La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (32 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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El terrible recuerdo de la celda de desechos regresó a su mente.

Pero Simon no se había topado con nadie que le hiciese preguntas incómodas acerca de por qué estaba rondando los pasillos del Enclave a la una de la madrugada. Había un par de soldados de patrulla, pero Simon se apartó de su camino y no repararon en él. Hizo lo mismo con uno de los científicos de la doctora Mowatt, que parecía tan distraído por sus propios pensamientos que no hubiese notado la presencia de Simon aunque este le hubiese saludado gritando a pleno pulmón. Hasta entonces todo había salido bien. Nadie se daría cuenta de que se había marchado hasta la hora del almuerzo. Simon sentía que ya casi estaba fuera.

Había guardias en la salida.

Vigilaban la zona tranquilamente, custodiando la primera escotilla mientras reían y bromeaban. Simon deseó que los cosechadores acabasen con ellos de un modo horrible.

Por supuesto. Tilo y Jessica habían hablado de ello, pero él no les prestó atención. Era parte de la rutina que las salidas estuviesen siempre vigiladas para evitar que el personal huyese.
Maldita sea. ¡Maldita sea!
Simon apretó los puños, frustrado. Estaba atrapado bajo tierra junto a todos los demás. Pero no podía dejarse llevar por el pánico. Daba igual. Tenía que haber un modo de comunicarse con el comandante Shurion.

Tenía que haberlo.

El cabecilla al mando del destacamento de los cosechadores en la residencia Clarebrook ni siquiera contemplaría la posibilidad de que un personaje tan ilustre como un miembro de las Mil Familias estuviese cerca del complejo de esclavos antes de que el ataque de los terrícolas hubiese sido completamente repelido y la seguridad restaurada a conciencia. Incluso entonces, no veía con buenos ojos que su superior inspeccionase el emplazamiento y a los terrícolas capturados personalmente. El cabecilla no creía apropiado que el heredero de un linaje tan puro y reverenciado se aproximase a una especie alienígena sucia y degenerada.

Pero Darion insistió.

El cabecilla en persona acompañó al descendiente de Ayrion al campamento, escoltado a su vez por soldados cosechadores. Insistió en que llevasen puesto el casco. El oficial no quería jugársela en lo que respectaba a la seguridad del hijo del comandante de la flota, por motivos profesionales y porque su propia vida dependía de ello.

—Mis guerreros están despejando los vehículos y los restos de los terrícolas, lord Darion —le informó el cabecilla mientras el grupo se aproximaba al campamento—. He desplegado patrullas por los bosques de la zona para asegurarme de que no hay alienígenas allí escondidos y he solicitado una unidad de vainas de batalla de la Furion para ampliar el rango de búsqueda y encontrar la base de operaciones de los asaltantes.

—Buen trabajo, cabecilla —dijo Darion, sabiendo que eran precisamente halagos lo que el soldado esperaba recibir—. Muy buen trabajo, de hecho. —Su tono de voz se tornó mustio al pasar ante una enorme hoguera que iluminaba el cielo nocturno, a la que estaban siendo arrojados los cuerpos ya carbonizados de los atacantes terrícolas con toda naturalidad, como si fuesen troncos o combustible, como si fuese basura para quemar. Todos ellos eran jóvenes, observó Darion, a su pesar. Obviamente. Los jóvenes eran los únicos que quedaban por matar.

Se preguntó si alguno de aquellos cadáveres irreconocibles sería el de Travis Naughton.

Rezó porque no fuese así, pero de ahí a alegrarse porque Travis se encontrase entre los prisioneros mediaba un trecho. Por algún motivo, Darion estaba seguro de que su amigo terrícola estaba implicado en aquel ataque frustrado al campo de prisioneros. Cuando Dyona y él recibieron las noticias del asalto en su residencia temporal de la mansión Clarebrook, deseó que fuese parte de una acción de la resistencia terrícola organizada. Quizá Travis Naughton hubiese seguido su consejo y se hubiese puesto en contacto con lo que quedaba de los ejércitos humanos, de cuya existencia había pruebas. Pero enseguida resultó evidente que aquel ataque de tres al cuarto era obra de una banda adolescente pobremente organizada y carente de medios que fue despachada de forma expeditiva.

Darion pensó que si los miembros adultos de la raza humana hubiesen confiado más en los jóvenes en los tiempos previos a la enfermedad, si les hubiesen dado más responsabilidades y les hubiesen animado a cuestionarse la sociedad en la que vivían y sus ortodoxias, a tener ambiciones reales y alcanzables, a apuntar alto en sus vidas, a desarrollar una genuina individualidad y a reconocer su propio potencial, su unicidad… En ese caso, los miembros de la joven generación hubiesen podido encontrar el modo de no convertirse en esclavos, hubiesen reunido la fuerza para resistir y, finalmente, acabar con la opresión de los cosechadores.

