La velocidad de la oscuridad (23 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—Pero si un nuevo sistema informático puede hacerlo mejor...

—Eso no importa. Siempre hay algo. Lou, no importa si un ordenador u otra máquina u otra persona puede hacer cualquier tarea concreta que tú haces... hacerlo más rápido o con más precisión o como sea... Una cosa que nadie puede hacer mejor que tú es ser tú.

—Pero ¿de qué sirve si no tengo trabajo? Si no puedo conseguir un empleo...

—Lou, eres una persona: un individuo como no hay nadie más. Eso es lo bueno, tengas trabajo o no.

—Soy una persona autista —he dicho yo—. Eso es lo que soy. Tengo que tener algún medio... Si me despiden, ¿qué más puedo hacer?

—Montones de personas pierden el trabajo y encuentran otro. Tú puedes hacer lo mismo, si es necesario. Si quieres. Puedes elegir hacer el cambio; no tienes que dejar que te golpeen en la cabeza. Es como la esgrima: puedes ser el que fija la pauta y el que la sigue.

Reproduzco la cinta varias veces, intentando encajar tonos con palabras y con expresiones tal como las recuerdo. Ellos me han dicho varias veces que me buscara un abogado, pero no estoy preparado para hablar con alguien que no conozco. Es difícil explicar lo que estoy pensando y lo que ha sucedido. Quiero resolverlo por mí mismo.

Si no hubiera sido lo que soy, ¿qué hubiera sido? He pensado eso en ocasiones. Si hubiera encontrado un modo fácil de comprender lo que decía la gente, ¿habría querido escuchar más? ¿Habría aprendido a hablar con más facilidad? Y aparte de eso, ¿habría tenido más amigos, habría sido incluso popular? Intento imaginarme a mí mismo de niño, como un niño normal, charlando con la familia y los profesores y los compañeros de clase. Si hubiera sido ese niño en vez de ser yo mismo, ¿habría aprendido matemáticas tan fácilmente? ¿Habrían sido tan obvias para mí las grandes y complicadas construcciones de la música clásica al oírlas por primera vez? Recuerdo la primera vez que escuché la
Tocata y fuga en re menor
de Bach... la intensidad de la alegría que sentí. ¿Hubiese podido hacer el trabajo que hago? ¿Y qué otro trabajo hubiese podido hacer?

Es más difícil imaginar un yo diferente ahora que soy adulto. De niño, sí que me imaginaba a mí mismo en otros papeles. Pensaba que me volvería normal, que algún día podría hacer lo que todos los demás hacían tan fácilmente. Con el tiempo, esa fantasía se fue apagando. Mis limitaciones eran reales, inmutables, gruesos trazos negros alrededor del contorno de mi vida. A lo único que juego es a ser normal.

Lo único en lo que todos los libros estaban de acuerdo era en la permanencia del déficit, como ellos lo llamaban. La intervención a tiempo podía aliviar los síntomas, pero el problema central permanecía. Yo sentía ese problema central diariamente, como si tuviera una gran piedra redonda en el centro de mí mismo, una presencia pesada y molesta que influía en todo lo que hacía o intentaba hacer.

¿Y si no estuviera allí?

Dejé de leer sobre mi discapacidad cuando terminé los estudios. No tenía formación como químico, bioquímico o genetista... Aunque trabajo para una compañía farmacéutica, sé poco de medicamentos. Sólo conozco las pautas que fluyen a través de mi ordenador, las que encuentro y analizo, y las que ellos quieren que cree.

No sé cómo las otras personas aprenden cosas nuevas, pero la forma en que yo las aprendo funciona para mí. Mis padres me compraron una bicicleta cuando tenía siete años e intentaron enseñarme a manejarla. Querían que me sentara y pedaleara mientras ellos sujetaban la bici, y que luego empezara a manejarla yo solo. Los ignoré. Estaba claro que manejarla era lo importante y más difícil, así que aprendería eso primero.

Caminé con la bici por el patio, sintiendo cómo el manillar temblaba y se retorcía y se agitaba cuando la rueda delantera pasaba por encima de la hierba y las piedras. Luego me monté a horcajadas y recorrí el mismo camino, manejándola, haciéndola caer, levantándola de nuevo. Finalmente bajé la pendiente de nuestro camino de acceso, virando de un lado a otro, los pies despegados del suelo pero listos para parar. Y por último pedaleé y nunca volví a caerme.

Todo es saber por dónde empezar. Si empiezas por el lugar adecuado y sigues todos los pasos, llegarás hasta el final adecuado.

Si quiero comprender lo que puede hacer este tratamiento que hará rico al señor Crenshaw, entonces necesito saber cómo funciona el cerebro. No con los términos vagos que utiliza la gente, sino cómo funciona de verdad como una máquina. Es como el manillar de la bicicleta, es la forma de guiar a toda la persona. Y necesito saber lo que son realmente los medicamentos y cómo funcionan.

