Read Las cuatro postrimerías Online

Authors: Paul Hoffman

Tags: #Fantástico, Aventuras

Las cuatro postrimerías (3 page)

BOOK: Las cuatro postrimerías
5.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Una vez pasado el Gran Compañón, la pendiente se hacía más pronunciada, aunque no en exceso. Pese a lo alto que era, el monte del Tigre no resultaba especialmente difícil de ascender. Aquel paisaje ya más regular estaba lleno de pequeños agujeros, que eran las entradas desmoronadas a los depósitos de sal que se hallaban a una profundidad de entre diez y treinta metros. Pese a su malhumor y completo silencio, Cale no podía evitar distraerse ante los curiosos rasgos de aquel paisaje sagrado. Pero si bien el recorrido carecía de grandes barrancos y riscos peligrosos, la marcha se volvía inevitablemente más empinada, y no tardaron en verse obligados a desmontar e ir tirando de los caballos por difíciles caminos. Al final llegaron a un paso estrecho flanqueado por dos paredes verticales de piedra.

Bosco ordenó a sus hombres levantar el campamento, aunque la tarde acababa de comenzar. A continuación se volvió hacia Cale y le habló directamente por segunda vez.

—Los demás se quedarán aquí; nosotros debemos seguir, porque hay algo que tengo que mostraros. También hay algo que quisiera que os quedara muy claro: el único modo de volver por esta parte de la montaña es a través de este paso, y si intentáis volver solo, ya sabéis lo que ocurrirá.

Con esta suave advertencia, Bosco empezó a caminar por el paso y Cale lo siguió. Fueron ascendiendo durante treinta minutos, Cale siempre diez pasos por detrás de su antiguo maestro, hasta que llegaron a una plataforma que se hallaba a unos seis metros de altura. A un lado se distinguía un altar de piedra sencillo pero de hermosa factura.

—Aquí fue donde Jefté cumplió la promesa que le había hecho al Señor y sacrificó a su única hija. —Su tono de voz era extraño, pero en absoluto reverencioso.

—Y me imagino —repuso Cale— que la mancha de ese lado es de la sangre de ella. Debe de haber sido de muy buena calidad, ya que sigue ahí, en medio de la montaña, mil años después de que fuera derramada.

—Todo es posible para Dios. —Se miraron el uno al otro durante un instante, tras el cual Bosco reconoció—: En realidad nadie sabe dónde la mató. Este altar fue construido en provecho de los fieles, a algunos de los cuales se les permite venir hasta aquí en Viernes Malo. Al día siguiente de la visita de los fieles viene un pintor y vuelve a pintar la mancha de sangre para que el tiempo vuelva a emborronarla antes del año siguiente.

—O sea que no es verdad.

—¿Qué es la verdad? —preguntó Bosco sin esperar respuesta.

Dos horas después, se encontraban a unos quinientos metros de la línea de las nieves, en el último ascenso antes de poder hablar con el propio Dios. Pero fue justo allí donde Bosco se volvió a un lado y empezó a caminar bordeando la montaña, en paralelo a la nieve. Allí la falta de oxígeno hacía el camino más duro pese a que ya no iban subiendo. A Cale le empezaba a doler la cabeza. Al seguir a Bosco en torno a un pequeño risco, lo perdió de vista por un momento, y cuando volvió a verlo casi se choca contra él. Bosco se había detenido y estaba observando con mucha atención una roca plana que sobresalía de la montaña en voladizo, como si fuera el arranque de un puente abandonado.

—Éste es el Gran Promontorio, donde Satanás tentó al Ahorcado Redentor ofreciéndole el dominio sobre todo el mundo. —Se volvió para mirar a Cale—. Quiero que vengáis conmigo hasta ahí —le dijo señalando el extremo del saliente.

—Vos primero.

Bosco sonrió.

—Pongo mi vida en vuestras manos tanto como vos la vuestra en las mías.

