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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (30 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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Julian se removió en su asiento y su inquietud pareció confirmar que la sospecha era fundada.

—¡Vamos, aquí puedes decirlo! ¡Será un gran año para ti: tu primer álbum y tu primer bebé! Estoy segura de que a tus fans les encantará saber con seguridad…

Brooke tardó un segundo en notar que había dejado de respirar. ¿Era cierto lo que les estaba pasando? ¿Quiénes demonios pensaban que eran Julian y ella? ¿La superpareja de Angelina y Brad? ¿De verdad podía interesarle al público que ella estuviera embarazada? ¿Acaso le importaba a alguien? ¿Realmente parecía tan barrigona en la foto que la «dulce espera» había sido la única explicación verosímil? Peor aún. Si el mundo entero iba a dar por supuesto que estaba embarazada, entonces aquella foto la presentaba como una embarazada que tenía problemas con el alcohol. Le costaba creer que todo aquello estuviera pasando en realidad.

Julian abrió la boca para decir algo, pero pareció recordar las instrucciones de sonreír y responder siempre lo que él quisiera, y dijo:

—Adoro a mi mujer y le estoy muy agradecido. Nada de esto hubiera sido posible sin su apoyo.

«¿Nada de qué? —habría querido gritarle Brooke—. ¿Te refieres al embarazo inexistente y terriblemente inoportuno? ¿Al hecho de que tu mujer beba en medio de su falso embarazo?»

Se hizo un silencio extraño, que probablemente duró un par de segundos, pero pareció interminable, y entonces Meredith dio las gracias a Julian, miró directamente a la cámara y dio paso a la publicidad, después de ordenar a todo el mundo que comprara su álbum. Brooke se dio cuenta vagamente de que los focos habían reducido su intensidad y de que Meredith se había desenganchado el micrófono y se había puesto en pie. La presentadora le tendió la mano a Julian, que parecía conmocionado, le dijo unas palabras que Brooke no pudo oír y salió rápidamente del plató. Una docena de personas empezaron a circular por el estudio, comprobando cables, empujando cámaras e intercambiando tablillas con sujetapapeles. Julian se quedó sentado, con aspecto de haber recibido un garrotazo en la cabeza.

Brooke se puso en pie, y estaba a punto de ir hacia donde estaba Julian, cuando Leo se materializó delante de ella.

—No ha estado mal nuestro muchacho, ¿eh, Brooke? Un poco rara su reacción en la última pregunta, pero nada grave.

—Hum.

Brooke habría querido reunirse con Julian, pero con el rabillo del ojo vio que Samara, junto con el experto de relaciones con la prensa y otros dos asistentes, salía con él del estudio, para preparar las siguientes actuaciones. Todavía tenía que cantar dos temas más, uno a las nueve menos cuarto y otro a las nueve y media, antes de que terminara aquella mañana infernal.

—¿Quieres venir fuera o prefieres verlo desde la sala verde? Tal vez te convenga tomártelo con calma, ya sabes, poner los pies en alto…

La sonrisa de Leo le pareció a Brooke todavía más chabacana que de costumbre.

—¿Crees que estoy embarazada? —preguntó ella, incrédula.

Leo levantó los brazos.

—Yo no pregunto nada. Es cosa vuestra, ya sabes. Claro que no sería el mejor momento para la carrera de Julian, pero supongo que los bebés vienen cuando les apetece…

—Leo, te agradecería que…

En ese momento sonó el teléfono de Leo, que lo sacó del bolsillo y lo estudió como si fuera la Biblia.

—Lo siento, tengo que responder —dijo, mientras se volvía para salir.

Brooke se quedó clavada donde estaba. Ni siquiera podía empezar a digerir lo que había sucedido. Julian prácticamente había confirmado un embarazo imaginario, en un programa televisado en directo a todo el país. El asistente que los había recibido antes apareció junto a ella.

—¿Me permite que la acompañe otra vez a la sala de espera? Aquí hay un poco de revuelo, porque están preparando el plató para la siguiente entrevista.

—Sí, claro. Gracias —respondió Brooke, realmente agradecida.

Subió en silencio la escalera tras el asistente y lo siguió por un largo pasillo. El chico le abrió la puerta de la sala y Brooke creyó haber oído que le daba la enhorabuena antes de marcharse, pero no hubiese podido asegurarlo. Su sitio había sido ocupado por un hombre vestido de cocinero, por lo que se sentó en la única silla que quedaba libre.

La niña prodigio del violín levantó la vista y la miró a los ojos.

—¿Ya sabes lo que es? —preguntó, con una vocecita tan aguda que parecía como si acabara de inhalar el helio de un globo.

—¿Qué has dicho? —preguntó a su vez Brooke, que no la había entendido bien.

—Te he preguntado si ya sabes lo que vas a tener —respondió la niña con entusiasmo—. ¿Niño o niña?

A Brooke se le transfiguró la cara por la impresión.

La madre de la violinista se inclinó y le susurró algo al oído, probablemente acerca de lo inapropiado de su pregunta, porque la niña en seguida protestó:

—¡Sólo le he preguntado qué espera!

