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Authors: José Ángel Mañas

La pella (5 page)

BOOK: La pella
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Segunda parte
18

La bronca que le cayó a Borja, en cuanto llegó a su casa, fue, ya os podéis imaginar, monumental.

Borja jamás había visto tan furioso a su padre y permanecía cabizbajo, delante de una fuente repleta de naranjas, de mandarinas y de uvas que había sobre la mesa.

El chico aguantaba el incesante chorreo mientras que su madrastra permanecía a unos metros, apoyada contra la pared, fumando un cigarrillo.

Era una mujer apocada y poco expresiva que no parecía encontrarle demasiado interés a la vida fuera de las partidas de bingo que organizaba con sus amigas y de los fines de semana que se iba de
shopping,
sola o en compañía, a Londres o a Nueva York.

Borja y ella vivían de espaldas el uno al otro, y la mayor parte del tiempo se ignoraban mutuamente.

—¿Pero te das cuenta del miedo que nos has hecho pasar?

Su padre no paraba de moverse a su alrededor. Era la quinta vez que lo repetía.

—A nosotros y a la pobre Paola, que estaba esperando en el aeropuerto con su madre... ¿Pero cómo se te ha podido ocurrir no avisar? ¿Qué diablos es lo que pasa por esa cabeza tan hueca tuya...?

Estuvo tentado de golpeársela y se limitó a darle un toquecito que Borja no apreció.

No obstante, permaneció inmóvil, con la vista fija en los zapatos italianos que se movían a su lado, procurando no levantar la cabeza.

—¿Y el susto que nos has dado? ¿No has pensado en eso tampoco? ¿Y cómo se te ocurre olvidarte la maleta en el aeropuerto? ¿Pero se puede saber en qué demonios tenías la cabeza? No os entiendo —seguía el adulto—. Si es que te juro que no os entiendo a los chicos de tu edad. Yo con tus años estaba ya ennoviado y prácticamente casado...

—Papá....

—No digas nada, que va a ser peor. Tú lo que eres es un inútil y un ingrato.

—Claro.

—¿Qué has dicho?

—Nada, que zoy un inútil.

—¿Y encima se mofa de mí?

El señor San Juan se giró con incredulidad hacia su actual esposa.

Luego se volvió hacia su hijo y —ahora ya sí— le soltó un sopapo en la cabeza.

—¡Ya vale! —gruñó Borja.

—¿Cómo que ya vale? Yo decidiré si vale o no vale, a ver si te enteras. ¡Pero será insolente, el niñato chulito de las narices!

—Déjalo —dijo la madrastra.

Ella siempre se compadecía de Borja. Era su manera de tender puentes.

—¿Qué pasa, que os vais a aliar los dos? Pues no pienso dejarlo. Ahora mismo te vas a buscar el teléfono, llamas a Paola y a su madre y les pides disculpas a ambas. Y de paso les dices que lo sientes mucho, pero que no vas a volver a Italia en la puñetera vida. Y después llamas al aeropuerto, a ver si han encontrado tu maleta... Ya está bien con estos niños cosmopolitas, que encima hay que andarles pagando los viajecitos. ¿Me has entendido...? ¿Ha quedado claro lo que va a ocurrir en adelante?

—Clarízimo.

—Y no quiero volver a verte salir en las próximas dos semanas. Se acabó el dinero hasta nueva orden... ¿Lo has entendido?

—Dezde luego que zí —repuso Borja.

19

Pero como todo pasa, a la tormenta le siguieron unos días de calma durante los que Borja se limitó a ir a clase por la mañana y a encerrarse en casa el resto del tiempo.

Le había dicho a Kiko que no lo llamase y por el momento quedaba fuera de lugar salir ninguna noche.

Pasado el puente, el viernes y el sábado por primera vez en mucho tiempo cenó en casa y se encontró a sí mismo acostándose a las doce.

La sensación era muy rara.

