Y, entonces, gritó… con un sonido agonizante que comenzó abajo y creció en volumen y tono, rebotando en ecos y más ecos a su alrededor mientras se volvía y regresaba huyendo por donde había llegado. Corrió desesperadamente junto a las ratas que lo contemplaban y más allá. Quizá le faltaba recorrer diez metros cuando se detuvo, tambaleándose.
Había alguien más adelante.
Dirigió la linterna hacia la figura que le bloqueaba el paso. Vio la cara cerúlea, la capa, las ropas, el cabello largo y lacio y los dos pozos gemelos de locura en donde deberían estar los ojos. Y supo. Aquí estaba el amo de la casa.
Se detuvo y lo contempló durante un momento, con fascinación horrorizada, y luego tomó control de su cuarto de siglo de entrenamiento militar.
—¡Déjeme pasar! —exclamó y dirigió el rayo sobre la cruz que llevaba en la mano derecha, confiando en que tenía un arma efectiva—. En el nombre de Dios, en el nombre de Jesucristo, en el nombre de todo lo sagrado, ¡déjeme pasar!
En lugar de retroceder, la figura avanzó hacia Woermann, lo suficiente como para que la luz revelara sus facciones lívidas. Estaba sonriendo, con una deleitada sonrisa lupina que debilitó las rodillas de Woermann e hizo que sus manos levantadas temblaran violentamente.
Sus ojos… oh, Dios, sus ojos…
Woermann permaneció clavado en su sitio, incapaz de retroceder debido a lo que había visto detrás de él, y bloqueado para escapar hacia adelante. Mantuvo la temblorosa luz sobre la cruz de plata… ¡la cruz! ¡Los vampiros le temían a la cruz!… mientras la presentaba hacia el frente, luchando contra el miedo como nunca lo había conocido.
¡Querido Dios, si eres mi Dios, no me abandones!
Sin ser vista, una mano se deslizó por la oscuridad y le arrebató la cruz. La criatura la sostuvo entre el pulgar y el índice y dejó que Woermann mirara con horror cómo empezaba a curvarla, doblándola hasta que estuvo torcida sobre sí misma. Bajó la cruceta hasta que todo lo que quedó fue un informe montón de plata. Entonces la arrojó sin más pensamiento que el que un soldado con licencia hubiera dedicado a la colilla de un cigarrillo.
Woermann gritó con horror cuando vio que la misma mano se acercaba a él. Trató de inclinarse, pero no fue lo suficientemente rápido.
Magda recuperó la conciencia lentamente, atraída por un rudo tirón en la ropa y una dolorosa presión en la mano derecha. Abrió los ojos. Las estrellas ya eran visibles. Una sombra parda se alzaba sobre ella, jalándola.
¿Dónde estaba? ¿Por qué le dolía tanto la cabeza?
Las imágenes pasaron veloces por su mente: Glenn… la calada… las armas… la cañada…
¡Glenn estaba muerto! No había sido un sueño.
¡Glenn estaba muerto!
Con un gemido se incorporó, haciendo que quien fuera que tiraba de ella gritara aterrorizado y corriera de vuelta a la aldea. Cuando disminuyó el vértigo que la hacía mecerse y girar, levantó la mano a la suave e hinchada área cerca de la sien izquierda y la retiró adolorida al tocarla.
También se dio cuenta de un latido en el dedo cordial derecho. La carne alrededor de la alianza de matrimonio de su madre estaba cortada e inflamada. ¡Quienquiera que se hallara sobre ella debió haber intentado quitársela del dedo! ¡Uno de los aldeanos! Probablemente pensó que estaba muerta y se aterrorizó cuando ella se movió.
Magda se puso de pie y de nuevo el mundo empezó a girar y a inclinarse. Empezó a caminar cuando el piso se estabilizó, cuando su náusea declinó y el rugido en sus oídos se calmó hasta volverse un constante retumbar. Cada paso le ocasionaba una puñalada de dolor en la cabeza, pero siguió avanzando, cruzando al otro extremo del camino y empujando la maleza. Una media luna vagaba por un cielo listado de nubes. No estaba arriba antes. ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? ¡Tenía que llegar hasta donde se encontraba Glenn!
