La fortaleza (43 page)

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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

BOOK: La fortaleza
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—Debe ser eliminado —sentenció Molasar—. No puedo arriesgarme a dejar la fuente de mi poder cuando me vaya, mientras él esté por aquí.

—¡Entonces, hazlo! —pidió Cuza—. ¡Mátalo como has matado a los otros!

Molasar agitó la cabeza.

—Todavía no estoy lo suficientemente fuerte para enfrentar a alguien así, al menos no fuera de estas paredes. Soy más fuerte aquí. Si hubiese algún modo de traerlo podría encargarme de él. Me encargaría entonces de que no volviese a interferir conmigo, ¡nunca!

—¡Lo tengo! —La solución estuvo clara de pronto en la mente de Cuza, cristalizándose mientras hablaba. Era tan simple…— Haremos que lo traigan aquí.

—¿Quién? —inquirió Molasar con expresión dudosa pero interesada.

—¡El mayor Kaempffer estará más que feliz de hacerlo! —Cuza se oyó reír y el sonido lo sorprendió. Pero ¿por qué no reír? No podía reprimir su regocijo ante la idea de utilizar a un mayor de la SS para ayudar a librar al mundo del nazismo.

—¿Por qué querría hacer eso?

—¡Déjamelo a mí!

Cuza se sentó en la silla de ruedas y comenzó a avanzar hacia la puerta. Su mente estaba trabajando furiosamente. Tendría que encontrar la forma correcta para inclinar al mayor a su forma de pensar y dejar que Kaempffer tomara por sí mismo la decisión de traer a Glenn a la fortaleza. Se impulsó fuera de la torre y hacia el patio.

—¡Guardia! ¡Guardia! —gritó. El sargento Oster llegó en seguida, con otros dos soldados tras él—. ¡Traiga al mayor! —pidió jadeando con un agotamiento fingido—. ¡Debo hablar con él inmediatamente!

—Transmitiré el mensaje, pero no espere que venga corriendo —informó. Los dos soldados rieron ante esto.

—Dígale que he descubierto algo importante sobre la fortaleza, algo sobre lo que se debe actuar esta noche. ¡Mañana puede ser demasiado tarde!

El sargento miró a uno de los soldados y movió la cabeza hacia la parte posterior de la fortaleza.

—¡Muévete! —le ordenó. Al otro soldado le hizo un gesto hacia la silla—. Hagamos que el mayor Kaempffer no tenga que caminar demasiado lejos para saber lo que el profesor tiene que decir.

Cuza fue empujado a través del patio tan lejos como el cascajo lo permitió y fue dejado allí, esperando. Permaneció silencioso, cavilando en lo que diría.

Kaempffer apareció en la abertura de la pared posterior, con la cabeza descubierta. Obviamente, estaba molesto.

—¿Qué tienes que decirme, judío? —apremió a gritos.

—Es de la máxima importancia, mayor —replicó Cuza, debilitando su voz de modo que Kaempffer tuvo que esforzarse para escuchar—. Y no es para gritarlo.

Mientras el mayor Kaempffer se abría paso entre el laberinto de piedras caídas, sus labios se movían, sin duda formando maldiciones silenciosas.

Cuza no había imaginado cuánto disfrutaría esta pequeña charada.

Finalmente, Kaempffer llegó junto a la silla de ruedas y alejó a los demás.

—Será mejor que esto sea bueno, judío. Si me trajiste aquí para nada…

—Creo que he descubierto una nueva fuente de información sobre la fortaleza —le confió Cuza en un tono de complicidad—. Hay un extraño en la posada. Lo conocí hoy. Parece muy interesado en lo que está ocurriendo aquí,
demasiado
interesado. Me interrogó muy cuidadosamente sobre ello esta mañana.

—¿Por qué debería eso interesarme?

—Bien, hizo algunas afirmaciones que me parecieron extrañas. Tan extrañas que cuando volví miré en los libros prohibidos y hallé referencias que apoyan esas afirmaciones.

—¿Qué afirmaciones?