—No tanto —repuso Cale—, ya que ahí abajo hay treinta guardias con la mente llena de malvadas intenciones.

—De acuerdo, pero ¿creéis que me habría tomado tanto trabajo sólo para arrojaros montaña abajo?

—Yo no pierdo el tiempo pensando en qué pensáis vos.

En el pasado, Bosco habría apaleado severamente a Cale por haberle respondido de aquel modo. Y Cale se lo habría consentido. Fue en aquel momento cuando Cale comprendió algo, aunque no hubiera podido decir qué exactamente, con respecto a la magnitud del cambio que había tenido lugar entre ellos en tan sólo unos meses.

—¿Y si digo que no?

—No podré obligaros, y no lo intentaré.

—Pero me haréis matar.

—Os aseguro sinceramente que no. Pero no importa lo grande que sea vuestro odio hacia mí, algo que me duele profundamente, pues a estas alturas ya habréis comprendido que vos y yo estamos ligados por lazos inquebrantables... Si no me equivoco, más o menos ésa fue la expresión con que os dirigisteis a Arbell Materazzi cuando abandonamos Menfis.

Es posible que Bosco se diera cuenta de lo poquísimo que faltaba para que Cale se abalanzara sobre él y le rompiera el cuello. Pero, si se dio cuenta, no dio muestras de ello. Sin embargo, había una fuerte ansiedad en él: la ansiedad, incomprensible para Cale, propia de alguien que desea con todas sus fuerzas ser creído, ser comprendido, y que teme no serlo.

—Además —añadió Bosco—, tengo que deciros algo sobre vuestro padre y vuestra madre.

Y diciendo esto, avanzó unos pasos por el rugoso granito del Gran Promontorio. Cale lo observó durante un momento, anonadado como se suponía que tenía que estar con lo que había dicho Bosco. No resulta fácil imaginar lo que sentía en ese momento alguien como Cale, para quien la noción de padre y madre era tan abstracta como lo pueda ser la de mar para un campesino de tierra adentro. ¿Qué podía sentir tal persona en el momento en que le dijeran que el océano se hallaba justo al otro lado de la siguiente colina? Cale entró en el saliente con mucha más cautela que Bosco, pues aunque no tenía vértigo a las alturas, éstas tampoco le hacían gracia. Además, al caminar sobre el saliente éste parecía aún más frágil que cuando se hallaba de pie delante de él. Cuando se acercó a Bosco por detrás, su antiguo maestro se hizo a un lado tan descuidadamente como si estuviera en medio del campo de entrenamiento del Santuario, y le hizo a Cale un gesto para que se colocara a su lado, a unos pocos centímetros del aterrador vacío que se abría a sus pies.

Cale echó una mirada al mundo, sintiéndose sostenido en mitad del cielo. El corazón le palpitaba y tenía los ojos completamente abiertos de asombro. Dominaba a su alrededor una gran extensión, bajo el vasto cielo azul y sobre la tierra amarilla, que se torcía al encuentro del cielo en el arco formado por una neblina temblorosa y amoratada. Parecía como si tuviera a sus pies el mundo entero, y no sólo una porción en forma de media luna de unos ochenta kilómetros. Bosco permaneció callado durante varios minutos, mientras Cale se sentía apabullado por la enormidad. Por fin, Cale se volvió de cara a Bosco:

¿Y...?

—Lo primero: vuestros padres. He oído los rumores —se detuvo durante un instante—, los rumores que corrían por Menfis no mucho después de que matarais a Solomon Solomon.

—Tuvo lo que se merecía, cosa que no puede decirse de los hombres que me hicisteis matar vos.

De todos los recuerdos desagradables que compartían ambos, aquél era el peor. Convencido de que las dotes asesinas de Cale estaban inspiradas por Dios, no se le había pasado por la cabeza a Bosco que obligarle a luchar a muerte con media docena de soldados experimentados, si bien caídos en desgracia, podía resultar profundamente traumático para un niño de doce (o tal vez trece) años, por muy dotado para la lucha o muy insensible que fuera.

