La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (41 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—La mitad de nuestra fuerza es más que suficiente. Un cosechador vale por diez esclavos.

El puente tembló cuando un misil detonó dos niveles por debajo. El fuego lamió las ventanas. El primer técnico tragó saliva.

—¿Activo los escudos, comandante Shurion? —Su tono de voz evidenciaba que quería hacerlo.

—Comandante, señor, traigo información sobre los vehículos terrícolas. —La súbita intromisión de un tercer técnico pospuso la contestación de Shurion—. Nuestros instrumentos indican que su fuente de energía es magnética.

—¿Y qué?

—Nuestros instrumentos pueden rastrear la energía magnética residual que han dejado los vehículos a su paso, que nos llevará hasta el punto del que proceden.

—¿Pues a qué esperamos? —dijo Shurion, jubiloso—. A la base de los terrícolas, esté donde esté. —Devolvió su atención al primer técnico—. Informe al capitán Myrion de que sus órdenes han cambiado.

—Por supuesto, comandante. —El técnico sintió subir sus ánimos—. ¿Le digo que vuelva aquí? —Y volver a bajar.

—Por supuesto que no —bufó Shurion—. Que siga las coordenadas que le vamos a enviar, que localice la base de los terrícolas y que no deje piedra sobre piedra.

—Sí, comandante —dijo el técnico completamente abatido, aunque por suerte para él, Shurion no se percató de su actitud.

—No necesitamos ayuda. No queremos refuerzos. Aplastaremos a estos esclavos impertinentes nosotros mismos. La ira de los cosechadores es digna de verse cuando se provoca… y los terrícolas van a descubrirlo.

Azul.

Un sorprendente y luminoso destello azul que transmitía, por extraño que fuese, serenidad.

—Mierda —dijo Richie, a bordo del Josué 9—. Han recuperado sus malditos escudos.

Cuando los misiles impactaron contra su objetivo, las detonaciones fueron igual de estruendosas y las llamas igual de calientes, pero la efectividad de aquellas armas diseñadas para abatir la nave enemiga se vio reducida a cero. Tuvieron el mismo efecto que lanzar huevos contra una pared.

—¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? —A Richie se le ocurrió que regresar al Enclave sería una buena idea. De hecho, con largarse de allí e ir a cualquier parte le valía.

—Vamos a ver si a esos bastardos les gustan nuestros lanzacohetes —dijo Brandon, activando las cañoneras laterales del Josué. Dos cohetes gemelos se unieron a la refriega con un siseo.

Para acabar siendo absorbidos por los escudos de los cosechadores.

—Tenemos más armas, ¿verdad? —preguntó Richie, deseando que así fuese.

—Y más tiempo —añadió Antony—. Por lo menos no están devolviendo los disparos.

Podría haberse mordido la lengua.

Precedidos por un chisporroteo y un cegador destello amarillo, de la Furion surgieron docenas de rayos de energía procedentes de hileras de hendiduras que aparecieron de improviso de algunas de las cubiertas, extendiéndose a ambos lados de la estructura en forma de hoz de la nave. La tierra tembló y estalló alrededor de los Josués bajo aquella vorágine de luz que prendía todo cuanto tocaba, convirtiendo el terreno llano en infernales abismos.

Travis hizo un rápido cálculo de sus posibilidades a bordo del Josué 7. Teniendo en cuenta las circunstancias, no tenían ni una.

—Retirada. Parry, tenemos que retirarnos. Como esos rayos nos alcancen… —Los escudos funcionaban. Los sistemas de armas estaban operativos. ¿Qué le había ocurrido a Darion?

¿Lo habrían encontrado? ¿Estaría muerto?

—No podemos huir si no nos lo ordenan, chaval —dijo Parry, virando el Josué a la izquierda para evitar un haz de energía. La cabina de control dio un violento bandazo.

—Aquí estamos demasiado expuestos. Necesitamos cobertura para poder reagruparnos. ¡Olvídate de las órdenes! —gritó Travis—. ¿Qué hay del sentido común?

—¡Trav! ¡Dios mío!

Tilo estaba mirando las pantallas por el rabillo del ojo, así que pudo ver el fin del Josué 6. Los rayos de energía de los cosechadores habían cavado una ardiente trinchera en la tierra y el Josué había caído en ella. Las puntas de diamante de sus orugas anclaban el vehículo al terreno, trasladándolo a una superficie en la que pudiese maniobrar. El vehículo podría haberse salvado de no haber recibido el impacto directo del siguiente rayo. Las unidades de propulsión magnéticas del Josué 6 explotaron. Su armadura se hizo pedazos. Las escotillas salieron disparadas como corchos de champán. Su orgullosa torreta fue consumida por las llamas. Ninguno de sus ocupantes pudo sobrevivir.