—Son poco importantes por sí mismas. Lo que sí es esencial es que indican que él sabe sobre la fortaleza más de lo que admite. Creo que podría estar relacionado de algún modo con la gente que está pagando por su mantenimiento.

Cuza hizo una pausa para dejar que sus palabras se establecieran en la mente de Kaempffer. No quería sobrecargar al mayor con información.

—Si yo fuera usted, mayor —continuó después de un tiempo—, le pediría al caballero que pasara por aquí mañana para sostener una charla. Quizá sea tan amable de decirnos algo.

—¡Tú no eres yo, judío! —espetó Kaempffer con desprecio—. Yo no pierdo mi tiempo pidiendo a los imbéciles que me visiten… ¡y no espero hasta la mañana! —Se volvió e hizo una, seña al sargento Oster—. ¡Traiga a cuatro de mis comandos aquí, a paso veloz! —Luego, se dirigió de nuevo a Cuza—: Tú vendrás con nosotros para asegurarnos de que arrestemos al hombre indicado.

Cuza ocultó su sonrisa. Era todo tan simple… tan endemoniadamente simple…

—Otra objeción que pone mi padre es que no eres judío —explicó Magda. Ambos se encontraban sentados entre las hojas agonizantes, mirando hacia la fortaleza. El crepúsculo se hacía más profundo cada vez y todas las luces de la fortaleza, estaban encendidas.

—Tiene razón.

—¿Cuál es tu religión?

—No tengo.

—Pero debes haber nacido con alguna.

—Quizá —se encogió de hombros—. Si así fue, hace mucho que lo olvidé.

—¿Cómo puedes olvidar algo así?

—Es fácil.

Ella empezaba a sentirse molesta por la insistencia de Glenn en frustrar su curiosidad.

—¿Crees en Dios, Glenn?

—Creo en ti —afirmó volviéndose y mostrando esa sonrisa que infaliblemente la conmovía—. ¿No es eso suficiente?

—Sí —repuso Magda apoyándose en él—. Supongo que sí.

¿Qué debía hacer con este hombre tan distinto a ella, pero que agitaba de tal modo sus sensaciones? Parecía bien educado, incluso erudito, y, sin embargo, ella no lo podía imaginar abriendo un libro. Destilaba fuerza y, a pesar de ello, con ella podía ser muy dulce.

Glenn era una confusa masa de contradicciones. No obstante, Magda sentía haber hallado en él al hombre con quien deseaba compartir su vida. Y la vida que se imaginaba con Glenn no se parecía en nada a la que había soñado en el pasado. Nada de tranquilos días de brisa con una callada beca en ese futuro, sino más bien interminables noches de miembros enredados y ardiente pasión. Si ella había de mantener una vida después de resolver el enigma de la fortaleza, deseaba que fuera con Glenn.

No comprendía cómo este hombre podía afectarla así. Lo único que sabía era cómo se sentía… y deseaba desesperadamente estar con él. Siempre. Aferrarse a él durante la noche y tener sus hijos y verlo sonreírle como lo había hecho un momento antes.

Pero no estaba sonriendo ahora. Miraba hacia la fortaleza. Algo lo atormentaba terriblemente consumiéndolo desde su interior. Magda deseaba compartir ese dolor, aliviarlo si podía. Pero no había nada que hacer hasta que él se abriese a ella. Quizá ahora era el momento de intentarlo…

—Glenn —inquirió suavemente—, ¿por qué estás aquí en
realidad
?

—Algo está ocurriendo. —Glenn señaló hacia la fortaleza en vez de responderle.

Magda miró. En la luz que salía de las puertas principales mientras se abrían, aparecieron seis figuras en la calzada, una de ellas en una silla de ruedas.

—¿A dónde pueden dirigirse con papá? —preguntó mientras la tensión le apretaba la garganta.

—A la posada, es lo más probable. Es el único lugar al que se puede llegar a pie desde allá.

—Vienen por mí —exclamó Magda. No se le ocurría otra explicación.

