Le salen ocho estreñidos, ¿verdad? Es lo normal, la cara es el espejo del alma y en ella se reflejan todos nuestros sentimientos y emociones. El problema grave habría sido que no hubiera encontrado ningún estreñido en la rueda de reconocimiento. Ahora, amigo lector, dé le la vuelta a la página y compruebe…
… que los doce de esta página estaban estreñidos en menor o mayor medida. Una cara de alguien que no lo está pertenecería al siguiente muestrario.
¡Qué diferencia, ¿eh?! Parecen hermanos del Dalai Lama. No se desespere, hay más test incluidos en el libro y alguno le dará positivo.
Incluso a sabiendas de que nuestro caché intelectual y nuestro prestigio mediático puedan sufrir merma considerable, queremos reivindicar la importancia de esta acción liberadora y contribuir a su normalización a todos los niveles. Ahora que el sexo deja de ser tabú y podemos practicarlo con la luz encendida, no hay excusas para tratar el tema de la evacuación del vientre con la naturalidad que se merece. No se sonroje: cagar es bueno, cagar alarga la vida. No se conoce el caso de alguien que haya muerto cagando y, sin embargo, echando un polvo se han ido unos cuantos, y comiendo, y bailando, y viendo un partido de fútbol. Hable de cagar con sus amigos con el mismo énfasis que cuenta su última noche de pasión, comprobará que lo atienden gustosos, porque ellos también cagan. Cagamos todos, nadie se libra. La vida es un viaje del feto al féretro, de acuerdo, pero también una sucesión de cagadas, está claro. Y si después de leer esto todavía mantiene sus reservas con el tema en cuestión, lea la siguiente lista y tenga la absoluta seguridad de que los que la conforman cagan o cagaron a lo largo de su vida: Marilyn Monroe, Nadia Comaneci, Elsa Pataky, los niños que vieron a la virgen de Fátima, Camilo Sesto, Anne Igartiburu, James Dean, Carolina de Mónaco, Isabel Preysler, el Dalai Lama, Paris Hilton, Santa Teresa de Jesús, el rey Gaspar, Ana Belén, Cleopatra, Ginger Rogers, Esther Williams, los niños de San Ildefonso, David Beckham, Victoria Beckham, Angelina Jolie, Santiago Segura, Penélope Cruz, Bette Davis, Lady Di, Emilio Aragón, Paz Vega, Gabriel García Márquez y Nefertiti, por ejemplo.
No todo el mundo se expresa de la misma manera cuando va a cagar, es evidente que estamos ante un tabú que da lugar a un sinfín de posibilidades a la hora de encarar el tema. En esto influyen varios factores: cómo sea uno, en qué situación se encuentre y sobre todo su estatus. ¿Se imaginan a la princesa de Bélgica levantándose de la mesa y exclamando: «¡Voy a cagar, ahora vuelvo!»? A todas luces impensable, a su padre se le atragantaría el canapé de caviar al escucharla. De la misma manera que nos extrañaría escuchar a un grafitero en acción: «Willy, sigue tú con el diablo del vagón que se me está moviendo el cuerpo y voy a hacer de vientre».
El estatus imprime carácter. Lo cierto es que cuanto más bajo es nuestro salario más naturales somos. Qué liberador es decir a un compañero de trabajo: «Cosme, me voy a jiñar que no puedo más» o «Me cago vivo, estoy que exploto», y los compañeros te animan. «¡Vete, vete a plantar el pino, que es malo aguantar!». Frases que nunca se escucharán en los pasillos de la Clínica Rúber o en el consejo de dirección del BBVA, por ejemplo, donde sólo se contempla la «indisposición transitoria».
Luego tenemos las profesiones intermedias, en las que cada uno se apaña como puede. ¿De qué manera se expresará un abogado en mitad de una reunión de trabajo si le entra «el apretón»? Utilizará todo tipo de estrategias: «En unos segundos estoy con ustedes», «Voy a revisar la jurisprudencia sobre el tema y vuelvo». Estas frases son señales inequívocas de que el picapleitos quiere cagar ya que si quisiera mear habría dicho: «Voy y vengo». Es un buen truco apelar al «en unos segundos» porque uno no miente y se puede tirar media hora en el váter que habrá vuelto en mil ochocientos segundos. Claro que, aunque haya sido solamente «segundos», a la vuelta se verá obligado a hacer la incómoda pregunta que delatará su tardanza: «Perdonen, ¿de qué estábamos hablando hace un momentito?». Y si encima trae olor a ambientador de lavanda y lleva el cinturón un palmo por encima de la cintura, los compañeros ya habrán dictado sentencia.
