La era del estreñimiento (6 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol

Tags: #Humor

BOOK: La era del estreñimiento
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E
L ESTREÑIDO RADICAL

El que no puede. Este individuo generalmente entra al baño a ducharse, a quitarse pelos, a peinárselos, a cepillarse los dientes y a por tiritas. Las ocasiones en las que el estreñido radical intenta provocar el defeque lo hace sin fe, sin convicción, asumiendo la derrota de antemano, como si se sentara a jugar una partida de ajedrez contra un ruso. Nada más rozar el muslo con la loza su cerebro manda órdenes a todos los músculos de su cuerpo para que se tensen, y los esfínteres, que son músculos sin graduación, obedecen sin rechistar. Luchar contra el sarro o contra la caspa no llena una existencia si sabes que no puedes experimentar uno de los tres grandes placeres. (Si está haciendo cuentas, quitando el del baño, nos quedan el del dormitorio y el del comedor).

Hay que tener cuidado con decirle frases como: «Esto está que te cagas»; no sería de buen gusto. También hay que evitar coincidir con él si acabas de hacerlo tú, la cara de felicidad y los pantalones subidos hasta la medalla te delatarían y lo harían sufrir.

Así como los vampiros no pueden ver una cabeza de ajos ni la luz del sol, el estreñido radical es incapaz de tolerar un paquete de papel higiénico de treinta y seis rollos. Pero no todo es inconvenientes, las ventajas que tiene vivir con uno es que te da todo tipo de información sobre los productos que anuncian en la tele, ya que en los descansos de las películas «no tiene nada que hacer».

E
L ESTREÑIDO MODERADO

A diferencia del radical, que no va, el estreñido moderado va, incluso puede que con regularidad, el problema es que le cuesta deshacerse de la herencia. Además, nunca sabe exactamente cuánto transcurrirá desde que entra en el váter hasta que sale; es un tiempo muerto y de obligada espera, un agujero negro. Constituye una de las grandes brechas metafísicas que ha abierto la era del estreñimiento, hemos conquistado un espacio temporal inexistente en otras realidades. Acordémonos de la cagada de una vaca, dura lo que la fuerza de la gravedad necesita para hacerla llegar al suelo. Nosotros disponemos de un tiempo de regalo, como aquella bola extra de los futbolines, y podemos emplearlo de diversas maneras reflejadas en los siguientes tipos.

El lector

Estos estreñidos, conforme se van liberando del residuo, experimentan un vacío tan grande que tienen que tener a mano letra impresa que les proporcione información rápida sobre cualquier cosa. Lo cierto es que cualquier texto es válido para ese momento. ¿Quién no ha dado la vuelta al bote de champú en busca de literatura?

Estamos ante una lectura salvavidas; el estreñido lector se agarra al texto como una garrapata al cuello de un perro. Si no encuentra letras en los botes de jabón, abrirá los medicamentos para leer el prospecto y, si no los hubiera, echará mano de la cartera para leer su propio DNI. Este tipo de estreñimiento es el culpable de que tengamos los quioscos llenos de periódicos y revistas absurdas, como
Camiones de Cuatro Ejes
,
Doce Minutos
,
Sólo Periquitos
,
Llaveros de Bulgaria
; son publicaciones destinadas a leer cagando, no tienen sentido fuera del váter. Si no, no se entiende cómo en Ávila se venden los números atrasados de
Pasión por el Yate
. La proliferación de los suplementos dominicales en los periódicos, los catálogos de venta por correo y la propaganda de librillo también se deben a este fenómeno. Así que si un familiar suyo perteneciente a esta tipología le grita, desde dentro del baño, «¡No hay papel!», contemple todas las posibilidades.

Breve inciso: el día en que un lumbreras invente el papel higiénico con fragmentos de novelas, o con la programación de la televisión, por ejemplo, los quioscos se quedarán con el
Interviú
, el
Marca
, tres periódicos más y los chicles de rigor.

El juguetón

Este ser es incapaz de entrar al váter a cagar y no llevarse ningún objeto consigo. Y aquí se abre un campo de posibilidades: juegos de ingenio, cartas, muñecos de guiñol, yoyós de cuerda corta, pequeñas maquetas para montar, máquinas de video-juegos, etcétera. En váteres amplios, de casa señorial, se han llegado a meter al váter hasta coches teledirigidos. Son personas que se entretienen fácilmente con cualquier cosa; si no encuentran un juguete a mano, un simple alambre del corcho de una botella de cava puede tenerlas entretenidas media hora. La diferencia sustancial con el tipo
lector
es que para este tipo de estreñido una revista o un libro no representan nada más que la posibilidad de practicar papiroflexia. La irrupción en el mercado de los huevos Kinder con su sorpresa supuso un antes y un después en la vida de este tipo de estreñido.

