Read La línea negra Online

Authors: Jean-Christophe Grangé

Tags: #Thriller, Policíaco

La línea negra (37 page)

BOOK: La línea negra
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Bajo las uñas de la víctima, Reverdi había visto restos de piel. El chaval había intentado defenderse mientras los cabrones lo desmembraban. ¿Qué posibilidades tenía contra unos asesinos que habrían liquidado a cualquiera por un paquete de cigarrillos?

Una vez, Hajjah le había pedido protección.

Él había contestado «ya veremos».

En otra ocasión, Éric había implorado su ayuda.

Él había contestado «ya veremos».

Ahora veían.

Y él no había movido un dedo para defender al chico.

No sentía ningún remordimiento. La cárcel no se basa en un sistema de ayuda mutua o de solidaridad. Es un mundo en el que los intereses personales cohabitan sin mezclarse. Llegado el caso, pueden coincidir en un objetivo común, pero la regla es no salir nunca del propio círculo de existencia. Una lógica de ratas, en la que la inteligencia solo se aplica a la supervivencia inmediata.

Sin embargo, ahora todo era distinto.

Aprovechando ese velatorio, rodeado de tarros de formol y de desinfectantes, Jacques había consultado en la enfermería desierta, utilizando la miniagenda, su cuenta de correo electrónico.

Una maravilla lo esperaba: Élisabeth había encontrado el camino. Había comprendido el significado de los Jalones de Eternidad. Y había empezado a utilizar un lenguaje de puro amor.

Jacques había redactado un mensaje de respuesta, liberando él también su palabra y dando nuevas instrucciones. Cada vez que lo hacía, experimentaba una vaga aprensión. ¿Hacía bien en confiar en ella hasta ese punto? Esas palabras, esos hechos jamás habían salido hasta entonces de su conciencia.

Pero no tenía elección.

Era el único camino para unirse a Élisabeth.

Una hora más tarde lo condujeron a su celda, antes de la primera llamada.

Se dirigió al cuarto de baño y cogió su cepillo de dientes.

En el extremo del mango, escondida entre las cerdas, había metido una hoja de afeitar. Un filo asesino totalmente invisible. Pasó suavemente el dedo índice por la hoja.

Había llegado el momento de vengar a Hajjah.

Y de ofrecer su tributo de sangre a Élisabeth.

54

Domingo 1 de junio, Tailandia.

Una de la tarde.

La isla de Phuket era una tapadera perfecta.

El modesto aeropuerto, las tiendas de recuerdos, las cabañas de las agencias de viajes: todo despedía un perfume tropical e insular. Un modelo de destino exótico.

En realidad, Phuket era una de las zonas más tórridas de Tailandia. Un lugar destacado del turismo sexual. Marc sabía que estaba entrando en otro círculo del infierno. Después de Malaisia y las heridas formando un dibujo, de Camboya y los cortes soldados con miel, ¿qué iba a descubrir en Tailandia?

El sábado por la mañana, unas horas después de haber enviado su mensaje, había recibido una respuesta.

Asunto: TAKUA PA - Recibido: 31 de mayo, 8 h 30.

De: [email protected]

A: [email protected]

Amor mío:

Esperaba con impaciencia que encontraras tu camino. «Nuestro» camino. Esa línea que nos une, tendida bajo el mundo de las apariencias y el universo mediocre de los hombres.

Lise, amor mío, has sido capaz de restablecer ese vínculo. Incluso has decidido liberar nuestro lenguaje y te lo agradezco. Este silencio también ha sido para mí una verdadera herida…

Tus descubrimientos nos permiten ahora acercarnos más. Muy pronto dejará de haber límites en nuestra unión.

Pero antes debes superar la tercera etapa. Debes ir a Tailandia. Concretamente a una isla del sudeste…

Marc había perdido el vuelo de la mañana y había tenido que esperar hasta la noche para trasladarse de Siem Reap a Phnom Penh. Allí se había hospedado de nuevo en el Renaksé y había esperado a la mañana siguiente para tomar un avión en dirección a Bangkok. Nada más aterrizar, sin salir del aeropuerto, había tomado otro avión hacia Phuket, alrededor de las once de la mañana.

