La costa más lejana del mundo (41 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: La costa más lejana del mundo
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Sí, por favor. Subir y gritar me ha abierto el apetito. ¿Tienes un cuchillo, Stephen?

No, pero tengo una lanceta. La cogí para deshacer un nudo que había en los cordones de los valiosos zapatos que me hiciste tirar y me había olvidado de ella hasta anoche, cuando me la clavé al acostarme de lado. Lo lamento, porque si me hubiera acordado de ella, podría habérsela dado a esa robusta joven para agradecerle su amabilidad. Le tomé afecto.

Jack sentía lo mismo y dijo que eso habría sido lo apropiado, y luego añadió:

Pero esto abre bien los cocos secos y me servirá para abrir huecos cuando haga algún tipo de señal.

Tardó toda la mañana y un poco más en hacer la señal. Formó un trípode uniendo tres ramas de un cocotero con un cabo que hizo pasar por los agujeros que había abierto en ellas con la lanceta, luego lo ató a la parte superior del árbol más alto y puso su camisa en la punta. Se sostuvo bastante bien, y su forma triangular contrastaba con las curvas que lo rodeaban, pero cuando Jack hizo el último de los incontables descensos del enorme árbol, se puso triste. No tenía esperanzas de que el trípode y su camisa sirvieran para algo. Durante toda la mañana, en los períodos en que descansaba del duro trabajo, había notado que el cielo se nublaba por el este, el viento aumentaba de intensidad y rolaba hacia el sur y las olas eran cada vez más grandes, y, además, había observado con gran atención la fragata y el
pahi
. Vio que los tripulantes del
pahi
habían desmontado la caseta, habían aferrado las velas con camiseta y habían desplegado una vela cuadra entre los mástiles, un tipo de jarcia que él no sabía que ese barco pudiese llevar, y luego habían orzado y empezó a navegar con rapidez hacia el oeste. La
Surprise
había virado para interceptar su ruta, y, por tanto, ambas embarcaciones navegaban con rumbos convergentes a considerable distancia de la parte de sotavento de la isla. Ahora se encontraban a tan gran distancia que, bajo el cielo nublado, Jack sólo podía ver de vez en cuando las velas de la fragata cuando subía con las olas, y apenas veía el
pahi
. Ignoraba si la fragata y el
pahi
se habían encontrado, pero sabía que el viento aumentaba de intensidad y se había formado una fuerte marejada, y que si por casualidad los hombres de la
Surprise
obtenían información de las tripulantes del
pahi
, sería fragmentaria, dudosa y poco fiable. Con ese viento, esa marejada y esa corriente, si un barco con jarcia de cruz intentaba acercarse a la isla, tardaría más de una semana en avanzar hacia el este, y Mowett no podría justificar la pérdida de todo ese tiempo aduciendo lo que le había indicado un grupo de mujeres monolingües y hostiles, suponiendo que le indicaran algo, en vez de cumplir con su deber, que era ir a las islas Marquesas.

No te preocupes, amigo mío —dijo Stephen—. Siéntate cómodamente en el suelo y escucha los rugidos del mar.

¡Qué rugidos! —exclamó Jack—. Esta marejada debe de haberla provocado alguna fuerte tormenta cercana. Pero quiero decirte una cosa, Stephen: temo que también haya una aquí, y aunque no sea así, tal vez sería mejor que nos acostumbrásemos a la idea de que tendremos que quedarnos en la isla durante mucho tiempo. Los peces aquí deben de ser excelentes, y podremos comer bígaros cuando logremos llegar al arrecife.

Stephen le recordó que la fragata estaba cerca, pero Jack replicó que se había desplazado demasiado a sotavento. Entonces Stephen dijo que tendría que avanzar rápido hacia barlovento, y Jack estuvo a punto de decirle que incluso el barco que mejor navegara de bolina escoraría mucho si tenía que tener las velas arrizadas debido a la gran fuerza del viento, pero pensó que esa explicación no serviría de nada, porque Stephen sería incapaz de entenderla. Además, pensó que con ella haría que Stephen se angustiase y entristeciese y que eso no era conveniente. Por tanto, escuchó silencioso cómo su amigo le aseguraba que Mowett encontraría la forma de vencer esas dificultades y le decía que para los miembros de la Armada no había nada imposible, que nadie podía superar a los marinos en diligencia y que si tardaban en llegar, él tendría tiempo para conocer la flora y la fauna de la isla, aunque ésta era tan escasa que no necesitaría mucho tiempo.

Pero —añadió Stephen después de decir esas palabras de consuelo—, he estado observando el coral. Es asombroso que una miríada de animalillos haya extraído la cal del agua del mar, la haya acumulado generación tras generación y haya llegado a formar esta isla, el arrecife y todo lo demás que hay aquí. ¿Y sobre qué? Sobre los esqueletos de otros corales-pólipos. Y han acumulado una cantidad inimaginable. Te aseguro, Jack, que todo lo que hay aquí, aparte de estas pocas plantas que brotaron por casualidad —dijo, señalando los cocoteros con la cabeza—, está formado por corales, vivos o muertos. La arena es coralina y la isla es una sólida masa de coral que no está apoyada en ninguna roca. ¿Cómo empezaría la acumulación en medio del profundo y tempestuoso océano? La fuerza de las olas es muy grande y los animalillos son muy frágiles. ¿Cómo se forman islas como ésta? No lo sé y no tengo ninguna hipótesis.