Pero, por lo poco que Darion había aprendido hasta entonces de la sociedad terrícola, parecía que esa actitud no había sido la dominante durante los últimos días de la humanidad como dueña de aquel planeta. Los adultos en los puestos de poder parecían decididos a desmantelar las estructuras de sangre, la familia, que unían a las generaciones y existían en cualquier cultura saludable que guiase a sus miembros jóvenes hacia la independencia y una madurez positiva. Qué necios e ignorantes habían resultado ser aquellos mal llamados líderes. Darion tenía la impresión de que la sociedad terrícola siempre había clasificado a los adolescentes como una especie de subespecie, tratándolos con sospecha o con miedo, o explotándolos a través de productos e imágenes de mercadotecnia, imponiéndoles una conformidad disfrazada de individualidad. Darion pensó que no le sorprendía haber escuchado de boca de los evaluadores de la Furion que la calidad general de los esclavos no llegaba a lo esperado. Mostraban escasa iniciativa, fruto de unas vidas en las que recibieron todo hecho. Los jóvenes terrícolas eran, en aquel momento, un bien bastante decepcionante.

No había muchos como Travis Naughton.

Y si Travis se encontraba entre los prisioneros, ¿qué haría él, Darion, al respecto? ¿Ayudar al chico una vez más o ignorarlo? ¿Condenar al adolescente a la esclavitud o ponerse en peligro otra vez, para protegerlo de semejante destino? Shurion ya sospechaba que había estado implicado en la fuga a bordo de la Furion… Además de la visita de Dyona, aquel debió de ser el otro motivo por el que el comandante Shurion lo quería fuera de su nave. Quizá Darion estuviese siendo espiado en secreto. Quizá, si demostraba reconocer a Travis, descubrieran su traición. ¿Qué debía hacer?

El campo de fuerza parpadeó para permitir el acceso de los cosechadores al complejo.

—Por aquí, lord Darion —dijo el cabecilla, conduciéndolo hacia el barracón en el que tenían retenidos a los cautivos.

Travis estaba sentado en un banco, intentando consolar como buenamente podía a Mel, que no paraba de sollozar, mientras Antony aguardaba, ansioso, al lado de ella; sin embargo, dirigió su atención hacia la puerta en cuanto esta se abrió.

—En pie, esclavos —gritó el cosechador ataviado de negro, y la docena de supervivientes perteneciente a la banda de Rev obedeció a la primera.

Entonces Travis vio al cosechador de la armadura dorada.

—¿Es Darion? —preguntó Antony en voz baja.

Y cuando los cosechadores se quitaron los cascos, Travis asintió. Era Darion. Quizá su suerte fuese a cambiar.
Buena falta me hace
.

Sin embargo, Travis no miró a la cara al aristócrata de los cosechadores. No se atrevió a hacer nada que pudiese poner en un compromiso a su aliado. Si es que, después de todo, Darion seguía siendo su aliado.

Pero la situación no parecía tener buena pinta, en ninguno de los dos aspectos.

—Menudo hedor el de este lugar —observó Darion, arrugando la nariz en una mueca de repulsa—. Estoy seguro de que estos terrícolas no tienen el más mínimo concepto de higiene personal. Debería haberlos lavado antes de mi visita, cabecilla.

—Sí, lord Darion. Acepte mis más sinceras disculpas.

—Y qué feos son. Me sorprende que nuestros asesores hayan soportado tocarlos. —Darion caminó ante la fila de prisioneros, estudiándolos a cada uno de ellos como si examinase una colección de repugnantes pero fascinantes insectos. Se detuvo ante Antony—. Cuánto pelo. Primitivo. Degenerado. Mirad a esta hembra, por ejemplo —refiriéndose a Mel—. Su cabello es como el de un animal salvaje.

—¿Debería arrancárselo de raíz, lord Darion? —se ofreció el cabecilla.

—No, no. Que lo decidan sus dueños, una vez haya sido vendida. —Y Darion suspiró al detenerse ante Travis—. Quizá debería haberme quedado en la residencia como me propuso, cabecilla. Estos terrícolas no tienen nada de mi interés. —Se volvió, dándoles la espalda, y se encaminó hacia la puerta—. Vámonos.

—Como desee, lord Darion.

Y Travis reparó en la mirada alarmada de Antony y en la de Mel. Darion se estaba marchando, los estaba abandonando. El plan de Travis se estaba viniendo abajo. Lo único que había conseguido era condenar a sus amigos y a sí mismo al cautiverio y la esclavitud. Había fracasado. Justo cuando no podía permitirse fracasar.

Darion se encontraba en la puerta.

—Ahora que lo pienso —dijo, dubitativo—, quizá debería llevar a cabo una última entrevista para mis estudios. Que… mmm… —Y miró hacia los prisioneros como si estuviese eligiendo el sabor de un helado—. Traed al macho de pelo castaño y ojos azules a mis aposentos a primera hora de la mañana.

