Read La última noche en Los Ángeles Online

Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (29 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
4.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El trayecto desde su casa hasta el Rockefeller Center, desde donde se emitía el programa, fue rápido. No había tráfico a aquella hora de la mañana y el único ruido lo hacían los dedos de Julian, repiqueteando sobre la madera del apoyabrazos. Llamó Leo para decir que los estaba esperando en el estudio, pero aparte de eso, nadie dijo nada. Sólo cuando el coche se detuvo delante de la entrada de artistas, Julian le cogió la mano a Brooke con tanta fuerza que ella tuvo que apretar los labios para no gritar.

—Vas a estar fenomenal —le susurró, mientras un joven con el uniforme de los asistentes de la cadena de televisión y unos cascos en la cabeza los llevaba a la sala de espera.

—Es en directo y se transmite a todo el país —replicó Julian, mirando fijamente hacia adelante.

Parecía todavía más pálido que unas horas antes y Brooke rezó para que no volviera a vomitar.

Sacó del bolso un paquete de Peptobismol masticable, separó discretamente dos grajeas del envase y se las puso a Julian en la palma de la mano.

—Mastícalas —le dijo.

Pasaron por un par de estudios, todos con el característico aire helado que mantiene a los presentadores frescos bajo los focos abrasadores del plató, y Julian le apretó todavía más la mano. Doblaron una esquina, atravesaron un espacio que parecía un salón de belleza improvisado, donde tres mujeres preparaban una serie de cosméticos y productos de peluquería, y fueron depositados en una habitación con unos cuantos sillones, un par de sofás de dos plazas y una pequeña mesa de bufet con todo lo necesario para el desayuno. Brooke no había estado nunca en ninguna sala de espera de unos estudios de televisión. Aunque la llamaban «sala verde», estaba decorada en tonos beige y malva. Lo único verde era el tono de la piel de Julian.

—¡Ahí está! —exclamó Leo, con una voz al menos treinta decibelios más estentórea de lo necesario.

—Volveré para llevarlo a la… ejem… sala de peluquería y maquillaje en cuanto haya llegado el resto de la banda —dijo el asistente, que parecía incómodo—. Mientras tanto, puede tomar un… ejem… un café o algo.

Rápidamente, se marchó.

—¡Julian! ¿Qué tal estamos esta mañana? ¿Estás listo? No parece que estés listo. ¿Te sientes bien?

Julian asintió, con aspecto de sentirse tan espantado como Brooke de ver a Leo.

—Estoy bien —murmuró.

Leo le dio una palmada en la espalda y se lo llevó al pasillo, para darle algún tipo de discurso preparatorio. Mientras tanto, Brooke se sirvió un café y se sentó en un rincón, lo más lejos posible de todos. Se puso a estudiar la sala y en particular al resto de los invitados de aquella mañana: una niña, que a juzgar por el violín que llevaba en la mano y la actitud altiva debía de ser un prodigio musical; el jefe de redacción de una revista para hombres, que estaba ensayando con su encargada de relaciones públicas los diez consejos para adelgazar que pensaba presentar, y una conocida autora de novelas femeninas, con su libro más reciente en una mano y el teléfono móvil en la otra, repasando con expresión de supremo aburrimiento la lista de llamadas perdidas.

Los otros miembros de la banda fueron entrando en el transcurso de los quince minutos siguientes, todos ellos con aspecto de cansancio y nerviosismo. Bebieron un café y se turnaron para pasar a la sala de peluquería y maquillaje, y antes de que Brooke tuviera otra oportunidad de ver cómo se encontraba Julian, los sacaron a todos a la plaza del Rockefeller Center para saludar a los admiradores y hacer una última prueba de sonido. Era una mañana fresca de otoño y se había congregado una multitud. Cuando empezaron a actuar, en torno a las ocho, había más de un millar de personas, casi todas mujeres de entre doce y cincuenta años, y parecía como si todas estuvieran gritando a la vez el nombre de Julian. Brooke estaba mirando el monitor de la sala de espera, intentando recordar que en ese mismo instante Julian aparecía en los televisores de todo el país, cuando entró el asistente y le preguntó si quería ver la parte de la entrevista desde el interior del estudio.

