Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga
—Yo sé cómo podemos conseguir una —dijo Antony.
Mientras el antiguo delegado del colegio Harrington detallaba su plan, a varios kilómetros de distancia Darion y Dyona, del linaje de Ayrion y Lyrion respectivamente, se sentaron por última vez en la habitación en la que las generaciones de los Clarebrook, muertas desde hacía mucho tiempo, se reunieron en el pasado. Bebieron vino en copas de cristal, habiendo encontrado la bebida de su gusto durante su breve estancia.
—Me hubiese gustado haber podido pasar más tiempo juntos —dijo Dyona, apesadumbrada.
—Parece como si los acontecimientos conspirasen en nuestra contra —reconoció Darion—. Como si quisiesen separarnos.
—Y acercarnos, al mismo tiempo. —Dyona sonrió—. En aspectos mucho más importantes.
Su pareja suspiró.
—Todos mis pensamientos se despejan cuando estoy contigo, mi amor. ¿Qué haré cuando te hayas ido?
—Lo correcto, Darion —dijo Dyona.
—Haga lo que haga cuando regrese a la Furion mañana —musitó—, morirá gente. Terrícolas o cosechadores. Alienígenas o nuestra propia gente.
—Los inocentes o los culpables, Darion —dijo Dyona—. Esos son los términos que importan.
—Lo sé. Aquí, esta noche, contigo, lo sé. Espero reunir las fuerzas para saberlo cuando esté solo. Tú me das esa fuerza, Dyona.
—No. —Se aproximó a él—. Puede que lo pienses, pero yo solo soy tu espejo, Darion. Lo que ves en mí no son más que tus propias cualidades reflejadas. La auténtica fuerza, la auténtica resolución, mi amor, viene del interior, de la voluntad, la determinación y la confianza en uno mismo. —Puso la mano sobre su pecho—. De un corazón noble. Cuando llegue el momento, no dudarás.
Y Darion abrazó a su prometida. Y rezó por que estuviese en lo cierto.
Travis siguió sonriendo. Le resultó fácil cuando él, Antony y Mel encontraron el camino de vuelta al Enclave sin incidentes y la colina se abrió, dándoles la bienvenida. Fue una respuesta sincera y natural cuando se reunieron con ciertas personas que fueron corriendo a recibir a los recién llegados después de que pasasen por el proceso de descontaminación. Tilo volvía a estar en sus brazos, juntando sus labios con los suyos con la frecuencia de un adicto. Jessica también lo estrechó y le dio un beso, mucho menos sexual pero no por ello menos afectuoso. Se alegraba honestamente de ver de nuevo al capitán Taber y a la doctora Mowatt, incluso a Richie, que le estrechó la mano con una humildad nada propia de él y murmuró que se alegraba de volverlo a ver, eso sí, sin mirarlo a los ojos.
Sin embargo, al encontrarse con Simon la sonrisa fue falsa, congelada, forzada. Una mentira.
—Sabía que todo os iría bien —le dijo el adolescente de las gafas, estrechando la mano de Travis y dándole una palmada en la espalda—. Ya se lo dije a los demás. Les dije: «Travis estará bien, no os preocupéis». —Él también sonreía, con idéntica falsedad si las sospechas de Antony y Mel resultaban ser ciertas.
—Parece que confías un montón en mí, Simon —dijo Travis—. No sé si me lo merezco.
—Claro que sí —afirmó Simon.
Y hasta entonces no vio ningún gesto en su rostro que diese a entender que había estado conspirando con el comandante Shurion contra su propia especie. No había ningún matiz en sus gestos o su expresión que denotase que era un traidor. Que podía ser un traidor, matizó Travis para sí, a fin de animarse. Incluso después de la enfermedad, el acusado era inocente hasta que se demostrase lo contrario. Si el plan de Antony funcionaba, lo sabrían con toda seguridad, y entonces Travis podría permitir a sus facciones que reflejasen sus verdaderos sentimientos; de alivio y reforzada confianza o… Pero no quería pensar en la alternativa.
Hasta entonces, Travis seguiría sonriendo.
Estaba tan centrado en Simon que pasó por alto la breve mirada de culpabilidad que se cruzaron Richie y Tilo.
—Te he echado de menos —le dijo Tilo, pese a ello—. Lo digo en serio, te he echado mucho de menos.
—Y yo a ti.
—No vuelvas a ir a ninguna parte sin mí, Travis, ¿vale? Te necesito. Sin ti… no soy fuerte.
—Pues entonces parece que te vas a quedar conmigo —dijo Travis—, y ¿sabes qué? Me encanta la idea. —Porque podía confiar en Tilo. Porque Tilo no era ninguna traidora.
A su lado, Jessica se encontró con Mel bajo la seguridad que le aportaba el brazo de Antony sobre sus hombros.
