La era del estreñimiento (10 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol

Tags: #Humor

BOOK: La era del estreñimiento
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Todo era felicidad en torno a la charanga, la gente las seguía brincando y abrazándose. Pero un día llegó el pensamiento sofisticado y al chaval del saxofón le tentó el mundo del jazz —esa música de la que nadie es capaz de silbar una melodía— y empezó a estudiar solfeo a escondidas. En unos meses le quitaría el
fon
a su instrumento y lo llamaría
saxo
, que sonaba más moderno.

Al verano siguiente se daría de baja en la charanga arrastrando al del trombón y a dos trompetas para hacer un grupo a lo negro de Orleans. La charanga se quedaría con el del bombardino, el de la trompeta trucada y Beethoven a los platillos, así que desaparecería. Sería sustituida en las fiestas por un DJ, que no es otro que el del bombo, que ese año había invertido en tecnología. Salvemos la charanga española, que quedan menos que ballenas azules. Amén.

E
L YOGUR NATURAL

Corrían otros tiempos cuando el mundo del yogur estaba dividido exclusivamente en dos grupos: los naturales y los de sabores. Hace mucho que se perdieron esas clasificaciones tan entrañables que había en todas las familias con respecto a los yogures. En un clan de siete individuos, por ejemplo, había tres miembros que eran «de natural», otros dos «de fresa», uno «de coco» y otro quizá «de plátano». Cada uno se definía por su sabor y se lo respetaba. Todo esto se perdió, ¿acaso ahora alguien se reconoce como que es «de bio» o de «pasteurizado después de la fermentación»?

Nunca nos hubiéramos imaginado que aquel invento para gandules del «yogur natural azucarado» sería el desencadenante de toda una serie de despropósitos en el mundo del yogur. Luego llegarían los tropezones de frutas flotando en el cuajo, y de ahí a mezclarlos con natas y nitrógenos varios para darles prestancia no pasó mucho tiempo. El pasillo de los lácteos en los hipermercados se alargaba y todavía no habían entrado en acción los bífidus y demás seres mitológicos con poderes curativos. Y esto no es nada: los matemáticos están investigando todas las combinaciones posibles de yogures que se pueden dar y, si metemos el griego y los desnatados, sale más que infinito.

Antes era un placer comerte uno porque no esperabas nada de él más que el sabor que te dejaba. ¿Por qué ahora los yogures nos tienen que arreglar la vida?

Breve inciso: ¿por qué no se crea una comisión de investigación contra el abuso de propiedades del aloe vera? Que nos hayan colado la soja, vale, pero esto todavía lo podemos parar.

E
L CULO

El culo ha sido una de nuestras señas de identidad más importantes. Esos traseros que llenaban los vestidos estampados de una pieza y hacían posibles las mil rayas de los pantalones. Culos que eran dignos capiteles de unos muslos robustos, de esos que desgastan la pana de la entrepierna. En ocasiones, culos prisioneros de la braga-alcatraz, la faja, que no se podían expresar en todo su esplendor, pero imponían su ley desde el interior. Culos almohadilla, necesarios para aguantar horas de sol y pretil en los pueblos. Culos que daban la cara desafiantes para recibir el cachete y el apretón diario de unas rudas manos de picador de mina. Culos que reivindicaban su forma a pesar de estar detrás de una lencería vaticana y una falda plisada. Culos provocadores y realzados por las puntillas de los banderilleros a la hora de citar al miura. Y algún culillo despistado que pasaba por allí.

Asistimos al fin de una cultura, la del culo, y es lógico, puesto que es una parte del cuerpo asociada directamente a una misión concreta: la evacuación. Algo que no se está produciendo con la cadencia ideal debido a la era que nos toca vivir. ¿Y qué culpa tiene el culo? se preguntarán. Ninguna, pero inconscientemente estamos haciéndolo desaparecer, porque creemos que así solucionamos el problema. Es frecuente que paguen justos por cobardes y nos lamentaremos de la pérdida cuando ya sea tarde. Todavía estamos a tiempo de hacer algo, pero hay que reconocer que el culo no goza de buena prensa. Y no sólo hablamos de las nalgas, no; el desastre va más allá. Nos estamos cargando el concepto de culo en general. Vamos a detallarles el estado actual para que se hagan cargo.


Desaparece el culo
propiamente dicho, la nalga a la que daba gusto ponerle una inyección. En su lugar ahora tenemos una juventud de culos planos, deformes, incapaces de sujetar un pantalón. Hemos perdido presencia curvilínea en el perfil, es una pena. Normal que vengan las Jennifer López, Shakira y compañía, peguen cuatro meneos de cadera y todos locos. No podemos negarlo, somos de culo redondo y respingón, de mejor que sobre que no que falte. En la final de los cien metros nos fijamos más en los atletas negros que en los blancos, y es por el culo, cono.