Otro territorio de caza del asesino; el apneísta había ejercido allí durante años. Sus indicaciones eran cada vez más precisas:

En Phuket, alquila un coche y sube por la costa hacia el norte. Cruza el puente y entra en el continente, en dirección a la frontera birmana. Cuando llegues a Takua Pa, recibirás más instrucciones.

Muy importante: tienes que alquilar un teléfono móvil y conectar a él el ordenador para poder recibir mis mensajes en cualquier lugar del camino.

Para concluir, Reverdi presentaba el nuevo indicio que había que descubrir:

El método no lo es todo, amor mío. Un rito necesita un espacio particular. Un lugar sagrado donde cada gesto adquiere un significado superior, donde cada movimiento es un símbolo.

Ahora te diriges a uno de esos lugares. La Cámara de Pureza. Mantén el rumbo. Muy pronto penetrarás en el espacio mismo del Secreto…

El Sendero de Vida.

Los Jalones de Eternidad.

Y ahora, la Cámara de Pureza.

Reverdi lo guiaba, simple y llanamente, al escenario de un crimen. La excitación de Marc iba en aumento; sentía físicamente que se acercaba al asesino, que penetraba en su reino.

A cincuenta metros del aeropuerto, bajo la sombra de unas palmeras, Marc vio las agencias de alquiler de coches. Simples quioscos de madera blanca. Escogió un Suzuki Caribbean, una especie de jeep descapotable, cubierto con una lona azul y provisto de aire acondicionado. Alquiló también un teléfono móvil y compró un abono.

El encargado de la agencia lo acompañó hasta su coche y lo puso en guardia contra el monzón. Empezaba en el norte. Marc estuvo a punto de contestarle que la tormenta no le daba miedo.

Al contrario, se dirigía hacia el ojo del huracán.

Por el camino, no dejaba de pensar en su novela. Durante aquellos dos últimos días ya había ordenado sus notas en torno a una trama policíaca. Nada más fácil: su viaje era, en sí mismo, una novela policíaca. Desde que se le había ocurrido esa idea, no había vuelto a tener la menor duda. Ese proyecto lo animaba a proseguir su investigación en todos los frentes. El trabajo de ficción le permitiría identificarse mejor, mediante la imaginación, con el asesino. En sus notas ya había empezado a escribir en primera persona cuando adoptaba el punto de vista del asesino.

Marc empezaba también a acariciar planes menos desinteresados. ¿Y si escribiera un best-seller? De repente soñaba con el éxito, la gloria, el dinero…

Llegó a Takua Pa a las cinco de la tarde. Una ciudad de provincias, insulsa y polvorienta, con unos depósitos de agua a modo de puntos de referencia. Situado en el interior, ese antiguo establecimiento portugués no tenía nada que ver con los lugares turísticos por los que había pasado a lo largo del día. Allí no había ni un solo extranjero, y tuvo que dar muchas vueltas para encontrar un hotel.

Por fin, detrás de la única gasolinera, descubrió un bloque blancuzco y decrépito que parecía un hospital reciclado. El único hotel de Takua Pa. En el interior, la analogía se reforzaba: largos pasillos grises, puertas estrechas, ventanas con rejas. Un auténtico asilo. Marc pagó por adelantado y subió al cuarto piso.

Estaba cayendo la noche. Encendió la bombilla desnuda que constituía la iluminación de su cuarto. Una simple celda, sin mobiliario ni decoración. Un lugar de paso donde no se podía robar nada; ni siquiera un recuerdo.

