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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (7 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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Al desechar toda preocupación por las características macrosociológicas de la comunidad que acababa de estudiar; al eliminar todo interés por los caracteres que distinguirían esta comunidad de otra, se ha encontrado examinando, por inadvertencia, las interacciones sociales que más se parecen a las de los lugares más impersonales de la vida moderna. Rechazando el tiempo y el espacio, deshaciendo la tradición de la historia, evitando la intimidad y la amistad, Goffman ha creado las condiciones del «hombre social» puro, del «hombre interaccional» puro..., y ha reivindicado su descubrimiento
[92]
.

Schudson exagera. Pero su vibrante retórica subraya bien la importancia del debate. Toda la sociología de Goffman, ¿procede de un mal punto de partida, de una experiencia falsificada? En mi opinión, Goffman ha sacado partido de una situación difícil, con el resultado de una tesis muy distinta a todo lo que Chicago había producido nunca.

Tememos la hipótesis siguiente:

Reconstruyendo las circunstancias de su investigación sobre el terreno en la isla, nos damos cuenta de que tropezó con una especie de muro de silencio. No es que una mafia local tratase de vigilarlo. Se trata, sencillamente, de que los habitantes son personas «calladas», sobre todo, ante los extranjeros. Viven replegados sobre su pedazo de tierra, corteses, pero impenetrables. Duro, para un joven intelectual de Chicago, acostumbrado a charlar hasta las dos de la madrugada en un bar de la calle 55. E independientemente de sus gustos personales por el
kibbitz,
esta taciturnidad le impedirá llevar demasiado lejos el estudio etnográfico de las estructuras de clase y de parentesco. No podrá ver sino las dimensiones más patentes, las que se dejan ver en los lugares públicos o semipúblicos. Así, se sentirá atraído naturalmente por los lugares en los que ciertos habitantes viven y hablan un poco más (y hasta un poco más tarde): el hotel, el billar y las veladas de
whist
y de baile. Y en ellos va a observar sus interacciones «conversacionales». No es, pues, por inadvertencia, según dice Shudson, por lo que se encontrará observando las conductas más impersonales de la isla: es porque ha puesto, a mal tiempo, buena cara. El resto de la vida social se le escapa. De ahí, su radical afirmación al principio del trabajo: «Este no es el estudio
de
una comunidad; es el estudio que se ha desarrollado
en
una comunidad
[93]
». De hecho, podemos seguir suponiendo, es probable que hubiese querido estudiar una comunidad, como Lloyd Warner le había propuesto. Si no, ¿por qué haber escogido un terreno tan particular? Si desde el principio no se trataba más que de estudiar estructuras de interacción en medio semipúblico, ¿por qué no habrían podido servir Chicago o Edimburgo?

De un modo u otro, fracaso compensado o no, la tesis está ahí, y se define en la primera página como «estudio de la interacción conversacional»: «El fin de esta investigación es aislar y fijar las prácticas regulares de lo que se llama la interacción cara a cara
[94]
».

En cierto modo, esta proposición no tiene nada de sorprendente. Conocemos su fascinación por Proust y el placer que siente observando las veladas de sus compañeros en Chicago. Sabemos, en un plano más universitario, que ha leído a Simmel a través de las traducciones de K. Wolff
[95]
y E. Hughes, que conoce el «interaccionismo simbólico» de Blumer y que su cultura psicoanalítica y / antropológica lo ha llevado a interesarse por los hechos microscópicos.

Pero, desde otro punto de vista, su proposición sí es sorprendente. El resto de la introducción explica en principio lo que él rechaza:

Este estudio no se ha hecho para determinar por completo, ni con precisión, la historia de una práctica interaccional, la frecuencia y su lugar de aparición, la función social que cumple, y ni siquiera la variedad de personas entre las cuales se produce
[96]
.

Goffman elimina de este modo toda la problemática de la interacción, tal como la formulan los psicólogos sociales de los años cincuenta basándose en estudios experimentales sobre los pequeños grupos. Hay que releer estos trabajos, en los que se fragmentaba, contabilizaba y estimaba, en sus «efectos» sobre dos grupos de estudiantes, la «transmisión de mensajes», seguida de distintas «retroacciones»,
[97]
para comprender la alusión de Goffman a las «frecuencias» y a las «funciones sociales» de las interacciones. Por lo demás, será menos alusivo posteriormente, cuando explique su método en un artículo vibrante de cólera contra dos colegas que la habían tomado maliciosamente con su libro favorito,
Frame Analysis.
Aunque hayamos de dar un salto adelante de cerca de treinta años, citemos este pasaje, buena aclaración del proyecto que se fija Goffman en su tesis:

Creo que, para estudiar un objeto, hay que empezar por atacarlo frontalmente y considerarlo en su nivel como un sistema en sí mismo. Si bien esta actitud se encuentra en el estructuralismo literario contemporáneo, mi fuente de inspiración en este sentido fue el funcionalismo de Durkheim y de Radcliffe-Brown. Basándome en ellos, traté en mi tesis de considerar la interacción cara a cara como una materia por sí misma y de sacar el término «interacción» del hoyo donde parecían dispuestos a abandonarlo los grandes psicólogos sociales y sus epígonos patentados
[98]
.