Desaparece el culo de las televisiones
y de las pantallas de ordenador en virtud del plasma de las narices. Ya sabemos que hemos ganado espacio en la mesa del ordenador, pero ahora la tenemos toda llena de mierdas; antes estaba solo la pantalla y podías poner el cactus encima, ahora no. Igual que en la tele: ¿dónde pones ahora todas las fotos y las figuritas de porcelana que tenías encima del Trinitron? Además, nos costará acostumbrarnos a ver el telediario en cinemascope.


Desaparecen las gafas de culo de vaso
. Esas que tenían los cristales más gordos que la montura y que hacían unos ojos pequeñitos, como si te miraran desde otra parte del mundo. Todos teníamos un conocido con gafas de culo de vaso. La gente que llevaba esas gafas siempre te caía bien, hacían cara de buena persona. Ahora te los encuentras con lentillas o con gafas al estilo Buenamente y ni te paras a saludarlos.


Desaparece el «culo del mundo»
, preciosa expresión que hacía referencia a los lugares perdidos o a los que era muy difícil acceder. El estreñimiento ha traído la obsesión por el control y la seguridad. Hoy en día nadie emprende una aventura al culo del mundo, seguimos la ruta que nos marca el navegador, el GPS o las fichas coleccionables de cualquier diario. Todos sabemos qué nos vamos a encontrar al final del viaje, porque se viaja para comprobar que era cierto, no para enfrentarse a lo incierto. Una pena.


Desaparece el culo de los coches
, el maletero de toda la vida, en el que podías llevar un muerto sin que se enterara tu familia, que viajaba contigo. Los monovolúmenes han acaparado el mercado del automóvil. Son auténticos trasteros con ruedas que convierten cualquier salida en una oportunidad para que se apunten los padres, los suegros y hasta los tíos. Los hay que tienen más asientos que el Airbus ése.


Desaparece el culo en la cara
, o la cara de culo, como se conoce mejor. Nos referimos a esas caras que infringían todas las leyes de la simetría, caras que asustaban hasta al flash de las cámaras de fotos, ¿recuerdan? Revisen el álbum familiar, todos los linajes tenían su cara de culo. Ahora ya no es posible: no te dejan ser feo a tu manera, con personalidad. La dictadura de la estética, propia de mentes estreñidas, es implacable: prefieren alguien que intentó ser guapo y no lo con siguió que un feo que lo tenía todo. Aunque tú no quieras, la presión del entorno es tan brutal que acabas por ponerte en manos de un cirujano, un dentista o un programa de televisión para que te acerquen a la orilla de los salvos.

El culo representa la posibilidad de la discrepancia, del inconformismo, la no aceptación de las normas establecidas, el movimiento, la vida en definitiva. No en vano, utilizamos expresiones como: «culo inquieto» o «culo de mal asiento» para referirnos a las personas que tienen inquietud por conocer cosas nuevas. Adoren su trasero, no lo maltraten, mímenlo, en él reside el centro del movimiento a todos los niveles. ¡A mover el culo!

O
ctAVA PARte
.
lA
iNMigrAció
N
¡Que vienen, que vienen!

Mi cuñado Leandro tenía menos estudios que
El Vaquilla
pero era el mejor camarero del barrio, un buen profesional: sólo con mirarte a la cara sabía lo que ibas a tomar; «Hoy me miras con cara de gin tonic, amigo». Siempre acertaba. Pero un día le comieron la cabeza con esto del teletrabajo y estudió un módulo de programador de páginas web, colgó el delantal, se compró un traje barato, un portátil y se hizo tarjetas de visita con su nombre y nueva profesión. Hoy tiene un adosado con campo de golf y tres empleados a su cargo. Su puesto detrás de la barra lo ocupó un chaval argentino con vocación de actor, que sigue representando todas las noches el papel de incomprendido. Leandro, el cuñado, ahora no soporta la falta de profesionalidad de algunos camareros y no entiende el porqué de tanto inmigrante en hostelería. Nosotros hemos llamado a esto «el efecto Leandro», que suena a anuncio de desodorante, pero consiste en creer que nuestra vida no está conectada con la del resto.

