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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (36 page)

BOOK: Libros de Luca
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—Está agotado —le susurró a Jon.

Él asintió con la cabeza y puso unas páginas más sobre la pila de documentos que había reunido sobre el escritorio.

—¿Nos vamos a llevar todo esto? —preguntó en voz baja Katherina.

—Nunca se darán cuenta de que falta algo —respondió Jon en un susurro—. Este caso es tan enorme que un par de páginas aquí o allá no se va a notar.

Katherina calculó que había más de quinientas páginas en el montón que Jon había reunido.

—Además, se lo merece. Creo que tenemos lo que necesitamos. Salgamos de aquí.

Katherina se aseguró de que el exhausto abogado mantuviera la atención fija en sus papeles mientras abandonaban la oficina y se deslizaban a hurtadillas pegados a la pared por la habitación principal. Los ojos de Anders Hellstrom estaban fijos con obvia tensión en los documentos, y Katherina y Jon pudieron ver que sus manos temblaban ligeramente.

Después de pasar junto a él, retomaron el ritmo moviéndose lo más rápido que pudieron para cruzar la última parte de la oficina en dirección a la puerta. Jon cerró con llave mientras Katherina liberaba la atención del abogado. Vio que su cuerpo se desmoronaba en su silla, para luego, con un sobresalto, enderezarse y mirar a su alrededor. Se frotó los ojos, se puso de pie y se desperezó, bostezando tan fuerte que pudieron oírlo desde el otro lado de la puerta.

—Que duermas bien —le deseó Jon.

A la mañana siguiente llegaron a Libri di Luca justo cuando Iversen estaba abriendo la puerta.

—¿Qué tal os ha ido? —preguntó.

—Muy bien —respondió Jon—. Creo que tenemos lo que necesitamos.

Le enseñó la bolsa de plástico que contenía todos los documentos.

—No quiero saber cómo los conseguiste —dijo Iversen, sacudiendo la cabeza—. Podemos sentarnos en la biblioteca. Paw consiguió arreglar todas las luces ayer.

Entraron y se dirigieron al sótano. En la biblioteca Jon e Iversen dividieron la pila de papeles. Jon cogió los que se ocupaban de la enorme estructura corporativa de Remer, mientras que Iversen revisaba los recortes de prensa y la información complementaria que se ocupaba del hombre mismo.

Katherina se sentía inútil vagando entre las estanterías mientras ellos trabajaban. Recibía la lectura atenta de los documentos, pero en su mayoría eran listas de empresas y de personal, de modo que perdió rápidamente el interés. Por eso, como tantas otras veces, dedicó su tiempo a admirar los innumerables libros de la biblioteca. Nunca se cansaba de admirar todas las exquisitas ilustraciones y la calidad artesanal desplegada en cada volumen. Unos cuantos libros habían resultado tan dañados por la activación de Jon que estaban inutilizados, pero la rápida reacción de Iversen y de Paw había impedido que el desastre fuera mayor.

Junto al interruptor de luz al lado de la puerta había una enorme mancha negra y las partes chamuscadas de la alfombra eran la prueba del violento acontecimiento de hacía varios días. No había muchas probabilidades de que algo saliera mal mientras Jon miraba los papeles en ese momento, pero teniendo en cuenta su activación, Katherina dirigió toda su atención a lo que el abogado estaba leyendo. Todo siguió sin problemas. Jon leía los textos sin vida, sin añadir ninguna emoción y, a juzgar por las imágenes que ocasionalmente aparecían, no estaba especialmente concentrado. Katherina se ruborizó cuando descubrió que algunas de las imágenes eran suyas.

—Detente —exclamó de pronto, señalando a Jon.

Los dos hombres la miraron sorprendidos.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó.

Jon miró los documentos.

—Una lista de miembros de la junta de administración de una de las empresas de Remer. ¿Por qué?

—Lee los nombres otra vez —pidió Katherina.

Jon miró la página otra vez y lentamente recorrió la lista. Aproximadamente a medio camino abrió los ojos como platos.

—W. Kortmann —musitó, asombrado.

Capítulo
24

Iluminada por el sol, la mansión de Kortmann parecía todavía más grotesca que la noche que lo visitaron por última vez. El enorme edificio de brillantes ladrillos rojos parecía una especie de pastel, aunque esta impresión fuese alterada seriamente por la torre oxidada del montacargas que se apoyaba sobre la casa como un viejo árbol hueco. El cielo era de un color azul intenso, y el césped que rodeaba la residencia todavía conservaba un color verde exuberante, aunque el mes de octubre estaba ya muy avanzado.

Jon se preguntó si se debía al buen tiempo o a que Katherina había ido con ellos el hecho de que Kortmann los recibiera en el sendero de la entrada y no en su biblioteca. Estaba sentado en lo que parecía una silla de ruedas antigua con un armazón de metal negro curvado y el asiento tapizado en cuero rojo. Una gruesa manta tapaba sus piernas y un par de gafas de sol ocultaban sus ojos.

