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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (5 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Hinkley-Jones llevó su escopeta al hombro y el dedo al gatillo.

Pero los alienígenas fueron más rápidos.

Seis haces de energía brillaron simultáneamente desde las vainas. Todos acertaron a Hinkley-Jones, cubriéndolo de una luz cegadora. Los rayos centelleaban como fuego blanco, pero el chico quedó congelado como el hielo. Ni siquiera llegó a gritar. No pudo. Hinkley-Jones, el mejor tirador del colegio Harrington, cayó hacia delante hasta desplomarse contra el suelo y no volvió a moverse más.

Travis abrió la boca de par en par, aterrado, aunque pensó que, después de todo, su misión había sido un éxito. Los chicos querían que los alienígenas se comunicasen con ellos y eso era precisamente lo que habían hecho. Sin ambigüedades.

No habían venido a ayudar. Habían venido a matar.

2

—¡Corred! —Tolliver y Shearsby ya estaban en marcha después de haber tirado las escopetas al suelo (no harían otra cosa que retrasarlos), ignorando por completo la oportunidad que se les presentaba para demostrar su puntería—. ¡Antony, corre! —gritó Travis mientras cogía a su amigo del hombro.

—No. No —gemía el muchacho rubio, dolido y desesperado.

—Sí.

Pero aquella desesperación no era lo bastante intensa como para quitarle las ganas de vivir. Antony dio media vuelta y echó a correr, dejando sus inútiles armas atrás del mismo modo que Tolliver y Shearsby habían hecho con las suyas. Travis y él corrieron hacia los árboles. La protección ofrecida por estos era su única oportunidad de supervivencia.

—¡Giles! —gritó Antony hacia delante, ya que el joven muchacho los había adelantado a todos—. Corre como el viento. Avisa a Harrington. Avisa a Leo.

Las vainas descendieron. Travis pudo ver la sombra de una de ellas proyectándose sobre la hierba que pisaba. No se atrevió a mirar hacia arriba para verla.
Si miras, puedes tropezar. Si tropiezas, puedes caer. Si caes, y en ese caso no habría ningún «puede», morirás.
Así que solo pudo oír el ominoso chisporroteo de aquel letal rayo mientras se recargaba. Su espalda no era especialmente ancha, pero aun así ofrecía un objetivo lo bastante bueno.

De pronto, viró hacia la izquierda a toda velocidad. Un rayo de energía silbó a su derecha. De haberse encontrado allí, lo hubiese alcanzado, pero falló.

La pendiente empezó a ascender, pero aquello también significaba que la protección de los árboles cada vez estaba más cerca. Travis hizo un último esfuerzo, pese a que sus pulmones y músculos le quemaban tanto que parecían haber sido alcanzados por el rayo de los alienígenas. La vaina que había errado el tiro giró para intentar un nuevo disparo. Antony, a quien alcanzó a ver por el rabillo del ojo, también estaba corriendo en zigzag, manteniendo la distancia con sus compañeros. Giles, que seguía en cabeza, se estaba adentrando en el bosque. Podía conseguirlo. Quizá todos ellos lo con…

Dos rayos de energía idénticos acabaron con el interés de Tolliver en el mundo tras la enfermedad. Shearsby interrumpió su huida para gritar: «¡Robert!». Era la primera vez que Travis oía a un alumno de Harrington llamar a un compañero por su nombre de pila, y también la última. Un objetivo estático es más fácil de alcanzar que uno en movimiento. Los alienígenas aprovecharon la oportunidad, desviando su atención hacia el nuevo objetivo. Shearsby gritaba antes de que los rayos lo alcanzasen; después, ya no.

Pero aquello había proporcionado a Antony y a Travis un valioso tiempo adicional. Se lanzaron precipitadamente hacia los densos matorrales que rodeaban los árboles, y aunque la vegetación los obligó a reducir la velocidad, las sombras de los vehículos que los perseguían se perdieron bajo las proyectadas por el follaje. Travis rezó por que aquello significase que los alienígenas también los hubieran perdido de vista.

Miró hacia Antony, que se encontraba a unos treinta metros de distancia. El muchacho rubio había cambiado de rumbo y se dirigía hacia Travis. Juntos, se ocultarían de los alienígenas hasta que estuviesen a salvo, momento en el que se dirigirían de vuelta a Harrington. Travis sintió un atisbo de esperanza.

Hasta que los árboles que los separaban explotaron.

Las astillas salieron despedidas en todas direcciones y la fuerza de la detonación derribó a ambos chicos. Al encontrarse bocarriba, Travis no tuvo otra opción que mirar hacia el cielo. Pudo ver las vainas sobrevolando el bosque. Los cazadores estaban llevando a cabo una nueva estrategia: sacar a sus presas a campo abierto destruyendo el entorno en el que se guarecían.