Aún está vivo, se dijo a sí misma.
¡Tiene que estar vivo!
Era el único modo en que podría imaginarlo. Sin embargo, ¿cómo podría estar vivo? ¿Cómo podría alguien sobrevivir a todas esas balas… y a la caída a la cañada…? ¡Oh, no, no es posible, Dios mío!
Empezó a sollozar, tanto por Glenn como por su propia y abrumadora sensación de pérdida. Se odiaba por su egoísmo, sin embargo no podía negarlo. Los pensamientos de todas las cosas que nunca harían juntos se acumularon de prisa ante ella. Después de treinta y un años había encontrado a un hombre al que podía amar. Pasó un día entero a su lado, veinticuatro horas increíbles sumergiéndose en la verdadera magnificencia de la vida, sólo para verlo arrancado de su lado y brutalmente asesinado.
¡No es justo!
Llegó al montón de desperdicios en el extremo de la cañada y se detuvo para mirar por la bruma que se elevaba. ¿Se podía odiar a un edificio de piedra? Odiaba a la fortaleza. No contenía sino maldad. Si poseyera el poder de hacerlo, de inmediato la mandaría al infierno dando tumbos con todos en su interior, ¡sí!, ¡incluso papá!
Pero la fortaleza flotaba silenciosa e implacable en su mar de niebla, iluminada en su interior, oscura y amenazante en el exterior, ignorándola.
Se preparó para descender a la cañada como lo hizo dos noches antes. Dos noches… parecía una eternidad. La niebla cubría hasta el borde, lo que hacía el descenso aún más peligroso. Era demencial arriesgar su vida en un intento por encontrar el cuerpo de Glenn allá abajo, en la oscuridad. Pero ahora, su vida no importaba tanto como unas horas antes. Tenía que encontrarlo… tenía que tocar sus heridas, sentir su corazón quieto y su piel fría. Tenía que saber con certeza. Magda reconoció instantáneamente la forma de esa cabeza.
Mientras empezaba a balancear las piernas sobre el borde, oyó algunos guijarros deslizarse y rebotar por la pendiente situada debajo de ella. Al principio pensó que su peso había desprendido un poco de tierra del borde. Pero un instante más tarde lo oyó de nuevo. Se detuvo y escuchó. Hubo otro sonido también: una, respiración agitada. ¡Alguien estaba subiendo entre la bruma!
Asustada, Magda retrocedió del borde y esperó entre la maleza, lista para correr. Contuvo el aliento y vio que una mano surgía entre la niebla y se aferraba a la suave tierra del borde de la cañada, seguida por otra mano y por una cabeza. Magda reconoció instantáneamente la forma de esa cabeza.
—¡Glenn!
Él no parecía oírla, sino que siguió luchando por alcanzar el borde. Magda corrió hacia él. Sosteniéndolo por debajo de los brazos y extrayendo reservas de fuerza que desconocía poseer, tiró de Glenn hasta ponerlo a nivel del piso donde permaneció boca abajo, jadeando y gimiendo. Ella se arrodilló a su lado, confusa e impotente.
—Oh, Gleen, estás… —las manos de él estaban húmedas y brillaban oscuramente— ¡sangrando!
Resultaba absurdo; obviamente, eso era de esperarse, pero era todo lo que ella podía decir de momento.
¡Deberías estar muerto!
, pensó, pero evitó pronunciar las palabras. Si no lo decía, quizá no ocurriría. Pero sus ropas se encontraban empapadas por la sangre que brotaba de docenas de heridas mortales. El que aún respirara era un milagro. ¡El que se hubiese podido impulsar a sí mismo hasta afuera de la cañada, era algo más allá de lo creíble! Sin embargo, aquí estaba, postrado ante ella… vivo. Si había durado tanto, quizá…
—¡Conseguiré a un médico! —Era otra afirmación estúpida: un reflejo. No había médicos en ningún lugar del paso Dinu—. ¡Traeré a Iuliu y a Lidia! Ellos me ayudarán a llevarte de vuelta a…
Glenn murmuró algo y Magda se inclinó sobre él poniendo el oído junto a sus labios.