Breve inciso: no viene a cuento, pero, si hemos creado una metáfora animal como «cambiar de agua al canario» para referirnos a «ir a mear», ¿por qué no tener otra para asuntos mayores? Proponemos una: «ir a echar pipas al loro».
El estreñido necesita que esa materia retenida en las aduanas intestinas se libere de alguna manera. Por eso la
mierda
campa a sus anchas por conversaciones, tertulias, charlas, debates y monólogos. Es uno de los recursos más frecuentes del lenguaje hablado, escrito y pensado, compartiendo pódium con
hostia, cosa
o
tío
. Con estas cuatro palabras, tres verbos —entre los que incluimos
cagar
, lógicamente— y un par de artículos uno se puede entender, mal que bien, con cualquier persona de buena voluntad.
¿Quién no ha pronunciado en alguna ocasión: «Esta vida es una mierda», «Ese libro es una mierda», «Esta comida es una mierda», etcétera? La mierda desahoga más que cien adjetivos juntos. O si no, ¿por qué cuando nos gusta mucho una cosa decimos: «¡Está que te cagas!»? Cuando uno tiene prisa, se va «cagando leches, cagando hostias o cagando melodías», y si no llega a la hora seguro que dice algo así como: «¡Mierda… que no llego!». Hay quien está hecho una «mierda» y hay quien le llega ésta hasta el cuello. Los hay a los que los pillan «cagando y sin papel», y a los niños les dicen que no cojan nada del suelo ni se lo metan a la boca porque es «caca». Si uno bebe mucho, se «agarra una buena mierda» o se «pilla un buen pedo». Si algo es realmente malo, seguro que diremos que es «una mierda pinchada en un palo» o que es «caca de la vaca». Si alguien nos dice algo que no nos sienta muy bien, seguro que le diremos: «¡Vete a cagar!», y si nos dan un buen susto, seguro que «nos cagamos en los pantalones». Nos sentimos afortunados al pisar «mierda» de perro, y también así lo expresamos cuando se lo deseamos a alguien que va a salir al escenario: «¡Mucha mierda!». Si fallamos en algo importante, «la habremos cagado». Si consideramos que alguien es un inútil, diremos que «no vale ni
pa
cagar» o le diremos: «Eres un mierda» o incluso «un mierdecilla». Para decir que alguien es igual que nosotros decimos que «caga como tú y como yo».
Breve inciso: el nenúfar compartía la complicidad del silencio con el reflejo ondulante de la luna obscena que se bañaba desnuda en el estanque de la Alhambra.
(Esto, para compensar).
A lo largo de la Historia siempre ha habido y habrá seres privilegiados, sabios que se adelantan a su tiempo, personas que descubren el amor en tiempos de guerra, desafiantes, valientes, emprendedores, inconformistas; son las ilustres excepciones a la regla imperante de cada momento. Para ellos la vida tiene sentido, pero no están libres de sufrimiento, porque a las vicisitudes propias de cualquier existencia tienen que añadir un condimento doloroso: la incomprensión.
¿Siente que estamos hablando de usted? Estaba claro que alguno tenía que haber. Nos alegramos de saludarlo y le informamos de que, aunque sea un cagón regular, lo vamos a tratar con respeto. Con el mismo respeto que brilla por su ausencia en cada uno de sus comentarios. «Yo, todos los días igual: me tomo el cafecito y a la media hora ¡pumba!». O este tan graciosote que repite hasta la saciedad: «Yo no tengo problemas, voy como un reloj, dos veces al día ¡pumba y pumba!». ¿Se queda a gusto cuando suelta estas perlas, amigo? Mire, cada vez que por su boca sale un
pumba
, esa onomatopeya cruel y desafortunada, que repite con la sonrisa de un idiota, está generando violencia. Sí, porque jode mucho oírlo cuando llevas tres días sin girar el rollo, ¿se entera? ¿A usted le hace gracia estar con el coche en un atasco y ver avanzar sólo el otro carril? Y no digamos nada cuando ves pasar a alguien en moto y sabes que se está riendo del atasco y de todos sus integrantes. Pues bien, sólo le pedimos un poco de consideración, que esto es muy duro de llevar. No lo airee a los cuatro vientos buscando complicidad: está usted solo. Es el peaje que hay que pagar si se quiere ir contra corriente. De todos modos no deje el libro en este punto: recuerde que existe el estreñimiento repentino, ese que le puede sobrevenir en cualquier viaje o disgusto que le dé la vida.
