Los crí­menes de un escritor imperfecto (21 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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Le conté lo mucho que añoraba a mi pequeña familia, por qué había dicho lo que había dicho y cuáles eran mis pensamientos en mi vacía cotidianidad.

A la vez, procuraba que mis disculpas le llegaran vía Bjarne y Anne. Ellos habían hablado con Line varias veces y les rogué que le transmitieran mis argumentos. Aunque ellos pensaban que yo había metido la pata, enseguida se apiadaron de mí e intuí que hacían suya la misión de unirnos de nuevo.

Mi vida cotidiana seguía alterada a causa del libro. Debía conceder entrevistas y me veía obligado a asistir a actos varios, pero, en ese periodo, no toqué apenas el alcohol ni las drogas, e intenté estar lo más posible en casa por si, por casualidad, a Line se le ocurría llamar. Llenaba el tiempo con pequeños quehaceres que había venido aplazando los dos últimos años. Cosas que había que arreglar en el piso, ordenar el sótano y clasificar documentos.

Pasados diez días sin recibir una señal de Line, llegó el triunfo. Fui invitado a casa de Bjarne y Anne, y Line también iría. Por tanto, disfrutaríamos de la comida de las chicas, «como en los viejos tiempos», declaró Bjarne. Me invadió un alivio increíble, pero fue sustituido, a la velocidad del rayo, por los nervios. ¿Cómo conseguiría que volviera a mí? Tenía otra oportunidad y, si no la aprovechaba, no me lo perdonaría jamás.

En los dos días anteriores a la cena, todo era prepararme para el encuentro con Line. Fui a la peluquería, me compré ropa, una chaqueta y una camisa blanca inmaculada, y memoricé todas las preguntas que iba a hacerle, preguntas neutrales que no trataran de mí ni de mis libros o lo que había pasado, sino de ella e Ironika. Incluso empecé a hacer
footing
de nuevo, lo cual era un poco ridículo, pues solo lo conseguí una vez y estuve a punto de lesionarme. Pero me hizo bien. El ligero dolor que me dejó en el cuerpo esa primera carrera en siete años demostraba que realmente estaba trabajando por la causa.

El mismo día no hice otra cosa que prepararme. La camisa planchada, el pelo bien arreglado y el cuerpo impregnado a tope de desodorante. Salí de casa con tiempo, compré flores por el camino e intenté aminorar la marcha de la bicicleta para no sudar demasiado. No era el pedaleo lo que me hacía sudar, sino los nervios; me quité la chaqueta y esperé unos minutos delante de la puerta para sosegarme.

—Mira, aquí llega alguien que estrena ropa —exclamó Bjarne, y se rio. El llevaba pantalones vaqueros y una camiseta, su uniforme acostumbrado, y de pronto me sentí tonto. Con mi camisa y chaqueta tenía aspecto de figura colocada sobre un pastel y me apresuré a tirar la chaqueta y arremangarme la camisa mientras Bjarne se afanaba en detallarme el menú de la noche.

—Las chicas están en la cocina —dijo finalmente, y echó un vistazo a las flores.

Le di las gracias, atravesé el salón y fui hacia la cocina con sensación de sequedad en la garganta. Me topé con una carcajada y la visión de Line me hizo detenerme en la puerta. La vi de perfil, apoyada en la mesa de la cocina y con una copa de vino en la mano. Mostraba los dientes al reírse de todo corazón y una pequeña lágrima le rodaba por la mejilla desde el rabillo del ojo. Las chicas continuaron riéndose hasta que Anne me vio.

—Hola, Frank —exclamó, y alzó la copa.

Line se volvió hacia mí, pareció inspeccionar mi camisa un instante, pero sonrió enseguida.

—Vaya, ¿son para mí? —preguntó Anne estirando la mano hacia el ramo de flores.

Carraspeé.

—En realidad eran para mi mujer —alcancé a decir.

—Ah —dijo Anne fingiendo sentirse ofendida.

Line dejó la copa y se acercó a mí. Miró las flores primero y después a mí.

—Hola, Frank —me saludó despacio, se aproximó hasta el roce y me dio un abrazo. Yo la estreché contra mí y noté que se me humedecían los ojos.

Anne carraspeó y nos separamos de mala gana.

—Sí, son para ti —dije, y le di las flores. Sonrió y las cogió mientras Anne iba a buscar un jarrón. Se hizo un silencio embarazoso.

—¿No hace un poco de calor aquí? —pregunté, y todos nos reímos.

—Por lo visto, necesitas una copa de vino blanco bien frío —dijo Bjarne, me la sirvió y me la bebí demasiado aprisa.

La cena fue casi como de costumbre, la pasamos contando historias y banalidades. Bjarne y yo nos burlábamos el uno del otro, y las chicas se burlaban de Bjarne. Quizá hablé menos de lo normal, pero no podía quitarle ojo a Line. Parecía todavía más bella de lo que podía recordar hacía apenas doce días, y mis miradas enamoradas eran correspondidas cuando ella, cohibida, no las evitaba.