Brooke se levantó de un salto y siguió al chico escalera abajo, hasta un estudio que conocía bien después de muchos años de ver el programa. De inmediato sintió el golpe del aire helado.

—¡Oh, qué plató tan bonito! No sé por qué, pero había entendido que le harían la entrevista fuera, delante del público.

El asistente se llevó un par de dedos a los auriculares, prestó atención y asintió. Se volvió hacia Brooke, como si en realidad no la estuviera viendo.

—Normalmente lo habrían entrevistado fuera, pero hay demasiado viento y los micrófonos no van bien.

—Entiendo —dijo Brooke.

—Siéntese ahí, si quiere —dijo el joven, señalándole una silla plegable entre dos cámaras gigantescas—. Entrarán en directo en cualquier momento. —Consultó el cronómetro que llevaba colgado del cuello—. En menos de dos minutos. Tiene apagado el móvil, ¿verdad?

—Sí, lo he dejado arriba. ¡Qué increíble es todo esto! —dijo Brooke.

Nunca había estado en un plató de televisión, y mucho menos en el de un programa famoso en todo el país. Era sencillamente emocionante estar ahí y ver a los cámaras, los técnicos de sonido y los realizadores que iban y venían con los cascos puestos. Estaba viendo cómo un asistente cambiaba los cojines grandes y mullidos de los sofás por otros más pequeños y de relleno más apretado, cuando entró una ráfaga de aire del exterior y se produjo una gran conmoción. Una docena de personas entraron por la puerta del estudio y entre ellas Brooke vio a Julian, flanqueado por Matt Lauer y Meredith Vieira, los dos presentadores del programa. Parecía un poco aturdido y tenía una gota de sudor suspendida en el labio superior, pero se estaba riendo de algo que le habían dicho y meneaba un poco la cabeza mientras caminaba.

—¡Un minuto y treinta segundos! —atronó una voz femenina por los altavoces.

El grupo se situó prácticamente delante de ella y, durante unos instantes, Brooke sólo pudo mirar las caras familiares de los presentadores. Pero entonces Julian cruzó una mirada con ella y le sonrió con expresión nerviosa; movió la boca para decirle algo, pero ella no le entendió. Brooke se sentó en la silla que le había indicado el asistente. De inmediato, otras dos personas se abalanzaron sobre Julian y, mientras una de ellas le enseñaba a pasarse el cable del micrófono por la espalda y a enganchárselo al cuello de la camisa, la otra le aplicaba polvos para quitarle el brillo de la cara. Matt Lauer se inclinó para susurrarle algo a Julian, que se echó a reír, y después se marchó del escenario. Meredith se sentó frente a Julian, y aunque Brooke no oía lo que decían, aparentemente su marido parecía estar a gusto con ella. Brooke intentó imaginar los nervios que estaría pasando Julian y lo espeluznante e irreal que le parecería todo, y con sólo pensarlo sintió que se mareaba. Se clavó las uñas en las palmas de las manos y rezó para que todo fuera bien.

—¡Cuarenta y cinco segundos y estamos en el aire!

Cuando parecía que sólo habían pasado diez segundos, se hizo un profundo silencio sobre el plató y Brooke vio un anuncio de Tylenol en los monitores que tenía delante. Al cabo de unos treinta segundos, empezaron los acordes iniciales de la cabecera del programa y una voz por los altavoces inició la cuenta atrás. Inmediatamente, toda la sala se quedó quieta y en silencio, excepto Meredith, que dio un último repaso a las notas y se pasó la lengua por los incisivos, para comprobar que no los tenía manchados de pintalabios.

—Cinco, cuatro, tres, dos, ¡en el aire!