—Bueno, entonces, ¿seguís de una pieza? —preguntó ella, con cierta incomodidad.
—Más o menos —dijo Mel—. Por fuera, al menos.
—Mel está bien. Ha estado bien todo el rato, ¿verdad que sí, Mel? —dijo Antony.
—Me alegro —dijo Jessica—. Lo digo en serio. —Y hubiesen tenido la oportunidad de reconciliarse, de perdonarse con un abrazo o incluso de estrecharse la mano para renovar su amistad. Jessica sabía que era ella la que tenía que moverse, y quería hacerlo, ya que parte de ella se alegraba muchísimo de ver a Mel de nuevo sana y salva. Quería abrazar a su amiga y decirle que todo iba a ir bien, que estaban en paz.
Pero no pudo.
En la sala de reuniones, Travis y Antony narraron sus recientes aventuras, con los sarcásticos comentarios de Mel a modo de acompañamiento. Rev y el ataque al campo de prisioneros. Dyona. El hecho de que Darion aceptase sin titubeos ponerse de lado de los terrícolas. El disco de comunicación. Sorprendentemente, los tres jóvenes parecían haber olvidado la advertencia de Darion sobre la presencia de un agente de los cosechadores entre ellos.
Jessica estaba asombrada por el súbito cambio de carácter del motero.
—Supongo que nunca se sabe de lo que alguien es realmente capaz —observó.
—Ya te digo —gruñó Mel.
Taber y Mowatt estaban más interesados en el disco de comunicación, que había sido esterilizado para evitar el riesgo de contaminación y que viajaba de mano en mano alrededor de la mesa para que todo el mundo lo estudiase, como en un concurso de televisión.
—Nos proporciona una línea directa con Darion —dijo Travis—. Y totalmente segura, además.
—De hecho —añadió Antony—, creo que podríamos contactar con la propia nave de los cosechadores mediante el disco de comunicación, si quisiésemos.
—Pero vamos, nadie en su sano juicio querría —añadió Mel.
—En absoluto —dijo una voz que Travis preferiría no haber oído.
—Dada su importancia —dijo él—, creo que deberíamos dejarlo en el centro de seguimiento y comunicaciones hasta que estemos listos para entrar en contacto con Darion, capitán Taber.
—Una idea muy sensata —reconoció Taber, dando su aprobación. Extendió la mano—. ¿Puedo ocuparme del dispositivo, señor Satchwell?
—Oh —dijo Simon—. Por supuesto.
Qué detalle por parte del tal lord Darion
, pensó Simon,
proporcionarme los medios para demostrar lealtad al comandante Shurion y evitarme un doloroso final.
En el caso de Darion, por supuesto, sería exactamente lo contrario. Tendría que dejarse caer por la celda de despojos algún rato que tuviese libre para darle las gracias al cosechador personalmente.
Quizá Travis también mereciese su gratitud, por dejar el disco de comunicación al alcance de su mano, trayéndolo al Enclave con la estúpida inocencia de los troyanos conduciendo el caballo de madera al interior de sus impenetrables muros. Aunque, por otra parte, no creyó que a Travis le fuese a parecer apropiado que le diese las gracias en aquellas circunstancias. Simon esbozó una fina sonrisa, como la que el comandante Shurion le lanzó durante su última entrevista, anticipando el triunfo. La sonrisa de alguien fuerte, pensó Simon.
Avanzó a través de pasillos desiertos hacia el centro de seguimiento y comunicaciones. Sobre ellos, el cielo nocturno extendía un manto negro. Bajo tierra, la oscuridad había sido desvanecida, pero aquellos a quienes estaba a punto de traicionar permanecían dormidos.
Idiotas. Y ellos que se creían tan listos. No tienen ni idea.
Reconoció el disco de comunicación en cuanto lo vio. El comandante Shurion le había mostrado uno, le había enseñado cómo manejarlo antes de concluir que a su agente le costaría explicar qué hacía con aquel dispositivo encima en caso de que lo descubriesen. Así todo, lo único que Simon tenía que hacer era enviar al vigía del centro de seguimiento y comunicaciones a perder el tiempo con una argucia que ya había ideado (si es que se encontraba en su puesto, para empezar) y podría contactar con la Furion a su antojo. Y no identificaría a un traidor a modo de sacrificio, sino a dos. Darion y Dyona.