Las armas de los alienígenas brillaron de nuevo, convirtiendo más árboles en columnas de fuego. Los rayos que disparaban habían cambiado de color: eran amarillos, no blancos como los que habían matado a Shearsby, Tolliver y Hinkley-Jones. Aquel dato era importante, pero no tanto como la supervivencia inmediata.

Travis se puso en pie y buscó a Antony. Un humo denso y oscuro nublaba su visión, hasta el punto de ser incapaz de ver al otro chico.

—¡Antony! —No hubo respuesta. No podía estar muerto, ¿verdad? La mente de Travis se negó a contemplar aquella posibilidad.

Pero el que iba a morir sería él, si no se largaba de allí. Los árboles a su alrededor explotaban como si fuesen petardos. No podía quedarse en aquella posición y Antony tampoco lo hubiese querido así. Travis echó a correr hacia delante, hacia el bosque, confiando en que su amigo estuviese haciendo lo mismo.

No tenía que pensar en el dolor que recorría cada centímetro de su cuerpo. Tenía que alejarse del sufrimiento tanto físico como mental, aislar su mente de él. Funcionar por instinto en vez de por lógica. Si estaba siendo cazado como un animal, tenía que responder como tal. ¿O aquello no haría sino confirmar el punto de vista de los alienígenas, que parecían asumir que no eran más que bestias? No. Solo aquellos que atacan y matan sin motivo merecen el nombre de bestias, aunque viajen en naves espaciales.

Travis se adentró en un claro. Craso error. Se había distraído. Había corrido colina arriba sin pensar. Otro error. Si de hacer las cosas mal se trataba, le estaba saliendo de maravilla.

Una vaina alienígena pasó volando sobre él.

La pequeña nave lo golpeó con tanta fuerza como el puño de un boxeador, precipitándose hacia la tierra hasta casi estrellarse contra el suelo antes de volver a tomar altura. Travis gritó de dolor y se tambaleó hacia atrás. Tropezó. Cayó. Sabía lo que aquello significaba.

El alienígena que iba a matarlo vestía una armadura dorada. El rayo que iba a acabar con él estaba formándose, brillando en el interior de la cañonera. No tenía escapatoria. Contuvo el que iba a ser su último aliento.

El rayo de energía impactó a quince centímetros a la izquierda de su cabeza.

Aún seguía con vida. Estaba vivo. Y así es como tenía intención de continuar, así que rodó a un lado con renovadas fuerzas y se puso en pie de un salto. Parecía que el alienígena de la armadura dorada no era lo que se dice un tirador de primera. Travis corrió de nuevo bajo la protección de los árboles, consciente de que la mejor idea sería no darle una segunda oportunidad. Y quizá solo se tratara de su optimista imaginación, pero parecía que la vaina no lo perseguía y los alrededores no estaban ardiendo tras recibir el impacto de un rayo amarillo.

A menos que hubiese acelerado hasta adelantarlo. Eso explicaría que Travis pudiese ver, a través del follaje que cubría la cima de la colina Vernham, una de las vainas.

La vaina que estaba persiguiendo a Giles.

Travis dejó escapar un quejido de abatimiento. Podía ver al muchacho entrar y salir corriendo de la arboleda, desesperado, descorazonado. Parecía que estaba llorando. El alienígena estaba jugando con él, podría haber acabado con el sufrimiento de Giles una y otra vez ante los ojos de Travis. Estaban jugando con vidas humanas.
Cabrón
, maldijo Travis.

—Cabrr…

Un placaje de rugby lo hizo caer de rodillas.

—Al suelo y callado, ¿o es que quieres que te vean? —Le encantó volver a oír aquella voz.

—Antony, ¿cómo has…?

—Pues igual que tú, corriendo como alma que lleva el diablo. He encontrado un escondrijo.

—Vale, pero… —Travis se volvió una vez más hacia la agitada y lejana figura del muchacho—. Giles…

Antony también miró en esa dirección, con gesto adusto.

—Corre —lo apremió, en voz baja pero con firmeza—. Corre, Giles, como nunca antes has…

Pero el alienígena debió de aburrirse. El rayo blanco brilló. El juego llegó a su inevitable conclusión.

—Por aquí. Travis, por aquí. —Antony le tiró del brazo—. Después irá a por nosotros. He encontrado… —Un agujero en la tierra. Un hoyo lo bastante profundo como para acoger a unos cuantos cuerpos, de modo que podían ocultarse bajo una capa de hojas y ramas. Que fue exactamente lo que hicieron Antony y Travis—. No podemos correr más que ellos, pero tenemos que hacerles creer que hemos escapado. Nos esconderemos aquí; confiemos en que piensen que nos han perdido la pista.

Tumbado bocabajo, Travis oteó a través de la cortina de ramas hacia el lugar en el que Giles había caído. La vaina seguía flotando sobre él, vigilante.

—¿A qué espera? ¿A comprobar que ha muerto?

—No. A eso. —Antony señaló con el índice hacia el cielo.