Conectó el ordenador: ningún e-mail. Decidió salir a cenar. Cerca del surtidor de gasolina encontró una terraza con varias mesas y comió el
fried rice
habitual. Cuando volvió a su habitación, no eran más que las siete. Ningún mensaje. Se tumbó y estudió el mapa de la costa tailandesa. La frontera birmana estaba aún a doscientos kilómetros. ¿Adónde lo llevaba Reverdi?

Marc abrió de nuevo el ordenador y se puso a trabajar en sus borradores. Perfiló la sinopsis. La única diferencia con su propia aventura era que, en la novela, el asesino todavía no estaba entre rejas. El investigador, más ingenioso que el propio Marc, obtenía sus resultados sin la ayuda ni los consejos del asesino, cuyas «hazañas» transcurrían de forma paralela.

A las ocho bajó la pantalla sobre el teclado, después de haber comprobado de nuevo su cuenta de correo, y luego apagó la luz. Su última visión fue una columna de hormigas subiendo por la pared.

La sensación siguiente fue que una mano lo agarraba por el hombro. Confusamente, Marc pensó en el chico del mostrador de recepción, pero no había pedido que lo despertaran. Volvió la cabeza y vio una vela en la mano del hombre. La cera que resbalaba por sus dedos apretados era miel. Se volvió del todo: Reverdi estaba inclinado sobre él. Semblante demacrado, cabeza rapada, torso desnudo. Le sonreía y murmuraba: «Escóndete, deprisa, viene papá».

Marc se cayó de la cama.

Una pesadilla.

Una simple pesadilla.

Miró el reloj. Las cinco menos cuarto.

Abrió el ordenador. El mensaje había llegado.

Asunto: KUALA - Recibido: 2 de junio, 4 h 10.

De: [email protected]

A: [email protected]

Amor mío:

Ahora estás en Takua Pa. Aprovecho una guardia en la enfermería (he ascendido) para darte las nuevas directrices.

Cuando acabes de leer estas líneas, ponte de nuevo en camino. Continúa hacia el norte hasta Khuraburi. Allí, ve hasta la salida de la ciudad; a la derecha verás una agencia de viajes, Jinda Tours. Es la única que organiza el viaje en barco a una isla llamada Koh Surin.

Compra un billete de ida y vuelta el mismo día. No pases la noche allí. No hagas la visita submarina guiada. Un detalle: no des un nombre falso. No intentes ser discreta. Recuerda siempre esta regla: cuanto menos te escondes, menos te ven.

Una vez en la isla, apártate del grupo y ve por tu cuenta. La Cámara de Pureza no estará lejos. Tienes que descubrirla tú misma. Penetra en el interior y observa todos los detalles. Entonces comprenderás mejor lo que pasó realmente en ese espacio apartado del mundo.

Mi corazón está contigo.

Jacques

Marc cerró la cartera y la bolsa de viaje y bajó. Todavía era de noche. El vestíbulo del hotel estaba desierto. El vigilante dormitaba en la oscuridad. Salió sin hacer ruido y fue al coche.

Se marchaba como un ladrón.

Un ladrón de secretos.

55

Dos horas más tarde, Khuraburi apareció a la luz del amanecer. La ciudad ya tenía un pie en el manglar. Sus casas bajas parecían deslizarse hacia las aguas, bajo los mangles. Al final de la arteria principal, Marc encontró la agencia. Sólo eran las siete de la mañana, pero todo parecía ya quemado por el sol.

Marc se apuntó para la salida de las ocho. Inmediatamente lo instalaron en un autocar con otros occidentales que aparecían en pequeños grupos, medio dormidos, huraños.

Había suecos, alemanes, norteamericanos y tailandeses. Golpe de suerte: ningún francés a la vista. Marc temía tener que dar explicaciones sobre su periplo. Al mismo tiempo, tenía la siniestra sensación de que su secreto no era tal, de que era como una mancha de nacimiento en la cara.