El orador

Este tipo es incapaz de permanecer solo y en silencio mientras está en plena acción. Lleva fatal las largas esperas que le acarrea su estreñimiento y como remedio acostumbra a buscar comunicación con el exterior por medio de la oratoria. Si no hay nadie con quien hablar, puede revivir cualquier conversación que haya tenido últimamente o ensayar el discurso de entrada en la Real Academia Española. El móvil ha supuesto un gran aliciente para estos estreñidos, ya que pueden aprovechar la coyuntura para hacer una llamada tontorrona de una hora a cualquiera de la agenda. Nunca reconocerán que te llaman desde el baño y esperarán a terminar la conversación para tirar de la cadena.

No soporta su propia intimidad, así que puede llegar a realizar cualquier acción desde ahí dentro: «Te como el peón con el alfil y es jaque al rey; muévelo tú que esto va para largo». Son tan persistentes que consiguen proezas como mantener a su cónyuge al otro lado de la puerta y desesperado mientras se enzarzan en cualquier discusión que terminará con el vaciado de la cisterna: «Bueno, vamos a dejarlo. ¡Qué a gusto me he quedado, Marisa!». Estos individuos sueñan con que alguien invente un día el inodoro doble o adosado. Son reacios a utilizar los váteres de los aviones, sobre todo en vuelos internacionales, donde no pueden usar el teléfono y es difícil cabrear a una azafata.

Breve inciso: ¿quién no ha arengado a los dirigentes mundiales en la ONU, por ejemplo, para advertirlos de las consecuencias del cambio climático desde su váter?

El filósofo

Los expertos sitúan en la Grecia clásica el origen de la filosofía, o del quebradero de cabeza, de la que dicen que empezó a desarrollarse a partir de la conquista del bienestar. Vulgarmente se conoce como la ciencia que nace con el estómago lleno. Nosotros no desmentimos la teoría anterior, pero vamos un poco más allá, concretamente al otro lado de la puerta del váter. La filosofía nace con el estreñimiento.

El estreñido que se atreve a enfrentarse al proceso evacuatorio sin la ayuda externa de letras, juguetes o charlas está provocando a la filosofía. Es debido a la relajación de la mente, que sabe que no puede acelerar el tránsito del entrecot, y se permite el lujo de volar por encima de la cruda realidad. «Pienso, luego no cago con soltura». Es allí, sentado en la taza, donde se permitirá un tiempo para algo que no le ocupa lugar a lo largo del día. Grandes pensamientos y cuestiones se han creado rodeados de baldosas. Si no fuera por el estreñimiento filosófico, nunca nos habríamos planteado algunas cuestiones como las que siguen: ¿cuántas hostias caben en una somanta?, ¿por qué tarda tanto en secarse el cinturón de un albornoz?, ¿cómo se apellida la reina Sofía?

El pudoroso

Este tipo de estreñido siente pánico ante el retortijón que anuncia la salida del Talgo, ya que el tema del defeque, propio o ajeno, le hace pasar una vergüenza terrible. Es incapaz de hablar de ello y lo pasa fatal cuando tiene que enfrentarse al momento si está acompañado. Intentará por todos los medios detener el tráfico intestinal, lo que generará unos tapones colosales, que van acompañados de los consiguientes pinchazos abdominales. Es capaz de comprimir más que una escopeta de balines. Tal es la negación al hecho en cuestión que se han dado casos de cerrárseles el ano igual que se cierra el agujero del pendiente por no usarlo. Si no tiene más remedio y se ve obligado a ir al váter a cagar, jamás dará explicaciones de ningún tipo; como mucho dirá: «Vuelvo enseguida». No soporta que la gente piense que él también caga.

Su vergüenza alcanza las cotas más altas cuando la cajera de los hipermercados tiene que pasar el lector del código de barras por el paquete de rollos de papel higiénico. Intentará por todos los medios distraer su atención con alguna pregunta absurda: «¿Qué? ¿Mucho trabajo hoy?». O la típica frase de ánimo: «¡Ya falta menos para acabar!». Se le puede venir el mundo encima si la cajera, sujetando el fardo de treinta y seis rollos, exclama: «Es muy bueno este papel, en casa es el que más nos gusta». Aunque peor aún si el lector no reconoce el código de barras y tiene que venir la chica de los patines a por él. Los estreñidos pudorosos contribuyen notablemente a agrandar el agujero de la capa de ozono, ya que, después de cagar, agarran el primer spray que tienen a mano y disparan como posesos para no dejar rastro. Todo un alarde de inocencia, porque al salir del baño los delata una nube tóxica que saltaría las alarmas de una central nuclear.