—Tuve el corazón en un puño durante cada segundo en el que pensé que os hallabais en peligro.

Esto no era tan falso corno podría parecer. Al principio él había contemplado extasiado las sangrientas pruebas del talento que el muchacho tenía para reatar. Su actuación era de una excelencia que sólo podía explicarse por inspiración divina. Pero después de la sexta muerte, Bosco pensó que tal vez Dios pudiera molestarse ante aquella necesidad de exigir pruebas por parte de Bosco, y podría castigar su atrevimiento permitiendo que Cale cayera herido. Nada más comprender que estaba actuando con demasiado atrevimiento, Bosco sintió un temor repentino por Cale, y mandó poner fin a la matanza.

Fue más la sorpresa que la propia contención lo que le impidió a Cale tirarlo del Gran Promontorio para abajo en aquel mismo instante. El hombre que lo había apaleado por el más leve motivo que pudiera encontrar una mente retorcida, y la mitad de las veces sin ningún motivo en absoluto, le mostraba ahora que se preocupaba por él con pruebas que habrían penetrado el más duro de los corazones. Pero el corazón de Cale era sumamente duro, y si ahora dejaba vivir a Bosco era sólo porque su curiosidad superaba a su odio. Además, allí abajo seguían esperándolo una treintena de bastardos.

—Contadme lo de los rumores.

—Después de que matarais a Solomon Solomon, empezó a correr el rumor de que los redentores os habían cogido cuando erais un bebé, de una familia directamente emparentada con el Dogo de Menfis. En suma: que erais un Materazzi, y no de los de poca monta.

¿Puede el silencio expresar el más profundo asombro? Cualquiera que se hubiera hallado ante el Gran Promontorio en aquel momento habría dicho que sí.

—¿Es verdad eso? —A su pesar, la voz de Cale salió tan floja corno un leve susurro. Hubo una breve pausa.

—Desde luego que no. Vuestros padres eran campesinos analfabetos, que no tenían la menor importancia en ningún sentido.

—¿Los matasteis?

—No: ellos os vendieron a los redentores, y afortunadamente, por seis peniques.

Hasta Bosco se quedó sorprendido por las sonoras carcajadas que siguieron a aquella frase.

—Creí que os sentiríais decepcionado. Por lo de los Materazzi, me refiero. Pero ¿os gusta haber sido vendido por seis peniques?

—No importa lo que me guste. ¿Por qué estamos aquí?

Bosco contempló la gran llanura que se extendía a sus pies.

—Cuando Dios decidió crear a la humanidad, tomó una costilla de su primera gran creación, el ángel Satanás. Y de la costilla de Satanás formó el primer hombre, que salió del polvo de la tierra. Molesto porque Dios, sin consultarle, le hubiera quitado una costilla mientras dormía, Satanás se rebeló contra el Señor y fue expulsado del cielo. Pero a Dios le dio lástima la humanidad porque se había equivocado al hacerla de una costilla de un servidor tan poco fiel. Y como había sido un error del Señor, éste envió muchos profetas para salvar a la humanidad de su propia naturaleza, esperando de ese modo sacar a la luz todas esas cosas buenas de las que la humanidad había sido formada. Al final, como recurso desesperado, envió a su propio hijo para salvarlos. —Bosco se volvió ligeramente: tenía una expresión de profundo asombro, y los ojos llenos de lágrimas—. Pero ellos lo ahorcaron.

Volvió a quedarse completamente callado durante dos o tres minutos.

—El Señor Dios lamentó esta terrible herida durante mil años, pues Dios es amor. En todo ese tiempo le dio vueltas en la mente a todo lo que los hombres tenían de bueno, y eso fue un acto de bondad. Pero siempre podía ver y oír el enfrentamiento insoportable entre lo que los hombres tenían de divino y el envenenado error introducido en él por su amorosa pero terrible equivocación.