—No, lo dudo. No traerían a tu padre si su intención fuera arrastrarte de vuelta hacia la fortaleza. Tienen otras intenciones.

Mordiéndose el labio inferior inquietamente, Magda vio al grupo de pardas figuras avanzar por la calzada, sobre el creciente río de niebla, iluminando su camino con linternas de mano. Estaban a unos seis metros cuando Magda se volvió a Glenn.

—Quedémonos aquí hasta saber qué están buscando —susurró ella.

—Si no te encuentran pueden creer que huiste… y quizá ventilen su furia con tu padre. Si deciden buscarte, te hallarán; estamos atrapados entre este sitio y el borde de la cañada. No hay a dónde ir. Es mejor que salgas y te encuentres con ellos.

—¿Y tú?

—Estaré aquí si me necesitas. Pero por el momento creo que entre menos me vean será mejor.

Reticentemente, Magda se puso en pie y caminó por la maleza. El grupo ya había pasado para cuando llegó al camino. Los miró sin hablar. Algo estaba mal allí. No podía definir qué era, pero no podía negar el presentimiento de peligro que la atacó mientras estaba a un lado del sendero. El mayor de la SS estaba allí, y sus comandos también; sin embargo, papá parecía estar yendo con ellos por su propia voluntad hasta parecía que conversaba con ellos. Debería estar bien.

—¿Papá?

Los soldados, incluso aquel asignado a empujar la silla de ruedas, giraron como uno solo, con las armas levantadas y listas. Papá les habló en un alemán fluido y rápido:

—¡Deténganse… por favor! ¡Esa es mi hija! Déjenme hablar con ella.

Magda se apresuró a llegar a su lado, pasando junto al amenazante quinteto de sombras uniformadas de negro. Cuando habló, lo hizo usando el dialecto gitano.

—¿Por qué te trajeron aquí?

—Te explicaré luego —respondió papá en la misma lengua—. ¿Dónde está Glenn?

—En la maleza tras de mí —replicó ella sin dudar. Después de todo, era papá quien preguntaba—. ¿Por qué quieres saberlo?

De inmediato, papá se volvió hacia el mayor y habló en alemán:

—¡Allá! —Estaba señalando el preciso lugar que Magda había indicado. Los cuatro comandos se abrieron rápidamente formando un semicírculo y empezaron a caminar por la maleza.

—Papá, ¿qué estás haciendo? —preguntó Magda asombrada y sacudida. Instintivamente se dirigió a la maleza, pero él la retuvo por la muñeca.

—Está bien —la tranquilizó volviendo al dialecto gitano—. ¡Hace sólo unos momentos supe que Glenn es uno de ellos!

Magda oyó su propia voz respondiendo en rumano. Estaba demasiado abismada por la traición de su padre como para responder en cualquier idioma que no fuera su lengua nativa.

—¡No! Eso es…

—Él pertenece a un grupo que dirige a los nazis, ¡están usándolos para sus fines malévolos! ¡Él es
peor
que un nazi!

—¡Eso es mentira! —exclamó.
¡Papá se había vuelto loco!

—¡No, no lo es! Y siento ser yo quien te lo diga. ¡Pero es mejor que lo sepas por mí ahora y no después, cuando sea demasiado tarde!

—¡Lo matarán! —gritó mientras el pánico la envolvía. Frenéticamente trató de alejarse. Pero papá la sostuvo firmemente con su fuerza reencontrada, todo el tiempo murmurando, llenando sus oídos con ideas horribles.

—¡No! Nunca lo matarán. Sólo se lo llevarán para interrogarlo y será entonces cuando se vea obligado a revelar su relación con Hitler para salvar el pellejo. —Los ojos de papá brillaban febrilmente y su voz era intensa mientras hablaba—. ¡Y es entonces cuando me lo agradecerás, Magda! ¡Es entonces cuando sabrás que hice esto por
ti
!

