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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (4 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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Las opciones tácticas de los estudiantes se refuerzan con las opciones metodológicas y, a veces, económicas. Por ejemplo, para trabajar en una tesis de demografía con Hauser, hay que estar sobre el terreno, para tratar los datos cuantitativos. Por tanto, hacen falta créditos o medios personales. En cambio, trabajando con Hughes o Warner en una tesis etnográfica, se pueden acumular los datos de terreno poco a poco mientras se trabaja para costear los estudios y educar a los hijos. Pero hay que saber que, entonces, será más difícil obtener recomendación para un buen departamento que poniéndose bajo la protección de Burgess o de Blumer.

¿Cómo va a desenvolverse Goffman en este campo de minas? La verdad es que no necesita trabajar: al contrario que muchos condiscípulos, no está casado y sus padres costean sus estudios (parece que la tienda familiar prosperó y que Max Goffman se convirtió en un comerciante acomodado y muy respetado).

Birdwhistell creía que Goffman y Wirth se entenderían, vista la amplitud de sus registros intelectuales respectivos. Wirth, de origen alemán, enseña Sociología urbana e Historia del pensamiento. Hace leer a sus alumnos, tanto a los grandes sociólogos alemanes (Simmel, Sombart, Tónnies, Weber y, desde luego, Mannheim, cuya
Ideología y Utopía
ha traducido con E. Shils), como a los moralistas escoceses (Fergusson) y a los filósofos árabes (Ibn Jaldún). Es también un entusiasta de Kenneth Burke, de quien dice desde 1937 que avergonzaría a los autores de manuales de Sociología
[43]
. Pero, cuando sus alumnos no lo siguen, se enfada, se sofoca y acaba por ahogarse. Entre él y Goffman no pasa la corriente. Son enfrentamientos como el que cuenta Becker:

Creyendo que Wirth no había prestado atención suficiente a ciertas ideas esenciales en materia de operativismo, Goffman lo desafió en clase con citas del libro de Percy Bridgeman sobre el tema. Wirth sonrió y le preguntó sádicamente: «¿Qué edición maneja usted, señor Goffman
[44]

Tampoco pasa la corriente entre Goffman y Blumer, jugador de fútbol con una espalda imponente, que encarna el «interaccionismo simbólico
[45]
». Dos aclaraciones: Blumer llegó a la Universidad de Chicago en 1925, a la vez como doctorando y como instructor de Sociología. Entre otros cursos, sigue la famosa enseñanza oral de George Herbert Mead de «psicología social». Poco a poco, él mismo se establece como «heredero del manto de armiño» del maestro
[46]
. Nombrado profesor asociado de Sociología el año mismo de la muerte de G. H. Mead, en 1931, pasará su larga carrera explicando el pensamiento de éste. De hecho, la contribución esencial de Blumer a la sociología parece consistir en haber creado la expresión «interaccionismo simbólico», en un artículo de 1937. Veinte años después, esta expresión servirá de estandarte a aquellos de sus alumnos que buscan una identidad en el mercado de trabajo universitario, entonces en plena expansión.

Para el estudiante Goffman, la enseñanza de Blumer no tiene, por tanto, nada demasiado atractivo. Asiste a sus clases como oyente libre, pero sin participar nunca en las discusiones, ni entregar trabajos, ni, menos, hablar con él después de clase. Según me dirá en carta el propio Blumer: «No tengo ninguna idea de la influencia que mi enseñanza pueda haber tenido sobre él
[47]
». Esto, en cuanto a la relación Blumer-Goffman.

Quedan, pues, Everett Hughes y Lloyd Warner. De hecho, a ellos se dirigirá Goffman. Pero hay que matizar:

Mucho después en su vida, Goffman hablará de Hughes como si hubiese sido su santo patrón en Chicago. Pero esta devoción de relojería más bien molestará al santo..., que no fue el patrón de su tesis, y que en aquella época consideraba a Goffman como un joven sabelotodo, además de «freudiano dotado de una penetración superior de los móviles de todo el mundo
[48]
».

Así, pues, el ambiente está cargado. Quizás empezase todo por no haber seguido Goffman el seminario de Hughes sobre «El Trabajo y las Ocupaciones» antes de su tercer año de curso, en 1947-1948. Al parecer, eso ofendió un poco a Hughes. Cuando por fin Goffman se presenta, Hughes le pregunta qué piensa hacer. Todos los estudiantes tienen que hacer una investigación etnográfica sobre un oficio pequeño. Goffman le contesta sin vacilar que quiere estudiar las personas que ostentan los signos de posición de la clase alta sin pertenecer a ella. De hecho, está preparando un artículo sobre la cuestión. «Muy bien responde Hughes». «¿Entonces? ¿A quiénes va a estudiar usted?» Goffman, seguro de lo que se trae entre manos, suelta sin vacilar: «A los mayordomos.» «¿Y dónde va a encontrar usted mayordomos en Chicago?», le pregunta Hughes. Goffman se queda con la boca abierta. No hay mayordomos en Chicago. Y Hughes retendrá la impresión de que Goffman farolea.