Luego el domingo por la mañana, nada más desperezarse, tras comprobar que sus padres seguían durmiendo, bajó a la calle y se encaminó hasta el metro.

Debían de ser las diez y una tenue luminosidad se filtraba por entre los resquicios de las tímidas nubes.

Media hora después salía por una de las bocas de metro de Plaza de Castilla, justo delante del depósito del Canal de Isabel II, y desde allí se fue andando hasta un conocido
after hours
en uno de los bajos de los alrededores de la zona.

Era a primera hora y ya había una cola de pastilleros con ojos como platos esperando a que los porteros trajeados los cachearan y les pasaran el detector de metales.

Muchos de ellos no se habían acostado desde el viernes.

Borja conocía al más bestia de los porteros, quien le dijo que esperara un momento y, en cuanto vio que el dueño andaba entretenido con la chica del guardarropas, de espaldas a ellos, lo dejó colarse.

Ya en el vestíbulo la música le golpeó como un mazo, puro bacalao, el
beat
retumbaba por las paredes: «Bum bum bum», los graves te machacaban el pecho y los agudos te atacaban los tímpanos.

Por lo demás, el Lunatik era un sitio oscuro, un
after
al que iban todos los malotes de Madrid.

Tenía una pista grande iluminada con luces intermitentes y rodeada de sillones tapizados en rojo por los que cada cierto tiempo los porteros hacían la ronda para despertar o echar a alguien, según el estado en el que lo encontrasen.

Había gogós medio en bolas y con botas altas bailando encima de una tarima.

Y donde había gogós, allí estaba el Pentium, un conocido pastillero, siempre rondando cerca, como un moscardón molesto.

El Pentium a menudo te agobiaba para pillar cualquier cosa y, si eras un poco malo, te decía quién tenía pastillas para que lo
volcases.

Borja buscó entre la gente y al final se encontró al fondo a Kiko.

Su amigo estaba en uno de los sillones dándose el lote con Marta, la compañera de clase de Nico.

Al verlo llegar ella se apartó y Kiko, dándose cuenta, se recolocó el pantalón.

—MARTA, BONITA, VETE A PEDIRME UNA COPILLA, HAZ EL FAVOR —le dijo con su sonrisa más caballerosa.

20

Para oírse había que gritarse al oído y Kiko le indicó a Borja con la mano que se colocase a su lado, cosa que este hizo, sacándose un pitillo y mirando con cara de circunstancias a su alrededor.

Desde el día del aeropuerto no habían vuelto a quedar pero no hacía falta más que verle la cara a Borja para entender lo que le pasaba por la cabeza.

Sin casi mirar a su amigo, dijo que los últimos días habían sido una pesadilla y que no había podido hacer nada con respecto a lo del Nacle.

—PUES JUSTAMENTE, DE ESO QUERÍA HABLARTE —se anticipó Kiko—. TENGO NOTICIAS: UNA MALA Y UNA BUENA. ¿CUÁL QUIERES PRIMERO...?

Prácticamente le escupía al oído y a Borja, que no había bebido, le llegó su aliento cargado de alcohol.

—LA MALA.

—LA BUENA ES QUE MI JEFA ME HA CONCEDIDO EL ADELANTO QUE TE DIJE, POR ESO ME PILLAS AQUÍ...

—¿Y LA MALA...?

—LA MALA ES QUE HE HABLADO CON EL NACLE Y LO HE ENCONTRADO INTRATABLE, TRONCO. NO HA HABIDO MANERA DE QUE SE TIRASE UN POCO EL ROLLO. YA NO SE FÍA. QUIERE LAS PASTILLAS, Y YA.

En circunstancias normales Borja se habría puesto en pie como un resorte.

Esta vez permaneció hundido en el sofá y Kiko se apresuró a ponerle una mano en el hombro.

—VAMOS, QUE EN PEORES NOS HEMOS VISTO. TÚ CONFÍA EN EL KIKORRO... YA SE ME OCURRIRÁ ALGO.

