Es autor de varios libros, entre ellos: El socialismo, El futuro no es lo que era o Memorias del futuro. Fruto de su europeísmo, en 1993 fue distinguido con el Premio Carlomagno «por su visión pragmática» de la unificación europea y por haber convertido a España durante su mandato en una «democracia sólida» que ha llegado a ser miembro esencial de la Comunidad Europea. Es el tercer español que obtiene esta prestigiosa distinción, después de Salvador de Madariaga y Su Majestad el Rey.
El Monarca le ofreció un título nobiliario, como ocurrió con sus antecesores, cuando abandonó el Gobierno, pero González, agradeciendo con sinceridad el ofrecimiento, lo declinó amablemente por razones de coherencia personal y política, basadas en su condición de líder de un partido socialista y obrero.
En su vida personal parece haber encontrado la estabilidad. Se reúne con frecuencia con sus hijos y nietos y disfruta cocinando para ellos. Es un maestro de los fogones; su especialidad son los potajes y los platos de pescado; borda el marmitako y la lubina a la sal, y presume de hacer los huevos rotos mejor que Casa Lucio.
Dicen que sintió una gran emoción cuando visitó la exposición permanente de sus bonsáis en el Jardín Botánico de Madrid y recorrió la «terraza de los laureles» donde están colocados sus pequeños tesoros. En 1996, cuando abandonó el cargo, donó sus más de cien ejemplares a la institución, pero tuvo que esperar hasta 2005 para ver cumplido su deseo. «Imaginaba que no se expondrían mientras Aznar ocupara La Moncloa», comentaba con humor. Conserva algunas piezas especiales en su domicilio, que sigue cuidando personalmente, como hacía entonces. Para quien lo desconozca, su afición se despertó durante un viaje que realizó a Japón en 1985, en el que tuvo oportunidad de conocer el arte del bonsái. Quedó fascinado. Dos años después, el primer ministro japonés, Nakasone, vino a España de visita oficial y le regaló un ejemplar. Rápidamente buscó asesoramiento profesional sobre el cuidado de estos árboles enanos y entró en contacto con Luis Vallejo, probablemente uno de los pocos expertos por aquel entonces en una práctica que, con franqueza, era desconocida en España. Sin duda, la afición de Felipe González a este hobby de gran belleza y sosiego supuso un boom mediático en la práctica de esta actividad.
Luis Vallejo, afamado paisajista y uno de los mayores expertos en el arte del bonsái en Europa, ha merecido el ingreso en la Orden del Sol Naciente por parte del emperador Akihito, avalado por una gran labor de «divulgación y difusión de la cultura japonesa en el mundo». A la ceremonia de imposición, que tuvo lugar en mayo de 2010, en la embajada de Japón en Madrid, asistió su discípulo y buen amigo Felipe González.
Introducido igualmente por Luis Vallejo y con el mismo esmero, se dedica a la orfebrería, limando y puliendo las piedras que escoge con verdadero buen gusto. El mundo de los complementos ha incorporado una nueva firma y algunas señoras lucen con orgullo los diseños que el ex presidente del Gobierno realiza en sus ratos libres. Una de sus clientas incondicionales es la esposa de José Luis Rodríguez Zapatero, Sonsoles Espinosa, quien ha lucido estos abalorios en multitud de ocasiones.
Es la hora de hacer balance y el resultado para España es abrumadoramente positivo. La Transición proporcionó a los españoles el cambio político que necesitábamos, irrumpiendo en la convivencia democrática de la mano de la paz, sin rupturas ni sobresaltos, pero Felipe González y sus quince Gobiernos consiguieron la gran transformación que hizo grande a nuestro país. Rentabilizando la obra imprescindible de sus antecesores y siguiendo su estela, sacó a España del rincón de la historia donde se vio obligada a permanecer durante cuarenta años, y nos volvió a situar en el mapa del mundo con orgullo y relevancia. Muchísimos sueños de muchísimos demócratas españoles se transformaron por fin en realidad. La enorme proyección mundial de España en la era González está viva en las hemerotecas y aún hoy sigue latiendo en la memoria colectiva, aunque algunos se empeñen en volver la cabeza. Ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Nos proporcionó un Estado del Bienestar y nos facilitó los instrumentos legales para alcanzar la libertad plena como ciudadanos, una libertad sin ira y «sin acritud», como a él le gustaba decir.
Hoy, aquel muchacho que arreaba las vacas de su padre, aquel hombre de las chaquetas de pana, es considerado uno de los padres de la Europa moderna, mientras que en la América más hispana se afanan en emular nuestros grandes logros.
Es famoso ya su símil que compara a los ex presidentes con los jarrones chinos. «No se retiran del mobiliario, porque se supone que son valiosos, pero no hacen más que estorbar». Sinceramente, los ex presidentes son muy importantes si cumplen con lealtad y patriotismo su función institucional. En el caso de Felipe González, dentro y fuera de nuestras fronteras, porque no cabe duda de que en el ámbito internacional es donde el ex presidente obtiene sobresaliente cum laude. Así lo demuestran los innumerables foros y asociaciones a los que pertenece y las prestigiosas distinciones que posee.
Poco amigo de premios, que siempre ha rehusado, en 1995 fue investido doctor honoris causa por la Universidad Católica de Lovaina, donde realizó sus estudios de posgrado. En 1996, el nuevo Gobierno de Aznar, en su segunda reunión, le concedió el Collar de la Orden de Isabel la Católica.
