Los perros de Skaith (9 page)

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Authors: Leigh Brackett

BOOK: Los perros de Skaith
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—Sólo le hace falta reposo y alimento —explicó la mujer—. Y tiempo.

Halk levantó los ojos y miró a Stark.

Dos horas después de la puesta del Viejo Sol, Stark estaba de nuevo bajo los árboles, flanqueado a derecha e izquierda por Gerd y Grith. Los otros siete perros se sentaron tras él. Ashton y Gerrith le acompañaban, al igual que Halk. Ildann, de pie, se situó entre los Nobles de la aldea, hombres y mujeres. Una de sus manos descansaba firmemente en el hombro de Jofr. El Bosque del Hogar y el espacio circular quedaban iluminados por numerosas antorchas fijadas en unos postes. El viento seco y frío del desierto hacía bailar las llamas y la multitud reunida esperaba en silencio. Todos llevaban capas y capuchones para protegerse del frío, de modo que incluso el rostro de las mujeres quedaba oculto.

—Escuchemos las palabras de nuestro huésped —dijo Ildann.

A la luz de las antorchas, sus ojos parecían intensamente vivos. Stark sabía que se había pasado las horas precedentes obteniendo de Jofr cuanta información pudiera darle el muchacho. Jofr había perdido toda su audacia. Parecía colérico y dudoso, como si se encontrase en aguas profundas.

La multitud sin voz ni rostro esperaban pacientemente. El viento jugaba con las capas de cuero y agitaba las duras hojas de los árboles. Stark apoyó una mano en la cabeza de Gerd y habló.

—Vuestro jefe me ha preguntado cómo los Perros del Norte, guardianes de la Ciudadela y de los Señores Protectores, han abandonado su puesto para seguirme. La respuesta es muy sencilla. Ya no pueden guardar la Ciudadela. Yo mismo la incendié.

Un grito sin palabras se alzó de la multitud. Stark dejó que acabase. Se volvió hacia Ildann.

—Sabes que es verdad, Guardián del Hogar.

—Lo sé —replicó Ildann—. El joven Ochar ha escuchado y visto. Este hombre es el Hombre Oscuro de la profecía de Irnan... que finalmente se ha cumplido. Él y sus perros llegaron al albergue con Heraldos cautivos. Dijeron a Ekmal y a los suyos que los Señores Protectores eran fugitivos sin techo. Los Ochars nunca más serán guardianes de la Alta Ruta, y sus lamentos se oirán muy fuertes.

Un grito de salvaje alegría nació de la multitud.

Jofr, furioso, bramó:

—¡Los Heraldos nos lo prometieron! La Ciudadela será reconstruida. Mi padre ha enviado al Taladrador del Cielo y todos los clanes Ochar se reunirán para avanzar contra vosotros...

Con el dedo, señaló a Stark.

—¡... por su culpa!

—Es probable —contestó Stark—. Y os digo también que los Heraldos pagarían un buen precio por mí y por mis compañeros.

Apoyó la mano izquierda en la cabeza de Grith.

—Pero tendríais que vencer a los perros. Ildann, pregúntale al muchacho cuántos Corredores mató la manada. Él vio los cadáveres.

—Ya se lo he preguntado —replicó Ildann—. Al menos, cincuenta.

—Comprenderéis que la recompensa no es fácil de ganar. Os ofrezco una mejor. Os ofrezco quedar liberados de la avidez de los Ochars que desean vuestras tierras, de la opresión de los Heraldos que apoyan a los Ochars. Os ofrezco quedar liberados de los Corredores que devoran vuestras aldeas. Os ofrezco quedar liberados del hambre y la sed. Os ofrezco Yurunna.

Silencio de estupefacción. Luego, todos hablaron al mismo tiempo.

—¡Yurunna! —exclamó Ildann fieramente—. ¿Crees que no lo hemos pensado? ¿Crees que no lo hemos intentado? En tiempos de mi padre, y del padre de mi padre... Las murallas son fuertes, están defendidas por máquinas que derraman ardiente fuego sobre los enemigos. Albergan los corrales donde se educa a los Perros Demonio. Incluso sus cachorros son terribles. ¿Cómo íbamos a conquistar Yurunna?