Marta ya volvía de la barra, con una copa en cada mano, y Borja se levantó haciendo un gesto de que se iba.

—¿NO TE QUEDAS UN POQUITO MÁS, TRONCO?

Borja negó con la cabeza.

Unos momentos después se alejaba por la discoteca pasando por entre donde bailaban las gogós y desapareciendo por detrás de una barra abarrotada.

Según se alejaba, Kiko lo miró preocupado.

—¿QUÉ LE PASA? —preguntó Marta.

Kiko no contestó y se limitó a vaciar la mitad de su copa de un trago largo.

21

—Te veo muy flojo, con este ya van quince servicios directos. Intenta por lo menos ganar este juego, que es el del honor. Que no te meta dos roscos.

Era lunes al mediodía y quien hablaba así era Nico. Sus tíos le habían convencido para que invitara a su primo a jugar al tenis, a ver si conseguía retomar una actividad física y una vida más sana: les preocupaba que en los últimos años Borja saliera tanto; y este había aceptado, aunque sin demasiada gana.

—Ya verás como te viene bien —le había dicho su madrastra.

En el club de tenis, los lunes a aquellas horas apenas había gente y aparte de a ellos sólo se veía a dos profesores dando clase a unas cuarentonas de un nivel ínfimo, aunque bien intencionadas.

—Si es que le das muy fuerte, así es muy difícil... —se lamentaba una, que no atinaba con el revés.

Estaban en una de las pistas de
quick.

El
look
de Nico era muy profesional: zapatillas y ropa de marca, raqueta cabezona Rossignol de grafito
de alta calidad, cintita en torno a la cabeza, movimientos mesurados.

Al otro lado de la pista, Borja tenía otro aspecto.

Estaba rojo como un tomate porque no había dejado de sufrir con el esfuerzo desde el primer juego.

Por lo demás sus bermudas desgastadas, sus Adidas viejas y su raqueta destensada no impresionaban demasiado.

—Tú zaca, que ezta vez te remonto, cabrón —murmuró.

Nico sonrió, levantó la cabeza, botó tres veces la pelota delante de él, la lanzó al aire, hizo el movimiento y en cuanto esta estuvo a un metro por encima de su mano alzada le dio un golpe plano y potente que acabó en la red.

—Has tenido suerte, porque iba a la esquinita.

Repitió el movimiento y ejecutó un segundo servicio que botó con mucho efecto en el centro de la pista, y que Borja pudo restar sin demasiados problemas.

El resto obligó a Nico a desplazarse hacia su izquierda y a lanzar un revés liftado y potente, con el correspondiente gemido, también muy profesional, que llevó a Borja hasta el otro extremo de la pista.

Borja llegó, aunque forzado, y colocó un revés cortado que se le quedó un poco corto...

Eso permitió que Nico enganchara un
drive
plano y bien colocado, cerca de la línea de fondo, que Borja alcanzó mientras que el otro subía a la red, lanzando un globito que se quedó a media altura.

Sin apenas esfuerzo, Nico dio un par de pasos atrás, esperó hasta que la pelota botara, y entonces, con un movimiento perfecto, realizó un
smash
tranquilo y casi de entrenamiento que Borja ni siquiera persiguió.

—Segundo set. Seis cero en veinte minutos... Macho, Borja, lo único positivo que te puedo decir es que tienes por delante un margen increíble para la mejora.

—Ez el primer partido, Nico. Ez cueztión de tiempo. Déjame un par de zemanaz y veráz. Antez te ganaba...

—Bueno, digamos que una vez de cada cuatro te dejaba ganar porque me dabas pena.

—¿Lo dicez en zerio?

—Desde luego.

Mientras Borja se precipitaba sobre el botijo y lo vaciaba de un trago, Nico se sentó en el banco y se le quedó mirando.

Sus piernas, extendidas por delante, eran finas y peludas.

Se miró la punta de las zapatillas. Luego se encaró de nuevo con su primo.

