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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La maldición del demonio (39 page)

BOOK: La maldición del demonio
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—¿Y dónde está la chuchería?

—Sobre la ladera de la montaña —replicó el demonio—. Los hombres bestia lo veneran. Por la noche oigo las salmodias que rebuznan para pedir la protección del talismán. Criaturas estúpidas. Resulta irónico que tal vez tengas que matarlas a todas para arrancarles de las mugrientas patitas el talismán que consideran protector. —El demonio parecía insólitamente complacido con la perspectiva.

Con gestos lentos y estudiados, Malus recogió la daga y la metió en la vaina. Luego, se puso de pie.

—Haré lo que deba —declaró con frialdad, mientras su fuerza de voluntad volvía a reafirmarse—. En el plazo de un año volveré aquí, y acabaremos lo que hemos comenzado.

—Desde luego que lo haremos, Malus Darkblade. Desde luego que lo haremos.

—¡No me llames así! —se encolerizó Malus.

—¿Por qué no? ¿Estoy equivocado en algo? Las espadas oscuras son cosas defectuosas, ¿no es cierto? Ponte delante del cristal, Malus. Hay algo que debes ver.

El noble frunció el ceño, consternado, pero pasado un momento cedió y avanzó hasta el cristal.

—Bien. Ahora, mira con atención.

El resplandor azul se desvaneció y dejó a la vista un cristal facetado que brillaba como la plata. Era como mirar un espejo.

Y Malus vio en qué se había convertido.

La piel se le había vuelto pálida como la tiza. Distendidas venas negras que parecían latir con un flujo constante de corrupción corrían por el dorso de la mano en la que llevaba el anillo de rubí y desaparecían bajo el borde del avambrazo. Sus ojos eran esferas del más puro azabache.

—Mira en qué te has convertido... Eres un hombre sin alma, sometido al servicio de un demonio. ¿Y dices que no eres algo defectuoso, Malus Darkblade?

La risa del demonio resonó como el trueno mientras el noble huía de la prisión.

Atravesó corriendo los recintos del templo y resbaló en el polvo de las deshechas momias al lanzarse rampa abajo hacia las dependencias de los brujos condenados. Los cuerpos de los acólitos se burlaban de él con sus mandíbulas flojas y sus grandes cuencas oculares fijas. Parecían tender las manos hacia él para ofrecerle cuchillos o ropones vacíos. Le brindaban la caridad de los malditos.

Las botas del noble repiqueteaban contra la piedra. Bajó corriendo la escalera de caracol, y al sentir el calor del magma en la cara tuvo que luchar contra el impulso de arrojarse a las llamas. Al llegar al cadáver momificado de la escalera, lo lanzó de una patada al fuego, y sintió envidia al verlo caer.

Las rocas estaban esperándolo cuando llegó al pie de la escalera, ya que habían levitado hasta la posición correcta por voluntad del demonio de lo alto. ¡Qué estúpido había sido al creer que había sido él quien las había hecho ascender desde las profundidades! Pasó de una roca a otra con tan poco cuidado como si hubieran estado en el lecho de un río.

Al otro lado de la plaza y del foso de fuego, las estatuas de los dioses parecían reírse de su angustia, burlarse de la estupidez de invadir la madriguera de un demonio. «Esto es lo que obtienes por desdeñarnos —parecían decir los abominables rostros—. ¡Tú y tu Madre Oscura! ¿Escuchó ella tu plegaria en los salones de piedra de lo alto? ¿Te concedió la victoria sobre tus enemigos?»

Se lanzó hacia las estatuas, aullando como una furia, pero no tenía la fuerza necesaria para derribar tan enormes moles. En todo caso, pareció que los ídolos se burlaban aún más de él.

Malus huyó de la presencia de los cuatro dioses, dando traspiés entre las hileras de sirvientes eternos. Deshizo en polvo a los obedientes cuerpos mientras les gritaba maldiciones a las cobardes posturas en que estaban.

Desde lejos le llegaban gritos y estruendo de acero contra acero. Hombres bestia y druchii lanzaban alaridos de rabia y dolor. Malus desenvainó la espada y corrió hacia la promesa de batalla.

«¿Podré derramar algún día la sangre suficiente para ahogar el recuerdo de mi propio reflejo?»

Malus salió con paso tambaleante a la fría luz diurna y contempló la carnicería que tenía lugar en la entrada del templo. Los hombres bestia habían abierto una brecha con los pesados martillos a dos manos, y montones de cadáveres yacían al otro lado de la abertura. Dos de los cuatro nauglirs estaban muertos, con el cuerpo atravesado y desgarrado por tajos de espada y hacha. Un tercero temblaba y sangraba a través de heridas mortales que le arrebataban lentamente la vida. Sólo
Rencor
sobrevivía. Más delgado y rápido que sus compañeros, presentaba no obstante una veintena de tajos en la acorazada piel.

