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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (5 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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En Toronto, Birdwhistell había hablado mucho de Warner a Goffman, que, como recordaremos, estaba maravillado por sus ejercicios de clasificación en «clases sociales» según índices ínfimos de la vida cotidiana. Warner es «emprendedor», como se dice en Estados Unidos: llegado en 1935 a Chicago, no sólo dicta cursos de Antropología y Sociología, lleva a cabo la enorme investigación de
Yankee City,
lanza nuevas investigaciones sobre pequeños municipios del Sur y del cercano Oeste y sobre seis tribus indias, sino que, además, crea un centro interdisciplinario para cruzar la psicología, el psicoanálisis y la antropología (se trata del
Committee on Human Development
) y, con el fin de tener las manos libres cuando se trate de contratos de investigaciones, funda una empresa particular de ciencias sociales aplicadas, llamada
Social Research Inc.,
en la que trabajarán muchos de sus alumnos. También ha sido juglar, es fanático de la música popular y buen vividor. O sea, que tiene ánimo, iniciativa y recursos, elementos que le atraen la desconfianza de sus colegas, pero que quizá sedujesen a Goffman.

El curso principal de Warner es una mezcla de antropología social inglesa, de teoría warneriana de las clases sociales y de estudios de «comunidades». Divide la clase en «comisiones», que deben escoger una comunidad (los italianos, los anglosajones, los negros, etc.), exponer un informe sobre ella ante sus condiscípulos, estudiar después una institución social de esta comunidad (por ejemplo, la familia) y presentar un nuevo informe. Warner no teoriza simplemente por gusto: la teoría está al servicio de los datos, como en Hughes. Su frase de síntesis favorita, que pronuncia restallando los dedos de las dos manos juntas y las palmas vueltas a la clase, es muy simple: «La sociedad es una red de interconexiones
[62]
».

Pero lo fundamental en su enseñanza es la manera como integra datos antropológicos sobre los aborígenes australianos, datos sociológicos sobre el sistema de «castas» del viejo Sur y datos psicológicos de orientación psicoanalítica sobre la personalidad de los cuellos blancos de «Jonesville», Illinois. Warner se interesa detalladamente, como su colega Robert Redfield, cuya enseñanza seguirá también Goffman, por la continuidad entre la sociedad rural tradicional y la sociedad urbana contemporánea. Pero, mucho más que Redfield (y Park, y Hughes, y Wirth), sigue la evolución estadounidense de las teorías de Freud y Jung de la personalidad, especialmente en cuanto a las relaciones que establecen entre ésta y la cultura, en aquella época, muchos antropólogos y psicólogos
[63]
. Goffman había leído ya, sin duda, las obras clásicas de Sapir
[64]
, Linton
[65]
o Bateson y Mead
[66]
sobre el tema. Pero, ciertamente, es Warner quien lo incita a leer y utilizar los estudios de Henry Murray, el psicólogo discípulo de Jung que creó, hacia 1935, la prueba de percepción temática (T.A.T.) y que, con la ayuda de antropólogos como Clyde Kluckhohn, trata de establecer las diversidades culturales y sociales de las «determinantes de la personalidad
[67]
».

El dominio de estas obras es patente en la tesis de
Master of Arts
que Goffman deposita en la Facultad a fines de 1949 bajo un título algo misterioso: «Características de la Reacción a la Experiencia Figurada
[68]
». Es el primer trabajo escrito que tenemos de Goffman. Al principio, se trataba simplemente de ampliar un estudio de Lloyd Warner y William Henry, especialista del T.A.T. aplicado a los indios hopí
[69]
. La C.B.S. (Columbia Broadcasting System) les había encargado estudiar las reacciones de los oyentes a un folletín radiofónico. Warner y Henry muestran que hay relación entre las condiciones de vida socio-económica y la personalidad. Para esto, someten al T.A.T. a sesenta esposas de obreros especializados y a cinco esposas de directivos
[70]
. En su introducción, Goffman explica que, en el momento del estudio de Warner y Henry, se interesaba «por la relación entre la posición socio-económica y la personalidad
[71]
». Ha pedido y obtenido el permiso de utilizar la documentación de Warner y Henry y ha decidido equilibrar las dos muestras. Durante el otoño de 1946, somete al T.A.T. a cincuenta esposas de directivos de los alrededores de Hyde Park, de Chicago. Tratando de relacionar la posición socio-económica y los tipos de respuesta al T.A.T., advierte que los medios de investigación son malos y que, por tanto, es imposible determinar la relación entre la posición y la personalidad. Así, explica que ha decidido concentrarse únicamente en las características de las respuestas dadas a las imágenes del T.A.T
.
[72]
Y aquí viene el estallido: de tesis que había de reproducir fielmente un estudio anterior, pasará, no sólo a criticar con rigor las técnicas que se encuentran y otros utilizan servilmente, sino también a presentar un conjunto de proposiciones originales sobre la categoría de realidad que otorgan los examinandos a las representaciones que se les someten. Critica el T.A.T. y produce un primerísimo esbozo de...
Frame Analysis,
el libro que escribirá veinte años después. Y, por último, ofrecerá un primer análisis de las «escenificaciones de la vida cotidiana», exponiendo los estilos de decoración, los tipos de revistas y los modos de sentarse el ama del lugar. Reconocemos todavía a Warner, pero hay ya algo más.