Lo que efectivamente es muy chocante en Goffman, hasta en la manera de expresarse, es la visión de una realidad
sui generis
de la interacción
[99]
. Mientras que, para los psicólogos sociales, las interacciones son producto de los individuos en grupo, Goffman pretende considerarlas como sistemas autónomos, independientes de los individuos que vienen a actualizarlas. Esta actitud es firme desde la primera página de su tesis:

Me interesaban muy particularmente las prácticas sociales cuya explicación y análisis pudieran contribuir a la construcción de una sistemática útil para analizar la interacción en nuestra sociedad. Al hilo del estudio, la interacción conversacional se me ha presentado como algo de orden social. El orden social que se mantenía a través de la conversación parecía estar compuesto de cierto número de cosas: la imbricación de los mensajes de distintos participantes, la gestión por cada uno de éstos de la información que estos mensajes aportan sobre él, la demostración del acuerdo que mantienen los interlocutores, etc.
[100]

G. H. Mead había sugerido ya que se reconociese la especificidad de la interacción frente a los individuos que la cumplen
[101]
, pero nunca fue más allá, ni propuso, por una parte, una idea de la interacción como tipo de orden social ni, por otra, un análisis de las ruedas, por tenues que sean, de la mecánica interaccional. Pues bien, esto es lo que Goffman se propondrá hacer: trabajo de ambición increíble. Pero puede comprenderse que, una vez digerida la herencia de Chicago, una vez superada la voluntad de ser simplemente un buen alumno que repite un estudio a lo Warner o a lo Hughes, Goffman se vea libre, libre de utilizar todas las referencias que quiera, libre de inventar su propio vocabulario, libre de crear su sociología. Por esto, quizá, será capital para los años siguientes su travesía del desierto marítimo de las Shetland.

Una vez terminada la presentación de Dixon, Goffman propone su «modelo conceptual», que consiste, en un primer momento, en trasladar al plano de la interacción ocho proposiciones sobre el «orden social». La noción de orden social atraviesa toda la historia de la sociología anglosajona, que habla gravemente de ella como la «pregunta hobbesiana», con lo cual se dota a poca costa de raíces filosóficas. De hecho, el pensamiento nunca llega demasiado lejos: se trata sólo de decir que la sociología trata de contestar a la pregunta de Hobbes sobre la «guerra de todos contra todos». ¿Cómo es que los lobos humanos no se comen entre sí? Porque se lo impide la «coacción social» que, o ejercen unas instituciones externas, o se interioriza bajo la forma de normas morales. Es un resumen tosco, pero no dejan de resurgir estas mismas ideas, de Spencer a Parsons, pasando por Cooley y Park
[102]
. Goffman no cae en esto, pero, ya en su primera nota al pie de página, cita a Parsons y a Chester Barnard. Este es un alto directivo de la firma AT & T, que ha dado a las
businessschools
su primer clásico moderno,
The Functions of the Executivé
[103]
.
Tanto Parsons como Barnard siguieron en Harvard, a fines de los años veinte, el seminario de un curioso fisiólogo, Lawrence Henderson, que se apasiona por la obra de Vilfredo Pareto
[104]
. Entre Pareto, Henderson, Barnard, Parsons y, por último, Goffman, hay una coincidencia: la noción de
sistema,
que, ciertamente, no esperó a la «sistemática» (
systémique
, término de moda en Francia desde hace poco) para atraer a muchos teóricos de las ciencias sociales, pero que, por lo mismo, se ha convertido en un coladero conceptual. Goffman no va a dedicarse nunca a definir exactamente lo que entiende por «sistema», ni en su tesis, ni en el resto de su obra, pero esta noción, entendida, como en Parsons, en el sentido de conjunto interdependiente de elementos
[105]
, formará cuerpo con su pensamiento, según explicó él mismo en su respuesta a Denzin y Keller (véase cita
supra,
pág. 55). Después de su tesis, Goffman aludirá mucho menos explícitamente a Parsons (conservando sólo a Durkheim y a Radcliffe-Brown como fuentes reconocidas), pero es indiscutible que, desde 1945, tiene gran dominio de la obra del «incurable teórico» que señorea la sociología estadounidense de los años cincuenta
[106]
. En esta época, era grande en Chicago la oposición a Parsons, mientras que las fuentes europeas de inspiración eran las mismas. Según dirá después otro antiguo alumno de Chicago, M. Janowitz:

Algunos mascarones de proa del Departamento eran personalmente hostiles o desdeñosos por su falta de investigación empírica. Louis Wirth era el portavoz más vehemente de una actitud que, por primera vez, descubrió connotaciones antiintelectuales
[107]
.

