Jon entró en la librería con una expresión meditabunda en el rostro. Echó un vistazo a su alrededor y encontró los ojos de Katherina. La sonrisa que él le dirigió le hizo quedarse sin aliento, y no pudo evitar responder con una gran sonrisa también. Mientras se dirigía a la escalera, Jon fue detenido varias veces por personas que querían saludarlo, con curiosidad por saber algo de la activación. Cuando finalmente llegó hasta la joven, la abrazó sin vacilar y se besaron largamente, sin importarles que estuvieran a la vista de todos arriba en el pasadizo.
Katherina estaba ruborizada de un rojo brillante cuando finalmente Jon la soltó y ella vio las miradas incómodas que la gente les dirigía. Los ojos de Henning parpadearon todavía más rápido de lo habitual y una sonrisita divertida apareció en sus labios.
—¿Te has entrenado un poco? —preguntó Katherina después de recuperar el aliento.
Jon asintió y estaba a punto de decir algo, pero fue interrumpido cuando la puerta de la tienda se abrió y entró un grupo de unos diez receptores. Detrás de ellos estaba la pareja de la reunión en la biblioteca de
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sterbro. Además de ellos y Henning, Katherina había reconocido a un hombre de edad madura a quien recordaba haber visto en las lecturas vespertinas. Incluyendo a Iversen y a Jon, contó un total de seis transmisores, nada muy impresionante en comparación con los veinticinco receptores que habían aparecido por allí hasta ese momento.
Cuando se lo comentó a Jon, éste asintió solemnemente con un movimiento de cabeza.
—¿Viene Paw?
—Está con Kortmann —informó Katherina.
Jon no pareció ni sorprendido ni enfadado por la noticia.
—¿Y la bibliotecaria? —preguntó, inclinándose sobre la barandilla y observando a la gente de abajo.
—No creo que venga —respondió Katherina—. Pero Iversen mencionó que algunas personas todavía no se habían decidido.
Jon hizo una mueca.
—Esperemos que cambie de idea. Realmente nos vendría bien una historiadora.
Katherina estaba a punto de preguntarle qué quería decir con eso cuando entró Clara, que recibió el saludo de un Iversen efusivamente amistoso.
—Es mejor que nos reunamos con ellos —sugirió Jon, empujándola delicadamente hacia la escalera.
Abajo, la gente se estaba acomodando en las sillas. Los diferentes grupos de transmisores y receptores eran obvios, y había nerviosos cruces de miradas entre ambas facciones. Katherina y Jon encontraron asientos en la primera fila. Mientras tanto, Clara e Iversen permanecían detrás del mostrador, hablando en voz baja. Desde sus sitios, Katherina y Jon escucharon que Iversen le contaba a Clara su intento de convencer a los transmisores para que acudieran a la reunión. Ella tenía un aspecto cansado y también resignado.
El anciano librero se dirigió a la puerta y miró atentamente antes de cerrar con llave.
—No creo que venga nadie más —dijo, volviéndose hacia los allí reunidos—. Todos vosotros sabéis por qué estamos aquí —comenzó—. Pero para recapitular: estamos convencidos de que existe una organización de Lectores, la Organización Sombra, que está detrás de los últimos ataques a nuestros miembros. Hay claros indicios de que esta misma organización también estuvo detrás de similares acontecimientos hace veinte años, acontecimientos que condujeron a la división de la Sociedad en transmisores y receptores. Tenemos razones para creer que un tal Otto Remer desempeña un papel principal en la Organización Sombra y tenemos pruebas de que ha estado en contacto con Kortmann. —Una serie de murmullos se alzaron en la habitación, haciendo que Iversen levantara la mano en un ademán para tranquilizarlos—. No tenemos claro hasta qué punto ese contacto es serio. Kortmann podría no saber nada de las actividades de Remer, y no es ni tan siquiera seguro que Kortmann haya sido explotado de alguna manera.
—En el peor de los casos, Kortmann formaría parte de la Organización Sombra —lo interrumpió Clara—. Pero hasta que sepamos algo más, debemos considerarlo como una víctima.
Katherina se movió inquieta en su silla. Le resultaba difícil imaginar a Kortmann como una víctima inocente. Su actitud hacia ella y otros receptores se entremezclaba con la desconfianza y la arrogancia. Había aprovechado cualquier ocasión para hacer que la distancia entre los dos grupos se hiciera más grande, sin mostrar el menor deseo de reconciliación. Incluso Luca, que nunca tenía nada malo que decir de nadie, se había preocupado por la actitud negativa de Kortmann.
—Kortmann no cree que la Organización Sombra exista —continuó Iversen—. Ésa es la razón por la que no está aquí esta noche. Como hace veinte años, ha echado la culpa de lo ocurrido a los receptores. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el grupo de receptores, cuyos murmullos expresaban su desagrado—. Podría ser pura terquedad o vanidad. Admitir que estaba equivocado entonces, y ahora también, sería poco honorable para él. Y aquellos de nosotros que conocemos bien a Kortmann sabemos que esto es algo que él trata de evitar por todos los medios.
