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Authors: Kristin Harmel

Tags: #Romántico

La lista de los nombres olvidados (44 page)

BOOK: La lista de los nombres olvidados
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—Para siempre, amor mío —dice Jacob.

Mamie le sonríe y lo mira a los ojos.

—Para siempre —murmura.

Capítulo 30

P
asadas las tres de la mañana, algunas horas después de que Annie, Alain, Gavin y yo la dejáramos a solas con Jacob, Mamie se fue serenamente de este mundo mientras dormía.

Jacob permaneció junto a su cama las horas siguientes y, justo después de que amaneciera, cuando se apeó de un taxi frente a la panadería que Mamie había fundado tantos años antes, parecía otra persona. Pensé que estaría triste, frustrado, después de esperar tantos años solo para ver partir al amor de su vida. Por el contrario, sus ojos tenían un brillo diferente al de la primera vez que lo vi en Nueva York y parecía diez años más joven.

Después las enfermeras me dijeron que Jacob había estado hablándole a Mamie toda la noche y que, cuando finalmente entraron para ver cómo estaba y se dieron cuenta de que había muerto, ella sonreía y Jacob seguía cogiéndole la mano y susurrándole en una lengua que ellas no conocían.

Gavin llamó a su rabino, que vino a reunirse con Jacob, Alain y conmigo, y juntos planeamos un entierro según la costumbre judía. Ya me había hecho a la idea de que Mamie siempre había sido judía, que eso no había cambiado nunca. Tal vez, como ella decía, había sido católica y también musulmana, pero, si podíamos encontrar a Dios en todas partes, como me había dicho en una ocasión, me pareció que lo más sensato era enviarla a casa por el mismo camino por el que había venido.

Nos turnamos para acompañarla —Gavin me explicó que, según la fe judía, no hay que dejar solo al difunto— y un día después la enterraron en un ataúd de madera junto a mi madre y mi abuelo. Me había costado decidir qué hacer al respecto, después de enterarme de que, al estar casada con Jacob, se anulaba de hecho su matrimonio con mi abuelo, pero Jacob rodeó con sus manos las mías y me dijo con delicadeza:

—A Dios le da igual dónde descansa cada uno y creo que Rose querría que la enterraran aquí, donde vivió su vida, junto al hombre que le proporcionó una vida nueva y junto a su hija. Nuestra hija.

Durante varios días me hice cargo de la panadería mecánicamente, pero con el corazón en otra parte. Me daba la impresión de que se había abierto un gran agujero en mi vida. Me había quedado sola frente al mundo: yo era la responsable de aquella panadería, la responsable de mi hija y la responsable de mantener una tradición familiar que solo entonces comenzaba a comprender.

La sexta noche después de la muerte de Mamie, Alain sale con Annie a dar un paseo y yo me siento con Jacob junto a la chimenea a escuchar lo que me cuenta, vacilante, sobre los años posteriores a la guerra.

—Lamento mucho no haber estado aquí para verte crecer, Hope —me dice, mientras me estrecha las manos. Siento que las suyas tiemblan—. Daría cualquier cosa por haber estado aquí. Pero eres una mujer estupenda, una buena mujer. Me recuerdas mucho a Rose, a la mujer que siempre supe que llegaría a ser de mayor. Y tú también has criado a una buena hija con buen corazón.

Le doy las gracias y clavo la mirada en el fuego, mientras pienso en cómo hacerle la pregunta que me atormenta desde que lo conocí.

—¿Y qué pasa con mi abuelo? —pregunto por fin, en voz baja—. Con Ted.

Jacob agacha la cabeza y se queda un buen rato mirando la chimenea.

—Tu abuelo debió de ser un hombre extraordinario —dice por fin—. Crio una familia estupenda, Hope. Ojalá yo hubiese tenido oportunidad de agradecérselo.

—No se merece nada de todo esto —digo en voz baja. Hago una pausa y añado—: Perdón. No es mi intención ofenderte.

