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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (33 page)

BOOK: Libros de Luca
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—Era totalmente ajeno a ello —añadió Paw.

—Mi percepción fue que podía controlar la fuerza de las descargas de energía —intervino Katherina—, tal como uno puede acentuar el texto con más o menos fuerza. El alcance que tiene a su disposición es, sencillamente, mucho más grande. —Todos los demás se habían dado la vuelta para mirarla, pero no parecían haber comprendido las implicaciones de lo que ella estaba diciendo—. Si los fenómenos ocurren durante las más violentas descargas, como yo noté que ocurría, él es también capaz de impedir que ocurran. —Levantó el dedo índice antes de que los otros pudieran decir algo—. Por otro lado, no creo que pueda controlar la energía una vez que ésta ha sido liberada.

Todos guardaron silencio unos instantes. Entonces Kortmann abrió los brazos con las manos extendidas.

—Puras conjeturas —exclamó—. Por ahora no se trata más que de puras conjeturas. La única forma de conseguir respuestas a estos interrogantes es preguntándole cuando se despierte.

Iversen asintió con un movimiento de cabeza.

—Dijiste que había otra cosa que querías comentarme —continuó Kortmann, cruzándose de brazos.

—Le hicimos una visita a Tom Norreskov —dijo Katherina, yendo directamente al grano.

Observó las reacciones de Kortmann y de Clara. Kortmann frunció el ceño por un momento, pero luego abrió mucho los ojos y una mueca de sorpresa apareció en sus labios. Clara pareció haber reconocido el nombre de inmediato y miró hacia el suelo.

—¿No fue el…? —empezó Kortmann.

—Sí, fue expulsado de la Sociedad hace más de veinte años —confirmó Iversen.

Katherina e Iversen describieron la reunión con Norreskov y su teoría sobre la Organización Sombra. Les llevó casi una hora, en la que Katherina explicó cómo ella y Jon habían encontrado а Тоm y su conversación con él. De vez en cuando, Iversen intervenía con observaciones y descripciones de los acontecimientos que respaldaban lo dicho por Tom Norreskov. Durante todo el relato, Kortmann, sentado en su silla de ruedas con una mirada escéptica en la cara, escuchó sin hacer comentarios. Clara daba vueltas por la librería, asintiendo con la cabeza. Paw se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, con aspecto de estar ofendido, probablemente por no haber recibido antes aquella información.

A medida que el relato avanzaba, la corazonada de Katherina de que habían sacado a la luz la verdadera causa tanto de los acontecimientos de hacía veinte años como de los más recientes se veía reforzada. Cualquier laguna que hubiese en la historia, Iversen lograba explicarla, basando sus conocimientos en lo que Luca había hecho o dicho.

Luego se produjo una larga pausa; nadie dijo una palabra. Clara había dejado de caminar de un lado para otro y Paw había inclinado la cabeza hacia el suelo.

—¿Dónde está Norreskov ahora? —preguntó Kortmann.

—Muy probablemente, en su granja —respondió Katherina—. Parecía casi paralizado por la paranoia y probablemente se niegue a abandonar su escondite.

Kortmann sacudió la cabeza.

—Ahora que Luca está muerto, en lo único que puedes apoyar tu teoría es en la imaginación de un ermitaño.

—Pero… —protestó Iversen.

—Puede ocurrir que tu teoría sirva para ciertos hechos aislados. Pero yo estaba allí, hace veinte años. No había ningún indicio de conspiraciones secretas. Y ahí tienes tu prueba. —El hombre de la silla de ruedas hizo un gesto con la cabeza en dirección a Clara, que estaba de pie con los brazos cruzados, mirándolo fríamente—. Tan pronto como la Sociedad Bibliófila se escindió, los ataques cesaron.

—Pero eso sólo demuestra que la Organización Sombra consiguió lo que quería —sugirió Iversen—. Querían debilitar a la Sociedad dividiéndola, y tuvieron más éxito del que podían imaginar.

—Eso es totalmente irreal —dijo Paw—. ¿Organización Sombra? Vaya, eso realmente me asusta. —Sacudió la cabeza—. Amigos, más vale que os controléis un poco.

Por una vez, Kortmann pareció coincidir con el muchacho, y le dirigió un gesto de aprobación con la cabeza.

—¿Y dónde están las pruebas que apunten de forma inequívoca hacia esa Organización Sombra? Es una explicación muy imaginativa, para decirlo delicadamente, sin ningún indicio de que exista…, al contrario que un grupo de receptores, y ya sabemos que éstos tienen potencial. ¿Cómo se supone que podemos encontrar semejante organización, en caso de que exista? ¿Por dónde se supone que debemos empezar a buscar?

—Yo sé dónde —dijo una voz áspera detrás de ellos. Todos se dieron la vuelta para mirar hacia la cama donde Jon se había incorporado y se apoyaba sobre el codo—. Yo sé exactamente por dónde empezar.

Capítulo
22

La sed era lo peor.