—Va a funcionar —dijo Bjarne, los dos sentados en los sillones, cada uno con nuestros respectivos vasos de güisqui mientras las chicas lavaban los platos.

—No puedo recordar haber estado nunca tan nervioso —reconocí, y eché un vistazo a la cocina.

—Tranquilo, vais a reencontraros, lo sé. —Bjarne puso su mano grande en mi hombro y me dio unos golpecitos—. Estáis hechos el uno para el otro.

—Estuve a punto de destruirlo.

Bjarne sacudió la cabeza.

—Tonterías, lo que hay entre vosotros no puede destruirse solo por una entrevista.

No había contado a nadie mi aventura con Linda Hvilbjerg, así que para todos los demás la entrevista era la semilla de la discordia, pero para mí mismo era el episodio con Linda en los aseos lo que venía a mi mente una y otra vez. De eso era de lo que me había arrepentido de verdad, y las palabras de Bjarne no servían de mucho.

—Lo supe desde el primer día —continuó diciendo Bjarne—. La pareja perfecta.

Él había bebido bastante —más de lo acostumbrado en ese estadio de la velada— y podía notarse.

—El escritor de éxito. —Chocó su vaso contra el mío, el líquido se removió amenazando con salirse—. Y la bailarina más exquisita del mundo. —Alzó el vaso para brindar y bebimos—. Que tienen la hija más bella de todo el universo.

—Que vivamos felices el resto de nuestros días —añadí, y tomé otro sorbo.

Bjarne se reclinó más hacia mí con expresión grave.

—No debes burlarte de lo que te digo —continuó—. Va en serio. Lo que hay entre vosotros es especial. No lo olvides nunca. —Bebió de su güisqui e hizo una mueca—. Te ha tocado un premio en la lotería de la vida, has hallado la gallina de oro, te has llevado el premio entero.

—Creo que te entiendo —le interrumpí, y me reí.

—No estoy seguro —dijo mirando el contenido del vaso—. Te tengo envidia y me avergüenzo de ello. Has tenido éxito con tu libro, tienes una mujer encantadora y una hija que todavía lo es más. —Bebió lo que quedaba de güisqui.

—Tú tienes a Anne —remarqué. Había algo en la voz de Bjarne que nunca había percibido antes de ahora, una melancolía que no concordaba con su tono siempre alegre.

Asintió con un gesto.

—Quiero mucho a Anne —dijo—. Por eso querría darle lo que tú le das a Line. Un marido con éxito, y, ante todo, desearía darle un hijo.

No habíamos hablado del aborto de Anne, pero yo imaginaba que estas cosas pueden ocurrir la primera vez, y que ellos lo seguían intentando.

—Ya lo tendréis —le dije, y puse mi mano sobre la suya—. Date tiempo.

Bjarne sacudió la cabeza y tomó la botella.

—Es mi esperma —dijo, y llenó el vaso hasta la mitad—. No está sano. Los pequeñajos están enfermos. —Tomó un sorbo de güisqui y volvió a servirse—. Anne está sana. Por eso abortó. Su cuerpo rechazó el engendro que le planté.

Estiré la mano hasta la botella y él la soltó con desgana.

—Podríais encontrar un donante, ¿no? ¿O adoptar?

Bjarne hizo una mueca.

—No nos parece muy natural, ¿verdad?

—¿Qué es lo que no es natural? —preguntó Anne al entrar en el salón.

Nos incorporamos en los sillones e intercambiamos una mirada.

—Que Frank y yo nos casemos y nos vayamos a vivir a Samso —respondió Bjarne.

—No, qué diablos se os ha perdido en Samso —replicó Line.

—Exacto —dijo Bjarne, y asintió con la cabeza—. Exacto.

La charla se prolongó un par de horas más, pero Bjarne se puso cada vez más borracho y no se le entendía, así que al final Line y yo les dimos las gracias y nos fuimos. Nosotros también habíamos bebido bastante y casi tropezamos bajando la escalera a la vez que nos reímos de lo patosos que estábamos. Le pregunté si quería que la acompañara a casa. «Me encantaría —dijo—, pero solo hasta la portezuela del jardín». Le dimos despacio al pedal de la bicicleta al atravesar la ciudad. Le pregunté por Ironika y por ella, todas las preguntas que había preparado y que todavía no había tenido ocasión de hacerle, Ella respondió que me echaban en falta. Cuando llegamos a Amager y a la casa de Line, la conversación se detuve y nos miramos.

Le cogí la mano. La tenía fría, pero le dio un apretón esperanzador a la mía.

—¿Volveréis pronto a casa? —le pregunté. Line me miró a los ojos y asintió. —Volveremos mañana.

Se inclinó hacia delante y me besó en los labios. Cerré los ojos durante un instante. Cuando los abrí, ella ya había bajado de la bici y estaba entrando en el jardín.

—¡Qué buena velada! ¡Gracias! —dijo, y desapareció tras sobrepasar la esquina de la casa.

—Igualmente —grité, y la palabra retumbó entre los edificios. Pude escuchar la risa sofocada de Line tras la esquina, y pedaleé hasta llegar a casa.