—Ve a mi habitación —pidió con voz torturada, débil y reseca. El olor de la sangre estaba fresco en su boca.
¡Está sangrando por dentro!
—Te llevaré allá en cuanto traiga a Iuliu… —Pero ¿la ayudaría Iuliu?
Los dedos de Glenn tomaron su manga.
—¡Escúchame! Trae la caja… la viste ayer… la que tiene la hoja.
—¡Eso no te va a ayudar ahora! ¡Necesitas cuidados médicos!
—¡
Debes
hacerlo! ¡Nada más puede salvarme!
Ella se irguió, dudó un momento y luego se incorporó de un salto y corrió. Su cabeza empezó a latir de nuevo, pero ahora encontró sencillo ignorar el dolor. Glenn quería esa hoja de espada. No tenía sentido, pero su voz estaba tan llena de convicción… urgencia… necesidad… Tenía que traérsela.
No aminoró el paso al entrar a la posada, subiendo los escalones de dos en dos, frenándose sólo al entrar a la oscuridad de la habitación de Glenn. Encontró el armario a tientas y levantó la caja. Con un rechinido agudo se abrió; ¡no había cerrado con broches cuando Glenn la sorprendió aquí ayer! La hoja se deslizó de la caja y cayó contra el espejo con gran estrépito. El espejo se estrelló y cayó en cascada hacia el suelo. Se inclinó y rápidamente volvió a meter la hoja a su lugar, halló los broches y los cerró, levantando luego la caja y lanzando un quejido ante su inesperado peso. Al volverse para partir, cogió la manta de la cama y corrió al otro lado del pasillo para tomar otra de su propia habitación.
Iuliu y Lidia, alarmados por la conmoción que se estaba produciendo en el segundo piso, permanecían, con expresiones de sorpresa en sus caras, al pie de la escalera cuando ella bajó.
—¡No traten de detenerme! —gritó Magda al pasar velozmente junto a ellos. Algo en su voz debió alertarlos, pues retrocedieron y la dejaron pasar.
Tropezándose corrió de vuelta a la maleza, abrumada por el peso de la caja y las mantas que se atoraban en las ramas, retrasándola mientras corría hacia Glenn, rezando porque aún estuviera vivo. Lo encontró de espaldas, más débil, con la voz más lejana.
—La hoja —susurró cuando ella se inclinó sobre él—. Sácala de la caja.
Durante un terrible momento, Magda temió que él pidiese un golpe de gracia. Haría cualquier cosa por Glenn… cualquier cosa menos eso. Pero ¿acaso un hombre con tales heridas haría una subida tan desesperada por la cañada sólo para pedir la muerte? Ella abrió la caja. Dos grandes pedazos del espejo roto yacían en el interior. Los hizo a un lado y levantó la oscura y fría hoja con ambas manos, sintiendo la forma de las runas, esculpidas en su superficie, oprimiéndose contra sus manos.
Se la entregó en los extendidos brazos y casi la soltó cuando un leve resplandor azul, azul como una llama de gas, saltó por los bordes cuando él la tocó. Al entregársela, él suspiró mientras sus facciones se relajaban, perdiendo el dolor en tanto un aspecto de satisfacción se asentaba en ellas… el aspecto de un hombre que ha llegado a casa, a una habitación tibia y familiar, después de una larga y ardorosa jornada invernal.
Glenn colocó la hoja a lo largo de su golpeado, perforado cuerpo empapado en sangre, con la punta descansando a unos centímetros de sus tobillos y el perno del otro extremo, donde debía estar la faltante empuñadura, casi en la barbilla. Doblando los brazos sobre la hoja y a través del pecho, cerró los ojos.