A Jon le daba la sensación de que su garganta estaba revestida con un material aislante, esa horrible fibra de vidrio, y le dolía cada vez que tragaba. Una enorme apatía se había apoderado de él, e incluso apoyarse en el codo le requirió un gran esfuerzo. Por eso había permanecido allí tendido, escuchando a los demás, durante un rato antes de hacerse notar. Se había despertado cuando Katherina estaba en mitad de su relato de la visita a Tom Norreskov, y no había sentido necesidad de intervenir hasta ese momento.

Su brazo empezó a temblar y cayó de espaldas otra vez. Varios de los presentes corrieron hacia él. Katherina fue la primera en llegar. Él le sonrió. Le alegraba ver que estaba sana y salva.

—Estoy bien —dijo—. Sólo estoy un poco cansado.

Notó la mano de ella sobre su frente y cerró los ojos.

—¿Tienes dolor? —preguntó Iversen.

Jon sacudió la cabeza.

—¿Podría tomar un poco de agua?

Iversen envió a Paw abajo a buscar agua, una tarea que, evidentemente, no agradó al joven, ya que todos pudieron oír sus gruñidos de descontento mientras bajaba las escaleras.

—¿Recuerdas algo? —preguntó Kortmann con impaciencia. Jon levantó el brazo, se señaló con el dedo la garganta y sacudió la cabeza.

—Fuiste activado —le explicó Iversen—. Y durante la sesión perdiste el conocimiento. Temíamos que no volvieras a despertar.

Jon abrió los ojos y sonrió. No sentía nada especial, aparte de la fatiga y la sed. No había ninguna señal de que hubiera cambiado, y por un momento deseó no tener los poderes, ser una persona normal que podía volver a su antigua vida.

—Eres un transmisor, como tu padre —dijo Iversen con orgullo en su voz—. Y algo más que eso, debo decir.

Paw volvió con un vaso de agua. Jon se apoyó otra vez en un codo y bebió con avidez el agua tibia. Devolvió el vaso y le dirigió al muchacho una inclinación de cabeza como agradecimiento.

—Será mejor que traigas más —sugirió Katherina, y Paw volvió abajo de mala gana.

—No me siento en absoluto diferente —dijo Jon después de aclarar enérgicamente su garganta—. ¿Estás seguro de que ha funcionado?

—Yo diría que sí —exclamó Iversen, riéndose con alivio—. Mucho más allá de nuestras expectativas.

—¿No recuerdas nada en absoluto? —volvió a preguntar Kortmann.

Jon trató de concentrarse, pero estaba demasiado exhausto.

—Recuerdo estar viendo una película —comenzó de manera vacilante—. Y había mucho humo y fuego. —Miró inquisitivamente a Iversen—. ¿Crees que yo lo provoqué?

Iversen asintió con la cabeza.

—Aparentemente, tus poderes pueden manifestarse como descargas de energía de algún tipo, muy probablemente eléctrica. Lo cierto es que produjiste cortocircuitos en los aparatos eléctricos del sótano, lo que hizo que se encendiera un fuego.

Jon observó a los demás. Ninguno de ellos se rió; por el contrario, Clara y Kortmann parecían incómodos incluso por estar con él en la misma habitación. Clara estaba a los pies de la cama, retorciéndose los dedos, mientras que Kortmann permanecía a una cierta distancia con las manos sobre las ruedas de su silla, listo para moverla y alejarse si fuera necesario.

Paw regresó con otro vaso de agua; él también parecía tener miedo de acercarse a Jon. Después de entregarle el vaso, se acarició el brazo derecho con la mano izquierda y se apartó de la cama. El abogado bebió el agua.

—Acabas de decir que sabías dónde podíamos encontrar a la Organización Sombra —dijo Kortmann.

Jon asintió con un movimiento de cabeza.

—Un cliente —explicó con brusquedad—. Alguien que ha mostrado un sospechoso y desmedido interés por apoderarse de Libri di Luca.

Kortmann y Clara intercambiaron miradas perplejas y luego dirigieron los ojos a Jon. Él no se sentía demasiado inclinado a darles más detalles por el momento. En parte, porque estaba demasiado extenuado para un interrogatorio importante y, además, todavía estaba amargado por lo que Remer le había costado, una amargura que podía dar una mala impresión a sus oyentes, que ya se mostraban escépticos.

—No me convence —intervino Paw—. Podría tratarse simplemente de un obsesivo traficante de libros. Si realmente existe una Organización Sombra detrás de todo, ¿por qué habría de interesarse en Libri di Luca?

—Creo que puedo responder a eso —intervino Iversen—. Libri di Luca es una de las librerías anticuarías más antiguas de Copenhague. Los libros que veis aquí y los que hay en el sótano no sólo tienen un valor sentimental para un bibliófilo. Han sido cargados. Durante años los Lectores han estado leyendo estos libros en este mismo sitio. Por razones que no comprendemos del todo, los libros se cargan con cada lectura. Luca incluso tenía la teoría de que esta energía podía acumularse en el edificio mismo. —Kortmann estaba a punto de protestar, pero Iversen levantó la mano pidiendo permiso para continuar—: Tal vez no es una coincidencia que sea más fácil realizar una activación aquí que en otros lugares. Tal vez se deba a los libros mismos, pero también podría ser porque las paredes contienen la energía de generaciones.