Tras recorrer unos kilómetros, llegaron al embarcadero. Un gran
speedboat
, blanco y liso, los esperaba. Embarcaron bajo un cielo de tormenta. Marc pensó en las advertencias del empleado de la casa de alquiler de coches. Sin embargo, a medida que el barco se deslizaba entre los meandros de los pantanos, el sol iba reapareciendo. Se adentraron en el mar bajo un resplandor duro e implacable. El monzón quedaba para otra ocasión.

Instalado en la popa de la embarcación, Marc reflexionaba en el final del mensaje de Reverdi. Una especie de consejo suplementario:

Lise, amor mío, cuando busques la Cámara de Pureza, cuando camines por el bosque, no olvides nunca observar, captar todos los detalles que te rodean. Cerca de la Cámara te espera otra señal. Algo sin lo cual nada sería posible…

Acuérdate de los Jalones que Vuelan y Pululan. En la selva habrá otro movimiento que debes advertir. Una respiración, un estremecimiento que anunciará la inminencia de la Cámara…

El rito está vivo, amor mío. Jamás es letra muerta. Busca el movimiento en el seno de la vegetación y descubrirás la Cámara…

A Marc no le gustaba la alusión a los Jalones, que habían estado a punto de hacerle fracasar. No estaba preparado para estrellarse de nuevo contra un enigma vegetal o animal. ¿Qué señalaba Reverdi? ¿Una nube de insectos? ¿Un vuelo de pájaros? ¿Un río?

Presentía que el asesino integraba su rito en el bosque y lo consideraba un elemento entre otros de la naturaleza. Un acto vivo, orgánico, que formaba parte del biorritmo de la selva. Tal vez incluso lo convertía en una condición
sine qua non
para el equilibrio de la flora y la fauna. Marc recordaba a un asesino en serie de Estados Unidos, Herbert Mullin, que creía impedir terremotos mediante sus asesinatos y leía el grado de contaminación del aire en las vísceras de sus presas.

Al cabo de dos horas de travesía, llegaron a Koh Surin. Una isla esmeralda posada sobre un azul brutal. Todo parecía de una virginidad original. Ajeno al hombre.

Sin embargo, al poner pie a tierra Marc descubrió la catástrofe. Cientos de turistas estaban acampados en la playa, en tiendas alineadas a la sombra de los árboles. Pululaban como cucarachas, saqueando la belleza que decían admirar.

Marc se había informado: Koh Surin era un parque nacional. Estaba prohibido construir, pero los empresarios tailandeses habían burlado la ley instalando un gigantesco camping. Unas barracas de madera ofrecían los servicios mínimos. En una de ellas se leían las palabras, pintadas a mano:
diving, scubba, snurckling
. Sin duda Reverdi había trabajado allí como monitor de submarinismo.

Cogió de un mostrador un mapa de la isla y dejó a sus compañeros, que ya estaban probándose gafas y aletas con vistas a un
diving tour
.

Koh Surin era un fragmento de tierra en forma de cacahuete que no sobrepasaba los dos kilómetros de longitud. Tenía tiempo de sobra para recorrerla antes de última hora de la tarde, y reunirse con su grupo para la vuelta. Se dirigió hacia el este por la playa pasando entre enormes raíces de mangle; luego se adentró bajo las palmeras. Inmediatamente descubrió un sendero que permitía seguir la orilla desde cierta altura, bajo la vegetación.

Eran las once. El bosque estaba vibrante de sombras y de luz. Las hojas y las lianas susurraban confidencias de agua y savia a través de las manchas del sol. De vez en cuando, Marc veía el mar abajo. El color de las aguas era diferente en cada cala. Ligeras infusiones de turquesa o de jade. Profundidades mentoladas o bloques de lavanda con un espesor de acuarela.

BOOK: La línea negra
4.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Amber Brown Sees Red by Paula Danziger
Yesterday's Love by Sherryl Woods
Frost by Robin W Bailey
The Bone Yard by Paul Johnston
The Latchkey Kid by Helen Forrester
The Invisible Tower by Nils Johnson-Shelton
The Vigil by Martinez, Chris W.