El viajero

«¿Tiene alguna vacuna para el estreñimiento? Que eso de la malaria y la fiebre amarilla me trae sin cuidado».

Este tipo de estreñido puede simultanearse con cualquiera de los tipos anteriores. Es más, aunque usted presuma de una fluidez regular, no está exento de sufrir el típico estreñimiento vacacional. Se habla mucho de la sensibilidad de los músicos invidentes, de los homosexuales y de los sismógrafos japoneses, pero en ningún modo es comparable a la sensibilidad de nuestro intestino grueso cuando barrunta que estamos haciendo las maletas. Ya podemos echar la culpa al agua, al cambio de temperatura, a que echamos de menos nuestro váter, o al viento del poniente, el caso es que, en vacaciones, la digestión se salta el último paso.

El primero y el segundo día no le damos importancia, porque tenemos toda la atención puesta en los alicientes del destino turístico. Pero ya el tercero caemos en la cuenta de que no hemos ido. Ahí te empiezas a preocupar; pero, a nada que seas un poco observador, compruebas que tus compañeros de viaje tampoco han ido. A tu alrededor hay caras tristes, movimientos lentos, desidia, e incluso alguno puede llegar a contar un chiste sin final. No ayuda mucho a solucionar este atasco que sufrimos el bufé libre de los hoteles a la hora del desayuno. A ver quién es el majo que, viendo a ese inglés mezclando dulce y salado, frío y caliente, que no se salta ni la bandeja del cabello de ángel, se conforma con un café bebido. Acabamos haciendo un plato combinado de autor, imposible de encontrar en ninguna gasolinera. La diferencia con el señor inglés es que él no volverá a comer nada hasta la hora de la cena, mientras que nosotros, a media mañana, ya estaremos buscando un
self service
del paseo marítimo para
matar el gusanillo
. Que de
gusanillo
, nada; es una boa constrictor de ocho metros de larga que no encuentra salida por ningún sitio.

El estreñimiento viajero explica perfectamente por qué la mayoría de los cruceros tienen una semana. A partir del séptimo día sería imposible entretener a los pasajeros con la gymkana de cubierta o el tragasables de después de la cena, cuando la preocupación general es
echar el ancla
.

Las vacaciones realmente comienzan el día en que por fin evacuamos. Aunque hayas ido a visitar las cataratas del Niágara, lo primero que contarás a tu amigos a la vuelta no será la fuerza con la que cae el agua desde allí, sino
el regalito
que les dejaste en el váter del hotel al sexto día. Y a partir de ese momento ya puedes empezar a enseñar la ristra de fotos digitales.

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.
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El comportamiento estreñido

Hay un sinfín de situaciones cotidianas en las que nuestro comportamiento refleja que somos estreñidos. Son pequeñas pruebas que la vida nos pone delante para recordamos que funcionamos generalmente con mecanismos de bloqueo, con el freno de mano echado. Por muy diversas que sean en apariencia, todas ponen en evidencia nuestra tendencia a controlar y retener en lugar de reaccionar de una manera natural, acorde con lo que sentimos. La única
fibra
que existe para combatirlas es «agarrar al toro por los cuernos», atreverse a dar el paso, accionar y enfrentar el miedo inhibidor. No hay ningún yogur en el mercado que tenga las propiedades necesarias para ayudarnos a remediar estos duros trances del destino.

N
O DECIR A UN AMIGO QUE TIENE UN MOCO PEGADO EN LA CARA

(Válido también para un pedazo de lechuga en la ortodoncia, el fideo en el bigote o el típico tocinillo de jamón entre diente y diente).

Nuestro amigo Manuel se empeña en contarnos algo importante, totalmente ajeno a la aparición en escena de un moco seco, o albondiguilla, que se queda adherido a su moflete, como Spiderman a un edificio. A partir de ese momento lo que diga Manuel pasa a segundo plano, aunque nos esté declarando amor eterno; el moco ha robado toda nuestra atención. Sentimos vergüenza ajena por el pobre Manuel, que se ha convertido en una persona ridícula y vulnerable de repente. En cuestión de segundos nos entra una enorme responsabilidad porque, si se lo hacemos saber, le devolveremos la dignidad y el glamour que ha perdido.

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