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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (34 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Travis observó a los dos cosechadores.

—¿Habla por ella o por los dos? —preguntó a Darion.

—No lo sé, Travis. No puedo prometer… —Se revolvió, incómodo—. Ya te he ayudado a escapar. Os ayudaré a ti y a tus amigos a escapar de nuevo, pero más que eso…

—Por los dos, Travis —contestó Dyona, abrazando a Darion a la altura del cuello—. Ya lo convenceré. —Y si los cosechadores tuviesen labios, el beso de Dyona hubiese sonado con un chasquido húmedo al separarse de los de su pareja—. Mi querido prometido es más valiente de lo que piensa.

Eso espero
, pensó Travis. ¿Y dónde estaban Antony y Mel?

—Nuestra unión fue concertada cuando ambos éramos niños, ¿te acuerdas, mi amor? —le dijo Dyona, divertida—. Los miembros de las Mil Familias solo pueden casarse con otros miembros de las Mil Familias, por supuesto. Para mantener puros los linajes de sangre. Y pensaron que unir los linajes de Ayrion y Lyrion fortalecería el ya de por sí alto prestigio de ambas familias. Compartimos el mismo tótem, como puedes ver.

Pero Travis no lo veía.

—Todos los linajes de los cosechadores adoptaron, hace mucho tiempo, un animal nativo de nuestro mundo como tótem —explicó Darion—. Un dios familiar, si lo prefieres. Se dice que el poder de los dientes y garras, el valor y la ferocidad que la naturaleza otorga a las bestias y aves escogidas por cada linaje, se transmite a los corazones de los guerreros cosechadores.

—Esos ridículos cascos que nuestros soldados llevan en combate —añadió Dyona—, están basados en el tótem de un animal que les proporciona protección espiritual. En mi opinión, una armadura más gruesa sería más eficaz.

—El tótem del linaje de Ayrion es un
scarath
—dijo Darion—, una bestia felina parecida al tigre dientes de sable de vuestro periodo prehistórico. El linaje de Dyona también alaba al
scarath.

Dyona emitió un gruñido juguetón y simuló unas garras con los dedos, arañando el pecho de Darion.

—Dos tigres emparejados —explicó ella—. ¿Ahora entiendes por qué pensaron que sería una buena idea? Imagina si supiesen cuánto despreciamos ambos su enfermizo sistema.

Y su gruñido, que hacía un momento había sido divertido, se convirtió en una expresión genuinamente amenazadora, y el desprecio que había en su tono de voz hacia su propia raza era más que evidente. A Travis le desconcertó aquella actitud. Puede que Dyona del linaje de Lyrion fuese un poco inestable.

—Travis —dijo ella—, ¿sabías que, en nuestro idioma, utilizamos la misma palabra para decir «esclavo» y «alienígena»? Pues ahora lo sabes. Mi gente fundó nuestra civilización de acuerdo con dos creencias: que todas las especies del universo se dividen en fuertes y débiles, y que los fuertes tienen derecho a explotar y dominar a los débiles. Perdón, tres principios. El tercero es que los cosechadores son fuertes, la raza más poderosa de todas. —Resopló con desprecio—. ¿Empiezas a ver por qué incontables generaciones de nuestra propia gente han justificado la práctica de la esclavitud y contribuido en cuerpo y alma a la expansión del comercio interestelar de esclavos? Cuando la tecnología nos lo permitió no alcanzamos las estrellas, Travis: las aplastamos con puño de hierro.

»Pero lo que comenzó como una afirmación del poder y la superioridad cultural de los cosechadores se ha convertido en una necesidad económica. Nuestra raza depende de los beneficios generados a partir del comercio de esclavos, sin los cuales nuestra sociedad se desmoronaría. Por ello, la necesidad de conquistar planetas como la Tierra se perpetúa. Los cosechadores nunca se detendrán hasta que alguien los obligue, Travis, y pese a que para mi vergüenza he nacido en el seno de esta raza, haré lo que esté en mi mano para detenerla.

Dyona tenía los puños apretados. Darion se los acercó a la boca y los besó.

—Mi amor —dijo.

—Como verás, Darion y yo pensamos lo mismo. —La alienóloga sonrió—. Han sido nuestras creencias, y no nuestros linajes, lo que han alimentado nuestro amor. Compartimos el punto de vista que mi prometido sin duda te habrá explicado, Travis: todas las culturas son valiosas y todas las razas son iguales. La esclavitud es una abominación. Por eso puedes confiar en nosotros para salvar a tu gente y a ti mismo.

—Me alegro de oírlo —dijo Travis.