—Con los Hann únicamente, o con cualquiera de las otras Casas Menores, la tarea es imposible. Pero todas las Casas Menores unidas...

Se alzaron voces, hablando de viejas enemistades, de deudas de sangre, de asaltos, matanzas. La multitud se volvió un ser turbulento. Stark alzó las manos.

—Si las deudas de sangre os importan más que la supervivencia de la tribu, ¡conservadlas! ¡Por su culpa, dejaréis que la última brasa arda en el Hogar! ¿Por qué sois tan estúpidos? Juntos, seríais lo bastante fuertes como para combatir con los Ochars, para combatir con cualquiera, excepto con la propia Madre Skaith. ¡No tenéis elección! Debéis huir hacia el sur. El frío está echando a los Corredores hacia vosotros y vosotros mismos os veis forzados a realizar incursiones hasta los límites del Borde. ¿Por qué todas estas penalidades cuando Yurunna está al alcance de la mano? ¿No sería mejor que Yurunna os alimentara antes que seguir siendo servidores de los Heraldos?

Calma inquieta: reflexionaban.

Ildann planteó la pregunta crucial.

—¿Quién iría al mando? Ninguno de los jefes de las Casas Menores aceptaría someterse a otro.

—Yo iría al mando. No llevo capa, de ningún color. No quiero tierras ni botín. Una vez acabada la tarea, me marcharía.

Stark tardó un tiempo en continuar.

—Ha sido predicho que un ser alado me daría el bautismo de sangre entre los Guardianes de los Hogares de Kheb.

Esperó a que se calmase la reacción.

—La decisión es vuestra. Si decidís en mi contra, iré a las demás Casas. Por ahora, he terminado.

Cortésmente, se volvió hacia Ildann.

—¿Qué debemos hacer?

—Volved a la casa y esperad allí. Debemos hablar entre nosotros.

Una vez en la casa de huéspedes, apenas comentaron nada entre ellos. Habían decidido que aquella táctica era la mejor para todos. Como fugitivos sin recursos, apenas podían sobrevivir. Con un cierto poder apoyándoles, por pequeño que fuera, sus oportunidades serían mucho mejores. Yurunna era el cebo de Stark. No podían hacer otra cosa que esperar las deliberaciones de la tribu.

—Todo irá bien —le dio Gerrith—. No te inquietes.

—Si es verdad, mejor —comentó Halk—. En caso contrario, ¿qué le preocupa a Stark? Ya no es el Hombre Oscuro, ya no está predestinado. Puede dejarnos y marcharse solo a Skeg. Como es casi una bestia, quizá lo consiga. Y quizá no. No tiene importancia. Ahora, que me traigan algo de beber y de comer. Tengo hambre.

Alzó las manos y dio una palmada.

—Si vamos hacia el sur, tendré que ser capaz de sujetar una espada nuevamente.

Por la noche, Stark se despertó en varias ocasiones y escuchó el rumor de la aldea, que zumbaba como un nido de avispas. Cuando el Viejo Sol fue saludado ritualmente y alimentado con vino y fuego para que empezase el nuevo día, Ildann mandó a buscarles. Stark se dirigió a la casa del jefe, acompañado por Ashton, Gerrith y los perros que no dejaban de seguirle.

Ildann se había pasado toda la noche discutiendo con los Nobles, hombres y mujeres. Sus ojos enrojecidos pestañeaban, pero Stark vio en ellos un brillo ambicioso y excitado. También vio algo más: algo llamado miedo.

—¿Qué sabes de los Fallarins?

—Nada —respondió Stark—, salvo que la palabra significa «Encadenados».

—Son los verdaderos señores de este desierto. Incluso los Ochars deben doblegarse y pagarles tributo, como nosotros mismos.

Reflexionó. Stark, en pie, esperó pacientemente.

—Es una raza maldita. En el pasado, los sabios sabían cómo transformar a la gente, crear hombres diferentes...

