La falsa pista (29 page)

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Authors: HENNING MANKELL

Tags: #Policiaca

BOOK: La falsa pista
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Martinsson estaba sumamente pálido. Se levantó y salió apresuradamente de la sala. Wallander decidió seguir sin esperar a que volviera.

—Le han cortado la cabellera como a los otros dos. Además le han arrancado los ojos. El médico forense no estaba seguro de lo que había ocurrido. Había unas manchas junto a los ojos que podían indicar que han vertido algún ácido en ellos. Para entender ese comportamiento tal vez nuestro experto tenga algo que exponer.

Wallander se volvió hacia Ekholm.

—Aún no —contestó Ekholm—. Es demasiado pronto.

—No necesitamos un análisis extenso ni perfecto —dijo Wallander con determinación—. En este estadio tenemos que pensar en voz alta. Entre todas las tonterías, equivocaciones y pensamientos erróneos que digamos, de repente puede introducirse una verdad. No creemos en los milagros. Pero los aceptamos cuando, alguna que otra vez, a pesar de todo ocurren.

—Creo que los ojos arrancados significan algo —dijo Ekholm—. Podemos partir de la base de que es el mismo hombre el que ha actuado. Esta víctima era más joven que las dos anteriores. Además sufre la pérdida de la vista. Probablemente sucede mientras todavía está con vida. Debe de haber sido muy doloroso. Antes arrancaba las cabelleras de las víctimas. Esta vez también. Pero además le ciega. ¿Por qué lo hace? ¿Qué venganza específica exige ahora?

—El hombre debe de ser un psicópata sádico —dijo Hansson de repente—. Un asesino en serie de los que creía que solamente existían en Estados Unidos. ¿Pero aquí? ¿En Ystad? ¿En Escania?

—De todos modos, hay algo controlado en él —prosiguió Ekholm—. Sabe lo que quiere. Mata y se lleva las cabelleras. Arranca o quema los ojos con ácido. No hay nada que indique una furia incontrolada. Psicópata, sí. Pero todavía controla lo que hace.

—¿Hay ejemplos de que algo así haya ocurrido antes? —preguntó Ann-Britt Höglund.

—No, que yo recuerde ahora mismo —contestó Ekholm—. Por lo menos no aquí en Suecia. En Estados Unidos hay estudios sobre la importancia de los ojos para diferentes tipos de asesinos con graves perturbaciones mentales. Refrescaré mi memoria a lo largo del día.

Wallander escuchaba distraído la conversación entre Ekholm y sus colegas. Un pensamiento que no pudo retener le pasó por la cabeza.

Tenía algo que ver con ojos.

Algo que alguien le había dicho. Sobre ojos.

Intentó fijar el recuerdo. Pero se le escapó.

Volvió a la realidad de la sala de reuniones. La idea le quedó, sin embargo, como una angustia vaga y persistente.

—¿Tienes algo más? —le preguntó a Ekholm.

—Por ahora no.

Martinsson regresó a la sala. Todavía seguía pálido.

—Tengo una idea —dijo Wallander—. No sé si tiene importancia. Después de haber escuchado a Mats Ekholm estoy aún más convencido de que el lugar del crimen está en otra parte. El hombre al que le destrozaron los ojos tiene que haber gritado. Simplemente no puede haber ocurrido delante de la estación de ferrocarril sin que nadie haya advertido nada. O no haya oído nada. Naturalmente lo vamos a comprobar. Pero supongamos que tenga razón. Eso me lleva a la pregunta de por qué ha elegido el hoyo como escondite. Hablé con uno de los que trabajan allí. Se llama Persson, Erik Persson. Dijo que el hoyo está desde el lunes por la tarde. O sea, hace menos de dos días. El que ha elegido el lugar puede haberlo hecho al azar, por supuesto. Pero no encaja con la impresión que da todo de estar muy bien planificado. En otras palabras, significa que el asesino ha estado delante de la estación de ferrocarril alguna vez el lunes por la tarde. Tiene que haber mirado dentro del hoyo para ver si era lo bastante hondo. Por tanto, tenemos que hablar minuciosamente con los que trabajan allí. ¿Han visto a alguien que haya mostrado un interés especial por su hoyo? ¿Ha notado algo el personal de los ferrocarriles?