La primera parte de la tesis da prueba, ante todo, del dominio que tiene Goffman del T.A.T.: con estilo sobrio y denso, pasa revista a la historia, los objetivos, el alcance y las limitaciones de esta prueba. Goffman insiste mucho en sus deficiencias y en sus supuestos teóricos, basándose, entre otras obras, en
Collected Papers
de Freud. Su crítica de las técnicas de análisis de las respuestas deja entrever su decepción por la imprecisión de las unidades y subunidades que manejan habitualmente Murray y los psicólogos clínicos que lo siguen..., por no hablar de los mismos Warner y Henry. En la segunda parte, explica cómo abordó a sus examinandos por teléfono, según la técnica clásica de la «bola de nieve»: un nombre proporciona otro. Presenta las características socio-económicas de los miembros de su muestra y cumple el acto de contrición inevitable en todo ejercicio académico: dice que sus métodos de muestra y de recogida de datos son defectuosos. Todo, explicado con mucha finura pero sin aportar nada demasiado nuevo.

La revelación queda para la tercera parte: pone patas arriba el cuadro psicológico realista en que suelen analizarse las respuestas a las imágenes del T.A.T. y esboza su propia interpretación sociológica, basada en Whorf, Sapir, Burke y Cassirer, entre otros. Es sabido que las planchas del T.A.T. representan diferentes personas colocadas en distintas situaciones. Así, tenemos la famosa «escena» del niño con el violín roto, la campesina con libro, la madre con hijo, etc. Para Murray, hay en cada imagen un contenido real (que suscita una respuesta
objetiva
sobre los elementos de la escena representada) y un contenido hueco (que provoca una respuesta
proyectiva
de los pensamientos, los móviles y las dificultades de la persona representada, es decir, se supone, los del examinando). Son, desde luego, las respuestas proyectivas las que interesan a los clínicos, y sobre todo las más originales, las que se desvían de las respuestas provocadas por la estereotipia de las imágenes. Goffman elimina la oposición entre respuesta objetiva y respuesta proyectiva basándose en la idea de que toda visión es una proyección, es decir, una interpretación. Así, Goffman lleva el experimento del T.A.T. a una perspectiva más vasta de «interpretación del mundo»:

Suponemos, pues, que el sentido se introduce en el mundo sobre la base de las reglas que observa un grupo para seleccionar, clasificar y ordenar parcialmente los hechos. Suponemos también que estas reglas resultan un poco arbitrarias colocándonos en el punto de vista de un hipotético mundo exterior. Por tanto, estas reglas constituyen una forma de proyección, y en esta acepción emplearemos el término en el presente estudio
[73]
.

Naturalmente, este idealismo simplista haría sonreír a cualquier kantiano de pura cepa. Pero hemos de tener presente que esta discusión sobre la categoría de la experiencia sensible no era moneda corriente en antropología ni, menos aún, en psicología alrededor de 1945 en Estados Unidos, aunque generaciones de filósofos no hubiesen dejado de enunciar proposiciones semejantes a la de Goffman. Los antropólogos de la escuela «Cultura y Personalidad» habían extendido, sin duda, la noción de proyección al grupo social, pero haciendo de éste un metaindividuo a través de la idea de una «personalidad básica» que obra dentro de cada cultura. Están todavía lejos de haber asimilado la llamada hipótesis de Sapir-Whorf sobre el lenguaje como «guía simbólica de la cultura», que será uno de los fundamentos de la antropología «cognitiva» de 1955-1970
[74]
. Pues bien, Goffman está ya, o casi, al término de un recorrido que lo ha llevado, de 1945 a 1949, por la semántica antropológica, la crítica literaria y lo que él llama la «crítica filosófica de las ciencias físicas
[75]
». Ha digerido la enseñanza que podía obtener de un enfoque psico-cultural de la conducta interpretativa y sugiere un enfoque cognitivo al hablar de la reconstitución de los «modos de pensamiento» que podrían establecerse a partir de las respuestas al T.A.T. Evidentemente, no podemos esperar que lo tuviese todo listo en 1949. De hecho, casi seguirá una curva descendente en los siguientes capítulos, como si en mitad de la tesis, al principio de la tercera parte, hubiese alcanzado la cima de sus posibilidades críticas y creativas; lo que no obsta para que los capítulos VIII-XII sigan siendo sorprendentes.