Tilo se despertó odiándose. Puede que hubiese pasado la noche odiándose en sueños, pero aquello no fue tan duro porque al menos no estaba despierta. Pero entonces sí lo estaba, y era consciente de que lo mínimo que merecía era darse asco. También debería sentir, y así fue, algo de vergüenza. Y amargo arrepentimiento. Y todos los malos sentimientos posibles. Por lo menos, cuando se incorporó, estaba sola en su habitación. Richie no estaba en la cama, lo cual era todo un alivio, dentro de la gravedad de la situación. Ya que, después de todo, el daño estaba hecho.

Se sacudió las sábanas de encima. Le gustó la idea de darse una ducha. Quizá aún tuviese parte del olor de Richie Coker sobre su piel.

Sin embargo, antes de satisfacer aquella necesidad utilizó el sistema interno para contactar con el centro de seguimiento y comunicaciones. Nada. No había noticias de Travis ni de los demás. «Que no haya noticias es una buena noticia», le dijo el operario en un intento por animarla tras oír el inconfundible tono de desánimo en su voz. Tilo pudo haberle respondido que la ausencia de noticias podía significar perfectamente que las malas solo estaban tardando en llegar, pero el motivo de su sufrimiento no tenía nada que ver con el operario del centro. No era culpa de nadie más que de ella.

—Maldita sea, Tilo, mira que eres idiota. —Una vez en el baño se quitó el camisón por la cabeza y miró su rostro en el espejo de cuerpo entero. En él se dibujaban los rasgos del arrepentimiento y contrición del pecador, pero aquello no bastaba para aliviar su dolor—. Mira que eres idiota. —Tilo maldijo su reflejo. Preferiría no tener motivos por los que hacer penitencia.

Y el espejo también le reveló los fríos detalles de su anatomía desnuda. Su madre, llamada Deborah Darroway de nacimiento pero Marjal por elección, le solía decir que nunca se avergonzase de su cuerpo. Aquel fue el elemento central de su charla sobre «las verdades de la vida» que mantuvo con su hija cuando esta tenía once o doce años. «Y, cielo, no quiero que pienses en ellas como las verdades de la vida, sino como la belleza de la vida. Las verdades no entienden de sentimientos, que son los que determinarán lo que hagas con tu cuerpo y con los chicos.» Así que su cuerpo nunca debía ser motivo de vergüenza o miedo. Ni su cuerpo, ni lo que necesitase. Ni lo que desease. O adónde quisiese conducirla… o con quién. «El cuerpo siempre sabe qué es lo correcto», le aseguró su madre, porque lo que sentía era natural, y lo natural era bueno. La naturaleza era buena.

En aquel momento Tilo no estaba muy segura de estar de acuerdo con su madre en aquel aspecto (aunque deseó que Marjal siguiese viva para poder discutirlo). Su cuerpo, desde su punto de vista, tenía tendencia a decepcionarla, a traicionarla y a alejarla de lo que realmente quería para dejarla en manos, literalmente, de gentuza como Fresno y Richie cuando tanto su cabeza como su corazón sabían que con quien quería estar era con Travis. Parecía que algunas partes de su cuerpo eran un poco más lentas a la hora de darse cuenta de ello. ¿Y cómo se sentía entonces? Nada bien. Un poco sucia. Un poco facilona… muy facilona, de hecho. Después de pasar la noche con un chico, una no debería desear no haberlo hecho. Debería querer volver a dormir con él, volver a estar a su lado, una vez más.

Y ella ni siquiera quería volver a ver a Richie Coker.

Si Marjal estuviese ahí, Tilo le hubiese dicho que se equivocaba. El amor físico, el sexo, podía ser natural y desde luego no era algo de lo que avergonzarse, pero no constituía una respuesta en sí mismo. No te hacía feliz. No te satisfacía. Para ello tenías que querer con la mente y el cuerpo al mismo tiempo, pensar y sentir. Tenías que esperar a que apareciese alguien en tu vida que te atrajese en ambos niveles, que despertase tus emociones y estimulase tu cerebro, y si eso significaba tener que esperar, entonces había que esperar y ser paciente. Las relaciones superficiales solo producían placeres superficiales. Puede que Tilo siempre lo hubiese sabido, en el fondo. Puede que todo el mundo lo supiese. Pero ahora creía en ello.

Quizá Fresno y Richie le hubiesen hecho un favor a largo plazo.

Travis
, pensó ella,
no tiene que enterarse de lo de Richie
.

Por ese motivo, en cuanto salió de la ducha (muy caliente, por cierto) pero antes de desayunar, Tilo llamó a la puerta de Richie, rezando por que nadie pasase por allí y la viese.

—Tilo. Hola. —Richie ya estaba vestido (gracias a Dios), pero por desgracia, parecía más que dispuesto a que eso cambiase—. ¿Quieres repetir?

—No exactamente, Richie —dijo mientras hacía una mueca—. ¿Podemos hablar?

—Claro. Precisamente esta noche hicimos de todo menos hablar. —Esbozó una débil sonrisa. Richie Coker no había nacido con una imaginación desbordante, pero se hacía a la idea de en torno a qué giraría la conversación. La dolida expresión de Tilo le decía todo lo que necesitaba saber.

Él solo esperaba que ella se alegrase de volver a verlo. Después de lo que habían hecho.

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