Se dio cuenta de que todos los que estaban sentados alrededor de la mesa habían intensificado su atención. Eso le animó a pensar que sus ideas no estaban tan equivocadas.

—Creo además que la cuestión de si es un escondite o no es decisiva. Tiene que haber comprendido que el cuerpo sería descubierto al día siguiente por la mañana. ¿Por qué entonces eligió el hoyo? ¿Precisamente para que fuera descubierto? ¿O puede haber otra explicación?

Todos los presentes en la sala esperaron a que diera la respuesta.

—¿Nos está desafiando? —dijo Wallander—. ¿Nos quiere ayudar a su manera enfermiza? ¿O nos está tomando el pelo? ¿Me está engañando haciéndome pensar justo como pienso ahora en voz alta? ¿Cuál sería la alternativa?

Hubo un silencio alrededor de la mesa.

—El factor tiempo también es importante —dijo Wallander—. Este asesinato está muy cerca en el tiempo. Eso nos puede ayudar.

—Por eso necesitamos refuerzos —dijo Hansson. Había estado esperando la ocasión propicia para sacar el tema.

—Todavía no —dijo Wallander—. Decidámoslo un poco más tarde. O tal vez mañana. Que yo sepa, no hay nadie en esta sala que se vaya de vacaciones precisamente hoy. Ni mañana. Mantengamos este equipo intacto unos días más. Después pediremos los refuerzos si hacen falta.

Hansson cedió de inmediato ante Wallander, que se preguntó si Björk hubiese hecho lo mismo.

—La relación —dijo Wallander para acabar—. Ahora tenemos a otro más que tiene que encajar en el patrón que aún no tenemos. Pero de todos modos es por ahí por donde vamos a continuar.

Paseó la mirada alrededor de la mesa una vez más.

—Naturalmente tenemos que comprender que puede atacar de nuevo —añadió—. Mientras no sepamos de qué se trata todo esto, tendremos que partir de la base de que lo hará.

La reunión se había acabado. Todos sabían lo que tenían que hacer. Wallander permaneció sentado en la mesa mientras los demás desaparecieron por la puerta. Intentó de nuevo captar la imagen de su recuerdo. Estaba convencido de que era algo que alguien le había dicho en relación con la investigación de los tres asesinatos. Alguien habló de ojos. Retrocedió mentalmente hasta el día en que le avisaron que habían encontrado a Gustaf Wetterstedt asesinado. Buscó por los recovecos de su memoria. Pero no encontró nada. Irritado, tiró el bolígrafo y se levantó de la silla. Salió y se fue a buscar un café. Al volver a su despacho dejó la taza en el escritorio. Se volvió para cerrar la puerta cuando vio a Svedberg llegar por el pasillo.

Svedberg caminaba deprisa. Eso sólo lo hacía cuando había ocurrido algo importante. Wallander sintió un nudo en el estómago. «Uno más, no», pensó. «No lo soportaremos.»

—Creo que tenemos el lugar del crimen dijo Svedberg.

—¿Dónde?

—Los colegas de Sturup han encontrado una furgoneta llena de sangre en el aparcamiento.

Wallander reflexionó rápidamente. Luego asintió con la cabeza hacia Svedberg, pero quizá más para sí mismo.

Una furgoneta. Encajaba. Podría cuadrar.

Unos minutos más tarde dejaban la comisaría. Wallander tenía prisa. No podía recordar que jamás hubiese dispuesto de tan poco tiempo para sí mismo.