Segundo día sin ir
El clima sólo nos preocupa cuando no nos es favorable, de eso no hay duda. Lo cierto es que ahora hay un despiste generalizado con este tema que muchos aprovechan a su conveniencia. Y esta falta de consenso se debe a que hace unos años el
cambio climático
también existía y no le dábamos mayor importancia.
Sin más, consistía en que en el pueblo de tu padre los melocotoneros estaban dando melocotón hasta octubre y el río donde ponías las sandías a refrescar lo podía cruzar David Meca con un calambre en la pierna, porque no traía casi caudal. Con un par de buenas sandías de Murcia colocadas en el riachuelo creabas una balsa para que un batracio se refrescara toda la tarde sin verse arrastrado por la corriente. Aquellos tiempos de la rana ibérica feliz se terminaron; bastante tienen las pobres hoy con que no les peguen las pelotas de golf en la cabeza.
Bueno, a decir verdad, algo se está moviendo en la meteorología, porque los hombres del tiempo aciertan de vez en cuando en sus pronósticos; antes, nunca. De hecho, no se conoce un
pleno al quince
de Montesdeoca en toda la década de 1990.
Hay una creencia muy extendida que sostiene que el famoso
cambio
es debido a la emisión de CO, y otros gases contaminantes a la atmósfera. Dicen los científicos que esto provocó el agujero de la capa de ozono —por cierto, ya nadie lo menciona— y el tan temido
efecto invernadero
. Con los debidos respetos a la comunidad científica internacional, nosotros no nos lo creemos. O sea que cada vez que Fernando Alonso pega un aceleren para hacer un adelantamiento en el Polo Norte se derrite un iglú de protección oficial, ¿no? Esa teoría no se sostiene. Además, con el CO
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tenemos que tener paciencia, le sucederá lo mismo que al aceite de oliva y al pescado azul, que pasaron de ser malos para la salud a convertirse en una de las bendiciones de la dieta mediterránea. Seguro que en unos pocos años empezaremos a quitar el catalizador de los motores y el tubo de escape tendrá la salida dentro del habitáculo de los coches.
Nosotros hemos desarrollado una teoría mucho más lógica para explicar las evoluciones del clima. Nos atrevemos a afirmar, ante cualquier cumbre de meteorología, que el cambio climático surgió porque en esta era en la que vivimos nos hicimos estreñidos.
Para ayudarnos en las cuestiones desatascantes empezamos una carrera de despropósitos que ahora no hay quien la pare. El estreñimiento colectivo empezó a ser gestionado a finales de la década de 1980 por médicos de tertulia mañanera y dietistas en general, una nueva profesión que se frotaba las manos con lo que se avecinaba. Conscientes de su protagonismo, estos profesionales se vieron en la obligación de buscar un remedio para atender a la población de tripa lenta que los seguía como a auténticos gurús.
La primera medida que tomaron fue acuñar el término
fibra
aplicado a la alimentación, determinaron qué alimentos facilitaban el tránsito, empujaban, y cuáles no. Y a pesar de no ser baladí, eso sólo era el principio de una serie de desatinos.
El culpable del cambio climático fue un dietista de León, J. A. R. (Eduardo Ventura Sanz), para más señas. Estando de luna de miel en Nueva Zelanda, vio la luz que luego arrojaría a diestro y siniestro entre sus colegas. El personaje en cuestión comprobó que en aquel país de las antípodas tanto él como su señora cagaban con soltura y consecuentemente eran felices, estaban en sintonía con la naturaleza. Y al mismo tiempo descubrió que en el buffet libre del hotel comían una fruta verde por dentro y horrible por fuera, era algo así como el testículo de un mono grande: el kiwi. Y nada, como nuestro amigo de Astorga era aficionado a la regla de tres, se quedó tan ancho cuando relacionó aquella fluidez intestinal con la ingesta de ese fruto con nombre extraño; en lugar de achacar el movimiento de su bajo vientre a los tres coitos diarios propios del casorio reciente. De golpe y porrazo, y por no atender al sentido común, había instaurado el desajuste climático. Sí, porque al importar esas frutas tropicales estamos importando también, sin saberlo, el clima del país original.