Janowitz alude, sin duda, a la conferencia de Parsons en Chicago, a fines de los años cuarenta: «Louis Wirth, que lo había presentado, se sentó en primera fila y empezó a revisar su correo», recuerda J. Gusfield
[108]
. Aunque sólo fuese por voluntad de independencia de sus maestros, Goffman muy bien podría haber tomado una postura parsoniana en su tesis, que ya no abandonará.

Entre la noción de «sistema» y la de «orden social», hay, tanto en Parsons como en Goffman, una especie de parentesco. Para Parsons, la sociedad posee sus mecanismos autorregulares, que mantienen el orden: el orden social. Para Goffman, la interacción posee sus mecanismos autorreguladores, que mantienen el orden: el orden de la interacción. Pero estos mecanismos autorreguladores son tan frágiles como el orden que protegen. Tanto para Parsons como para Goffman, el mundo social es precario: nunca tiene garantizado el orden. En el caso de la interacción, los actores harán cualquier cosa por evitar el
embarazo,
la sanción que afecta tanto a las víctimas como a los causantes cuando éstos infringen las reglas, provocando el desorden. Y así, con preferencia a sanciones que podrían precipitar a todos los participantes a una desorganización mayor aún, las víctimas de una ofensa adoptan una actitud indulgente que Goffman llama «compromiso de conveniencias». Según el Webster
(working acceptance).
Por poner un ejemplo que no es de Goffman: si su interlocutor le arroja saliva al hablar, usted hará más bien como si nada. Interrumpirlo bruscamente para decirle que tenga más cuidado sólo provocaría una turbación profunda, que desarticularía toda la interacción. Según dice Goffman; «En general, podemos confiar en una cosa: la gente hará todo lo posible por evitar una ‘escena’
[109]
». Pues bien, estas pequeñas ofensas, seguidas de otros tantos perdones superficiales, son permanentes en el curso de una interacción. De ahí la proposición de Goffman: «A veces, es preferible entender la interacción, no como una escena de Armonía, sino como un orden que permite librar una guerra fría
[110]
». De esta manera, llega más lejos que Parsons en su respuesta a la pregunta por el orden social. La sociedad no es una guerra de todos contra todos, no porque los hombres vivan en paz, sino porque una guerra franca es demasiado costosa
[111]
. Sin embargo, Goffman habla sólo de un tipo de orden social, el que ve en la interacción. Los demás órdenes no son cosa suya, y no tratará de articularlos a aquello que le preocupa
[112]
.

La interacción a la cual dedica toda su atención es la que llama «conversacional» (
conversationnelie
). El capítulo III, titulado «La Conducta Lingüística», confirma su conocimiento, ya descubierto cuando comentábamos su tesis de licenciatura, de la lingüística social de Sapir, otra obra importante olvidada por el Departamento de Sociología de Chicago, mientras que, como en el caso de Parsons, parecían reunidas todas las condiciones para una síntesis original (incluida, en 1925-1930, la presencia física de Sapir)
[113]
. Everett Hughes reconocerá más tarde la incapacidad de la sociología interaccionista de Chicago de incorporar empíricamente el lenguaje a sus análisis, mientras «se desgañita proclamando que la sociedad no existe más que en, por y para el lenguaje
[114]
». Al fijarse como objeto el lenguaje según se habla, no según se escribe, es decir, el lenguaje como conducta, no como producto, Goffman prefigura en su tesis el movimiento sociolingüístico que surgirá a comienzos de los años sesenta (con Gumperz, Hymes, etc.)
[115]
. Que ya en 1950 se proponga hacer una «etnografía del habla» sorprende tanto más cuanto que la corriente dominante en la época es la llamada lingüística «descriptiva»
[116]
, la cual postula que «el texto señala su propia estructura
[117]
», idea que no invita a atender a los locutores ni a la situación de interlocución. Más sorprendente aún, todas las rupturas con esta actitud se deberán a lingüistas o dialectólogos. Goffman será el único sociólogo de su generación que lleve tan lejos y tan precozmente el análisis del lenguaje en acto, hasta el punto de que sus primeros artículos y sus primeros libros no descubrirán ya el rastro, como si se hubiese dado cuenta de haber llegado demasiado pronto. Hasta 1964, no volverá explícitamente al análisis sociológico del lenguaje, con un breve artículo titulado «El olvido de la situación
[118]
».

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