—Eso se llama mutación controlada —explicó Stark—. Conozco algunas. Los Hijos de Nuestra Madre el Mar, que viven en el agua, y los Hijos de Skaith, ocultos bajo las Llamas Brujas. Ninguno de esos encuentros resultó agradable.

Ildann se encogió de hombros con repugnancia.

—Los Fallarins querían ser los Hijos del Cielo, pero el cambio no resultó... como ellos deseaban. Desde hace siglos se sientan en su negra caverna de las montañas, hablando con los vientos. Son grandes magos que tienen poder sobre el aire y pueden usarlo cuando quieren. Les pagamos cuando sembramos, cuando recolectamos, cuando vamos a la guerra. Si no, enviarían tempestades de arena... —Bruscamente, levantó los ojos—. ¿Es verdad lo de la predicción del hombre alado con el puñal?

—Lo es —dijo Gerrith.

—En ese caso, si los Fallarins te bautizan con sangre, otorgándote el favor de los vientos, las Casas Menores te seguirán donde tú quieras.

—Bien —replicó Stark—. He de encontrar a los Fallarins.

—Mañana saldré para realizar el peregrinaje de primavera al Lugar de los Vientos. Los guardianes de todas las Casas se reunirán allí bajo condiciones de tregua. Está prohibido que acudan forasteros, pero romperé las normas y, si quieres, te llevaré conmigo. Sin embargo, tengo que decirte una cosa... —Se inclinó hacia adelante—. Los Fallarins tienen poderes muy superiores a los de tus Perros Demonio. Si se pronuncian en tu contra, acabarás en las llamas de la Hoguera de la Primavera que encienden para agradar al Viejo Sol.

—Es posible —dijo Stark—. Sin embargo, iré.

—Tú solo. Los demás hombres no tienen por qué ir, y las mujeres no son admitidas. La Hoguera de la Primavera implica muerte y, según nuestras costumbres, las mujeres sólo están ligadas a la vida.

La separación no complacía a Stark, pero no podía hacer otra cosa. Gerrith declaró que todo iría bien. Deseando creerla, Stark salió de la aldea con Ildann, Jofr, sesenta guerreros, los Perros del Norte, algunas bestias de carga y dos hombres enjaulados, condenados, siguiendo el estandarte del peregrinaje al Lugar de los Vientos.

11

El estandarte peregrino marchó rumbo al este. El hombre al que pertenecía el honor hereditario de llevarlo cabalgaba delante de la compañía con la larga lanza rematada por dos alas desplegadas. Estaban labradas en oro, finamente, pero los años las convirtieron en frágiles y habían tenido que ser groseramente reparadas en varias ocasiones. Aquel estandarte protegía al grupo del ataque de los miembros de las otras tribus. Las capas púrpuras de los jinetes formaban una oscura estría en la tierra de mates pigmentos. Avanzaban deprisa, seguros. El viento les rozaba con suavidad. Siempre ocurría igual, le explicó Ildann, cuando se dirigían al Lugar de los Vientos.

Jofr iba silencioso. Miraba a Stark frecuentemente con ojos cargados de maléfica esperanza.

El Viejo Sol también observaba a Stark como un ojo desdibujado lleno de senil ironía. «No soy de los tuyos» Pensó Stark. «Y lo sabes, y piensas en la Hoguera de la Primavera, lo mismo que el muchacho». Se rió de sus propios pensamientos. Pero el primitivo N´Chaka no reía. El primitivo N´Chaka se estremeció y sintió frío. Anticipaba el peligro. El primitivo N´Chaka no confiaba en las visiones.

Dejó qué los Perros del Norte corrieran a su antojo, manteniendo siempre a su lado a Gerd y Grith. Antes de que hubieran recorrido un trecho considerable, apareció una banda de Corredores. El grupo era demasiado fuerte como para recibir un ataque, pero los Corredores se mantuvieron al acecho más allá del alcance de los arcos, guiados por la esperanza de que alguno de sus componentes se quedase rezagado o alguna bestia resultase herida. Stark les permitió a los perros, llenos de ardor, lanzarse contra ellos, y los Hann se quedaron impresionados. Era la primera vez que los perros mataban en el viaje; y no fue la última. El estandarte peregrino no significaba nada para los Corredores.