—Claro que no —se apresura a comentar—. Y tienes razón. —Se detiene y mira fijamente el fuego durante un buen rato—. Él siempre seguirá siendo tu abuelo, Hope. Ya lo sé. Sé que nunca me querrás como lo quieres a él, porque lo conoces de toda la vida.

Abro la boca para protestar, porque Jacob tampoco se merece aquello, pero levanta la mano para impedírmelo.

—Siempre lamentaré no haber estado aquí para ocuparme de las cosas que hizo él, pero así es la mano que nos ha tocado y debemos aceptarla. En la vida solo se puede mirar hacia delante. Podemos cambiar el futuro, pero no el pasado.

Vacilo y asiento con la cabeza.

—Lo lamento —digo, pero las palabras suenan huecas y vanas—. ¿Te habló de él mi abuela antes de morir? —le pregunto.

Asiente y aparta la mirada.

—Me lo explicó todo lo mejor que pudo. Creo que ella pensaba que me lo tenía que hacer entender, pero la verdad es que siempre lo he entendido, Hope. La guerra nos separa violentamente y algunas cosas ya no se pueden volver a juntar.

—¿Qué te contó?

Se vuelve hacia mí.

—Consiguió llegar a España a finales del otoño de 1942. Allí conoció a tu abuelo. Él viajaba en un avión militar estadounidense que fue abatido y cayó en Francia y, al igual que tu abuela, había entrado en España de forma clandestina, con la ayuda de las redes francesas que colaboraban con los aliados. Tu abuela y él estaban escondidos en la misma casa y así fue como se conocieron. Él se enamoró de ella, a la que le faltaba poco para dar a luz. Más o menos por aquella época hubo una afluencia de judíos que habían huido de París, personas que Rose conocía de antes, que le dijeron que yo había muerto. Al principio no les creyó, pero algunos le dijeron que me habían visto morir en las calles de París y otro le dijo que había visto como me llevaban a la cámara de gas en Auschwitz.

—Dios mío —murmuro, sin saber qué más decir.

Jacob mira por la ventana: el hielo que ha empezado a acumularse contra el cristal nos impide ver la oscuridad exterior.

—Al principio no se lo creyó —repite—. Dijo que no lo sentía en su alma, pero, a medida que más personas le iban diciendo que yo había desaparecido, más se fue convenciendo de que, efectivamente, yo había muerto y su sentir tenía que ver con que yo vivía en la criatura que llevaba en sus entrañas. Supo entonces que había de proteger a nuestra hija a toda costa. Por eso, cuando Ted le pidió que se casara con él y le prometió traerla a Estados Unidos antes de que naciera el bebé, se dio cuenta de que aquello brindaría a nuestra hija la oportunidad de nacer como estadounidense, como siempre habíamos soñado juntos, y de criarse en un país donde siempre podría ser libre.

»Vino a Estados Unidos con tu abuelo, que se casó con ella —prosigue Jacob poco a poco—. En la partida de nacimiento, él figura como el padre de Josephine, para que no hubiera ninguna complicación. Después, pagaron para modificar el año, para que nadie pudiera echar cuentas y ponerlo en duda. Tu abuelo le pidió a tu abuela una sola cosa: que le permitiera criar a Josephine como propia y nunca le hablara de mí.

—Entonces, ¿ella nunca le habló a mi madre de ti?

Jacob mueve la cabeza de un lado a otro.

—Aquella fue, por lo que me dijo, una de las cosas que más lamentó en la vida, pero Ted fue un padre estupendo y le pareció que tenía que cumplir la promesa que le había hecho. Ella había canjeado una vida por otra y jamás olvidó el trato. Sin embargo, Rose me dijo que trató de mantenerme vivo para Josephine de otras maneras.

—En sus cuentos de hadas —murmuro—. Tú aparecías todo el tiempo en los cuentos que mi abuela nos contaba a mi madre y a mí. —Hago una pausa y de pronto recuerdo algo que Mamie me dijo—. Pero mi abuelo fue a París en 1949, ¿verdad?, para averiguar qué había sido de ti y de la familia de mi abuela.