En el momento exacto en que la voz dijo la palabra «en», se encendieron los colosales focos del plató y todo el estudio quedó inmerso en una luz intensa y caliente. En el mismo instante, Meredith compuso una amplia sonrisa, se volvió hacia la cámara donde parpadeaba una luz verde y empezó a leer del teleprompter.

—¡Bienvenidos otra vez! Para los que os acabáis de incorporar al programa, hoy tenemos la suerte de tener entre nosotros a una de las principales estrellas emergentes del panorama musical actual: el cantante y compositor Julian Alter. Participó en una gira con Maroon 5, antes de hacer la suya propia, y colocó su primer álbum en el número cuatro de la lista de
Billboard
en la primera semana. —Se volvió hacia Julian con una sonrisa todavía más amplia—. Y acaba de regalarnos una magnífica interpretación de su tema
Por lo perdido
. ¡Has estado estupendo, Julian! Gracias por estar hoy aquí con nosotros.

Él sonrió, pero Brooke reconoció las líneas de tensión alrededor de los labios y la fuerza con que la mano izquierda se aferraba al apoyabrazos del sillón.

—Gracias por haberme invitado. Estoy muy contento de haber venido.

—Tengo que decirte que me ha encantado tu canción —dijo Meredith con entusiasmo.

Brooke estaba fascinada por el modo en que el maquillaje de la presentadora resultaba artificial como una máscara en persona, pero parecía fresco y natural en la imagen del monitor.

—¿Puedes hablarnos un poco de lo que te inspiró a componerla?

Al instante, la expresión de Julian cobró vida y todo su cuerpo pareció relajarse, mientras describía las circunstancias que lo habían llevado a componer
Por lo perdido
.

Los cuatro minutos siguientes transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Julian respondió sin esfuerzo a las preguntas sobre su descubrimiento, el tiempo que le había llevado grabar el álbum y cómo se había tomado la repentina fama y la increíble atención que había suscitado su disco. Las clases que había recibido de los expertos de la casa discográfica definitivamente habían merecido la pena. Respondió con gracia y con modestia, y en ningún caso pareció que sus respuestas hubieran sido redactadas por un equipo de profesionales (aunque la verdad era otra). Todo el tiempo le sostuvo la mirada a la presentadora, mantuvo una actitud informal pero respetuosa y, en un momento, sonrió con una expresión tan encantadora que la propia Meredith Vieira soltó una risita y dijo:

—Ahora entiendo por qué tienes tanto éxito con las chicas.

Sólo cuando Meredith levantó un ejemplar de una revista del corazón sin identificar que tenía sobre la mesa, con la portada hacia abajo, y la abrió por una página marcada, Julian dejó de sonreír.

Brooke recordó la noche en que Julian había vuelto de sus clases sobre las relaciones con la prensa y le había contado que en aquella ocasión había aprendido lo más importante de todo:

—No estás obligado a responder lo que te preguntan. Si no te gusta la pregunta que te han hecho, sigues como si nada y respondes a la pregunta que te gustaría que te hicieran, aunque no tenga la menor relación con lo que te han preguntado. Lo único importante es que transmitas la información que tú quieres transmitir. Tienes que hacerte con el control de la entrevista. No debes dejar que te obliguen a confesar cosas desagradables o incómodas. Simplemente tienes que sonreír y cambiar de tema. La responsabilidad de que la entrevista resulte amena y fluida es del presentador, y él no va a regañarte porque te niegues a responder una pregunta. ¡Una entrevista en un programa matinal no es un debate presidencial! Mientras sonrías y parezcas relajado, todo irá bien. Nadie te acorralará ni te hará pasar vergüenza, si sólo respondes a las preguntas que tú quieres.

Parecía como si hubiera pasado al menos un año desde aquella noche, y Brooke rezaba para que Julian sintiera aquella mañana la misma confianza. «Cíñete al guión —le dijo mentalmente— y no dejes que la presentadora note que estás sudando».