Una hembra de los cosechadores. Idéntica, al parecer, a los machos de la especie, a excepción de las partes propiamente femeninas. Simon arrugó la nariz, asqueado. Esperó que el comandante Shurion no hubiese planeado emparejarlo con una chica de los cosechadores como parte de la recompensa que, imaginaba, recibiría de forma inminente por sus servicios a la causa de los esclavistas. Las chicas de su propia raza ya eran lo bastante malas (aunque no fuesen físicamente desagradables), riéndose de él a sus espaldas y cosas así. De hecho, la mitad de las veces también se reían en su cara. Burlándose de él. Mofándose. Humillándolo. Haciendo que se sintiese pequeño, desgraciado, menos hombre. Demostrando su lamentable e inexcusable falta de criterio babeando en torno a neandertales como Coker y no dándole jamás una oportunidad a él, a Simon. Fulanas como Cheryl Stone merecían esa clase de castigo, para que aprendiesen. También Mel y Tilo. Hasta Jessica. Eran todas iguales. Siempre en su contra.
Pero las cosas iban a cambiar, muy pronto, con un único uso del disco de comunicación. Entonces, supuso Simon, cuando acompañara al cosechador, las chicas empezarían a tratarlo de otro modo, le rogarían que tuviese el detalle de fijarse en ellas. Se arrodillarían y se plantarían a sus pies. Y entonces habrían cambiado las tornas. Entonces se arrepentirían de haber rechazado a Simon Satchwell.
Todos se arrepentirían. Hasta el último de ellos. Los matones y quienes lo atormentaban lamentarían haberse reído de él. Porque los años de persecución habían terminado para Simon.
Ante él se encontraba el centro de seguimiento y comunicaciones.
Estaba vacío. Perfecto. No había nadie para verlo entrar y cerrar la puerta. Nadie para escuchar su voz… o su corazón, que retumbaba en su pecho como un hombre atrapado que estuviese aporreando la puerta, rogando salir. Como una advertencia.
Pero Simon la ignoró. No era el momento de echarse atrás. Había hecho su elección. El comandante Shurion tenía razón cuando dividió a todos los seres vivos entre los débiles y los fuertes. Simon se había contado durante demasiado tiempo entre los primeros.
Cogió el disco de comunicación de la consola. Introdujo los dedos en las hendiduras. Lo acercó hacia sí. Lo encendió.
En unos segundos, por fin, de forma irrevocable, Simon Satchwell se uniría a los fuertes.
—Yo que tú dejaría eso donde estaba, Simon.
—¿Qué? —preguntó Simon, atónito.
—Ahora mismo, a poder ser. —Era Travis, con gesto adusto. De algún modo, se encontraba en el umbral de la puerta. Entrando en la estancia. Con Antony Clive tras él. Y el capitán Taber. Y la doctora Mowatt.
Y un par de soldados armados.
—No entiendo nada —fingió Simon con una sonrisa—. ¿Qué pasa, Travis?
—Este es el centro de seguimiento y comunicaciones, Satchwell —le recordó el capitán Taber, omitiendo el «señor» de forma intencionada—. Sus cámaras pueden apuntar hacia dentro y hacia fuera. Hemos estado esperando a que se descubra usted solo.
—¿Que me descubra…? —Simon sintió que estaba empezando a temblar—. No sé de qué está hablando.
—Darion sabía que Shurion había reclutado a un informador, Simon —dijo Antony—, un espía, aunque no sabía quién. Nosotros sí. El comandante Shurion te dijo cómo contactar con él, ¿verdad?
—No. —Simon negó con la cabeza, a la desesperada—. No, no, no. Esto no es lo que parece. Estaba preocupado… y de pronto… de pronto pensé, ¿y si el disco de comunicación es como una especie de baliza, algo que revele nuestra posición a los cosechadores? Quiero decir, no se puede confiar en que un sucio alienígena diga la verdad, ¿a que no? Este cacharro podría conducir a los cosechadores hasta aquí mismo.
—Así hubiese sido si te hubiésemos dejado solo cinco minutos más, desde luego. —Antony se dirigió a Simon con una mezcla de pena y sarcasmo—. Traicionando a tus amigos. Nunca hubieses sido un digno alumno de Harrington, Simon.
Este se volvió hacia Travis, buscando comprensión.
—Travis, sabes que nunca haría algo así, ¿verdad? Me crees, ¿a que sí? No estaba traicionando a nadie. Solo estaba comprobando el disco de comunicación por si…
—Simon —lo interrumpió Travis, claramente decepcionado a juzgar por su voz—. Basta de mentiras. Es demasiado tarde para mentir.
Por un segundo, Simon contempló la posibilidad de seguir defendiendo su inocencia.
—No te estoy mintiendo, Travis, tienes que… —Los soldados avanzaron hacia él hasta quedar cada uno a un lado—. Creerme, tienes que… —La doctora Mowatt le arrebató el disco de comunicación de la mano con el tacto de una madre quitándole un objeto peligroso a un niño—. Creerme.
—Lo siento, Simon. —Entonces, en el rostro de Travis no había la menor sonrisa. Solo pesar y desconcierto. El ceño fruncido, contrito—. Me gustaría creerte.
—Bueno, si lo hicieses, serías tan imbécil como ese cabrón retrasado de Coker.