Todo lo que recuerdo del cerebro del colegio es que es gris y usa un montón de glucosa y oxígeno. No me gustaba la palabra
glucosa
cuando estaba en el colegio. Me hacía pensar en algo parecido al pegamento, y no me gustaba pensar en mi cerebro usando pegamento. Quería que mi cerebro fuera como un ordenador, algo que funcionara bien por sí mismo y no cometiera errores.

Los libros decían que el problema del autismo estaba en el cerebro, y eso me hacía sentirme como un ordenador defectuoso, algo que debería ser devuelto o desguazado. Todas las intervenciones, todo el entrenamiento eran programas destinados a hacer que un mal ordenador funcionara bien. Nunca lo hace, y yo no lo hice tampoco.

11

Están sucediendo demasiadas cosas, demasiado rápido. Parece que la velocidad de los acontecimientos es más rápida que la de la luz, pero sé que eso no es objetivamente cierto. «Objetivamente cierto» es una expresión que encontré en uno de los textos que he estado intentando leer en la red. Subjetivamente ciertas, decía ese libro, es lo que las cosas le parecen al individuo. A mí me parece que están sucediendo demasiadas cosas tan rápido que no se pueden ver. Están sucediendo por delante de la conciencia, en la oscuridad que siempre es más rápida que la luz porque llega allí primero.

Me siento al ordenador, tratando de encontrar una pauta en esto. Encontrar pautas es mi habilidad. Creer en pautas (en la existencia de las pautas) es al parecer mi credo. Forma parte de quien soy. Según el autor del libro, el modo de ser de una persona depende de la genética, la educación y el entorno de esa persona.

Cuando era niño, encontré en la biblioteca un libro que trataba de escalas, desde la más pequeña a la más grande. Me pareció el mejor libro del edificio; no comprendía por qué otros niños preferían libros sin ninguna estructura, meras historias de complicados sentimientos y deseos humanos. ¿Por qué leer sobre un niño imaginario que entraba en un equipo de fútbol ficticio era más importante que saber cómo las estrellas de mar y las estrellas encajaban en la misma pauta?

Quien yo era pensaba que las pautas abstractas de números eran más importantes que las pautas abstractas de relaciones. Los granos de arena son reales. Las estrellas son reales. Saber cómo encajaban me producía una sensación cálida, cómoda. La gente que me rodeaba era bastante difícil de comprender, imposible de comprender. La gente de los libros tenía aún menos sentido.

Quien yo soy ahora piensa que si la gente se pareciera más a los números sería más fácil de comprender. Pero quien soy ahora sabe que no son números. Cuatro no es siempre la raíz cuadrada de dieciséis, no con los cuatros y dieciséis humanos. Las personas son personas, complicadas y mutables. Se combinan de manera diferente unas con otras día a día, incluso de hora en hora. Yo tampoco soy un número. Soy el señor Arrendale para el agente de la policía que investiga los daños a mi coche y Lou para Danny, aunque Danny es también agente de policía. Soy Lou-el-tirador para Tom y Lucía y Lou-el-empleado para el señor Aldrin y Lou-el-autista para Emmy del Centro.

Me marea pensar en eso, porque por dentro me considero una sola persona, no tres o cuatro o una docena. El mismo Lou, saltando en el trampolín o sentado en mi oficina o escuchando a Emmy o tirando con Tom o mirando a Marjory y sintiendo esa cálida sensación. Las sensaciones me cubren como luz y sombra sobre un paisaje un día de viento. Las colinas son iguales, estén a la sombra de una nube o a la luz del sol.

En las imágenes aceleradas de nubes cruzando el cielo he visto pautas: nubes creciendo a un lado y disolviéndose en el aire al otro, donde las colinas forman una cordillera.

Estoy pensando en pautas en el equipo de esgrima. Tiene sentido que quien rompió mi parabrisas anoche supiera dónde encontrar ese parabrisas concreto que quería romper. Sabía que yo estaría allí, y sabía cuál era mi coche. Era la nube, formándose en la cordillera y volando en el aire. Donde yo estoy, está él.

Cuando pienso en la gente que conoce mi coche de vista y la gente que sabe adónde voy los miércoles por la noche, las posibilidades se reducen. La evidencia se concreta en un punto, arrastrando consigo un nombre. Es un nombre imposible. Es el nombre de un amigo. Los amigos no rompen los parabrisas de los amigos. Y no tiene motivos para estar enfadado conmigo, aunque esté enfadado con Tom y Lucía.

Debe de ser otra persona. Aunque soy bueno con las pautas, aunque he pensado en esto cuidadosamente, no puedo confiar en mis razonamientos cuando se refieren al comportamiento de la gente. No comprendo a la gente normal; no siempre encaja en pautas razonables. Tiene que ser otra persona, alguien que no es un amigo, alguien a quien no le caigo bien y que está enfadado conmigo. Necesito encontrar esa otra pauta, no la obvia, que es imposible.

Pete Aldrin examinó el último directorio de la compañía. Hasta el momento los despidos eran todavía un mero goteo insuficiente para despertar la atención de los medios, pero al menos la mitad de los nombres conocidos ya no estaban en la lista. Pronto empezaría a correrse la voz. Betty, de Recursos Humanos... prejubilada. Shirley, de Contabilidad...

