La era del estreñimiento (15 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol

Tags: #Humor

BOOK: La era del estreñimiento
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Laxantes buenos

Los laxantes que le describimos a continuación son muy eficaces; no tendrá que ir a comprarlos a ninguna farmacia ni herboristería, tampoco necesitará receta médica para conseguirlos. Son laxantes naturales.

E
NFRÉNTESE A UNA PRIMERA CITA

Enfrentarse a una primera cita mueve las emociones, altera el funcionamiento del cuerpo y esto hace que las visitas al váter sean regulares y satisfactorias. No existe mayor placer que la evacuación anterior del mismo día del primer encuentro: es una evacuación desenfrenada como los rápidos de un río del Pirineo. El cuerpo no para de sacar materia, da la sensación de estar liberando hasta algún potito olvidado de la infancia. No hay tisana que pueda contener ese desalojo impetuoso que aumenta conforme se aproxima el encuentro. Podría ocurrirle, incluso, que poniendo sus datos en un chat de contactos ya empiece a sentir los primeros retortijones. Lo malo de este laxante es que deja de ser eficaz en la segunda cita. En esos momentos usted deberá reflexionar sobre la relación. Tendrá que decidir entre seguir con la pareja o seguir cagando; es decir, buscar otro
laxante
. No conviene despistar el objetivo principal: lo que usted necesita es una relación estrecha con el inodoro de su casa, una fidelidad sin límites. Eso sí, nunca se sincere del todo con sus nuevas conquistas y les diga: «A la anterior la dejé porque ya no me hacía cagar como al principio».

R
OBAR EN CHALÉS

El laxante que le proponemos a continuación nos lo sugieren constantemente las noticias de los informativos referidas a robos en chalés. Es un común denominador en todas ellas el
regalito
depositado a modo de firma por los cacos. Visto lo cual, robe. No es necesario llevarse grandes cantidades de dinero: lo importante es el detalle. Y de hacerlo hágalo en chalés, ya que son sitios que añaden una tensión extra que lo ayudará a conseguir sus objetivos: saltar el muro o la verja, tratar de sortear y despistar al Rotweiller, la preocupación de si saltará o no la alarma, etcétera. Además, recomendamos que se compre una linterna, un pasamontañas y el clásico jersey negro; la liturgia ayuda. Desde el momento en el que planee la fechoría vivirá una
luna de miel evacuatoria
. El día del gran golpe lo recordará para toda la vida y, si lo pillan, no se preocupe: también es un laxante pasar una noche en el calabozo.

A
PUNTARSE A LA AUTOESCUELA

Otro de los laxantes que funciona muy bien es apuntarse a una autoescuela. Si usted ya tiene el carné de conducir, no se preocupe: apúntese al de camión o, si ya lo posee, vaya por el de autobús o por el de mercancías peligrosas. No hay defecación más apoteósica que la del día del examen práctico. Es una situación que genera tal tensión que puede hasta con el esfínter más disciplinado. Tienes que dar un paseo en coche a un señor cuya misión en la vida es buscarte fallos. El profesor, ese ser afable y bonachón que ha ejercido de cónyuge postizo durante semanas en el asiento de al lado, ese ángel de la guarda que manejaba el coche sin que te dieras cuenta, haciéndote creer que eras apto, el día del examen no hace más que dedicarte reojos asesinos. Tú te concentras en la conducción para no cagarte encima, pero te llega el tufillo del descuido del chaval que va sentado en el asiento trasero y se examina a continuación. Para rematar la faena el examinador te pide que aparques el coche. Si te toca en cuesta, lo que aparcas es un retrete con ruedas.

Si no le convencen ninguno de estos laxantes que hemos citado, busque en los genéricos:

—Saltar a las vaquillas de su pueblo.

—Dejar su móvil personal en la mesilla de su pareja.

—Hacer puenting en países de Oriente Medio.

—Comerse un revuelto de setas que ha cogido tu cuñado que está recién operado de la vista mediante láser.

L
A MUERTE, EL ÚLTIMO LAXANTE

En ese momento en que estire la pata —Dios quiera que sea tarde y rápido para que no le dé tiempo a cagarse en él— ese amigo suyo que hizo de su vida un auténtico chiste, el esfínter, se relajará. Si quiere decirlo más poéticamente, el calamar abrirá la boca o el buhonero cantará. Ese músculo cómplice de atascos interminables, llegada la hora, adoptará gesto de sorpresa eterna y dejará paso al último convoy sin oponer resistencia. Usted se irá «por la pataca' abajo» como un bendito. Firmará su última cagada sin poder contar baldosas ni leer ni el epitafio, querido lector. Y de esta última mierda se alegrarán sus herederos. Usted entrará en ese túnel de luz sin las cargas de la materia flotando y con una paz que jamás imaginó experimentar —o eso dicen—, la misma que el que caga cristianamente; ya sabe, el graciosote del «pumba y pumba» del café matinal. Menuda broma. Lo cierto es que nadie ha vuelto del Más Allá para contarnos si en el cielo dejan poner kebabs.

Breve inciso: ¿existirá el estreñimiento después de la muerte o tendremos que ir a robar al chalé de Belcebú para hacérnoslo encima?

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La ley de la selva

En las tribus salvajes no existe el estreñimiento, viven tranquilos y felices, y se toman la vida según viene; y según viene, sale. Cuando aparece un forastero con algún souvenir del mundo moderno, algo nuevo, se lo ponen de sombrero o se lo cuelgan al cuello; si es una pistola, disparan al aire y bailan. Cuando se cansan, lo tiran: no les da pena deshacerse de ello. Sin embargo, conservaremos hasta el fin de nuestros días la lanza con plumas que nos ha dado el hijo del hechicero. La colgaremos en el salón para recordar el viaje a la selva, colocaremos un foco alógeno para iluminarla y completaremos la decoración con motivos étnicos, aprovechando la pertinente «Semana africana de El Corte Inglés». (Conchas de tortuga, pieles de serpiente, caras talladas en madera que asustan al niño de la casa, tamborcitos y un arco con flechas que disparará algún amigo de tu hijo en un guateque). Si cambiamos de casa, todo este homenaje al Serengueti encontrará su reposo eterno en el trastero de la nueva morada, acompañando a los saris que trajimos de la India en la luna de miel.

Esta sencillez de los pueblos supuestamente
no civilizados
se refleja en su manera de ir al váter. No tienen más que ponerse de cuclillas y en un santiamén resuelven como el bebé y la vaca. Así de simple. Hombre, a decir verdad, tampoco se pueden quedar mucho rato en la espesura con el culo al aire, porque podrían estar apuntando a un nido de culebras sin saberlo. En el mundo civilizado 110 tenemos el peligro de lo salvaje excepto si vives con un energúmeno. La única amenaza que podemos encontrarnos cuando vamos al baño es que el papel higiénico sea barato y raspe, que es como si te mordiera una cobra de anteojos.

Nota de los autores

No podemos concretar el número exacto de hostias que entran en una somanta, pero se nos antoja que son más de una docena. En cuanto al cinturón del albornoz, nunca se seca completamente: almacena el agua como un cactus. Y para la tercera pregunta del estreñido filósofo: «¿Cómo se apellida la Reina Sofía?», le vamos a dar cuatro respuestas posibles; una es la verdadera.

—Lienchestein

—Glucksburgo

—Goikoetxea

—Pataki

Inciso final: ¿quién ganaría en una pelea a puñetazos? ¿El dueño de Zara o el de Ikea? Lo que es cierto es que da para porra como la del avestruz con la cebra.

Diario de un atasco

El séptimo día descansó

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