Habían telefoneado a Kortmann hacía unas cuantas horas, explicándole que querían enseñarle algo. Su voz no reflejó ni sorpresa ni una excesiva curiosidad, y se había limitado sugerir que se reunieran esa misma tarde. Tanto Iversen como Katherina insistieron en ir ellos también. Por razones diferentes, sospechaba Jon, Iversen estaba convencido de que el simple hecho de que Kortmann estuviera en la junta de administración de una de las empresas de Remer no significaba necesariamente que él formara parte de la Organización Sombra. Al contrario, podría ser que lo ignorara y estuviera siendo utilizado sin saberlo. Jon intuía que Katherina no compartía esta opinión. Ella señaló que Kortmann siempre había puesto obstáculos a las reuniones de los dos grupos y había sido el principal responsable de la división veinte años antes. ¿Quién podría ser mejor topo que él?

Jon intentaba mantenerse neutral. La estructura corporativa de Remer era tan vasta y compleja que podía tratarse perfectamente de una coincidencia, pero, de todas formas, no podía quitarse de la cabeza la idea de que Kortmann era amigo del misterioso empresario. Kortmann no era librero, pero sabía lo suficiente sobre Luca, Jon y la librería como para explicar el conocimiento y el interés de Remer.

—Bienvenidos —saludó Kortmann en tono amistoso mientras Katherina, Iversen y Jon bajaban del automóvil.

Jon llevaba un sobre con los documentos vinculados a la empresa en la que Remer y Kortmann tenían intereses mutuos.

Saludaron a Kortmann y le dieron la mano. Luego movió su silla de ruedas delante de ellos, conduciéndolos por el sendero que daba la vuelta hacia la parte de atrás de la casa.

—Pensé que podríamos sentarnos fuera y disfrutar del buen tiempo —explicó Kortmann.

Los condujo hacia una gran terraza en el fondo del jardín. El muro que rodeaba la propiedad y los altos y viejos árboles les daban la impresión de estar totalmente aislados del mundo exterior.

Un hombre vestido de negro se ocupaba de colocar los refrescos y las copas que traía en una bandeja de plata en una mesa de jardín rodeada por sillas de caoba. El hombre, al que Jon reconoció como el chófer de Kortmann, les dirigió una cortés inclinación de cabeza para luego regresar a la casa.

—Tomad asiento —los invitó Kortmann, señalando las sillas—. Veamos lo que habéis encontrado.

Se sentaron y Jon sacó los documentos del sobre. Kortmann no reaccionó.

—Hemos podido encontrar alguna información acerca del individuo que creemos que es un miembro de la Organización Sombra —anunció Jon, empujando hacia el centro de la mesa el papel con el nombre de Kortmann en la lista.

Su nombre había sido destacado en amarillo.

Kortmann se volvió para mirar a Katherina y luego a Jon.

—¿Qué es esto? —preguntó, sin dignarse siquiera a echar una ojeada al documento.

—Una lista de los miembros de la junta de administración del complejo residencial Habitat —explicó Jon—. Su nombre está en la lista.

—Estoy en muchas juntas —aseguró Kortmann en tono aburrido—. ¿Qué tiene de especial Habitat?

—La mayoría de las acciones son de Remer, y estamos seguros de que él forma parte de la Organización Sombra.

—¿Remer? —repitió Kortmann, apartando la vista por un momento. De pronto se echó a reír—. ¿Suponéis que Remer está en esa Organización Sombra? No, vamos… Sé que a veces Remer puede ser muy imaginativo a la hora de interpretar la ley, pero la idea de que esté detrás de un complot secreto… —Se rió otra vez.

—No estamos diciendo que sea el jefe —señaló Katherina—. Sólo que forma parte de ella.

Kortmann miró a Katherina y su sonrisa desapareció. Se volvió a Jon.

—Debo admitir que esperaba más de ti, Campelli. Primero esa teoría absurda, creada por un excéntrico como Tom Norreskov, sobre una Organización Sombra, aunque sea imposible demostrar su existencia, y ahora la idea de que Remer, precisamente él, supuestamente forma parte de la conspiración.

Jon pudo sentir que su indignación aumentaba. Con un gran esfuerzo para mantener un tono neutro en su voz, describió la cadena entera de acontecimientos referidos a Remer, su interés en Libri di Luca y la manera en que Jon había sido despedido de su trabajo.

—Eso ya concuerda más con Remer —observó Kortmann cuando Jon terminó—. Uno puede calificarlo de hombre duro, calculador y oportunista, pero no creo que sea el jefe de una especie de secta.

Katherina se movió inquieta en su silla, pero Iversen le puso una mano sobre el brazo para impedir que estallara.

—¿Lo conoces bien? —preguntó Iversen con un tranquilizador tono de voz—. ¿Tiene él una relación diferente contigo a la que tiene con los demás miembros de la junta?

—No lo creo —respondió Kortmann—. Hay un ambiente agradable y profesional, y en general coincidimos en muchos asuntos… Eso es todo.

—¿Alguna vez has leído algo en voz alta para él?

Kortmann se encogió de hombros.

—Ocasionalmente nos hemos leído algunas cosas el uno al otro. Las actas de las reuniones, borradores para comunicados de prensa…, ese tipo de cosas.