La cuestión era que tenía que fingir que estaba ayudando a Crenshaw, no importaba lo que hiciera. Mientras pensara en oponerse a él, un nudo de miedo helado en el estómago le impedía a Aldrin hacer nada. No se atrevía a pasar por encima de Crenshaw. No sabía si el jefe de Crenshaw conocía también el plan, o si todo había sido idea de Crenshaw. No se atrevía a confiar en ninguno de los autistas; ¿quién sabía si comprendían la importancia de guardar un secreto?

Estaba seguro de que Crenshaw no había consultado aquello con las altas esferas. Crenshaw quería ser considerado un solucionador de problemas, un ejecutivo con visión de futuro, alguien que dirigía con eficiencia su propio imperio. No hacía preguntas, no pedía permiso. Aquello podía ser una pesadilla de publicidad negativa si se filtraba; alguien de más arriba tendría que haberse dado cuenta. Pero ¿de qué alta esfera? Crenshaw contaba con que no habría ninguna publicidad, ninguna filtración, ningún chismorreo. Eso no era razonable, aunque tuviera amordazado a todo el mundo en su división.

Y si Crenshaw caía y Aldrin era considerado su colaborador, entonces también perdería el trabajo.

¿Qué hacía falta para convertir la Sección A en un grupo de sujetos de investigación? Tendrían que tomarse tiempo libre del trabajo, ¿cuánto? ¿Se esperaba que acortaran las vacaciones y sus bajas por enfermedad para eso, o les daría permiso la compañía? Si hacía falta un tiempo de permiso adicional, ¿qué pasaría con las pagas? ¿Y la antigüedad? ¿Y las cuentas de su sección... se pagarían con los fondos disponibles o provendrían de Investigación?

¿Había hecho ya Crenshaw tratos con alguien de Recursos Humanos, de Contabilidad, de Legal, de Investigación? ¿Qué clase de trato? No quería usar el nombre de Crenshaw al principio: quería ver qué reacción causaba sin usarlo.

Shirley estaba todavía en Contabilidad. La llamó.

—Recuérdeme qué clase de papeleo debo hacer si se traslada a alguien a otra sección —dijo para empezar—. ¿Lo descuento de mi presupuesto inmediatamente, o qué?

—Las transferencias están inmovilizadas —contestó Shirley—. Esta nueva dirección... —Aldrin oyó cómo tomaba aire—. ¿No ha recibido el memorándum?

—Creo que no. Entonces... si tenemos un empleado que quiere formar parte de un protocolo de investigación, ¿no podemos transferir su paga a Investigación?

—¡Santo cielo, no! —dijo Shirley—. Tim McDonough... ya sabe, el jefe de Investigación, colgaría su pellejo de la pared en un santiamén.

Al cabo de un instante, ella preguntó:

—¿Qué protocolo de investigación?

—Para un nuevo medicamento.

—Oh. Bueno, si tiene un empleado que quiere seguirlo, tendrá que hacerlo como voluntario: la paga es de cincuenta dólares por día para protocolos que requieren ingreso hospitalario, y de veinticinco dólares al día para el resto, con un mínimo de doscientos cincuenta dólares. Naturalmente, además, durante los ingresos clínicos tendrían comida y alojamiento y todo el apoyo médico necesario. Yo no me dedicaría a probar un medicamento por eso, pero el comité de ética dice que no tiene que haber incentivo económico.

—Bueno... pero ¿seguirían cobrando su salario?

—Sólo si siguen trabajando o si es en temporada de vacaciones —dijo Shirley. Se echó a reír—. La compañía ahorraría dinero si pudiéramos hacer que todo el mundo se convirtiera en sujeto de investigación y sólo pagara las dietas, ¿no? La contabilidad sería mucho más sencilla. Gracias a Dios, no puede hacerlo.

—No, supongo que no —dijo Aldrin.

Entonces, se preguntó, ¿qué pretendía hacer Crenshaw con el salario y las pagas por investigación? ¿Quién estaba financiando aquello? ¿Y por qué no lo había pensado antes?

—Gracias, Shirley —dijo, distraído.

—Buena suerte.

Suponiendo que siguieran el tratamiento, advirtió entonces, no tenía ni idea de cuánto duraría. ¿Constaba ese dato en el material que le había dado Crenshaw? Lo buscó y lo leyó con atención, los labios fruncidos. Si Crenshaw no había llegado a ningún acuerdo para que Investigación se encargara del salario de la Sección A, estaba convirtiendo a personal técnico con experiencia en ratas de laboratorio mal pagadas... y aunque salieran del hospital al cabo de un mes (la estimación más optimista de la propuesta), eso ahorraría... un montón de dinero. Comprobó las cifras. Parecía un montón de dinero, pero no lo era, teniendo en cuenta los riesgos legales que correría la compañía.

No conocía a ningún alto cargo de Investigación, sólo a Marcus, de Soporte de Datos. De vuelta a Recursos Humanos... Como Betty ya no estaba, trató de recordar los otros nombres. Paul. Debra, Paul estaba en la lista; Debra no.

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