hacia delante.

Si yo fuera hombre ansioso de fama mundana, el contenido de este paquete me la garantizaría. Ahora obran en su poder diez bellezas únicas (rojo, anaranjado, verde, azul, índigo, violeta, negro, blanco y traslúcido) cruzadas y fertilizadas mediante técnicas que yo mismo inventé. Algunas son frágiles y por ello deberé enviar recambios cada año, mientras que otras deberían sobrevivimos, al menos a Voskresenyov, esperemos, tras una única siembra fructífera. Todas las flores descienden de un jardín de tulipanes que los patriarcas Petrosian han cuidado durante casi mil quinientos años. El mismo jardín, si me permite agregarlo, del que los Petrosian, a la sazón mercenarios persas, enviaron su tributo al rey Rogelio II. Un hombre corriente verá en ellas unas flores de gran hermosura; usted verá una línea ininterrumpida hecha de pétalos, viva y radiante.

Espero recibir en el tiempo y la forma acordados la cantidad que ya establecimos en su momento. Si alguna vez tiene ocasión de cruzar patinando el mar del Norte y el Báltico, doblar hacia el sur en el canal de la Mancha, seguir la niebla que surge del Támesis y barre los Meadows, enfilar las calles adoquinadas que conducen al Bear, atravesar High Street y subir por Calx Street hasta la Porter's Lodge, será recibido con la más calurosa de las bienvenidas, y en mi invernadero le mostraré cosas con las que jamás ha soñado siquiera.

D.D.

Objeto 9a: Una bolsa de pergamino que contiene diez pétalos secos de tulipán, cada uno de un color distinto.

Objeto 9b: Las Alas del Pavo Real, un broche que Valvukas, antiguo señor de la guerra lituano, había hecho para su esposa, quien a su vez lo regaló a su amante, a quien nunca nombra pero a quien se refería en su diario como «el hombre oscuro de acertijos e indicaciones». Diez pequeños fragmentos de ámbar báltico de entre 3 y 6 centímetros de longitud, cada uno de un color distinto (sangre, lava tibia, atardecer de agosto, Karelia, labios de difunto, mediodía de enero, vino, todo, nada, Dios); cada uno encierra un ala de mosca engastada en forma de gota sobre fondo de plata.

La alquimia suplanta y acelera la naturaleza. La jardinería y la agricultura se limitan a seguirla, así que no debería extrañar que relativamente pocos alquimistas tuvieran bestiarios o jardines ornamentales. Muchos eran herbalistas o también criaban animales para alimentarse, pero en general su curiosidad por la flora y la fauna carecía de pasión, por lo que no se les daba bien la tarea de velar por ellas. No obstante, las plumas de pavo real (que en la leyenda son más coloridas que en la realidad) y los ramos de flores multicolores siempre han sido obsequios de bienvenida. Metafóricamente, se refieren al momento del proceso tras la degradación de la sustancia original y la purificación de su esencia anterior, y justo antes de que empiece a adquirir su nueva forma. Es entonces cuando cobra distintos colores y formas, según sea su naturaleza, así como la habilidad y el sentido de la teatralidad del alquimista.

Fecha de fabricación (9a): Los tulipanes florecieron en mayo de 1983.

Fecha de fabricación (9b): Valvukas contrajo matrimonio durante el solsticio de verano de 1152. Ahogó a su esposa en una ciénaga durante el deshielo primaveral de 1155.

Fabricante (9a): Darius Dimbledon, profesor universitario de botánica y titular del Aubrey College, Oxford.

Fabricante (9b):
Al-Idrisi
, geógrafo náufrago de Bagdad y Palermo, así como tutor de Valvukas.

Lugar de origen (9a): Oxford, Inglaterra.

Lugar de origen (9b): La costa de Estonia.

Ultimo propietario conocido (9a): El profesor Dimbledon envió las flores junto con la carta adjunta a Virju Saarju, un comandante de la Marina Soviética con fama de excéntrico y erudito. De allí fueron a parar a manos de Ivan Voskresenyov, cuya búsqueda de las Alas del Pavo Real continuó pese al desdén de Dimbledon.