Kortmann guardó silencio y dirigió su rostro hacia el cielo azul. Jon casi podía verlo analizar las consecuencias de esa pregunta.

—¿Y si…?

—¿Puede usted negar que sea un Lector? —preguntó Katherina, impaciente.

—Por supuesto que no —replicó Kortmann—. Sólo un receptor puede hacer eso.

—Entonces ésa es una ocasión en la que usted podía haber necesitado nuestra ayuda —concluyó ella.

Kortmann no respondió.

—Hay otro nombre en la lista —intervino Jon—. Un tal Patrick Vedel. ¿Lo conoce?

—No fuera de nuestro trabajo en la junta —respondió Kortmann—. ¿Por qué?

—Está en casi todas las juntas de Remer —explicó Jon—. Creemos que es un receptor. Un equipo formado por un transmisor, Remer, y un receptor, Patrick Vedel, sería una combinación poderosa en una junta. ¿No le parece?

—Si yo aceptara tu teoría, sí —respondió el anfitrión. Aunque Kortmann llevaba gafas de sol, Jon podía notar su aguda mirada clavada en él—. Pero no es así.

Tal vez habían cometido un error al ir allí tan pronto, sin pruebas concretas, pero Jon dudaba de poder convencer a Kortmann alguna vez, ya fuese porque simplemente rechazaba la idea o porque formaba parte de todo el entramado.

—¿Exactamente cuál es la razón de que hayáis venido aquí? —quiso saber Kortmann, apartando la mirada de Jon—. Iversen, ¿por qué no me dices por qué estáis aquí?

Iversen se aclaró la garganta e hizo un movimiento de cabeza hacia el papel que había en el centro de la mesa.

—Encontramos tu nombre —explicó sin mirar a Kortmann.

—¿Estoy siendo juzgado?

El hombre de la silla de ruedas apretó los puños. El tono de su voz era cualquier cosa menos amistoso.

—Hemos demostrado que hay una conexión entre usted y la Organización Sombra —intervino Katherina.

—¡No existe la Organización Sombra! —gritó, haciendo que Iversen se sobresaltara—. Es un invento de vuestra imaginación, una cortina de humo fabricada por las únicas personas que tienen algo que ganar desviando la atención de sí mismas. —Señaló a Katherina—. ¿A quién se le ocurrió primero todo esto? A Tom Norreskov, un receptor. ¿Y quién ha estado profundamente involucrado en la investigación y a cuya opinión se le ha dado de una manera sospechosa excesiva importancia? Un receptor. —Kortmann se quitó las gafas de sol y miró directamente a Jon—: ¿No te das cuenta de ello?

Jon miró tranquilamente al hombre de la silla de ruedas. Su reacción era convincente; sus ojos eran feroces, sus fosas nasales estaban muy abiertas. Si estaba fingiendo, lo hacía muy bien, pero el abogado tenía suficiente experiencia con personas poderosas como para saber que muchas veces tenían éxito precisamente debido a su habilidad para mostrarse convincentes, a pesar de que no hubiese ningún fundamento en sus afirmaciones.

—Me doy cuenta de que hay un hombre que teme perder el poder —replicó Jon con serenidad.

Kortmann observó a Jon durante un instante y luego volvió a ponerse sus gafas de sol.

—Lamento oír eso —dijo con firmeza—. Esperaba que tú, como un Campelli, trabajaras con la Sociedad Bibliófila. —Suspiró—. Pero tal como están las cosas ahora, eso es imposible.

—Pero ha sido activado —objetó Iversen—, Jon es el Lector más fuerte que jamás he conocido.

—Y por esa razón es mucho más peligroso para nosotros, Iversen.

—¿Nosotros? —repitió Iversen.

Kortmann apretó un botón dorado que había sobre el brazo de su silla de ruedas.

—Ahora, me gustaría que os fuerais —dijo con toda calma—. Iversen puede quedarse, por supuesto. Pero vosotros dos debéis abandonar mi propiedad de inmediato.

Escucharon una puerta que se cerraba en la casa y el chófer se acercó caminando hacia ellos. Jon y Katherina se pusieron de pie. Iversen vaciló un momento, pero luego también se levantó.

—¿Iversen? —dijo Kortmann, inclinándose en su silla—. No seas estúpido. No hagas nada que luego llegues a lamentar. Puedo conseguirte otro trabajo. La Sociedad es tu vida. ¿Por qué abandonarla a causa de una mentira?

Iversen miró a Jon y a Katherina un segundo, y después se volvió hacia Kortmann.

—No hago esto por mí mismo, ni por ellos, ni por la Sociedad —dijo con firmeza—. Lo hago por Luca.

Se volvió y se dirigió al sendero de entrada a paso vivo. Jon y Katherina lo siguieron.

—¿Estás bien? —preguntó Jon cuando se alejaban del distrito de Hellerup.

Iversen iba sentado en silencio en el asiento trasero, mirando hacia fuera por la ventanilla lateral. Sacudió ligeramente la cabeza y luego le sonrió a Jon.

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