¿Crees que no hay ninguna roca debajo?

Ninguna, amigo mío. Todo es coral y nada más que coral —respondió, negando con la cabeza.

Entonces guardó silencio y estuvo pensativo mientras Jack tenía la vista fija más allá de la laguna que formaba el arrecife y de la capa de espuma blanca que lo cubría, y pensaba en encontrar algún cebo para pescar con el cabo que Manu le había dado atado a una rama de cocotero. Pensaba en varias formas de hacer fuego cuando Stephen dijo:

Puesto que esto es así, estoy convencido de que ese objeto redondo parecido a una tortuga de mediano tamaño pero más abultado, que se encuentra a tu derecha y contra el cual choca suavemente el agua, no es una piedra sino un trozo de ámbar gris. Sí, estoy convencido de que es un enorme pedazo de ámbar gris desgastado por el mar.

¿No has ido a verlo?

No. Su rareza y su belleza me hicieron recordar la desafortunada caja de latón que sacamos del
Danaë
y que ahora se encuentra a bordo de la
Surprise
, y de pronto, como una revelación, vino a mi mente la idea de que las ratas, las cucarachas y las polillas se están comiendo su contenido, un millón de guineas con la típica voracidad de los animales de la zona tropical. La idea hizo que se me doblaran las piernas, y desde entonces estoy aquí sentado.

Jack pensó: «No necesitaremos el contenido de la caja de latón ni el ámbar gris, a menos que puedan comerse. Si el tiempo sigue empeorando y llega a desatarse una tormenta, la
Surprise
se desviará mucho a sotavento y casi no habrá probabilidades de que venga». Entonces, alzando la voz y dando la mano a Stephen para que se levantara, dijo:

Vamos a echarle un vistazo. Si es ámbar gris, seremos ricos. Lo único que tendremos que hacer será ir a ver al comerciante más próximo y cambiarlo por una cantidad de oro de su mismo peso. ¡Ja, ja, ja!

No era ámbar gris sino un pedazo de piedra caliza, en algunas partes cristalina y en otras translúcida, y Stephen se asombró al verla.

¿Cómo se forman cosas como ésta? —preguntó, mirando hacia alta mar—. No puede haber sido a causa de glaciares ni de icebergs… ¿Cómo se forman cosas como ésta? ¡Ahí está la lancha! —gritó—. Ya sé. Esta roca llegó entre las raíces de un árbol, un gran árbol derribado por una inundación o un tornado y arrastrado Dios sabe cuántos miles de millas hasta aquí, donde se descompuso y dejó esta carga incorruptible. Ven, Jack, ayúdame a darle la vuelta. ¿Lo ves? —preguntó, sonriendo cuando la levantaban—. En estas grietas todavía hay rastros de las raíces. ¡Qué descubrimiento!

¿Has visto una lancha?

Sí, nuestra lancha, naturalmente. Es la lancha grande. Vienen a buscarnos, como tú decías. ¡Oh, Jack, no sé cómo voy a mirarles a la cara! —exclamó con una expresión completamente diferente.

Todavía estaba allí sentado junto a la roca cuando la lancha de la
Surprise
, guiada por el capitán desde lo alto de un cocotero, pasó por la peligrosa abertura del arrecife, atravesó la laguna y llegó a la orilla.

¡Oh, señor! —gritó Honey, saltando desde la proa y abrazando al capitán—. ¡Cuánto me alegro de verle! Vimos la señal hace un par de horas y casi no podíamos creer que fuese suya. ¿Cómo está? ¿Y el doctor? —preguntó ansioso, ladeando la cabeza.

Está muy bien, gracias, Honey, y yo también —respondió Jack, estrechándole la mano.

Luego se volvió hacia los tripulantes de la lancha, que estaban sentados en la bancada, que habían olvidado la disciplina de la Armada y reían y bromeaban, y, alzando la voz, dijo:

¡Bienvenidos, compañeros! ¿Han remado durante mucho tiempo?

Ocho horas, señor —respondió Bonden, riendo como si fuese un chiste.

Entonces, muévanla un par de pies y bajen a tierra. Creo que tendremos que esperar a que cambie la marea para irnos, pero tendrán tiempo para mojarse el gaznate con agua de coco. Señor Calamy, encontrará al doctor sentado junto a la roca que está en la orilla de la otra parte de la isla. Dígale… ¿Hay algo de comer en la lancha?

Killick puso a bordo un poco de ponche y de foca en conserva por si usted no estaba muerto —contestó Bonden—. Además, tenemos nuestras raciones.

Entonces, dígale que hay ponche y foca en conserva. Dígale también que vamos a comer y a beber ahora, y que si le apetece puede reunirse con nosotros, y que se prepare para irse cuanto antes, porque zarparemos pronto, porque es posible que se desate una tormenta. Y ahora, señor Honey, por favor, cuénteme qué ha pasado.