Los tres guardias de Malus recorrían el campo de batalla como cuervos, con la negra armadura salpicada y veteada de sangre enemiga. Hacía ya mucho que habían abandonado las descargadas ballestas, y en las manos llevaban rojas espadas de las que goteaba sangre. Trabajaban con la desapasionada habilidad de los carniceros, mirando entre los cadáveres y rematando a los heridos que encontraban. No había manera de saber cuántos asaltos habían rechazado ya, ni el tiempo que había mediado entre uno y otro. Estaban tan concentrados en la tarea que no repararon en Malus hasta que lo tuvieron casi encima.

Lhunara fue quien lo vio primero. Estaba cubierta de sangre, con el pelo apelmazado y la cara teñida de rojo como una de las novias asesinas de Khaine. Tenía decenas de abolladuras y arañazos en la armadura, y en cada mano llevaba una vapuleada espada. La fatiga le cubría el rostro como una máscara.

—No llegas demasiado pronto, mi señor —comenzó—. Ya han intentado acometernos tres veces, y acaban de retirarse. Entre nosotros y los gélidos hemos matado alrededor de ochenta, pero...

Las palabras murieron en los labios de la teniente al reparar en el cambio operado en la cara de su señor. Los ojos de Lhunara se encontraron con los de él, y se abrieron de par en par con expresión de horror.

—Mi señor, ¿qué...?

Malus bramó como una bestia herida y hundió la espada en el cráneo de Lhunara.

Dalvar y Vanhir vieron cómo descargaba el golpe y gritaron de horror y consternación. El noble saltó hacia ellos cuando el cuerpo de Lhunara aún estaba desplomándose.

El hombre de Nagaira se desplazó a la izquierda al mismo tiempo que echaba una mano atrás y la llevaba hacia adelante en un movimiento velocísimo. Sin pensar, Malus hizo un barrido con la espada y apartó a un lado la daga que acababa de lanzarle. Acometió al bribón con un golpe dirigido a la cabeza, y Dalvar lo bloqueó con el largo cuchillo que tenía en la mano izquierda. La mano derecha del bribón desenvainó otro largo cuchillo de lucha y acometió al noble, a quien intentó apuñalar a través de una de las junturas del articulado peto.

Malus atrapó la muñeca de Dalvar con la mano izquierda y le dio un golpe en la cara con el pomo de la espada. Aturdido, el bribón intentó apuñalarlo en la garganta, pero calculó mal, y el cuchillo abrió un tajo desigual a lo largo de la línea de la mandíbula de Malus. El noble gruñó y clavó la punta de la espada en la axila izquierda de Dalvar, zona que la armadura no protegía. La hoja se atascó en la articulación del hombro, y Dalvar se puso rígido al mismo tiempo que palidecía de dolor. Malus se apoyó contra la espada, que rajó cartílago y hueso al hundirse lentamente en el pecho del druchii.

Dalvar chillaba y sufría violentos espasmos mientras intentaba apartarse, pero Malus continuaba sujetándolo con fuerza por la otra muñeca y no lo dejaba moverse. El bribón le lanzó enloquecidas puñaladas con la daga, pero el brazo extendido con que Malus sujetaba la espada estaba en medio; la punta de la daga del guardia le abrió profundos tajos en una mejilla, una sien, una oreja y la garganta, pero ninguno fue lo bastante hondo para matarlo. Con cada corte, cada nuevo dolor, Malus simplemente empujaba la espada con más fuerza. La punta se zafó de la articulación, penetró entre las costillas y atravesó músculo, pulmón y corazón. Dalvar lanzó un grito ahogado, vomitó un torrente de sangre y cayó al suelo.

Cuando Malus giró sobre sí mismo para encararse con Vanhir, encontró al guardia esperándolo a varios metros de distancia.

—Quiero mirarte a los ojos cuando te mate —dijo el caballero, y le enseñó los dientes aguzados—. Tenía planes mucho más grandiosos para destruirte, Darkblade... Eran creaciones maravillosas que habrían tardado años enteros en acabar con tu miserable vida. Si van a serme negadas esas glorias, al menos quiero ver cómo la vida escapa de tus lastimosos ojos.

Malus se lanzó contra el noble caballero y descargó una lluvia de golpes dirigidos hacia la cabeza, los hombros y el cuello. Vanhir se movía como una víbora y bloqueaba cada golpe con la destreza de un duelista experto. La daga que tenía en la mano izquierda tamborileó un
staccato
sobre el peto, el avambrazo y el quijote de Malus, en busca de puntos débiles de la armadura. Cuando el noble retrocedió para asestar otra combinación de golpes, la espada de Vanhir salió disparada y le abrió en el cuello un largo tajo que no acertó por muy poco la arteria. El noble era un espadachín diestro, pero Vanhir era un maestro, un artista de la espada.

Entonces, Vanhir aprovechó la ventaja para alternar ataques con espada y daga. Malus bloqueó el primer tajo de espada, pero sufrió una herida superficial de la daga que penetró por una juntura del avambrazo derecho. Desvió una estocada veloz como el rayo, y luego se lanzó contra el caballero y le clavó los blancos dientes en la garganta.