—Pensamos lo mismo, Dyona, así es —admitió su pareja—, pero nos expresamos de distinto modo. Tú condenas a toda nuestra raza sin piedad, hasta al último de sus miembros. Yo… prefiero persuadirlos. Estoy seguro de que nuestra gente puede darse cuenta de los errores que han perpetuado y cambiar. Si estamos convencidos de que la bondad reside en los corazones alienígenas, no podemos negarnos a aceptar el mismo principio en nuestra propia especie. Es nuestra sociedad la que nos ha hecho como somos, no sus miembros.

Todo un diplomático. ¿Dónde estaba Antony cuando se le necesitaba?, se preguntó Travis con una medida sonrisa. Él y Darion se llevarían bien. Entonces, la sonrisa desapareció. ¿Dónde estaba Antony?

—¿Crees que el comandante Shurion también es bueno en el fondo, mi amor? —preguntó Dyona con escepticismo.

—Puede. Es posible. Tiene que serlo, ¿no?

Pero antes de que Dyona pudiese responder o de que Travis los interrumpiese para preguntar si era normal que Etrion tardase tanto en traer a los prisioneros del campamento, alguien llamó a la puerta. Travis no tenía de qué preocuparse. Etrion había regresado.

Solo.

Dios mío
. Travis sintió que la sangre se le helaba en las venas. Está solo.

—Me temo que es demasiado tarde —dijo el sirviente de los cosechadores—. Parece ser que el comandante Shurion ha dado órdenes de que conduzcan a los supervivientes del ataque terrícola a la Furion. Los prisioneros ya no se encuentran en el complejo. —Se volvió hacia Travis—. Hemos perdido a tus amigos.

12

—¿Dónde está Travis? ¿Qué le ha pasado a Travis? —El hecho de que ella, Antony y los otros diez desafortunados que habían combatido con Rev estuviesen siendo conducidos sin el menor miramiento por los pasillos de un recolector hacia una celda de los cosechadores (qué duda cabía) parecía importarle menos a Mel que la ubicación de su mejor amigo. Travis tenía que estar bien. Tenía que estarlo. Mientras así fuese, había esperanza, puede que incluso para ella—. ¿Antony?

—No lo sé, Mel. No puedo… —Pensar. Y efectivamente, no podía hacerlo con un guerrero cosechador encañonándolo constante e innecesariamente con su subyugador por diversión. Pero tenía que pensar. Travis no había ido a por ellos. En vez de eso, habían sido arrastrados al recolector que había aterrizado en una explanada cercana a la residencia. No hacía falta ser un genio para deducir su destino y su propósito… el procesamiento ya había sido lo bastante humillante la primera vez. Pero ¿significaba aquello que Darion se había negado a ayudarlos? ¿O que, de algún modo, la culpa era de Travis? Un estudiante de Harrington, especialmente un delegado, nunca dejaría en la estacada a sus amigos.

Y sí, los llevaron a una celda. Desnuda, metalizada. El modelo habitual. Los adolescentes fueron arrojados al interior para que empezasen a lamentar su destino.

—Casi esperaba encontrar a Trav aquí dentro —dijo Mel—. Pero me alegro de que no sea así. —Cruzó la celda hasta llegar al panel de observación y miró alrededor. Parecía que en el recolector estaban teniendo lugar los últimos preparativos antes del despegue.

—Pero tu primera pregunta ha sido muy acertada —dijo Antony—. ¿Dónde está? Creo que deberíamos considerar la posibilidad de que Travis haya fracasado en la misión.

Mel se dirigió hacia el chico rubio con compasión.

—Travis nunca fracasa.

—Bueno, tu lealtad es admirable, Mel. —Ojalá él pudiese despertar semejante fidelidad—. Pero creo que para escapar vamos a tener que apañárnoslas solos, en lugar de esperar a que Travis o Darion aparezcan.

Tenía razón en lo último. Minutos después, quien entró en la celda no era ni Travis ni Darion, sino una hembra de los cosechadores vestida con una armadura dorada y acompañada por guerreros vestidos de negro que insistió en que Antony y Mel fuesen con ella.

—Es algo que siempre he dicho —afirmó Mel—, si quieres un trabajo bien hecho, que lo haga una mujer. Ella —refiriéndose a Dyona— estuvo magnífica, Trav.

Esta tenía un brazo en torno a Mel, mientras con el otro estrechaba la mano de un precavido Antony. Los aposentos de Darion y Dyona en la residencia Clarebrook se estaban convirtiendo en un destino de lo más popular.

—La verdad es que el modo en el que Dyona se dirigió al capitán del recolector fue impresionante, Travis —confirmó Antony.

—Hago lo que puedo —dijo Dyona, fingiendo modestia—. ¿Verdad que sí, amor mío?

—Desde luego —afirmó Darion, con menos humor—. Y puedes ser de lo más convincente.