Honey le contó que habían notado su ausencia poco antes del amanecer, cuando un lampacero de la popa vio las ventanas del mirador de popa abiertas, y que cuando se lo comunicó a Mowett, éste había dicho: «Ha sido por causa del doctor» y había virado. Añadió que entre todos los oficiales establecieron un rumbo que permitiría a la fragata llegar al lugar donde habían visto al capitán a bordo por última vez, y que la fragata navegó en esa dirección durante varias horas y todos vieron troncos flotantes en cuatro ocasiones antes de llegar a la posición determinada, que fue comprobada con mediciones muy precisas, pero estaban desanimados y tenían la vista cansada de mirar con atención inútilmente a su alrededor durante tanto tiempo. Agregó que después pusieron la fragata en facha durante la noche, que todos los oficiales permanecieron en la cubierta o en las cofas y que la fragata parecía un coche fúnebre guiado por mudos. Luego dijo que antes del amanecer volvieron a bajar las lanchas y los cúteres y, en cuanto aparecieron las primeras luces, empezaron la búsqueda avanzando hacia el oeste. Poco después sus tripulantes vieron otros dos troncos que aún no estaban completamente empapados y todavía flotaban, lo que les hizo concebir esperanzas, y luego, la embarcación que iba delante, uno de los cúteres…

El cúter azul —dijo Bonden—. Acababan de sonar las siete campanadas de la guardia de prima… Perdone, señor…

Entonces Honey explicó que uno de los cúteres había hecho una señal y que las demás embarcaciones se dirigieron adonde se hallaba, pero que sólo encontraron un barril vacío, un barril de la Armada norteamericana que, aparentemente, contuvo carne en fecha reciente.

¿Un barril de carne? —preguntó Jack con evidente satisfacción—. Continúe, señor Honey.

Entonces Honey dijo que cuando cambió la guardia, Hogg, el jefe del grupo de balleneros, fue hasta el alcázar y dijo que al norte, a considerable distancia, había una isla, y que cuando le preguntó cómo lo sabía, señaló una blanca nube con reflejos verdes en el cielo. Añadió que los demás balleneros, que conocían bien el Pacífico Sur, estaban de acuerdo con él y afirmaban que sus habitantes siempre se guiaban por señales como ésa para navegar. Agregó que cuando le preguntaron a qué distancia estaba, respondió que dependía del tamaño, pues había una pequeña a unas veinte millas y otra mucho mayor más lejos, y añadió que existían muchas islas que no aparecían en las cartas marinas.

Luego dijo que los oficiales se preguntaban si era posible que ellos hubieran encontrado un tronco flotando y lograran llegar a la isla, si la corriente tenía la dirección apropiada para ello o si los había llevado demasiado lejos al norte, y, además, si era correcto que desviara la fragata de su rumbo. Añadió que se dieron cuenta de que tenía que desviarse demasiado para llegar a la isla, por lo que era necesario asegurarse de que existía, pero que ordenaron que el cúter azul avanzara hacia el nornoreste a toda vela durante una hora, mientras la fragata y las otras embarcaciones continuaban la búsqueda. Suponían que si la isla existía, habría una corriente que se movería en dirección a ella y atraería troncos flotantes desde lugares muy lejanos. Agregó que el tiempo pasaba lentamente, pero que por fin vieron que el cúter regresaba navegando a toda vela, con banderas de señales izadas, pero ellos no podían ver más que la punta de las banderas porque la
Surprise
había avanzado mucho hacia el oeste y había poca luz porque el cielo se había nublado, y hasta que no se acercó lo suficiente no lograron ver que la señal indicaba que sus tripulantes habían visto una pequeña isla y un barco de dos mástiles a considerable distancia de ella al oestenoroeste. También contó que en aquel momento el viento había aumentado de intensidad y había rolado al noreste y el mar empezó a agitarse, lo que parecía preludiar una tormenta, y que, según Hogg y los demás balleneros, en esa zona había fuertes tormentas después que se formaban esas grandes olas. Finalmente dijo que pensó que probablemente ésa era su última oportunidad, así que mandó a subir todas las embarcaciones y, aunque no tenían muchas esperanzas, cambiaron el rumbo de la fragata, y poco después el serviola que estaba en una cruceta gritó que divisaba un barco.

Ese fui yo —dijo Calamy—. Lo vi con el telescopio de Boyle. ¡Ja, ja, ja!

Según Honey, Hogg había subido a la cofa y había dicho que el barco era una embarcación típica de la zona, un barco de doble casco parecido al
pahi
de Tuamotu, aunque no exactamente igual, y había visto la isla muy lejos al este.

Entonces Mowett mandó a varios marineros a tripular la lancha y a cargar provisiones en ella y ordenó a Honey que fuera hasta la isla lo más rápido posible mientras él averiguaba si el
pahi
les había recogido o si sus tripulantes tenían información sobre ellos (Hogg entendía la lengua de las islas) y ponía la fragata en facha hasta que la lancha regresara. Además, habían acordado encontrarse en las islas Marquesas en caso de que el tiempo empeorara.

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