Aquí debemos detenernos un momento para examinar la sociología propuesta por Everett Cherrington Hughes
[49]
. Es uno de los (muy pocos) maestros reconocidos por Goffman
[50]
. Quizá lo haya utilizado un poco como pantalla. Pero realmente hay semejanzas entre las dos obras.

Hughes sigue sus estudios en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago de 1923 a 1927: los grandes años, los que recuerdan sin cesar gran cantidad de libros y artículos sobre la «escuela de Chicago». El Departamento está dominado por Robert E. Park y Ernest Burgess, cuya obra común,
Introduction to the Science of Sociology
(1931) es de lectura obligatoria para todo sociólogo de estreno en Chicago. Hughes sigue las huellas de Park y se convierte en su hijo espiritual, como se manifestará en toda su obra. Así había seguido Park la enseñanza de Georg Simmel en Berlín a comienzos de siglo, llevándose, entre otras, la noción de «hombre marginal» (como el emigrante o el extranjero). Hughes traducirá varios textos de Simmel y no dejará de interesarse por los actores sin papel concreto, cogidos entre dos grupos étnicos o sociales.

Park no empezó a enseñar Sociología hasta 1914, a la edad de 50 años. Antes fue periodista. En su enseñanza de Ecología urbana y en su insistencia metódica en las observaciones de primera mano, se reconocerá su sentido del terreno, su gusto por los datos verdaderos y su idea de la ciudad como «organismo social». Hughes hará también investigación urbana sobre el terreno, especialmente en Canadá, en una pequeña ciudad industrial francoparlante, que llamará Cantonville
[51]
. Y Chicago será para él también un laboratorio pedagógico permanente. Y enviará a generación tras generación de estudiantes a rozarse con las realidades de la vida, no sólo para desbastarlos, sino también para hacerles trabajar según la tendencia de Park.

Sin embargo, no debemos hacer de Hughes una copia fiel de Park: «El creará su propia doctrina, que marcará muy particularmente a la generación de Goffman. Se trata de construir una sociología de las “ocupaciones”: cómo la gente se gana la vida, o la llena. No es una sociología de las “profesiones”: para Hughes, emplear el término “profesión” es entrar en el juego de aquellos a quienes se observa, porque es “símbolo de una idea imaginaria del propio trabajo y, por tanto, de sí mismo
[52]
”». Hay que ir, una vez más, al terreno, si no vivir la situación del «tajo» que se estudia, para hacer en serio sociología del trabajo. Así es como, en un decenio, de 1947 a 1957 (sobre todo), veremos aparecer en Chicago más de sesenta licenciaturas y doctorados sobre los traperos, los agentes de policía, los rabinos, los empresarios de pompas fúnebres, etc. Hughes explica la razón de estas relaciones, aparentemente estrambóticas, morbosas o novelescas, en la introducción a un número del
American Journal of Sociology,
que presenta los trabajos de una decena de sus alumnos: estudiando a los porteros, se comprenderá el comportamiento de los médicos: «Tanto el humilde portero como el altivo médico, deben protegerse del cliente (inquilino o paciente) demasiado ansioso e importuno
[53]
». Lo mismo ocurre con la prostituta y el psiquiatra: «Ambos deben tener cuidado con no interesarse demasiado personalmente por sus clientes, que los visitan por causa de problemas bastante íntimos
[54]
». Esto tiene gracia, pero no parece muy serio. De hecho, tanto en Hughes como en sus alumnos, habrá siempre un rastro de ánimo conspirativo, algo irreverente, frente a los valores sociales establecidos. Pero no es por simple ansia de provocación: es, en realidad, manifestación de una actitud ante el mundo. Según explicará posteriormente Hans Mauksch, otro alumno del período grande de Hughes
[55]
:

Haga lo que haga, aun si le interesa enormemente, aunque sea muy serio, nunca está totalmente prendido, nunca se deja absorber del todo.

El humor escéptico es, pues, un medio epistemológico muy serio: sirve para quebrar la ilusión de lo real, establecer las relaciones fundamentales y pasar de lo social a lo sociológico. Hughes sabe muy bien lo que hace al comparar al médico con el fontanero: domina el objeto, contrariamente a ciertos sociólogos parsonianos y mertonianos, tan serios que a veces se dejan engañar por la gente seria. Muchos textos salidos de Harvard y Columbia, de la misma época, parecen alegatos
pro domo sua,
que recogen por cuenta propia los discursos de defensa y de ilustración de los profesionales interrogados.