La nave de la que habían surgido las vainas sobrevolaba la colina Vernham. Un haz circular de luz blanca y de un diámetro mucho mayor al de las vainas brotó de su tren de aterrizaje. Aquella manifestación de tecnología alienígena parecía más pacífica, casi serena. El haz partió de la nave hasta llegar al suelo, cayendo sobre el lugar en el que descansaba Giles. Y lo levantó.

—Pero ¿qué…? —Travis se sentía aterrado y fascinado al mismo tiempo mientras contemplaba aquel cuerpo inerte flotando en el aire, abrazado por la luz.

—Es un rayo tractor. Se lo están llevando.

—Pero ¿para qué querrían su cuerpo? ¿Para diseccionarlo? —Travis se arrepintió de haber pronunciado aquella palabra en el momento en el que salió de su boca. Aquella idea le daba ganas de vomitar.

—Puede… puede que Giles no esté muerto. Puede que ninguno de ellos lo esté. —El optimismo típico de Harrington. El cuerpo de Antony empezó a recuperar el color paulatinamente.

—¿En qué te basas? —le preguntó Travis, esperanzado.

—Puede que los rayos blancos solo paralicen. No vi sangre ni nada parecido en los cuerpos de Hinkley-Jones y los demás, y los alienígenas utilizaron…

—Rayos amarillos cuando se pusieron a deforestar la zona. Es posible, supongo.

—Por desgracia, a cada respuesta le sigue una pregunta.

—¿Qué quieres decir?

El cuerpo de Giles desapareció en la panza de la nave y el rayo tractor se desvaneció. Antony miró fijamente a su compañero.

—Si estoy en lo cierto, Travis… ¿para qué nos quieren vivos?

—Vale, o sea que a partir de ahora solo los que lleven americanas grises tendrán derecho a opinar acerca de cómo deben ir las cosas, serán los únicos con derecho a llevar armas, y el resto tendremos que saber cuál es nuestro lugar, quedarnos calladitos y no aspirar a cambiar las cosas en Harrington —bufó Mel, asqueada—. Leo acaba de montar lo que en el viejo mundo se conocía como un golpe de Estado. ¿Y sabéis qué? —Mel miró a Tilo, a Jessica, a Simon, y vuelta al principio. Prácticamente ignoró a Richie—. No pienso tolerarlo.

—¿Y qué vas a hacer? —Simon no apartó la mirada de la puerta del dormitorio. Estaba cerrada a cal y canto y hecha de macizo roble inglés, pero aún temía la posibilidad de que alguien estuviese escuchando al otro lado. Conspirar le hacía sentirse incómodo.

—Largarme, eso es lo que voy a hacer —dijo Mel—. Voy a ir a buscar a Travis y a Antony para hablarles de las libertades que se ha tomado el bueno de Leo en su ausencia.

—Pero sus partidarios están vigilando todas las puertas —observó Jessica.

—Nadie tiene permiso para salir —añadió Tilo.

—Por su propia seguridad… —Mel imitó la voz de Leo con sorna—. Mientras tenga lugar la presente situación de emergencia. Por favor…, si hasta suena como un político. Si no fuese por la enfermedad, creo que en treinta años más o menos Leo Milton podría dirigir este país. Pero no te preocupes, Jessie. Dudo que los chicos de las americanas puedan tener controladas todas las puertas. Y lo peor de todo es que realmente hay una emergencia. Esas naves están pilotadas por alienígenas. Deberíamos estar unidos y formar un único frente en vez de dividirnos en facciones. Pensé que después de la enfermedad solo quedaría un tipo de personas: supervivientes. Pero parece que me equivoqué.

—Solo necesitas a dos personas —comentó Simon con amargura— para que una de ellas sea la víctima.

—Mel, aunque vayamos a por Travis y Antony —intervino Tilo—, ya se encontrarán en la nave.

—Si la nave sigue donde creemos que está —replicó Mel—. Es perfectamente posible que estén regresando hacia aquí y que vuelvan con las manos vacías y, en ese caso, dudo muchísimo que Leo vaya a extender la alfombra roja a sus pies…, no ahora que ha conseguido hacerse con el poder. —Caminó hasta la ventana—. Así que, como decía, yo me largo. ¿Alguien se une?

Tilo asintió.

—Hubiese ido con Travis desde el principio, si me lo hubiesen permitido.

—No creo que tengamos ninguna otra opción —dijo Jessica—. Antony corregirá esta situación.

—¿Simon? —preguntó Mel.

El corazón de Simon había estado latiendo a toda velocidad durante aquella reunión clandestina organizada a toda prisa. Él prefería esconderse en los rincones de la vida, pasando desapercibido para que, con suerte, nadie lo persiguiese. No estaba acostumbrado a defenderse ni a defender a otros, a elegir bandos, pero tampoco le gustaba lo más mínimo la idea de quedarse aislado en Harrington, sin el respaldo del resto del grupo.

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