Jacob respira hondo y asiente con la cabeza.

—Esa es la única parte de la historia que tu abuela no podía explicar y no tuve valor para decirle que tal vez Ted lo supiera. En aquella época, yo figuraba en los registros. Todavía no me había trasladado a Estados Unidos. No vine hasta 1952. Estaba haciendo todo lo posible para asegurarme de que pudieran encontrarme, porque no creía que Rose hubiese fallecido. Estaba convencido de que había sobrevivido y de que volveríamos a encontrarnos.

»Me imagino que nunca llegaremos a enterarnos de lo ocurrido —prosigue—, pero supongo que, cuando tu abuelo volvió a casa y le dijo a tu abuela que yo había muerto, sabía que le estaba diciendo una mentira.

—Para salvaguardar la vida que había iniciado con ella —digo.

De pronto siento escalofríos y me acerco un poco más al fuego.

Jacob asiente con la cabeza.

—Sí, eso creo, pero ¿cómo le voy a echar la culpa? Quería a Rose, quería a Josephine y la consideraba hija suya. Llevaba una vida agradable con ellas. Si Rose se hubiese enterado de que yo había sobrevivido, tal vez él se habría quedado sin nada. Hizo lo que pudo para proteger a su familia y no puedo censurarlo por eso. ¿Acaso yo no había hecho lo mismo? Tomé decisiones para proteger a las personas que más quería. Todos decidimos y nos sacrificamos por lo que nos parece que será lo mejor.

Trago saliva, a pesar del nudo que tengo en la garganta.

—Pero, si eso es lo que ocurrió, impidió que mi abuela y tú estuvierais juntos. Os mantuvo alejados durante setenta años.

—No, querida —dice Jacob—. Fue la guerra la que nos mantuvo alejados. El mundo se volvió loco y tu abuelo no fue más responsable que yo o que Rose de lo ocurrido. Todos tomamos decisiones y todos hemos tenido que vivir con nuestros pesares.

—Lo siento mucho —digo.

Me da la impresión de que me disculpo ante Jacob por lo que hizo mi abuelo y porque no se merecía la mano que le tocó. Él se limita a mover la cabeza de un lado a otro.

—No lo sientas —dice—. Justo antes de expirar, tu abuela me pidió que la perdonara: le parecía que, al casarse con Ted, me había traicionado. Le dije que no había nada que perdonar, porque no había hecho nada malo. Nada en absoluto. Hizo lo que hizo porque creyó que era lo mejor para nuestra hija. Lo importante es que Rose vivió y Josephine también. Y tú y Annie. Dejando aparte lo ocurrido, Rose salvó al ser que habíamos creado juntos, la máxima declaración de nuestro amor, y le brindó la vida que siempre habíamos soñado: una vida de libertad.

—Pero tú te pasaste la vida esperándola.

Sonríe.

—Y ahora que la he encontrado, estoy en paz. —Me vuelve a coger las manos y se queda un buen rato mirándome a los ojos—. Vosotras, Annie y tú, sois nuestro legado. Debéis hacer honor a vuestra procedencia, ahora que la conocéis.

—Pero ¿cómo?

—Haciendo lo que os dicte el corazón —dice Jacob—. La vida se vuelve más difícil, las circunstancias nos separan, las decisiones marcan nuestro destino, pero tu corazón nunca dejará de mostrarte el verdadero norte. Tu abuela siempre lo supo.

Agacho la cabeza.

—Pero ¿cómo sé lo que tengo que hacer?

No sé cómo explicarle que mi corazón no ha hecho más que acarrearme problemas.

—Lo sabrás —dice Jacob—. Limítate a prestarle atención. Las respuestas están en tu interior.

A la mañana siguiente, cuando me estoy preparando para marcharme a la panadería, entro en el salón y encuentro a Jacob mirando por la ventana, exactamente donde lo había dejado la noche anterior. Me pregunto si estará mirando las estrellas, como hacía Mamie.