Meredith dobló la revista, que para entonces Brooke reconoció como
US Weekly
, y le enseñó una página a Julian. Le señaló entonces una foto en la esquina superior derecha, lo que para Brooke fue el primer indicio de que no se trataba de la infame fotografía con Layla. Julian sonrió, pero parecía desconcertado.

—Ah, sí —dijo, sin responder a nada, ya que Meredith todavía no le había hecho ninguna pregunta—. Mi preciosa esposa.

«¡Oh, no!», pensó Brooke. Meredith le estaba enseñando una foto de Brooke y Julian con los brazos entrelazados, sonriendo felizmente a las cámaras. La imagen apareció en el monitor y Brooke pudo ver los detalles: ella, con su sempiterno vestido negro de punto, y Julian, con aspecto de sentirse incómodo con una camisa y unos pantalones de vestir, ambos con sendas copas de vino en la mano. ¿Dónde estaban? Brooke se inclinó hacia adelante en la silla para ver mejor el monitor más cercano y de pronto lo comprendió. ¡Era la fiesta de los sesenta y cinco años de su padre! Habían debido de tomar la fotografía poco después de que Brooke pronunciara su pequeño discurso para el brindis, porque Julian y ella estaban de pie, mientras que el resto de los comensales permanecían sentados. ¿Quién diablos habría hecho aquella foto y, más importante aún, para qué la querría
US Weekly
?

Entonces la cámara se movió ligeramente hacia abajo y Brooke pudo ver que la foto tenía un pie de ilustración, que decía: «¿En la dulce espera, con una copa en la mano?» Sintió de inmediato una horrible sacudida de angustia en el estómago, al darse cuenta de que probablemente el último número de
US Weekly
había salido ese mismo día y que nadie del equipo de Julian lo habría visto aún.

—Sí, he leído que Brooke y tú lleváis… ¿cuánto? ¿cinco años casados? —preguntó Meredith, mirando a Julian.

Él asintió con un gesto, claramente preocupado por el rumbo que podía tomar aquella línea del interrogatorio.

Meredith se inclinó un poco más hacia Julian y, con una gran sonrisa, le dijo:

—Entonces, ¿puedes confirmarlo aquí, como primicia?

Julian la siguió mirando a los ojos, pero parecía tan desconcertado como Brooke. ¿Qué era lo que tenía que confirmar? Brooke sabía que Julian no había procesado lo de la «dulce espera» y que probablemente estaría pensando que Meredith le preguntaba por el estado de su matrimonio.

—Perdón, ¿qué has dicho?

Se suponía que no debía titubear en las respuestas, pero Brooke no lo culpaba. ¿Cuál era exactamente la pregunta?

—Bueno, no pudimos dejar de preguntarnos si esa barriguita de tu mujer no será la señal de que estáis a punto de darnos una buena noticia.

Meredith sonrió todavía más, como si la respuesta afirmativa fuera una mera formalidad y ni siquiera hiciera falta formular la pregunta.

Brooke inhaló bruscamente una bocanada de aire. Decididamente, no era lo que esperaba, y el pobre Julian estaba tan poco preparado para hablar de enigmáticas «buenas noticias» como para responder a la pregunta en ruso. Además, era posible que Brooke no estuviera en el mejor momento de forma de su vida, pero tampoco podía decirse que pareciera embarazada. Todo se debía una vez más al ángulo de la foto, que había sido tomada desde abajo y resaltaba el abullonado de la tela del vestido en torno a la cintura. ¿Y qué?

BOOK: La última noche en Los Ángeles
4.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Saturn by Ben Bova
Purgatory Chasm: A Mystery by Steve Ulfelder
The Gorgeous Girls by Marie Wilson
Bride of Thunder by Jeanne Williams
A Prince among Frogs by E. D. Baker
Blind Man With a Pistol by Chester Himes
TAG by Ryan, Shari J.
The Drowner by John D. MacDonald