—¿Seguro que no quieres que hablemos de lo que ha estado pasando últimamente? —preguntó.

—Nico, ya te he dicho que zon hiztoriaz míaz —dijo Borja, entre trago y trago al botijo.

—Está bien, de acuerdo —asintió Nico, empezando a guardar la raqueta en su funda—. Mientras que sigamos quedando y vea que vas recuperando la forma me conformo. Pero que sepas que ya no es porque tu padre me lo ha pedido, sino por mí: nunca me han gustado
los amigos que te has estado haciendo últimamente... No me hizo ninguna gracia lo de que acuchillaran a ese portero...

Unos momentos después los dos primos salían de la pista.

22

Por el camino de vuelta hacia los vestuarios se cruzaron con uno de los profesores, que ya había despedido a su alumna y que según pasaban saludó cordialmente a Nico.

Su aspecto era el propio de su profesión: moreno como si volviera de esquiar, piernas musculosas, andar tranquilo, la funda de la raqueta a la espalda, las gafas colgando del cuello.

—Qué pasa, figura —enseñó unos dientes rutilantes—. Ya te he visto machacando a tu primo... A ver si haces lo mismo el sábado.

—Ya verás que sí, José.

—Así me gusta. A seguir entrenando. Venga, hasta luego.

—Ese fue mi primer profesor —le dijo Nico a su primo, mirando por encima del propio hombro, según se alejaban—. Un buen tipo. Es quien me metió en el equipo.

Borja asintió.

—Parece zimpático —dijo.

Se sentía un tanto fuera de lugar pero le agradaba la sensación que siempre le embargaba en el club de tenis.

Le reconfortaba la colorida geometría de las pistas: allí por lo menos había un orden claro y unas reglas.

Estaba contento de haber vuelto a jugar y se daba cuenta de que, pese a la paliza, se sentía, tras el esfuerzo, mucho mejor.

Mientras llegaban a los vestuarios, empezó a darle vueltas a todo lo que había ocurrido en los últimos tiempos, desde que había empezado a salir con Kiko, y de pronto tomó conciencia de lo absurda que resultaba su actitud.

Estaban solos y Nico ya se empezaba a descamisar de pie delante de la taquilla abierta en la que guardaba sus dos raquetas y la ropa cuando Borja se dio cuenta de que la cerrazón que había mantenido hasta ahora era ridícula, y de que bien podía descargar en alguien más sus problemas.

—Nico... —dijo.

—¿Qué?

Nico lo miraba fijamente: hacía ya un tiempo que lo estaba esperando.

—Zi te comento algo, ¿me prometez que no ze lo dicez a mi padre?

—Desde luego que no. Aunque no te engaño si te digo que con lo del viaje a Roma tu mala fama se ha extendido por toda la familia y que cada vez me cuesta más defenderte. Dime de qué se trata...

El vestuario seguía en penumbra.

—Nico, tengo un problema muy gordo —confesó Borja.

23

Esa misma tarde quienes andaban por La Elipa pudieron ver a Kiko conduciendo como un loco una Vespa pintada de camuflaje: se saltó al menos dos semáforos antes de salir a Marqués de Corbera y cruzar la Emetreinta, rodeando a continuación las oficinas de Televisión Española para incorporarse a O'Donnell.

Menos de una hora después aparecía corriendo por otro barrio, bastante más al oeste, no muy lejos de la Glorieta de Quevedo, y se paró justo delante del portal de Borja.

Se detuvo un momento, con las manos apoyadas contra las rodillas, fuera de resuello, y al poco, una vez recuperado el aliento, llamó repetidas veces al telefonillo.

El portero, por lo que fuera, no estaba, algo de lo que se alegró bastante.

La primavera seguía sin personarse y hacía un día sin frío ni calor.

‘—Deja de darle al botoncito, que ya bajo’ —dijo una voz conocida por el interfono.

Al rato Borja apareció por el portal y se acercó a abrir la puerta.

Kiko lo esperaba fuera, todavía jadeante.

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