Brooke intentó relajarse. Ya que estaba, podía divertirse un poco, aunque estaba completamente segura de que su familia y sus amigos no iban a encontrarlo tan divertido. Recorrió con la vista la sala, para asegurarse de que nadie la estaba escuchando, y se inclinó hacia la pequeña violinista.

—Es niña —le susurró, sintiéndose un poco malvada por mentirle a una chiquilla—, y espero que sea tan bonita como tú.

Las llamadas telefónicas de amigos y parientes empezaron a llover durante el trayecto de vuelta a casa y no pararon en varios días. Su madre declaró que le dolía haberse enterado por la televisión, pero que aun así se sentía enormemente feliz de que su única hija por fin fuera a ser madre. Su padre estaba encantado de que la foto de su cumpleaños hubiera salido en un programa de difusión nacional, pero no se explicaba que Cynthia y él no hubieran adivinado antes lo del embarazo. La madre de Julian intervino para decir, como era previsible, que su marido y ella aún no se sentían con edad suficiente para ser abuelos. Randy propuso amablemente fichar al futuro hijo de Brooke para el pequeño equipo de fútbol americano de la familia Greene que mentalmente estaba preparando, y Michelle se ofreció para ayudar a decorar la habitación del pequeño. Nola estaba indignada de que Brooke no se lo hubiera dicho a ella primero, pero se declaraba dispuesta a perdonarla si le ponía su nombre a la niña. Y todos ellos (algunos más amablemente que otros) tuvieron algo que decir acerca del vino.

El hecho de haber tenido que convencer a toda su familia, a toda la familia de Julian, a todos sus compañeros de trabajo y a todos sus amigos, en primer lugar, de que no estaba embarazada, y en segundo lugar, de que jamás habría bebido alcohol durante un hipotético embarazo, fue para ella una humillación. Un insulto. Y aun así, siguió percibiendo escepticismo en todos ellos. Lo único que funcionó, lo que realmente acabó por convencerlos a todos, fue el siguiente número de
US Weekly
, donde apareció una fotografía tomada furtivamente a Brooke, mientras compraba en el supermercado Gristedes de su barrio. No cabía duda de que el vientre parecía más plano, pero eso no era lo importante. En la foto aparecía con una cesta, en cuyo interior había plátanos, un pack de cuatro yogures, una botella de agua mineral, un envase de detergente y una caja de Tampax. Por si el mundo estaba interesado en saberlo, eran Tampax Pearl, superabsorbentes, y la caja estaba rodeada por un grueso círculo de rotulador negro, sobre un pie de ilustración que gritaba: «¡No hay bebé para los Alter!», como si la revista hubiera llegado al fondo de la cuestión, tras un ingenioso trabajo detectivesco.

Gracias a aquella gran labor de investigación periodística, el mundo entero pudo saber que Brooke no estaba embarazada, pero tenía reglas más abundantes de lo normal. Nola encontró todo el asunto tremendamente divertido, pero Brooke no podía parar de pensar que todos, desde su novio del instituto hasta su abuelo de noventa años (por no hablar de todos y cada uno de los adolescentes, las amas de casa, los pasajeros de las aerolíneas, los clientes de los supermercados, las clientas de las peluquerías y todos los suscriptores de la revista, de una punta a otra de Estados Unidos), estaban al corriente de los detalles de su ciclo menstrual. ¡Pero si ni siquiera había visto al fotógrafo! Desde aquel día, empezó a comprar por Internet todos los artículos que guardaban relación con el sexo, la regla o la digestión.

Afortunadamente, la hija de Randy y de Michelle, Ella, resultó ser la distracción que tanta falta le hacía. Llegó como una bendición del cielo, dos semanas después del drama de
Today
, y tuvo la amabilidad de presentarse justo por Halloween, por lo que Julian y ella tuvieron la excusa perfecta para no asistir a la fiesta de disfraces de Leo. Brooke no pudo más que sentir una enorme gratitud hacia su sobrina. Entre la historia del parto repetida hasta la saciedad (la rotura de aguas en un restaurante italiano, la carrera hasta el hospital sólo para esperar otras doce horas más y la promesa de Campanelli, el dueño del restaurante, de que invitaría a comer a Ella siempre que quisiera, por el resto de su vida), las lecciones sobre ropita y pañales, y el recuento de deditos para ver que no faltara ni sobrara ninguno, la atención se desplazó hacia la pequeña, y Brooke y Julian dejaron de ser el centro, al menos dentro de la familia.

Julian y ella se portaron como unos tíos ejemplares: llegaron al hospital antes incluso de que naciera el bebé, llevando consigo dos docenas de
bagels
neoyorquinos y suficiente salmón ahumado para alimentar a toda la maternidad. Hasta Julian parecía encantado con el acontecimiento, tanto que llegó a susurrarle a Ella al oído que sus manitas diminutas parecían hechas para tocar el piano. Brooke siempre recordaría el nacimiento de la pequeña Ella como el último paréntesis de dichosa calma, antes de la tempestad infernal que estaba a punto de desencadenarse.