Vanhir gritó y se retorció mientras golpeaba a Malus en un lado de la cabeza con el pomo de la espada, pero el noble no estaba dispuesto a que se lo quitara de encima con tanta facilidad. Mordió profundamente y saboreó el gusto a cobre de la sangre que manaba, para luego dar un brusco tirón lateral con la cabeza y arrancar un lado de la garganta de Vanhir. El caballero cayó de espaldas mientras presionaba las manos sobre el torrente de sangre que le manaba del destrozado cuello, pero era un gesto fútil para una herida mortal. Al cabo de un rato, la vida se desvaneció de los ojos de Vanhir, que quedaron congelados en una eterna expresión de odio implacable.

Malus Darkblade echó atrás la cabeza y aulló como un lobo demente. Fue un grito tan salvaje y desquiciado que incluso la manada de endurecidos hombres bestia que entonces avanzaba lentamente por el camino para atacar la entrada por cuarta vez se detuvo con miedo y asombro al oírlo.

La visión de la cara de Lhunara aún flotaba ante los ojos del noble y lo torturaba. La expresión de horror que le había aflorado al rostro al darse cuenta del fracaso de Malus había sido más de lo que él podía soportar.

El noble se levantó con pies inseguros y se limpió la sangre de Vanhir de los labios con el dorso de una mano de negras venas.

Todos lo habían servido bien y fielmente, tanto amigos como enemigos, pensó. Era mejor que murieran antes que presenciar su espantosa vergüenza.

22. Sangre en el viento

Rencor
gruñó cuando Malus se acercó. Los ojos del gélido estaban vidriosos de dolor y sus flancos subían y bajaban agitadamente debido al esfuerzo. El nauglir percibía vagamente que había algo raro en su señor, aunque no entendía qué era.

—Tranquilo, terrible —dijo Malus con calma, mientras observaba atentamente los ojos de
Rencor
.

Si las pupilas se agrandaban de modo repentino y los párpados interiores se cerraban, Malus se hallaría luchando por su vida un segundo después.

—Sólo soy yo; Malus. Ya hemos hecho lo que vinimos a hacer aquí. Hay sangre en el viento y es hora de cabalgar.

Durante un espantoso instante dio la impresión de que
Rencor
había renegado de él. El nauglir volvió a gruñir y sus pupilas se dilataron, pero los hombres bestia que avanzaban hacia la puerta lanzaron un áspero grito que distrajo a la enorme criatura, y Malus aprovechó el momento para saltar sobre el lomo.
Rencor
refunfuñó y sacudió la cabeza, pero Malus le clavó las espuelas, y el gélido avanzó de un salto, obediente.

El noble dirigió a
Rencor
directamente hacia la puerta y lo taconeó para que echara a correr justo en el momento en que llegaba a la brecha abierta por los hombres bestia. Se inclinó contra el cuello de
Rencor
y aun así escapó por un pelo cuando el gélido golpeó con las paletillas el borde de la brecha y dispersó una gran cantidad de piedras partidas. Una vez al otro lado, se irguió y espoleó a la montura para cargar directamente hacia los hombres bestia que avanzaban.

En otras circunstancias, la visión de un jinete solitario no habría bastado para hacer vacilar a la turba de guerreros; pero habían librado una terrible batalla casi cuerpo a cuerpo en la entrada del templo, y habían visto cómo tres asaltos eran rechazados por las potentes mandíbulas y las crueles zarpas de
Rencor
y sus compañeros. Vacilaron al ver que el nauglir arremetía contra ellos, y ese momento de duda fue suficiente. Malus y
Rencor
atravesaron la masa de hombres bestia y lanzaron cuerpos destrozados a derecha e izquierda. El noble asestaba tajos a cuellos y rostros vueltos hacia arriba mientras gritaba como una doncella espectral, y los hombres bestia retrocedían ante el frenético ataque.

Retrocedían todos menos un conocido grupo de corpulentos campeones que llevaban grandes armas a dos manos. Yaghan y sus escogidos guerreros aullaban gritos de guerra e intentaban acometer a Malus, pero la masa en retirada mantuvo a los campeones a distancia durante unos segundos cruciales. El noble tiró de las riendas para que la cola de
Rencor
barriera la masa de hombres bestia, y espoleó al gélido para que saliera de la desordenada turba y echara a correr a toda velocidad por el camino de los cráneos. Yaghan tardó sólo unos momentos en reorganizar a sus hombres bestia mediante maldiciones, juramentos y bramidos, pero cuando la cauta masa emprendió la persecución, Malus ya había girado en el recodo del camino y había desaparecido de la vista.

La mente del noble funcionaba a toda velocidad; intentaba apartar a un lado los horrores de la última hora con el fin de trazar un plan. Tenía que introducirse otra vez en el campamento de hombres bestia y averiguar dónde guardaban el Octágono de Praan. Estaba seguro de que el único que sabía dónde se encontraba la reliquia era el propio Kul Hadar. Entrar en el campamento a plena luz del día sin ser detectado era casi imposible. Tendría que encontrar un sitio en el que permanecer oculto hasta la noche y meterse en la tienda del chamán cuando se presentara la oportunidad.

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