Durante los meses siguientes, nuestra relación parecía renovada. Estábamos juntos todo el tiempo. Hablábamos de todo, nos reíamos un montón y flirteábamos a cada momento. El sexo era como algo nuevo. No podíamos dejar de tocarnos y varias veces ocurrió que llegamos tarde a una cita porque había «algo» que resolver antes de pasar la puerta.

Ironika disfrutaba de volver a tener padre y tomé conciencia de lo mucho que había echado de menos su sonrisita misteriosa. Por fortuna era del todo inconsciente de haber sido el centro de nuestra crisis.

Fue también el periodo en que trabajé con la idea para
Bienvenidos al club
, que entonces creía que sería mi siguiente proyecto, el libro acertado, por el que sería recordado y reconocido. Line participaba. Me apoyaba y animaba, casi resultaba embarazoso. Tengo la sospecha de que su entusiasmo nacía del puro alivio de pensar que iba a escribir algo muy alejado de
Demonios exteriores
.

Bienvenidos al club
sería mi aportación a la gran Novela Contemporánea que yo siempre había soñado escribir. Sería la historia que trataría de nuestra época y la sociedad en la que vivimos; un calidoscopio de escenas de unos diez o doce daneses, sus vidas cotidianas y sus experiencias en soledad, acompañados y en convivencia mutua. Las historias deberían quedar enlazadas con la exactitud de la costurera y desarrollarse con la precisión de un mecanismo de relojería, a pesar de que los lectores no lo descubrirían hasta llegar a las últimas páginas.
Bienvenidos al club
cumpliría las expectativas de todos por reconocerse como parte de un todo. Inmigrantes que intentan integrarse en la sociedad danesa, el obrero que pretende escribir libros, el homosexual que quiere ser aceptado por su familia, el obsesionado con el conocimiento que simplemente quiere tener novia, el ingeniero que anhela con poner un bar en lugar de construir puentes, la persona discapacitada que solo ansia tener gente que la cuide, la modelo fotográfica que lucha por ser aceptada por otras cosas que no sean su físico, y así sucesivamente. Nadie sería mortificado y torturado hasta la muerte, nadie sería asesinado por un agresor psicópata o por un secuestrador perverso. Sería un libro con el que todo el mundo podría identificarse, un libro que los lectores se atreverían a admitir que habían leído y que me aseguraría la fama póstuma.

A Ironika no le gustó la idea. Había estado presente durante la creación de
Demonios exteriores
guiándome con sonrisas y llantos, pero el proyecto
Bienvenidos al club
le traía sin cuidado. Cada vez que le susurraba la historia al oído o le leía alguna página de prueba, rompía en llanto. Eso me preocupaba un poco, pero le quité importancia pensando que estaba en los inicios del proceso.

Entretanto,
Demonios exteriores
iba cada vez mejor. Todos los países nórdicos y la mayoría de los europeos lo compraron, los derechos de filmarlo se los llevó una compañía inglesa que ganó la subasta, pero los mayores beneficios llegaron con la venta del libro a una editorial norteamericana. Solo el anticipo nos dio la posibilidad de comprar una casa adosada en Kartoffelrekkerne, y los ingresos posteriores financiaron el chalé de la playa, en Rageleje. El precio de las casas, entonces, estaba más bajo, claro. Pero era una inversión importante, y por primera vez sentí que mis padres reconocían que podía mantener a su nieta pese a todo.

Yo también me quedé bastante deslumbrado por todo ese dinero que entraba, y cuando Finn me desaconsejó escribir
Bienvenidos al club
, la posibilidad de ganar dinero fue también un argumento importante. Una novela danesa contemporánea nunca conseguiría el número de ventas que había conseguido mi
best seller
, afirmó, y el extranjero quedaba prácticamente excluido. Lo discutimos en el avión, de camino a Nueva York, donde iba a encontrarme con el editor norteamericano, un hombrecito orondo de nombre Trevor que conocía bien la cultura europea, en especial la literatura y la música. Esta última era sobre todo un
hobby
, pero discutimos más sobre música que de libros en nuestros encuentros. Fue entonces, de camino a Nueva York, cuando Finn enterró
Bienvenidos al club
. En ese largo viaje de ocho horas de avión me convenció de que debía continuar escribiendo novelas de terror. Bajo su punto de vista, era importante darle al público lo que esperaba, y cuando compraban un Fons, lo que querían era sentir escalofríos. Mis lectores contaban con conmocionarse, escandalizarse e, incluso, sentir repugnancia. Si no se satisfacía su deseo, podrían darme la espalda.

Cuando llegamos a Nueva York, estaba enojado y decepcionado, pero la estancia allí me convenció. Fuimos tratados como reyes. Trevor nos llevó a todos los sitios y fiestas, nos procuró las mejores butacas de los teatros más de moda, y nos atiborró de todo lo que quisimos comer, beber y esnifar. El viaje a Nueva York fue una fiesta continua, y tras recibir ese trato fue fácil persuadirme de que continuara la fiesta aunque eso exigiera escribir una novela más de terror.

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