—Travis. —Y Tilo utilizó ambas manos para estrechar la de Travis, implorándole que la tranquilizase, que le asegurase que saldrían de esta, que escaparían de la devastación que tenía lugar a su alrededor. Que sobrevivirían. Que seguirían vivos. Quería vivir.

Travis sintió su miedo. De algún modo, el hecho de saber que ella buscaba consuelo en él lo ayudó a controlar el suyo.

—Tilo, no va a pasarte nada. No lo permitiré. Te lo prometo. —Aunque le había dicho prácticamente lo mismo a Simon, quien le había traicionado.

—¡Taber! —gritó Parry a través del sistema de comunicaciones—. Capitán Taber, ¿me recibe? Conteste, por el amor de Dios. ¿Qué demonios hacemos ahora?

Pero en el centro de seguimiento y comunicaciones reinaba el silencio, la siniestra y terrible quietud que tiene lugar cuando se ha asumido un desastre. Los restos ardientes del Josué 6 podían verse a través de la pantalla. Las lecturas de las constantes vitales de sus dos operarios mostraron sendas líneas rectas.

Mel pensó que por lo menos no eran los ocupantes de los Josués 7 y 9 los que habían muerto, e inmediatamente se avergonzó de ello. Como si las vidas de Travis y Tilo, las de Antony y Richie valiesen más que las de otra gente. Aunque, para ella… Miró a Jessica. La chica rubia tenía la misma expresión de culpabilidad en el rostro.

Y los años que la doctora Mowatt había recuperado ante la perspectiva de la victoria regresaron, con intereses, bajo la sombra de la derrota. Lo mismo le sucedió a Taber, que parecía estar encogiendo, literalmente, en su uniforme. Ninguno de los dos parecía capaz de asumir aquel revés de la fortuna.

Así no iban a ninguna parte.

—Capitán Taber —dijo Mel. Las voces de los operarios de los Josués que aún seguían vivos, entre ellos Parry y Brandon, clamaban por el sistema de comunicación pidiendo instrucciones—. Haga algo. Tenemos que ayudarlos. Tiene que decirles qué hacer. —El oficial del Ejército se quedó de pie, con la boca abierta, como un zombi. Definitivamente, así no iban a ninguna parte. Mel le cogió de los hombros y lo zarandeó—. Capitán Taber.

Sus ojos le asustaron. Eran los ojos vacíos de un hombre muerto. Eran los ojos de su padre.

—No hay nada que podamos hacer por ellos —dijo Taber, devastado—. O por nosotros. No podemos hacer nada.

Jessica se unió a Mel.

—Pues entonces ordéneles que salgan de allí. Que se retiren. Que se replieguen. O como se diga. Tienen que largarse de allí o morirán.

—Señor —informó uno de los técnicos—. Josué 2.

Estaba ardiendo. Su escotilla se abrió. De ella emergió un hombre. Era difícil reconocer de quién se trataba a causa de las quemaduras. No tenía una voz con la que gritar. No tenía ojos con los que ver. No podía respirar. Se desplomó sobre el cuerpo del Josué y murió.

—Bueno, pues si usted no se lo dice, lo haré yo. —Mel se lanzó hacia el sistema de comunicaciones.

La doctora Mowatt llegó primero.

—A todos los Josués, abandonen la misión. Retirada. Sálvense.

Era un principio. Los corazones de las dos chicas latieron con fuerza mientras los vehículos aceleraban hacia el refugio que ofrecían los bosques; Los VAJ 7 y 9 humeaban, pero por lo demás no habían sido dañados.

—Venga, Trav —murmuró Mel con urgencia—. Venga chicos, daos prisa.

—Doctora Mowatt, capitán Taber. —Supieron que el técnico traía malas noticias por su tono de voz—. El radar… ha detectado un gran objeto volador no identificado aproximándose rápidamente a nuestra posición. Está dentro de nuestro rango visual. Lo mostraré en la pantalla.

Un recolector, como un ave de presa de acero y plata.

—¿Viene de la Furion? —Jessica frunció el ceño—. ¿Cómo es posible?

—Tiene que ser el que desviamos hacia Otterham —supuso Mel—. Me imagino que no encontró ni a Travis ni a Simon allí, se enfureció, y ahora viene a buscarlos aquí.

—¿Cómo sabe que estamos aquí? —Jessica se volvió hacia la doctora Mowatt hecha un manojo de nervios.

—No lo sabe —afirmó la mujer—. Es imposible que lo sepa.

—¿Eso que dice es un hecho científico fundado, doctora Mowatt? —preguntó Mel—. ¿O no es más que lo que le gustaría creer? Porque a mí me da la impresión de que sabe adónde va.

—Y por qué —susurró Jessica.

De los extremos de la estructura en forma de hoz del recolector surgieron sendos misiles.

—¡Vienen hacia nosotros! —gritó el técnico, una observación del todo innecesaria.