Al salir de la ciudad le ordenó a Svedberg que colocase las luces azules en el techo.

En un campo cercano, un granjero estaba segando con retraso su campo de colza.

21

Llegaron al aeropuerto de Sturup un poco después de las once de la mañana. No corría ni una pizca de aire y el calor empezaba a apretar.

Tardaron menos de media hora en confirmar que el lugar del crimen era muy probablemente el coche.

Entonces también creían conocer la identidad del muerto. Era una furgoneta Ford de modelo antiguo, de finales de los sesenta, con puertas laterales correderas. Estaba pintada de negro, un trabajo muy mal hecho, y se veían manchas del color gris original. La carrocería estaba abollada por numerosos golpes y choques. Allí, situada en un lugar retirado del aparcamiento, parecía un viejo boxeador al que acaban de noquear fuera de combate y está tirado sobre las cuerdas de su rincón. Wallander ya conocía a alguno de sus colegas de Sturup. También sabía que no le querían mucho después de un acontecimiento ocurrido el año anterior. Svedberg y él salieron del vehículo. La puerta lateral del Ford estaba abierta. Unos técnicos forenses estaban examinando el coche. Un inspector de policía llamado Waldemarsson les salió al encuentro. Pese a haber conducido como locos, Wallander intentó mantener la imagen de aparente calma. No quería delatar la excitación que sentía desde que la llamada telefónica de esa mañana le había arrancado la esperanza engañosa de que, a pesar de todo, el horror hubiese acabado.

—No presenta muy buen aspecto —dijo Waldemarsson después de saludarle.

Wallander y Svedberg se acercaron al Ford y miraron en su interior. Wallander alumbraba con una linterna. El suelo del coche estaba cubierto de sangre.

—Oímos en las noticias de la mañana que había atacado de nuevo —dijo Waldemarsson—. Llamé y hablé con una inspectora cuyo nombre no recuerdo.

—Ann-Britt Hoglund —dijo Svedberg.

—Sea quien sea, dijo que estabais buscando el lugar del crimen —continuó Waldemarsson—. Y un vehículo de transporte.

Wallander asintió con la cabeza.

—¿Cuándo encontrasteis el coche? —preguntó.

—Repasamos el aparcamiento cada día. Hemos tenido problemas con robos de coches. Pero tú ya lo sabes.

Wallander asintió de nuevo. Durante la deplorable investigación de la exportación organizada de coches robados a Polonia, había estado en contacto con la policía del aeropuerto varias veces.

—Sabemos que el coche no estaba ayer por la tarde —continuó Waldemarsson—. Lleva aquí como máximo unas dieciocho horas.

—¿Quién es el propietario? —preguntó Wallander.

Waldemarsson sacó una libreta del bolsillo.

—Björn Fredman —dijo—. Vive en Malmö. Hemos llamado a su teléfono, pero no contestan.

—¿Puede ser el que estaba en el hoyo?

—Sabemos algo sobre Björn Fredman —respondió Waldemarsson—. La policía de Malmö nos ha dado bastante información. Era conocido como perista y ha estado encerrado en varias ocasiones.

—Perista —dijo Wallander sintiendo una tensión inmediata—. ¿De obras de arte?

—No consta. Tendrás que hablar con los colegas de Malmö.

—¿Con quién debo hablar? —preguntó sacando su teléfono móvil del bolsillo.

—Con un comisario llamado Forsfält. Sten Forsfält.

Wallander tenía grabado el número de la policía de Malmö. Tras un minuto largo encontró a Forsfält. Se presentó y dijo que se encontraba en el aeropuerto. Por un momento la conversación quedó ahogada por el ruido de un avión a punto de despegar. Pensó de repente en el viaje a Italia que en otoño emprendería con su padre.

—Para empezar, tenemos que identificar al hombre del hoyo —dijo Wallander cuando el avión hubo desaparecido en dirección a Estocolmo.