Henning levantó la mano e Iversen le cedió la palabra.
—Tanto si suponemos que Kortmann es el topo como que es inocente y está siendo utilizado sin que él lo sepa por esta Organización Sombra, lo cierto es que eso sólo puede significar una cosa. —Hizo una pausa dramática—. Y es que han podido acercarse mucho a Kortmann, que, de todos nosotros, es el más protegido y aislado, con su chófer privado y todas esas cosas. De modo que ¿cuál sería el impedimento para que muchos otros pasáramos a formar parte de la conspiración?
—Ninguno —admitió Iversen—. Es muy probable que alguno de los aquí sentados en esta habitación esté trabajando para la Organización Sombra, activamente o sin saberlo.
Henning hizo una mueca.
—¿Entonces no podemos asegurarnos de que no haya ningún espía? —preguntó. Su tono de voz era de derrota.
—Tenemos que admitir que no tenemos una respuesta para esa pregunta —intervino Clara—. Podríamos hacer una prueba con el detector de mentiras, pero si el individuo ni siquiera sabe que está pasando información, sería inútil. Lo único que la Organización Sombra necesita es que un receptor esté cerca de uno de nuestros miembros siempre que él o ella esté leyendo.
—Si esa persona no logra concentrar sus pensamientos —agregó Iversen con voz pesarosa.
—Podría ocurrirle a cualquiera de nosotros —reconoció Clara—. Podría ser uno de sus colegas, un vecino o un amante. No estamos acostumbrados a tomar esa clase de precauciones…, parecería demasiado vanidoso. En ese sentido, hemos sido muy vulnerables.
Se produjo una larga discusión acerca de cómo se podría descubrir a un topo. Alguien sugirió incluso que se recurriera a la tortura usando el suero de la verdad. Otra persona propuso que cada uno debería leer un texto suficientemente largo bajo la observación cuidadosa de una comisión de receptores que, en teoría, podría recibir cualquier imagen o pensamiento incriminatorio. Pero esta idea fue rechazada cuando Katherina señaló que Luca había sido capaz de concentrar su atención hasta tal punto que ninguno de sus pensamientos privados podía ser interceptado. Además, el método no iba a poder atrapar a aquellos que no eran conscientes de sus propias revelaciones.
Aunque el desaliento empezó a extenderse por toda la habitación, Katherina podía darse cuenta de que los presentes todavía estaban dispuestos a cooperar. Ninguna acusación de culpabilidad fue intercambiada entre los dos grupos; todos eran conscientes de que aquello era un problema compartido y ofrecían propuestas para una solución, aunque ninguna de ellas resultó convincente y pronto se quedaron sin ideas.
Durante algunos instantes nadie dijo una palabra, hasta que Iversen carraspeó.
—La única persona que estamos seguros de que forma parte de la Organización Sombra es Remer —dijo.
—Entonces empecemos por ahí —propuso Clara—. ¿Sabe usted dónde encontrar a este Remer?
—Viaja mucho —informó Iversen—. Hemos encontrado tres direcciones privadas y muchas direcciones de empresas. —Suspiró—. Podría estar en veinte lugares diferentes, por lo menos, y eso sólo en Dinamarca.
Clara miró a su alrededor y extendió los brazos.
—¿Veinte localizaciones? Somos muchos y podríamos ocuparnos de eso. ¿Y si vigilamos cada sitio?
—Además tenemos una foto de él —añadió Katherina entusiasmada.
—Y ha de ser posible conseguir un número suficiente de vehículos —agregó Clara—. Lo único que necesitamos es un poco de paciencia.
Henning levantó la mano como un escolar bien educado.
—Lamento tener que incidir en una cuestión —comenzó, con una expresión casi divertida—. Ninguno de nosotros es detective privado. Puedo estar equivocado, por supuesto, pero no creo que ninguno de los que nos encontramos aquí haya tratado alguna vez de seguir a un hombre o un coche, y si ese Remer tiene viles intenciones, como usted alega, tenemos que suponer que es mucho mejor en estos menesteres que un montón de aficionados. Estoy seguro de que se dará cuenta de inmediato y desaparecerá, y no podremos hacer nada al respecto. Lo que necesitamos es alguna otra manera de hacerlo salir de su escondite.
Clara e Iversen se miraron. Katherina pudo ver la resignación en sus ojos cuando se dieron cuenta de que Henning tenía razón.
—Tal vez yo puedo ayudar —ofreció Jon.
Todos fijaron sus ojos en él, que no había pronunciado ni una palabra hasta ese momento en toda la reunión.
—Por supuesto —respondió Clara, dirigiéndole una alentadora inclinación de cabeza—. Pero ¿cómo?
—Hummm… Bien, podría llamarlo por teléfono.
—Éste es el contestador de Remer. Deje su mensaje después de oír la señal.
