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Authors: José Ángel Mañas

La pella (8 page)

BOOK: La pella
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Al final Marta no lo denunció y entre Nico y Borja lo que hicieron fue pasearse por la zona del Rastro e ir comprando uno por uno los objetos robados a medida que iban apareciendo, domingo tras domingo, algunos en diversas corralas, otros en los puestecillos callejeros menos recomendables.

Por su parte Kiko desapareció de la circulación durante un par de semanas e incluso dejó de ir a su curro donde, según tengo entendido, lo despidieron.

Y más tarde un chico al que todos conocían entonces por el sobrenombre de Káiser y que se dedicaba a trapichear, contó que Kiko lo había citado un viernes por la tarde y que lo había encontrado saliendo de una cabina telefónica después de haber llamado por enésima vez a Borja.

Llevaba ya varios días intentándolo sin que Borja se dignara a contestar al teléfono.

Al parecer Kiko tenía dinero y le pilló un buen lote de pastillas que pagó, por una vez, al contado, y luego le pidió que lo acercara a un garito de mala fama en los bajos de Moncloa, y esa misma noche se le había
visto en el Lunatik, según cuentan puesto hasta las muelas.

Tanto los porteros como alguna gente que había estado allí por la noche, todos confirmaron que Kiko entró en la discoteca solo y subido en un globo de todos los colores.

Hacía mucho tiempo que no se le veía así y Kiko se paseaba por el lugar sonriendo a la gente, como si fuera el día más feliz de su vida.

La vida ya no parecía tan gris.

Se entretuvo bailando con el Pentium, y ya cuando no pudo con su alma se sentó en uno de los sillones.

Ese fue el momento aprovechado por el Pentium, que no le había quitado el ojo de encima, para acercarse y, viendo que se le caía la cabeza, rebuscarle en los bolsillos, sin que el otro reaccionara.

—Qué pasa, Kiko. Estás muy pasado, ¿eh?

Unos momentos después, Kiko volvía en sí bruscamente para potar, y dos de los porteros se apresuraron a echarlo fuera.

—¡Y no vuelvas a pasarte de esta manera, tipo listo!

Kiko cayó al suelo, junto a una de las jardineras, pero en ese preciso instante alguien se acercó a ayudarlo.

—Dejadlo en paz, que es mi amigo...

Dijo al tiempo que se inclinaba sobre él sonriendo.

—¿Cuánto tiempo, Kiko? ¿Te acuerdas de mí?

Kiko levantó la cabeza y se topó con la cara picada del Tijuana, que le estaba pasando un brazo por el hombro para ayudarlo a incorporarse.

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—Y ahora quitaos de en medio, que mi colega y yo tenemos cosas importantes de que hablar...

Así les había dicho el Tijuana, y los porteros, que le tenían miedo, lo dejaron volver a entrar en la discoteca con Kiko cogido por el cuello.

¿Se daba cuenta Kiko de lo que estaba ocurriendo? Yo creo que no. Es muy posible incluso que bajo la euforia de las pastillas pensara que el Tijuana en el fondo no era tan chungo y que se había convertido en un buen colega: ¿no le estaba permitiendo volver a entrar en ese paraíso terrenal que para él era el Lunatik...?

En todo caso quienes lo vieron dicen que sonreía feliz mientras el otro lo llevaba hasta el cuarto de baño.

El Tijuana le indicó a uno de los machacas que se encargara de que no entrara nadie y yo me imagino que cuando Kiko se encontró en el aseo y cuando sintió que lo agarraban por los pelos y que aplastaba su cabeza contra el lavabo, ahí ya sí que tomaría conciencia de la situación.

—Hace mucho tiempo que no nos veíamos, ¿verdad, Kikorro...?

El Tijuana no se andaba por las ramas.

—Y fíjate que sí que me han contando muchas cosas tuyas últimamente. Parece que no has estado escaso de líquido, que incluso has dejado el curro y que te has dedicado todos estos días a correrte unos fiestotes de cuidado... ¿Pero te has acordado de tus amigos? Nooo, claro. A ver si me ayudas a refrescar la memoria... ¿Cuánto me debías?

Sin soltar la cabeza de su víctima, que seguía aplastada contra el lavabo, sacó una navaja y empezó a cortarle las trebillas del pantalón.

—¿Cincuenta mil...? No estoy muy seguro, me parece que era algo más. ¿Cien mil? ¿Ciento cincuenta mil...? ¿Doscientas? ¿A ver si van a ser doscientas cincuenta mil? Eso sin añadir los intereses de todos estos meses, claro...

El Tijuana cada vez le iba cortando una nueva trebilla hasta que, cuando ya no hubo más, le tiró de los pantalones hacia abajo, dejándolo en gayumbos.

—¡Bingo! —exclamó al tiempo que le pinchaba en una de las nalgas.

Por suerte, Kiko estaba tan anestesiado que apenas se dio cuenta de nada.

Y cuando se despertó, estaba ya en el hospital de su madre, donde le habían llevado después, y donde lo atendieron durante unos días hasta que pudo recuperarse del todo.

—Al parecer, Borja no quiso decir nada —explicó Káiser—. Y desde entonces hasta que ocurrió lo de su hermano Gonzalo con el Barbas, toda esa historia que ya contaste en tu novela
*
, Mañas, no creo que volvieran a verse. Eso es todo lo que sé.

—¿Y Borja? —me interesé.

—Por lo que me han contado Borjita volvió con sus amigos de siempre: con Jesús, con Jorgito, Juanillo y el resto de esos chuzos que frecuentaba y a los que tanto despreciaba pero con los que volvió a verse sin demasiados problemas. Dios los cría y ellos se juntan, que es lo que se dice, ¿no? Dime con quien andas y te diré quién eres.

—No sabía que fueras tan refranero —observé.

Pero mi cabeza estaba en otra parte.

Seguía pensando en la historia de Kiko y me sentía, la verdad, bastante triste...

*
Ciudad rayada.

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Sin embargo allí no acabó la historia, porque un par de meses después Borja estaba efectivamente tomándose unas cañas con sus amigos de siempre. Según he podido saber habían quedado en uno de los baretos cerca de su casa cuando, después de haber vomitado en la calle, tras el último copazo, se tuvo que volver a casa en taxi y, nada más salir de este, todavía con la cabeza bastante tocada, según ponía el pie en la calzada, sintió que había algo raro.

Arriba se oían las voces que bajaban por el hueco de la escalera.

Borja subió por el ascensor y en el rellano se topó con un agente de la Policía que lo obligó a identificarse.

Al otro lado de la puerta su madrastra estaba discutiendo con un segundo madero.

—No lo entiendo, nunca me había ocurrido algo así... —gemía la pobre mujer, al borde de los sollozos.

—Tranquilícese, señora —procuraba apaciguarla el hombre.

Borja sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

Se asomó y entonces vio que el sofá estaba rajado, la televisión destrozada, las sillas patas arriba, los visillos arrancados, las vitrinas de las estanterías rotas y los libros y algunos platos por los suelos.

¿Y quién os imagináis que fue el autor...?

E
STE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EN EL MES DE MAYO DE
2008
EN
M
ADRID

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