—¿Cómo era? —preguntó Forsfält—. He visto a Fredman varias veces.

Wallander intentó dar una descripción lo más detallada posible.

—Puede ser él —contestó Forsfält—. Grande sí que era.

Wallander reflexionó.

—¿Podrías ir al hospital a identificarlo? —dijo—. Necesitamos una confirmación, cuanto antes mejor.

—Sí —dijo Forsfält.

—Prepárate, no es una visión muy agradable —previno Wallander—. Le han arrancado los ojos. O se los han destrozado con ácido.

Forsfält no contestó.

—Iremos a Malmö —dijo Wallander—. Necesitamos ayuda para entrar en su apartamento. ¿No tenía familia?

—Que yo recuerde, estaba divorciado —contestó Forsfält—. Me parece que la última vez que estuvo en la cárcel fue por malos tratos.

—Creí que era por perista.

—También. Björn Fredman se dedicaba a muchas cosas en su vida. Pero nunca nada legal. En eso sí era coherente.

Wallander terminó la conversación y llamó a Hansson. Le informó de lo ocurrido.

—Bien —dijo Hansson—. Llámame en cuanto tengas más información. A propósito, ¿sabes quién ha llamado?

—No. ¿El director de la Jefatura Nacional otra vez?

—Casi. Lisa Holgersson, la sustituta de Björk. Nos desea suerte. Sólo quería informarse de la situación, ésas fueron sus palabras.

—¡Qué bien que nos quieran desear suerte! —contestó Wallander, que no entendía por qué Hansson relataba la llamada con un tono tan irónico.

Wallander le pidió la linterna a Waldemarsson y alumbró el interior del coche. En un sitio descubrió la huella de un pie. La iluminó inclinándose.

—Alguien ha estado descalzo —dijo sorprendido—. Eso no es la huella de un zapato. Es un pie izquierdo.

—¿Descalzo? —dijo Svedberg atónito. Luego vio que Wallander tenía razón.

—¿O sea que el asesino chapotea en la sangre del que ha matado?

—No sabemos si es un hombre —contestó Wallander dubitativo.

Se despidieron de Waldemarsson y sus colegas. Wallander esperó en el coche mientras Svedberg entraba corriendo en la cafetería del aeropuerto a comprar unos bocadillos.

—Los precios son escandalosos —comentó al volver.

Wallander no se molestó en contestar.

—Vámonos —dijo tan sólo.

Eran cerca de las doce y media cuando pararon delante de la comisaría de Malmö. En el momento en que salía del coche, vio a Björk que se dirigía hacia él. Björk se detuvo de golpe, mirándolo fijamente como si le hubiese sorprendido en algo prohibido.

—¿Tú aquí? —dijo.

—Pensé pedirte que volvieras —dijo Wallander en un vano intento de bromear. Luego le explicó rápidamente lo ocurrido.

—Es terrible lo que está pasando —dijo Björk, y Wallander comprendió que su preocupación era auténtica. No se le había ocurrido antes que Björk realmente podría echar de menos a sus antiguos ayudantes de tantos años en Ystad.

—Nada es como antes —contestó Wallander.

—¿Cómo le va a Hansson?

—No creo que se encuentre a gusto en su papel.

—Que me llame si necesita ayuda.

—Se lo diré.

Björk desapareció y entraron en la comisaría. Forsfält no había vuelto del hospital. Mientras le esperaban tomaron café en el comedor.

—Me pregunto cómo sería trabajar aquí —dijo Svedberg mirando a su alrededor a los muchos policías que estaban comiendo.

—Un día quizás estemos todos aquí —contestó Wallander—. Si se cierran los distritos. Una comisaría en cada provincia.

—No funcionaría nunca.

—No. No funcionaría. Pero puede ocurrir de todos modos. Funcione o no. La dirección de la Jefatura Nacional y los burócratas políticos tienen una cosa en común: siempre intentan demostrar lo imposible.

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