Capítulo 10

Hoyuelos de chico corriente

El teléfono móvil de Brooke empezó a sonar justo cuando acababa de subir el pavo de diez kilos al apartamento y había conseguido depositarlo sobre la encimera de la cocina.

—¿Diga? —contestó, mientras se disponía a despejar el frigorífico de todo lo que no fuera esencial, para dejar espacio al ave gigantesca.

—¿Brooke? Soy yo, Samara.

La llamada la sorprendió con la guardia baja. Samara nunca jamás la había llamado antes. ¿Querría preguntar qué les había parecido la portada de
Vanity Fair
? La revista acababa de llegar a los quioscos y Brooke no podía dejar de mirarla. En la foto aparecía el Julian de toda la vida: con vaqueros, camiseta blanca ceñida y uno de sus gorros de lana favoritos, sonriendo de esa manera que realzaba los hoyuelos tan bonitos que tenía en las mejillas. Era, con diferencia, el más mono de todo el grupo.

—¡Ah, hola! ¿No te parece que ha salido genial en la portada de
Vanity Fair
? No es que me sorprenda, claro, pero está tan…

—Brooke, ¿tienes un minuto?

Obviamente, no era una llamada de cortesía para hablar de la portada de una revista, y si aquella mujer intentaba decirle que Julian no iba a poder asistir a la primera fiesta de Acción de Gracias que celebraban en su casa como anfitriones, entonces, sencillamente, Brooke la mataría.

—Eh, sí… Espera un segundo. —Cerró el frigorífico y se sentó junto a la mesa diminuta, lo que le recordó que aún debía llamar para preguntar si la mesa y las sillas alquiladas estaban efectivamente en camino—. Bueno, ya está. ¿Qué querías decirme?

—Brooke, han escrito un artículo, y lo que dicen no es agradable —le anunció Samara, con su habitual estilo seco y cortante, aunque para noticias como aquélla, casi resultaba reconfortante.

Brooke intentó quitarle importancia a la noticia con una broma.

—Se diría que últimamente siempre hay alguien escribiendo un artículo Después de todo, soy la embarazada que empina el codo, ¿no te acuerdas? ¿Qué dice Julian?

Samara se aclaró la garganta.

—Todavía no se lo he contado. Sospecho que se molestará mucho y por eso quería hablar contigo primero.

—¡Dios mío! ¿Qué dicen de él? ¿Se burlan de su pelo? ¿Se meten con su familia? ¿O ha aparecido alguna zorra de su pasado, que pretende…?

—No dicen nada de Julian, Brooke. Es sobre ti.

Se hizo un silencio. Brooke sintió que las uñas se le clavaban en las palmas de las manos, pero no podía evitarlo.

—¿Qué dicen de mí? —preguntó finalmente, con la voz convertida casi en un susurro.

—Un montón de mentiras insultantes —respondió Samara con frialdad—. Quería que lo supieras por mí, y decirte también que tenemos a todo nuestro gabinete jurídico trabajando en ello, para desmentirlo todo. Nos lo estamos tomando muy en serio.

Brooke no conseguía articular ni una sola palabra. Tenía que ser algo realmente espantoso, para que Samara les diera tantas vueltas a unas mentiras publicadas en un periódico sensacionalista. Finalmente, dijo:

—¿Dónde está? Tengo que verlo.

—Saldrá en el número de mañana de
Last Night
, pero ya está disponible en Internet. Brooke, recuerda por favor que todos te apoyamos, y te prometo que…

Por primera vez posiblemente desde la adolescencia (y sin duda alguna por primera vez en una conversación con cualquiera que no fuera su madre), Brooke le colgó el teléfono a mitad de la frase y se fue directamente al ordenador. Encontró la web en cuestión de segundos y sufrió un sobresalto cuando vio en la página de inicio una fotografía enorme de Julian y de ella, cenando en la terraza de un restaurante. Se devanó los sesos, intentando adivinar dónde podían estar, hasta que vio el cartel de la calle, al fondo. ¡Claro! Era el restaurante español donde habían cenado la noche en que Julian volvió por primera vez a casa, después de haberse marchado en medio de la fiesta de cumpleaños de su padre. Empezó a leer.

La pareja que comparte una paella en una mesa al aire libre del Hell's Kitchen de Manhattan tiene un aspecto de lo más normal, pero los entendidos reconocieron en seguida al nuevo compositor y cantante favorito de América, Julian Alter, y a quien es su mujer desde hace varios años, Brooke. El primer álbum de Alter ha dinamitado las listas de éxitos y sus hoyuelos de chico corriente le han hecho ganar legiones de admiradoras en todo el país. Pero ¿quién es esa mujer que tiene a su lado? ¿Y cómo se está tomando la reciente fama de Julian?

No muy bien, según una fuente cercana a la pareja. «Se casaron muy jóvenes, y sí, han resistido cinco años juntos, pero están al borde del colapso —asegura la citada fuente—. Julian tiene una agenda muy exigente y Brooke no ha sabido adaptarse».

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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