Jon reconoció la voz de su antiguo cliente, y se aclaró la garganta antes de que el aparato emitiera el pitido que daba paso a la grabación.
—Soy Jon Campelli… —empezó—. Creo que deberíamos reunimos. Mañana, a las tres de la tarde, en el bar El Vaso Limpio. Venga solo y no traiga ningún material de lectura.
Colgó y observó las caras de Katherina e Iversen en el otro lado del mostrador en Libri di Luca. Iversen asintió con un gesto. El propio Jon estaba un poco sorprendido de haber dado con el número correcto. La tarjeta que Remer le había dado la primera vez que se vieron podría haber sido falsa.
—¿El Vaso Limpio?
Katherina frunció el ceño.
—No hay muchos Lectores allí —explicó Jon.
—De todas formas, creo que es peligroso —intervino Iversen—. Sabrá que algo está ocurriendo.
—Tal vez —aceptó Jon—. Pero yo tengo algo que ellos quieren.
Movió el brazo para abarcar el espacio de la librería. Iversen había hecho que reemplazaran la alfombra. El nuevo suelo color granate oscuro no combinaba muy bien con el antiguo y gastado mobiliario, pero pronto el polvo y las pisadas lo convertirían en una parte natural del lugar y todo vestigio del fuego habría desaparecido.
—Además, ¿qué podemos perder? —preguntó Jon.
—No ha vacilado en matar —señaló Iversen—. Por lo menos eso es lo que creemos.
Katherina tenía aspecto de estar preocupada mientras permanecía allí, apoyada en el mostrador con los brazos cruzados. Jon hizo un movimiento de cabeza hacia ella.
—Tú estarás allí para cuidarme —la tranquilizó.
—Sí, fuera —subrayó Iversen—. No estoy tan seguro de que podamos descartar la posibilidad de que recurra a la simple y anticuada violencia física. ¿Qué le impide llevar consigo una pistola?
Jon miró al anciano, habitualmente tan alegre y amistoso. Por supuesto que tenía razón, pero los métodos utilizados hasta ahora por la Organización Sombra hacían difícil imaginar que el grupo recurriera a las armas convencionales. Jon fijó los ojos en la nueva alfombra. A decir verdad, no lo sabían realmente. Tal vez habían utilizado alguna vez la violencia física. Jon y los demás se habían concentrado únicamente en aquellos sucesos en los que podían estar implicados los poderes de los Lectores. Ellos habían supuesto que se trataba de una competición entre caballeros, los poderes de un grupo contra los de otro…, pero ¿por qué detenerse allí?
—Habrá testigos allí —dijo Jon—. No creo que intente nada.
Iversen asintió, aunque con escaso convencimiento.
Había cuatro clientes en El Vaso Limpio. Estaban todos sentados a la barra y ni siquiera se giraron cuando Jon abrió la puerta, haciendo que se deslizara un poco de aire fresco en medio de la neblina de tabaco. Pidió una caña y se sentó a una de las mesas más alejadas de la barra, mirando hacia la puerta. En su bolsillo interior tenía un teléfono móvil que le había prestado Henning. El micrófono del sistema de manos libres agregado al móvil estaba sujeto a la parte posterior de la solapa de la chaqueta para que Katherina y Henning pudieran escuchar lo que estaba ocurriendo cuando él los llamara.
Jon tomó un trago de su cerveza. Había llegado con bastante tiempo de antelación. Faltaban todavía diez minutos para que llegara Remer, suponiendo que hubiera mordido el anzuelo. Tiempo suficiente para que Jon especulara acerca de lo que podría ocurrir. Lo más importante era que Remer apareciera, o más bien que se alejara del bar para que los otros pudieran seguirlo. Jon no había pensado mucho en la reunión propiamente dicha, o lo que podría decir, o si iba a poder controlar su enfado por el papel que Remer había desempeñado en la pérdida de su trabajo, y tal vez incluso en el homicidio de Luca.
La puerta se abrió y entró un hombre con una gabardina ligera. Al ver el corto cabello gris del hombre, Jon reconoció de inmediato al empresario. Su antiguo cliente miró a su alrededor y fijó su mirada por un instante en el abogado. Luego se dirigió a la barra e hizo su pedido mientras dirigía una fría mirada a los cuatro clientes habituales. Jon aprovechó la oportunidad para meter la mano en el bolsillo y presionar el botón de llamada de su teléfono móvil.
El camarero puso un vaso con un líquido dorado delante de Remer. Pagó su bebida, cogió el vaso y tranquilamente se encaminó hacia la mesa donde Jon estaba sentado. Al abogado se le aceleró el corazón, al tiempo que su ira aumentaba.
—Campelli —saludó Remer, inclinando la cabeza hacia él.
Arrastró su silla mientras se sentaba, quedando de lado hacia la puerta.
—Remer —respondió Jon.
El hombre le observó mientras tomaba un sorbo de su bebida. Hizo una mueca y dirigió una mirada ligeramente ofendida al vaso, que procedió a mover haciendo pequeños movimientos circulares.