E
L EFECTO
L
EANDRO

El ser leandrino o de cerebro adosado vive atrincherado en su bunker diseñado para defender su concepto de seguridad. No quiere asomarse a los claroscuros de su existencia, así que está imposibilitado para ponerse en lugar del otro y comprenderlo. En esto de la inmigración somos un poco Leandro: preferimos vivirlo como un problema que nos viene de fuera que como un hecho del que también somos protagonistas. Es frecuente que en los medios de comunicación se refieran a la inmigración como «el problema de la inmigración» en sus encuestas para controlar la evolución de los temores ciudadanos.

La manipulación puede llegar hasta tal punto que si mueren dos personas mientras trabajan en una carretera, arrollados por un camión, el enunciado de la noticia no pasará por alto su condición de inmigrantes: «Dos inmigrantes de origen ecuatoriano pierden la vida al ser arrollados por un camión en el kilómetro 227 de la N-l mientras trabajaban». Si los trabajadores son españoles, serán simplemente trabajadores, y entonces nos cebaríamos más con el que va en el camión: «Dos trabajadores mueren arrollados por un camión en la N-l, el conductor, de nacionalidad francesa, que salió ileso, estaba bajo los efectos del alcohol y ha sido puesto a disposición judicial». Lo que pone de manifiesto que nos cuesta integrar al que viene de fuera sin billete de vuelta. No abundaremos más en la moralina, porque este libro no es de Coelho, y vamos a centrarnos en la singular percepción que tenemos de los inmigrantes dependiendo de dónde vengan y qué se lleven al marcharse.

Estigmas y connotaciones

Las ideas fruto de la observación y del análisis, cualquier información que nos llega y nos encaja, la herencia cultural y la influencia del entorno conforman nuestra opinión. Quiere esto decir que no partimos de cero a la hora de enfrentarnos a un tema, en muchos casos estamos toreados de antemano, tenemos vicios adquiridos. La objetividad está al alcance de unos pocos iluminados. Más si cabe si hablamos de inmigración, porque cada país o cultura del mundo nos sugiere una realidad distinta; algunos nos resultan atractivos, otros los vivimos como amenazas y muchos ni sabemos que existen.

Le proponemos un sencillo juego para que compruebe hasta qué punto los países, las culturas están cargados de connotaciones. En las siguientes frases hemos dejado libre el espacio dedicado a la nacionalidad para que usted lo rellene mentalmente.

E
L TEST DEL PREJUICIO
  1. Un físico nuclear………… asombra a la comunidad científica internacional al demostrar que el átomo no es la partícula más pequeña de un elemento químico.
  2. Un físico nuclear………… pasa por alto la normativa internacional y experimenta con uranio enriquecido.
  3. Dos………… provistos de documentación falsa y armas blancas han sido detenidos en las inmediaciones de una urbanización de lujo en la Costa Brava.

¿A que en la primera frase no ha pensado en «congoleño»? Y, sin embargo, en aquel país también hay físicos nucleares. ¡Qué injusta es la vida del científico africano! En la segunda se le ha ido la mente a Irán o a algún país del Oriente Medio, seguro. Y en la tercera nos jugamos el 10 por ciento del beneficio editorial a que no ha metido a dos finlandeses ni a dos canadienses, ¿verdad? Claro, a éstos les pega más la primera frase. Sus presuntos atracadores seguro que eran del Este. Llega tan lejos el prejuicio que mañana te roba en la calle un señor noruego y te quedas tan tranquilo, lo cuentas en casa como anécdota curiosa. Ahora bien, te pide la hora un albano kosovar en el metro y buscas un agente de policía para comunicarle que han estado a punto de desvalijarte.

Lo animamos a realizar un viaje por nuestro inconsciente colectivo para hacer un inventario de los prejuicios que tenemos con respecto a la inmigración y a ciertos países del mundo.

L
OS INMIGRANTES DEL
E
STE

Definimos bajo este epígrafe a todas aquellas personas que vienen de los países que antiguamente eran la URSS en nuestro mapamundi y los que estaban al lado (Rumania, Polonia, etcétera). Son muchos países. Generalmente acaban en
-tan
y sabemos que nunca vamos a aprendernos sus capitales de memoria. Tenemos la sensación de que están viviendo siempre en la posguerra, de que nunca estrenan ropa nueva y de que todavía se toman en serio el festival de Eurovisión. Les tenemos bastante respeto porque han formado parte de un gran imperio y creemos que están intentando reorganizarse constantemente. También nos jode bastante su abnegación, su tenacidad y su capacidad de sufrimiento, en contraste con nuestra natural tendencia a la dispersión y la vida fácil. En la música se puede comprobar esta realidad; en el Este, el virtuosismo es casi una obligación, mientras que aquí lo consideramos un don divino.

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