—¡Lo hiciste por ti! —recriminó ella, todavía tratando de liberarse de su garra—. Lo odias porque…

Hubo gritos en la maleza, un forcejeo sin consecuencias y luego Glenn fue guiado al exterior encañonado por dos de los comandos. Pronto se vio rodeado por los cuatro, cada uno de ellos con un arma automática apuntada al abdomen de Glenn.

—¡Déjenlo en paz! —vociferó Magda tratando de lanzarse contra el grupo. Pero la garra de papá sobre su muñeca no disminuía.

—Mantente atrás, Magda —pidió Glenn. Su expresión era triste en la luz del crepúsculo, en tanto sus ojos se clavaban en los de papá—. No lograrás nada si haces que te peguen un tiro.

—¡Qué galante! —se burló Kaempffer a espaldas de Magda.

—¡Y todo es sólo actuación! —murmuró papá.

—Llévenlo del otro lado y averiguaremos lo que sabe.

Los comandos llevaron a Glenn hacia la calzada empujándolo con los cañones de sus armas. Ahora era sólo una figura difusa, recortada por el brillo de la abierta entrada de la fortaleza. Caminó firmemente hasta llegar a la calzada y luego pareció que tropezaba en el borde y caía hacia adelante. Magda jadeó y vio que no había caído; estaba tratando de llegar a la orilla de la calzada. ¿Qué podría estar…? De pronto se dio cuenta de lo que intentaba. Iba a columpiarse en la orilla para tratar de esconderse bajo la calzada. Incluso quizá intentaría escalar por el rocoso muro de la cañada, protegido por la saliente.

Magda empezó a correr hacia el frente.
¡Dios, déjalo escapar!
Si sólo pudiera llegar abajo de la calzada estaría perdido en la niebla y la oscuridad. Para cuando los alemanes pudiesen traer cuerdas para ir tras él, Glenn podría ser capaz de llegar al fondo de la cañada y huir, si es que no resbalaba y caía hacia una muerte segura.

Magda estaba a unos cuatro metros de la escena cuando la primera Schmeiser escupió un rocío de balas hacia Glenn. Luego, las otras le hicieron coro, iluminando la noche con los destellos de sus cañones, ensordeciéndola con su prolongado rugido mientras se detenía bruscamente, mirando con la quijada colgando por el horror, en tanto las planchas de madera de la calzada estallaban en incontables astillas que volaban. Glenn estaba inclinándose sobre la orilla de la calzada cuando las primeras balas lo alcanzaron. Ella vio cómo su cuerpo se retorcía y sacudía cuando los chorros de plomo abrían perforaciones rojas en líneas a lo largo de sus piernas y espalda, lo vio cómo se contraía y giraba bajo el impacto de las balas, vio más líneas entrecruzándose en su pecho y abdomen. Su cuerpo se aflojó y pareció doblarse sobre sí mismo al caer por el borde.

Desapareció.

Los siguientes momentos fueron una pesadilla. Magda permaneció paralizada y temporalmente cegada por las postimágenes de los destellos. Glenn no podía estar muerto… ¡
no podía
estarlo! ¡Estaba demasiado vivo para estar muerto! Todo era un mal sueño y pronto ella despertaría en sus brazos. Pero, por ahora, debía cumplir su papel en el sueño: forzarse a avanzar, gritando silenciosamente por el aire que se tornó espeso como jalea clara.

¡Oh, no! ¡Oh-no-oh-no-oh-no!

Sólo podía pensar las palabras; pronunciarlas era totalmente imposible.

Los soldados estaban en el borde de la cañada, dirigiendo sus linternas de mano hacia la niebla, cuando ella llegó hasta ellos. Los empujó para acercarse al borde, pero no vio nada abajo. Luchó contra el impulso de saltar tras Glenn, volviéndose en cambio contra los soldados y agitando los puños contra el más cercano, golpeándolo en el pecho y en la cara. La reacción de éste fue automática, casi indiferente. Tensando ligerísimamente los labios como única advertencia, balanceó el corto cañón de su Schmeisser y lo estrelló contra el costado de la cabeza de Magda.

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