—Trav, el tío ese, el capitán —dijo Mel con una sonrisa—, coge y le dice a Dyona que va en contra del protocolo descargar mercancía de esclavos una vez han subido a la nave sin permiso escrito del comandante de una nave esclavista. Y Dyona le dice que los protocolos son para criaturas inferiores a las Mil Familias, y que si el comandante Shurion no se entera no tiene por qué afectarle, y que dos esclavos más o menos no suponen ninguna diferencia, al fin y al cabo, y que necesita un hombre y una mujer para sus estudios de alienología, y que si el capitán le permitiese llevárselos se lo tomaría como un favor personal. Y va y dice: «Nosotros, los miembros de las Mil Familias, somos valiosas amistades, capitán». Y luego: «Pero peligrosos enemigos». Y el capitán se arruga y parece un poco más pequeño, algo así. —Alrededor de un centímetro, si es que la medida entre el dedo índice y el pulgar de Mel era exacta—. Y Dyona se sale con la suya y aquí estamos.

—Dyona —dijo Travis—, no sé cómo agradecértelo.

—Espero que no con un beso —objetó la cosechadora, cubriéndose su boca desprovista de labios con los dedos—. Acepto la igualdad de razas, pero todo sea dicho, los terrícolas sois muy feos.

—Supongo que depende del cristal con el que se mire —rió Travis—. Lo de la belleza, quiero decir.

—No es así según la tradición de los cosechadores —respondió Dyona—. Nuestra gente tiene un dicho: «La belleza está en la sangre».

—Por favor —protestó Darion—. Me alegro muchísimo de que los tres volváis a estar juntos, pero no es momento de cháchara. —Se separó de sus compañeros y caminó lentamente, casi con petulancia, hacia la ventana.

—¿Estás enfadado porque actué mientras tú solo mirabas, mi amor? —se burló Dyona, y después se dirigió hacia los adolescentes en voz baja—. Siempre le da por enfurruñarse.

A Travis eso no le preocupaba. Lo que le preocupaba era la inutilidad de Darion como aliado. Porque, la verdad, mientras Antony y Mel estaban siendo conducidos a bordo de un recolector, Darion del linaje de Ayrion se puso a cavilar acerca de qué hacer, cómo minimizar riesgos, cómo maximizar las posibilidades de éxito, lo cual está muy bien si tienes el lujo de disponer de tiempo para elaborar tus planes, pero cada segundo era vital, cada instante, precioso. Solo Dyona cayó en la cuenta de ello y se dirigió hacia el recolector pese a la oposición de su pareja. Puede que su conducta fuese errática, pero al menos parecía resuelta y decidida cuando hacía falta. ¿Podría Travis afirmar lo mismo de Darion?

—Yo no me… no seas infantil, Dyona —protestó Darion desde la ventana, observando los terrenos de la residencia Clarebrook como si temiese que la represalia inmediata por el crimen de su prometida tomase forma en el comandante Shurion y su guardia de cosechadores avanzando hacia ellos—. Puede que sea heroico y emocionante actuar sin pensar, pero los actos tienen consecuencias, y si tenemos en cuenta que lo que hemos hecho constituye una traición a todos los principios de nuestra gente, las consecuencias podrían ser severas.

—¿Así que preferirías haber dejado a Antony y a Mel en las celdas del recolector? —replicó Dyona, indignada.

—Solo creo que… hubiese sido más sensato esperar a que hubiesen llegado a la Furion antes de traerlos. Dos terrícolas menos con cien prisioneros a bordo hubiese llamado menos la atención que dos terrícolas menos de un grupo de doce. Como el capitán del recolector se lo piense dos veces e informe a Shurion de tus acciones, amor mío…

—No lo hará. —Dyona ni siquiera consideró esa posibilidad—. Pertenezco al linaje de Lyrion.

—Lo que quiero decir —trató de aclarar Darion, dirigiéndose hacia los adolescentes y su prometida— es que a veces lo más inteligente es esperar.

—Con todo respeto, Darion —dijo Travis—, no podemos esperar. Si lo que queremos es la libertad de nuestra gente, los segundos van pasando. Tenemos que atacar a vuestras fuerzas, hacer que al menos se lo piensen dos veces a la hora de ocupar la Tierra, y tenemos que hacerlo ya.

—Te escuchamos —dijo Dyona, y Darion no la contradijo.

—Ya os he hablado del Enclave —continuó Travis—. Pues bien, hay un motivo concreto por el que teníamos que volver a encontrarte, Darion. Supongo que habréis estudiado nuestras religiones principales antes de comenzar la invasión. ¿Qué sabes de Josué?

Y resultó que algo sí que sabía. Pero al cabo de un rato, los dos alienólogos supieron de la existencia de «los» Josué. Y lo que el capitán Taber creía que podían conseguir de no ser por los escudos de las naves de los cosechadores. Y el modo en el que Travis, Antony y Mel esperaban que Darion los ayudase.

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