Al tercer día, una enorme muralla montañosa surgió en medio de la oscura llanura, desgarrada, solitaria. Aunque el cielo estuviera claro, procuraba la misma impresión que una tormenta. En su centro se abría una garganta, semejante a una estrecha puerta. A los pies de la garganta, contorneando algo parecido a una base, habían edificado un espeso muro de piedra. En el interior del muro se encontraban las tiendas y banderas de un campamento de considerable tamaño.

La cabalgata se detuvo, rehízo filas y los hombres se sacudieron el polvo de las capas. Desplegaron los purpúreos estandartes. Un trompeta dejó oír tres roncas notas emitidas por un cuerno curvo. Stark llamó a la jauría. Los jinetes anduvieron hacia el muro.

En el ancho espacio que separaba la muralla del acantilado se extendían cinco campamentos distintos, segregados, cada uno con su propio estandarte de peregrinaje y banderas de diferente color: rojo, marrón, verde, blanco y el ardiente naranja de los Ochars. Jofr quiso saltar y gritó. Como su montura iba bien sujeta, no pudo avanzar él solo.

En el centro del espacio abierto se veía una plataforma de bloques de piedra, de unos tres metros de alta y seis de ancha. Tres piedras más elevadas se encastraban en ella. Todo el conjunto estaba ennegrecido, manchado y desgarrado por las llamas de la celebración primaveral del Viejo Sol. Alrededor de la plataforma habría un mínimo de diez jaulas. Cada una de ellas contenía a un hombre.

Al llegar los Hann, salieron de las tiendas capas de los cinco colores. Pasaron uno o dos minutos antes de que los hombres vieran a Stark y los perros. El mismo lapso de tiempo transcurrió hasta que creyeron lo que veían. Luego, se alzó un enorme grito de rabia y la abigarrada multitud se adelantó. Rodeando a Stark, los perros se prepararon.

«¿Matar, N´Chaka?»

«Todavía no...»

Ildann levantó los brazos y aulló:

—¡Esperad! Corresponde a los Fallarins decidir lo que se ha de hacer. Ha sido predicho que bañarían a este hombre con sangre y que harían de él un jefe. ¡Escuchadme, hijos de los cerdos! ¡Es el Hombre Oscuro de la Ciudadela de quien hablaba la profecía del sur! ¡Él ha destruido la Ciudadela!

La multitud se detuvo para escuchar. La voz de Ildann resonó en el acantilado, proclamando la buena nueva.

—La Ciudadela ha caído. Ya no hay que vigilar la Alta Ruta. ¡Ha muerto por encima de Yurunna, como una rama rota, y los Ochars mueren con ella!

Rojos, Verdes, Marrones y Blancos rugieron con una alegría sorprendente y feroz. El rugido fue seguido por un mar de palabras. Luego, en medio de un grupo de capas de color naranja, un hombre muy alto le dirigió la palabra.

—Mientes.

Ildann empujó a Jofr hacia adelante.

—Díselo, muchacho. Díselo al todopoderoso Romek, Guardián de la Casa de los Ochars.

—Es verdad, señor —le confirmó Jofr inclinando la cabeza—. Soy hijo de Ekmal, de la Casa del Norte...

Balbuceó cuanto sabía y la multitud le escuchó.

—¡Pero los Heraldos nos hicieron una promesa! —concluyó—. La Ciudadela será reconstruida. Y mi padre envió al Taladrador del Cielo para reunir los clanes...

Otro rugido de las Casas Menores le cortó la palabra. Stark vio que eran menos numerosos que los Ochars. Estimó la cantidad de Capas Naranjas en ciento veinte. Las sesenta Capas Púrpuras de Ildann constituían, tras las anteriores, las más cuantiosas. Todas las Casas Menores juntas apenas llegaban al número total de Ochars. Las Capas Amarillas todavía no habían llegado, pero Stark supuso que no superarían los veinte hombres. Allí sólo acudían escoltas y jefes, guardias de honor, cuyo número de guerreros reflejaba la importancia que tenía cada clan.

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