—¿Y es esa energía la quejón liberó? —quiso saber Katherina.

—Sí. O él pudo conectarse con ella de alguna manera —respondió Iversen—. Por lo menos eso explicaría por qué la Organización Sombra no sólo está interesada en los libros, sino también en el espacio mismo.

—Pero, entonces, ¿por qué trataron de incendiar la tienda? —preguntó Paw con terquedad.

—Podría haber sido sólo una advertencia —respondió Iversen—. O quizá la energía no desaparece con el fuego.

Jon había vuelto a acostarse. No le daba la sensación de que hubiese interferido en ninguna fuente de energía exterior; en cambio, notaba como si él mismo hubiera sido vaciado de manera tan eficaz que apenas podía mantener los ojos abiertos. Las voces alrededor de él se unían para formar un zumbido y tenía que esforzarse para no quedarse dormido. Creyó escuchar a Katherina que lo llamaba, pero ya no tenía fuerzas para abrir los ojos.

Jon disfrutó al despertarse en su propia cama. Casi no podía recordar la última vez que se había metido en la cama con toda tranquilidad para dormir una noche entera. No tenía ningún trabajo que hacer, no había ningún montón de expedientes que revisar aguijoneando su conciencia ni reuniones a las que tuviera que asistir. Sobre la mesilla de noche había un vaso de agua, que se bebió de un trago. En el exterior se veía la luz del día. El radio despertador le señaló que era por la mañana temprano.

No recordaba cómo se las había arreglado para llegar a su casa y su curiosidad sobre ese asunto fue lo que finalmente le hizo salir de la cama. Llevaba puestos unos calzoncillos y una camiseta, lo cual parecía indicar que alguien le había sacado la ropa. Normalmente se acostaba desnudo.

En el salón encontró a Katherina durmiendo en el sofá. Estaba tapada con una manta gris, un pobre contraste con su pelo rojo y su cutis claro. Sobre la mesa de café había unos pantalones vaqueros y un jersey cuidadosamente doblados junto a un vaso de agua.

Se quedó allí observando a la mujer que dormía. El movimiento de sus párpados indicaba que estaba soñando y por un momento él quiso estar allí para ver las imágenes que ella estaba viendo, de la misma forma que ella podía apreciar las que él producía al leer. Sonrió al alejarse y dirigirse de puntillas a la cocina. No había nada en las alacenas que pudiera ofrecer a un invitado para el desayuno, de modo que se dirigió silenciosamente al dormitorio para ponerse la ropa y los zapatos.

Fuera había bruma, una neblina espesa y casi palpable que le impedía ver a más de veinte metros delante de él. Con las manos en los bolsillos, Jon recorrió los escasos cientos de metros hasta la panadería.

Fue allí donde se dio cuenta por primera vez.

Jon estaba en la cola detrás de otros dos clientes. En primer lugar había una mujer mayor, revolviendo en su monedero, y detrás de ella, un hombre maduro, trajeado, tratando de controlar su impaciencia. Presumiblemente iba al trabajo y, a juzgar por el reloj, llegaba con retraso. Jon recorrió con la mirada el interior de la tienda, observando a los clientes, a la dependienta y luego el estante de periódicos.

Cuando dirigió su atención al diario de la mañana, sintió una ligera sacudida que le provocó una mueca de molestia. En la portada aparecía un artículo relativamente normal acerca de una nueva reforma educativa que el gobierno había puesto en marcha, pero cuando Jon empezó a leer el párrafo inicial percibió que éste se le acercaba, como si fuera elástico, casi insistiéndole para que lo leyera en voz alta.

Alarmado, apartó la vista, pero, mirase a donde mirase, percibía que era acosado por palabras y mensajes que provenían de señales, carteles y folletos colgados en distintos lugares del establecimiento, invitándolo a pronunciarlos y darles forma.

Bajó la mirada hacia sus zapatos y la mantuvo allí fija hasta que la vendedora de la panadería le preguntó qué deseaba. Hizo su pedido y pagó sin levantar la vista para salir apresuradamente de la tienda tan pronto como tuvo las bolsas en la mano.

En el camino de vuelta, Jon sostuvo la mirada fija en el suelo mientras caminaba rápidamente hasta que llegó a la puerta de entrada. Subió las escaleras corriendo, pues cuando miraba las placas con los nombres de sus vecinos, era como si se lanzaran hacia él, tratando de detenerlo o hacerle tropezar.

Entró apresuradamente en el apartamento y cerró la puerta con un golpe. Sin aliento, permaneció allí durante un momento, apoyado contra el marco de la puerta.

—¿Jon?

Escuchó la voz preocupada de Katherina que venía de la sala. Se secó el sudor de la frente y entró en el apartamento. Allí se encontró con la joven, que se había puesto el jersey y se había envuelto la manta alrededor de la cintura. Se dirigió hacia él.

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