—No deberías quedarte aquí —aconsejó con una voz desmayada y confusa—. Vuelve más tarde.
—No voy a dejarte.
Él no respondió. Su respiración se hizo más profunda y uniforme. Parecía estar dormido. Magda lo vigiló cuidadosamente. El resplandor azul se extendió a sus antebrazos, cubriéndolos con una leve pátina de luz. Ella lo tapó con una manta, tanto para calentarlo como para evitar que el resplandor se viera en la fortaleza. Después se apartó, se puso la segunda manta sobre los hombros y se sentó apoyando la espalda contra una roca. Miles de preguntas que habían estado contenidas hasta ahora se acumularon en su mente.
¿Quién era él en realidad? ¿Qué clase de hombre era éste que sufría heridas suficientes como para matarlo muchas veces y luego escalaba una pendiente que exigiría esfuerzos de un hombre sano? ¿Qué clase de hombre escondía el espejo de su habitación en un armario, junto con una antigua espada sin empuñadura, que ahora oprimía contra su pecho mientras yacía en los límites de la muerte? ¿Cómo podía confiarle su amor y su vida a un hombre así? No sabía nada sobre él.
Entonces recordó el delirio de su padre: ¡El pertenece a un grupo que dirige a los nazis, que los está usando para sus propios fines malignos! ¡Es peor que un nazi!
¿Podría tener razón papá? ¿Estaba ella tan cegada por su enamoramiento que no podía o no quería ver esto? Ciertamente, Glenn no era un hombre ordinario. Y, desde luego, tenía secretos… no había sido nada sincero con ella. ¿Era posible que Glenn fuera el enemigo y Molasar el aliado?
Se apretó más la manta sobre el cuerpo. Todo lo que podía hacer era esperar.
Los párpados de Magda empezaron a caer. Los efectos posteriores de la concusión y los sonidos rítmicos de la respiración de Glenn la arrullaron. Luchó brevemente y luego sucumbió… sólo por un momento… sólo para descansar los ojos.
Klaus Woermann supo que estaba muerto. Y, sin embargo… no estaba muerto.
Recordaba claramente su muerte. Fue estrangulado con deliberada lentitud aquí, en el subsótano, en la oscuridad iluminada sólo por el débil resplandor de su linterna caída. Unos dedos gélidos, con fuerza incalculable, se cerraron sobre su garganta, impidiéndole respirar hasta que la sangre le golpeó en los oídos y la oscuridad lo envolvió.
Pero no la oscuridad eterna. Todavía no.
No podía entender su conciencia continuada. Yacía de espaldas, con los ojos abiertos, mirando a la oscuridad. No sabía cuánto tiempo permaneció así. El tiempo había perdido todo significado. Excepto por su visión, estaba completamente separado del resto de su cuerpo. Era como si perteneciera a alguien más. No podía sentir nada, ni la tierra pedregosa contra su espalda ni el frío contra su cara. No podía oír nada. No estaba respirando. No podía mover ni siquiera un dedo. Cuando una rata se arrastró por su cara, pasando su enredado pelo encima de sus ojos, no pudo siquiera parpadear.
Estaba muerto. Y, sin embargo, no estaba muerto.
Ya no existía el miedo ni el dolor. Se hallaba desprovisto de todo sentimiento, excepto la lamentación. Se aventuró al subsótano para hallar su redención y sólo encontró horror y muerte… su propia muerte.
Woermann descubrió de pronto que estaba siendo transportado. Aunque todavía no podía sentir nada, percibió que era rudamente arrastrado hacia la oscuridad, por un estrecho pasaje, a una habitación oscura…
…y hacia la luz.
La línea de visión de Woermann recorría la extensión de su fláccido cuerpo, mientras era arrastrado por un corredor cubierto de pedazos de granito. Su mirada se desplazó hacia un muro que reconoció de inmediato… el muro en que fueran escritas con sangre palabras en una lengua antigua. La pared había sido lavada, pero algunas manchas pardas eran aún visibles en la piedra.