Pero, en Hughes, el humor será también otra cosa: será una arma de justicia social. Este hijo de pastor metodista tiene una idea de la sociología como medio para transformar la sociedad en un mundo más justo
[56]
. A su interés científico por los marginales, por los «humildes porteros», se añade una indignación moral..., manifiesta bajo la forma de un razonamiento que provoca la sonrisa y, después, la reflexión. Su maestro Robert Park sentía horror de los «bienhechores», de esas almas benditas que invaden la sociología pasando por la filantropía y las misiones. Pero transmitirá a Hughes la idea esencial del Evangelio Social, ese movimiento «democristiano» que, en olas sucesivas, atraviesa Estados Unidos desde fines del siglo XIX
[57]
. La transmisión a la generación siguiente, a los alumnos de Hughes, será por vías más apartadas. Pero el sentido moral de Goffman y de sus condiscípulos y colegas seguirá siendo vivo; sólo que únicamente se manifestará en una radicalización del humor, a lo Swift. (Estilo: «¿Superpoblación? Pues comámonos a los niños, que tienen la carne tan tierna.»)

Hughes transmitió a sus discípulos un legado más directo, el del trabajo en vivo. La observación participante que reconocemos en la mayoría de los trabajos hughesianos sobre las ocupaciones no se corresponde con el periodismo «vivido por sentido», sino que se debe a la profunda asimilación del método antropológico, la cual se remonta a la época en que los departamentos de Sociología y Antropología de Chicago no eran más que uno (1895-1929).

Park escribió en 1925 que los «métodos de observación participante» de Boas y Lowie debían tener aplicación fecunda en Little Italy, Greenwich Village o el barrio del North Side de Chicago
[58]
. Hughes no dirá otra cosa veintisiete años después, cuando declare que el sociólogo debe ser «el etnólogo de su propio tiempo, que saque a plena luz los aspectos menos evidentes de su propia cultura
[59]
». En la época en que Goffman sigue sus estudios en Chicago, todos los estudiantes de Sociología deben asistir al seminario de «Métodos y Formación en Observación sobre el Terreno» que dirige Hughes. En este sentido, valdrá la pena echar un vistazo al manual del curso, titulado
Cases on Field Work
[60]
.

Lo chocante es que esta obra no expone en absoluto las «técnicas» de la investigación sobre el terreno (observación, notas, entrevistas profundas, etc.): no se trata más que de una panorámica histórica y psicosociológica, de una antropología (compuesta por textos antropológicos y extractos de tesis dirigidas por Hughes) y de una bibliografía enorme. Toda la empresa parece una tentativa de justificación de la investigación sobre el terreno, como si los autores hubiesen tenido que defenderse de una acusación de «acientifidad». Lo que también se ve con claridad es la devoción a los datos, los sacrosantos datos de la sociología empírica anglosajona. Hughes, y la mayoría de sus colegas del Departamento, son como Santo Tomás: no creen sino lo que tocan. En esto, debemos señalar que Harvard y Columbia eran más ambiciosas. Parsons y Merton se atrevían a teorizar. Para los sociólogos de Chicago, sus doctrinas eran vanas: verborrea del intelectual que no ha estado nunca en el terreno, como ellos. No es que Hughes no leyese —en realidad, era muy erudito, apasionado por Musil y Boíl, por ejemplo— pero el respeto a la realidad probada prevalecía sobre cualquier consideración generalizadora. Joe Gusfield, uno de sus alumnos de fines de los años cuarenta, describe bien esta postura:

Una pequeña historia inventada entonces por uno de nosotros puede informar de la idea de Chicago, limitada y cerrada en lo empírico. Decíamos que una tesis sobre el consumo de alcohol escrita por un estudiante de Harvard podría titularse
Modos de descompresión cultural en los sistemas sociales occidentales;
la misma tesis de un estudiante de Columbia rezaría:
Funciones latentes del consumo del alcohol, según una investigación nacional;
y la de un estudiante de Chicago:
La interacción social en Jimmy’s, bar de la calle 55.
Era una metodología que obligaba firmemente al estudiante a atenerse a lo que podía ver, oír y tocar directamente. La interpretación y la imaginación venían en segundo lugar. Las abstracciones y las teorizaciones no basadas en la experiencia de la observación concreta eran sospechosas. Las perspectivas, las teorías, las doctrinas y los conceptos generales podían ser necesarios para emprender la investigación, pero había que someterlos al mundo específico, particular y real de la experiencia
[61]
.

Goffman, ciertamente, aprenderá esta lección. Después, no dejará de repetir a sus propios alumnos: «¿Qué datos tiene?». Pero no la aplicará sino secundariamente a su propio hacer, que nunca será puramente etnográfico, según veremos enseguida. En esto, no es muy fiel a la orientación de Hughes y de la escuela de Chicago, que no dejará de hacérselo saber bajo la forma de reseñas negativas de sus libros. Lo mismo, con Warner: durante sus estudios, Goffman ha hecho de él su mentor, lo sigue muy de cerca en el plano teórico (Durkheim y Radcliffe-Brown) y en el plano metódico (investigación sobre el terreno) hasta la tesis..., y después se convierte en Goffman, y nadie más. Hay que detenerse en esta independización estudiando detalladamente las relaciones entre Goffman y Warner.

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