—Hola, Jacob —le digo y cojo las llaves de la mesa de la cocina—. Me voy. Si te apetece, pásate después por la panadería y te haré un Star Pie.

Como no responde, me acerco a la silla y me arrodillo a su lado.

—¿Jacob?

Tiene los ojos cerrados y en su rostro se dibuja una sonrisa plácida, como si estuviera en mitad de un sueño del que no quisiera salir. Me pregunto si estará pensando en mi abuela.

—¿Jacob? —repito.

Le toco el brazo con suavidad y así me doy cuenta.

—Jacob —murmuro en voz baja y las lágrimas me empiezan a surcar las mejillas.

Tiene el brazo frío y la mejilla también, cuando se la toco con suavidad. Se ha ido. En cierto modo, no me sorprende lo más mínimo. Se ha pasado la vida tratando de encontrar a Mamie y ahora dispone de toda la eternidad para recuperar todos aquellos años.

No lo muevo. No despierto a Annie ni a Alain. No me marcho a la panadería. Me limito a sentarme a su lado, junto a aquel hombre cuyo valor me dio la vida hace tantos años, mucho antes de nacer siquiera, y lloro. Lloro por todo lo perdido y lo hallado. Lloro por mi abuela y por mi madre, que nunca supo la historia de sus orígenes. Lloro por Annie, que ha tenido que sufrir más pérdidas de lo que uno debería soportar a tan tierna edad. Y lloro también por mí misma, porque no sé cómo salir adelante. No sé cómo encontrar las respuestas que, según cree Jacob, aparentemente están en mi corazón.

Tras pensárnoslo con mucho detenimiento, Alain y yo decidimos enterrar a Jacob junto a mi abuela. Después de todo, no tiene familiares en ninguna parte y no se nos ocurre otro lugar en el mundo en el que preferiría estar, si no es junto al amor de su vida.

«Ahora que la he encontrado, estoy en paz», me dijo la última noche antes de morir.

Elida White y su abuela vienen desde Pembroke para asistir al funeral y todos juntos —musulmanes, cristianos y judíos— escuchamos las palabras del rabino en el cementerio. Miro hacia el este, porque hacia allí mirará la lápida de Jacob, cuando nos la entreguen. La de Mamie también mirará hacia allí. Dentro de pocas horas empezarán a asomar en el firmamento las primeras estrellas vespertinas, como siempre lo han hecho. Mientras haya estrellas en el firmamento —advierto—, perdurará la promesa de Jacob de amar a Mamie. Las estrellas que ella buscaba en otro tiempo la vigilarán en silencio a ella y al amor de su vida, que, finalmente, ha vuelto a su lado.

Capítulo 31

E
l invierno en el cabo Cod es largo y solitario y este año, cuando estoy a punto de perder la panadería, da la impresión de que el tiempo se ha quedado paralizado. No hay posibles compradores. ¿Quién querría un lugar así en pleno invierno? Sin embargo, el banco pretende quitármela igual. Matt no hace nada para impedírselo ni yo se lo pido. Todas las mañanas, mientras mi aliento queda suspendido en el aire como bocanadas de humo congeladas, me pregunto si aquel será el día en que desaparezca el legado de Mamie. Hasta entonces, mantendré la panadería en marcha, porque es lo único que sé hacer.

Cualquiera diría que esta tendría que ser la estación que menos me gustara, por la lentitud, la desolación y la falta de trabajo, pero siempre he hallado paz en los meses de invierno. Los atardeceres son tan serenos, justo antes de la puesta del sol, que, cuando suena sobre el mar el graznido de una sola gaviota, lo oigo desde el interior de mi casita. Cuando camino por la playa, a veces cruje el hielo bajo mis botas gastadas. Antes de Navidad, Main Street parece una ciudad fantasma. Cuando llego a la panadería por la mañana, a veces pienso que soy la única persona en aquel paraíso invernal y me imagino lo que haría si nadie pudiera verme.

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