El grupo que se encontraba en el centro de comunicaciones y seguimiento vio en las pantallas cómo los misiles abrían agujeros en la colina que se encontraba sobre ellos, como heridas en la carne. El Enclave tembló. Se escuchó un rugido, como un terremoto lejano.

Del vientre del recolector surgieron vainas de batalla, como paracaidistas el día D
[5]
.

—Dios. Mío. —Mel no tenía ni la más remota idea de cómo los cosechadores habían descubierto la existencia de la base o su ubicación. Pero el hecho relevante estaba perfectamente claro.

Estaban atacando el Enclave.

15

Incluso desde su celda, Darion pudo percibir el fragor del combate. Aun cuando se tapó los oídos y gritó a pleno pulmón.

El sonido de sus amigos siendo masacrados.

Porque ya habían restaurado los escudos y los sistemas de armas. Los técnicos cosechadores eran de lo más eficientes. La pequeña unidad de vehículos de asalto de Travis no supondría rival para una Furion completamente operativa. Josués, ¿fue así como los llamó Travis? Por Josué, el personaje de la Biblia cristiana al que Dios ayudó a derribar los muros de Jericó. No era de extrañar que las fuerzas del Enclave estuviesen condenadas. No podían reclamar ayuda a Dios para que les garantizase la victoria, teniendo que contentarse con Darion del linaje de Ayrion.

Darion el fracasado.

Había fallado a Travis. Había fallado a Dyona. Se había fallado a sí mismo.

En el puente, mientras supervisaba la destrucción de los terrícolas, Shurion se estaría riendo. De él.

Darion recorrió la celda lentamente, desesperado. ¿Y por qué no iba Shurion a alegrarse? Había ganado. Darion había perdido. El comandante lo había llamado «mocoso débil y patético» y no le faltaba razón. Era débil. Solo le quedaba ser arrastrado ante un tribunal de las Mil Familias, un juicio, el inevitable veredicto y la muerte. Un final solitario y lamentable. El fin de un cobarde. Hubiese sido mejor morir como posiblemente estuviesen muriendo Travis y sus camaradas en aquel momento, con valor, desafiantes, luchando por una causa noble, defendiendo aquello en lo que creían.

Si su vida terminase de ese modo, por lo menos Dyona estaría orgullosa de él.

Y su caminar se volvió más raudo, más decidido. Pensó en su ancestro Ayrion cabalgando hacia una muerte segura en el campamento enemigo en vez de morir de viejo, un fallecimiento que hubiese sido considerado propio de débiles, vergonzoso. Darion nunca había entendido la filosofía de su predecesor. Pero entonces sí lo hizo. Resultaba irónico que encontrase socorro en su linaje al cabo de tanto tiempo.

Quizá no fuese demasiado tarde. Quizá no hubiese fracasado aún. Travis podía seguir vivo y, si no fuese así, todavía podía vengarlo.

Darion tenía una última opción para vencer al comandante Shurion y atacar a su propia gente. Una alternativa sencilla. Darion, nacido del linaje de Ayrion de las Mil Familias, tendría que morir.

Las pantallas les contaron todo cuanto necesitaban saber. Los misiles de los recolectores habían abierto heridas atroces en la colina, desgarrando el terreno como si fuese carne que poner al descubierto, como si fuese hueso, la carcasa de metal que protegía el Enclave. Otro impacto bastaría para perforarla, dejando las instalaciones y a sus escasísimos ocupantes sin ninguna protección.

Las vainas de batalla aterrizaron en las proximidades. De ellas salieron soldados cosechadores ataviados con armaduras negras como la noche y cascos que evocaban a feroces bestias, empuñando armas oscuras del tamaño de fusiles. Pese al parecido, Mel imaginó que serían un poco más avanzados que sus contrapartidas humanas: sus cañones concluían en puntas blancas que brillaban como rayos láser. Esperó no tener que enfrentarse a aquellas armas, pero dudó que fuese a tener tanta suerte.

Los cosechadores formaron en disciplinadas filas y se dirigieron hacia el Enclave.

En el interior de la base, la alarma chillaba como un niño asustado.

—Todo el personal a posiciones defensivas. Código: Rorke’s Drift
[6]
. —La doctora Mowatt sonaba confiada a través del sistema de comunicaciones—. Los cosechadores deben ser rechazados a cualquier precio. —Sus ojos, sin embargo, mostraban una realidad bien distinta. Se volvió hacia uno de los técnicos—. Y será mejor que nos pongamos los trajes de protección.

—Sí, doctora Mowatt. —El técnico activó un interruptor y un panel en la pared se abrió, revelando un armario sacado de la imaginación de un escritor de ciencia ficción que contenía una hilera de trajes plateados diseñados para cubrir el cuerpo entero, incluyendo la cabeza, con un visor a la altura de los ojos y filtros en la nariz y la boca. Los técnicos empezaron a ponérselos. A toda prisa.

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