A la primera lectura, notamos ya el modo de exposición de las ideas en forma de árbol, que después se hará muy (demasiado) frecuente en él: el fenómeno A se divide en A-l y A-2, que, a su vez, se divide en dos o tres subespecies, una de las cuales vuelve a subdividirse en algunos casos. El árbol que puede así dibujarse no es nunca simétrico: Goffman no hace arquitectura gótica, aunque nos haga recordar la escolástica. Aparece también en estas páginas otra técnica de Goffman: la expresión vulgar, formada en «concepto». El término aparece una vez entre comillas, varias veces después, acá y allá en el cuerpo del texto sin hacerse notar y, después, nunca más. Será, pues, un gran consumidor de conceptos efímeros. Ilustrémoslo:

Su objetivo es, pues, descubrir las diferentes respuestas que un individuo puede dar al presentársele imágenes de situaciones en las que aparecen una o varias personas, en este caso, planchas del T.A.T. Empieza por dividir estas respuestas en dos categorías: las respuestas que tratan de la dificultad de dar una respuesta y, en la segunda categoría, el resto de las respuestas. Ya tiene dos ramas el árbol. Entre éstas, tenemos las «directas», que son muy frecuentes, y las «indirectas», que lo son menos. Otras dos ramas. Las respuestas directas son aquellas por las que el examinando reacciona a las situaciones representadas como si fuesen reales. La imagen se considera como un simple espejo del mundo exterior. En cambio, las respuestas indirectas eluden afirmaciones sobre el grado de realidad de la representación. Planteada esta oposición (desde luego, menos corriente en sociología que en estética, hay que decirlo, sobre todo entonces, a fines de los años cuarenta), Goffman entra en los detalles. Les dedica cerca de treinta páginas, cuyo contenido nos importa ahora menos que su ordenación. Las respuestas directas se dan, ya bajo la forma de una identificación de las personas («Es una madre y su hijo»), ya bajo la forma de un guión dominado por un giro
(turning point,
punto de inflexión). He aquí otras dos subramas y la primera de una larga serie de conceptos
ad hoc.
Analicemos un instante cómo llega Goffman a proponer este «giro» y cómo lo utiliza a fondo antes de abandonarlo. Observar este procedimiento en sus comienzos nos proporcionará un firme apoyo para comprender la obra venidera: habremos captado así uno de los esquemas de pensamiento de Goffman, que resultará un incorregible experimentador intelectual.

Veamos, pues, las respuestas directas a las imágenes del T.A.T. que se dan bajo la forma de guión. Goffman observa que el tema del amor se encuentra presente muy a menudo. El amor interviene en un momento de crisis de las personas y «reorienta» toda su conducta. «La reorientación que efectúa el amor puede llamarse un “giro”», indica Goffman, ofreciendo una definición funcional de su nuevo concepto:

La formulación de un giro facilita la inserción de los elementos de la imagen en un guión único. El pasado y el futuro de una escena no necesitan de reconstrucción imaginaria. Este esfuerzo no es necesario porque un hecho crítico prima sobre todo hecho anterior, encerrando al mismo tiempo un futuro completo para cada una de las personas
[76]
.

Una vez así explicada la función narrativa del giro, Goffman no volverá sobre él. Empleará esta expresión como si fuese perfectamente evidente, sin comillas ni cualquier otra precaución («Otro giro favorito es la muerte»). De hecho, la expresión queda algo ambigua. Descansa sobre una imagen fuerte, la de la báscula o de la placa giratoria, y arroja una luz muy viva, pero efímera, sobre los datos a los que se aplica. Si tratamos de rodearla más de cerca, definirla abstractamente, o incluirla en un «sistema» teórico, se desvanece. Lo mismo ocurrirá con la mayor parte de los conceptos efímeros de Goffman. Es como si se agotasen al transmitir su energía a los datos que iluminan, hasta el punto de no ser ya más que la sombra de sí mismos al final del recorrido. Este pragmatismo teórico pondrá a Goffman a mitad de camino entre sus condiscípulos empiristas de la escuela de Chicago, que seguirán haciendo etnografías de Jimmy’s, bar de la calle 55 (por recoger el ejemplo de Gusfield), y sus colegas europeos, que, dentro de la tradición filosófica, seguirán construyendo maquinarias teóricas a prueba del tiempo. Con sus teorías «de bajo alcance
[77]
», Goffman quiere dar cuenta de lo real, primera instancia ante la cual se borran los conceptos. Pero es lo real lo que se encuentra tras las situaciones particulares que los datos han captado; es la realidad de las regularidades, de los procesos, de los mecanismos que fundamentan los comportamientos y, en último término, el orden social. Pero no vayamos demasiado rápido. Goffman lo piensa ya, sin duda, en 1949, pero no lo explicará claramente hasta cuatro años después, en su tesis doctoral.

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