Ultimo propietario conocido (9b): A la muerte de Dimbledon (súbita y violenta), el broche se encontró en su mesilla de noche. Era una de las dos joyas que no debería haber conservado; por fortuna, ninguna de las dos la encontró la policía.

Valor aproximado (9a): Insignificante. Unos 7 centavos por la bolsa y menos aún por su contenido.

Valor aproximado (9b): Las pocas personas que conocen su existencia, no tan pocas como Dimbledon señalaba en la carta, pero tampoco muchas, la verdad, no dudarían en pagar 250.000 dólares por los fragmentos. El ámbar de semejante transparencia y riqueza de color, diseñado en una sola pieza por un artesano de tanto renombre, puede alcanzar un precio exorbitante.

Y de nuevo desciende a la tierra, y recibe la fuerza de las cosas superiores y de las inferiores.

Jadid y Gomes discutieron como un viejo matrimonio mientras se ponían los abrigos y bajaban la escalera de la comisaría. Sal se metía con Joe por su ropa, calificando su estilo de «neoindigente». Joe le arrebató las llaves del coche y me dijo que Gomes conducía como si en todo momento tuviera miedo de que lo multaran por exceso de velocidad. Jadid volvió a advertirme que tuviera cuidado; Gomes le replicó que yo sabía cuidarme solito y acto seguido me advirtió que tuviera cuidado. De nuevo les di las gracias por su ayuda, y Gomes se encogió de hombros.

—Las cosas guays se ven por la tele. Los casos interesantes escasean en la vida real, y cuando aparece uno, no nos gusta perdérnoslo.

Me dirigí a Allen Avenue en busca de la cena para Hannah y para mí. Quería sorprenderla, deslumbrarla con mi buen hacer culinario, que por regla general se Umita a hervir agua y verter salsa sobre la pasta. Una noche en la universidad, acuciado por el alcohol y el hambre, inventé el Bocadillo de Tostada, consistente en una rebanada de pan tostado entre dos rebanadas de pan sin tostar, todo ello coronado con mantequilla y ketchup. Por fortuna, en Allen Avenue hay de todo para sibaritas de mi calado.

No hay acuerdo sobre cuándo y si el tramo de Allen Avenue situado en Carroll Hill ha dejado de ser un barrio italoamericano auténtico para convertirse meramente en un conjunto de supermercados, vinaterías y restaurantes italianos destinados sobre todo a los turistas y consumidores de otros distritos de la ciudad. Si preguntamos a un residente de la zona, uno de los cada vez más escasos moradores de segunda o tercera generación de Carroll Hill, tenemos tantas probabilidades de escuchar un lamento como una defensa encarnizada. Si preguntamos a un habitante de cualquier otro barrio de Wickenden, lo más probable es que nos responda que cuando era pequeño aquello era genial, pero que ahora es solo para los adictos a la salsa de tomate y los pijos quiero y no puedo.

Yo me consideraba más bien un adicto a la salsa de tomate, razón por la cual acabé en la tienda de comestibles Ciavetti, donde compré salsa arrabiata fresca, longaniza dulce, ravioli rellenos de mozzarella fresca salada, dos puñados de albahaca y dos botellas de Montepulciano.

—¿Es para una chica? —preguntó la anciana que me atendió con los ojos chispeantes y una sonrisa de belleza desvaída en el rostro.

—Pues sí —asentí, orgulloso.

—Ya, es que siempre lo adivino. Camina usted ligero como el viento y tiene los ojos brillantes. Si le prepara esta comida con todo el cariño del mundo, ella lo amará para siempre.

—¿Paul? —me llamó una voz conocida desde una ventana situada sobre mi cabeza—. ¿Qué haces aquí?

Alcé la mirada y vi a Mia asomada a una ventana panorámica que sobresalía del tejado de la casa azul celeste. Llevaba el cabello apartado de la cara y sujeto con un lápiz, como siempre hacía cuando trabajaba, una sudadera de Wickenden y las gafas, que nunca se ponía para salir de casa.

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