De nuevo hizo una breve pausa, mientras contemplaba el vertiginoso paisaje que se extendía a sus pies. Cuando volvió a hablar, el tono de su voz era aún más suave y más razonable.

—El corazón de un hombre es cosa pequeña, pero contiene enormes deseos. No es lo bastante voluminoso para servir de cena a un perro, pero es demasiado grande para que el mundo entero pueda saciarlo. El hombre no perdona nada que esté vivo: mata para alimentarse, mata para vestirse, mata para adornarse, mata para atacar, mata por defenderse, mata por instruirse, mata por divertirse, mata por el gusto de matar... Al cordero le saca las entrañas y hace resonar su arpa con ellas; al lobo le extrae su diente más mortífero para pulir hermosas obras de arte; al elefante los colmillos para hacer juguetes para sus hijos.

Bosco se volvió otra vez hacia Cale. Sus ojos brillaban con todo el amor y la esperanza de un padre amantísimo que necesita ser comprendido por la persona que más quiere en el mundo.

—¿Y quién exterminará a quien extermina a todos los demás? Vos. Vos sois el encargado de matar al hombre. De la Tierra entera vos haréis un enorme altar sobre el que todo lo que vive será sacrificado. Sin límite, sin medida, sin pausa, hasta la aniquilación de todas las cosas, hasta que el mal se haya extinguido, hasta la muerte de la muerte.

Bosco sonrió a Cale con una sonrisa tolerante, comprensiva.

—¿Que por qué haréis algo tan terrible? Porque está en vuestra naturaleza hacerlo. Vos no sois un hombre, vos sois la ira de Dios hecha carne. Lleváis en vos la suficiente humanidad como para desear ser alguien diferente de quien sois. Queréis amar, queréis mostrar bondad, queréis tener piedad. Pero en el fondo del corazón sabéis que no sois nada de eso. Por eso la gente os odia y por eso os temen más cuanto más intentáis amarlos. Por eso os traicionó esa chica y por eso os traicionarán siempre mientras viváis. Vos sois un lobo que se hace pasar por cordero ante sí mismo.

»¿De dónde, si no, creéis que sale vuestra habilidad para la lucha y la muerte? Vos matáis con la misma facilidad con que otros respiran. Os presentáis en la mayor ciudad del mundo y pese a todas vuestras buenas intenciones tan sólo os cuesta seis meses dejarla en ruinas. Vos no acarreáis el desastre: vos sois el desastre. Os guste o no, vos sois el Tétrico: el Ángel de la Muerte. Pero si no os gustara, tendríais que acostumbraros a caminar entre gentes que os despreciarían, y a que todo el mundo intentara mataros sin entender siquiera por qué lo hacen. Venid conmigo ahora, y cuando vuestra misión dé fin, y todo cuanto ahora vive esté ya muerto, volveréis aquí para ser conducido al Reino de los Cielos. Ése será el único modo de que tengáis algún día la mente en paz. Os lo prometo.

Al cabo de tres horas, habían hecho el camino de vuelta hasta donde los esperaban los redentores. Después, un respetuoso Bosco estuvo hablando con un silencioso Cale hasta bien entrada la noche.

—¿Sabéis por qué os hizo Dios? —Se trataba de una cita reconocible al instante que provenía del
Catecismo del Ahorcado Redentor
.

Cale recitó de memoria su cauta respuesta:

—Él nos hizo para que lo conozcamos y lo amemos.

—¿Pensáis que a Dios le salió bien el hombre?

—No según mi experiencia —respondió Cale—. Pero tal vez yo haya tenido mala suerte.

BOOK: Las cuatro postrimerías
5.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ciji Ware by Midnight on Julia Street
Whispering Back by Adam Goodfellow
The Railroad by Neil Douglas Newton
Little Joe by Sandra Neil Wallace
Bad Moon Rising by Loribelle Hunt
Full Moon by W.J. May
Unbroken by Jasmine Carolina
Grist 01 - The Four Last Things by Hallinan, Timothy