Todos los medios de comunicación resaltan su carisma incuestionable y una popularidad que, pese al desgaste que supone el poder, se ha mantenido en cotas muy altas. La prensa gusta llamarle «el gran comunicador» por su facilidad para llegar a las masas.
Yo, de corazón, aprovecho esta tribuna e invoco su presencia permanente y vigilante, su tutela impagable y su asesoría de lujo. Desde aquí le pido reiterada y sinceramente que «no se vaya, señor González».
Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente...
«Yo soy el milagro», declaró a The Wall Street Journal en mayo de 1997. Y el milagro se hizo carne y habitó entre nosotros. Finalmente, José María Alfredo Aznar López llegó a La Moncloa investido como el presidente del Gobierno de España número setenta y seis y el cuarto del periodo constitucional de 1978.
Con traje oscuro y las manos en los bolsillos avanzaba por el paseo de los plátanos sacando pecho y adivinándose bajo su bigote siciliano una austera sonrisa de satisfacción... Pero para satisfacción, la de su esposa. Ana Botella lucía un traje de chaqueta en color verde pistacho, muy apropiado para un primaveral 5 de mayo de 1996. Altiva y firmemente agarrada del brazo de su marido, un marido ganador que la había convertido, por fin, en la primera dama de España; a su juicio, la Reina no cuenta, porque la monarquía no es elegida por el pueblo.
Y Aznar se lo tuvo que currar desde el principio, porque la aritmética electoral y el reflejo parlamentario que de ella se derivaba no se lo pusieron nada fácil. Los nacionalistas, como siempre, sin dar nada gratis e intentando poner contra las cuerdas al mismísimo sursum corda, si fuera preciso, con tal de sacar tajada. Lo mismo les daba sumar con el PSOE, que restar con el PP, o a la inversa, si ello implicaba arañar al presupuesto del Estado del ejercicio siguiente los euros equivalentes a unos cuantos kilómetros de autovía o ferrocarril a su paso por municipios de dudosa filiación electoral, o llegar al límite respecto a la transferencia de competencias en materias prácticamente agotadas en los estatutos. Su habilidad fenicia proviene de una larga experiencia con la que han obtenido, bajo el paraguas de la Ley D'Hondt, pingües beneficios, y nunca entendieron aquello de que «el cariño verdadero ni se compra ni se vende». En este clima tan propicio para las afirmaciones peregrinas, Aznar practicaba «el catalán en la intimidad». ¡Se ve que su problema con los idiomas viene de lejos!
Con el fin de situarnos, conviene recurrir a las biografías y los ancestros, que para los psicólogos freudianos son la base de los patrones conductuales que regirán nuestra vida posterior.
José María Aznar es hijo de un periodista navarro, Manuel Aznar y nieto del periodista, político y diplomático del mismo nombre y origen. Su madre, Elvira López, y su familia materna provienen de Asturias. Nació en Madrid el 25 de febrero de 1953 y es el menor de cuatro hermanos. Cursó el bachillerato en el colegio Nuestra Señora del Pilar, afamado centro privado y religioso de la capital, donde compartió pupitre con personalidades muy conocidas del espectro político y empresarial de la época, y Derecho en la Universidad Complutense, también en Madrid. En su más temprana juventud militó activamente en el Frente de Estudiantes Sindicalistas, sindicato estudiantil embrión de Falange Española Independiente. Fue muy crítico con el Movimiento Nacional y reivindicó el pensamiento original del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera.
En 1976, un año después de su licenciatura en Derecho, sacó plaza como inspector de finanzas del Estado. Conoció a Ana Botella en el viaje de fin de carrera, que realizaron a Turquía, y según ambos han declarado públicamente, desde entonces no se han vuelto a separar. Se casaron en 1977 y mientras su esposo pasaba de la carrera funcionarial a la política, ella ejercía como técnica de la Administración del Estado en Madrid y Valladolid. Han tenido tres hijos: José María, que nació en 1978, Ana, en 1981, y el pequeño, Alonso, en 1988. En enero de 1979 Aznar se afiliaba a Alianza Popular, meses después de que lo hiciera su esposa.
Tras un tiempo de destino en Logroño como funcionario del Ministerio de Hacienda, ocupó escaño por Ávila en los comicios de 1982 y 1986, y en 1987 se convirtió en presidente de la Junta de Castilla y León. Fue designado como candidato a la Presidencia del Gobierno en 1989, y salió elegido diputado por la circunscripción de Madrid. De nuevo fue candidato a la jefatura del Ejecutivo en 1993, ocasión en la que rozó La Moncloa con la punta de los dedos... Pero su sueño se esfumó cruel y bruscamente.
Aún fresco en la memoria de todos estaba el atentado terrorista del que salió ileso hacía tan solo un año antes. Dos segundos separaron a José María Aznar de la muerte; los dos segundos de error en el cálculo de los terroristas al hacer explosionar el coche bomba al paso del Audi blindado que trasportaba al entonces jefe de la oposición.
Dos semanas antes, el comando siguió el recorrido de la comitiva de Aznar, tras lo cual tomó la decisión de estacionar el vehículo cargado con treinta y cinco kilos de explosivos en la calle José Silva, cerca del domicilio donde residía.
Nadie se explica por qué el vehículo policial de contravigilancia que hizo el recorrido previo del itinerario no detectó el coche bomba, ni los doscientos treinta metros de cable extendidos en la calle. El comando repitió el mismo protocolo que utilizó con Carrero Blanco veinticinco años antes. Se disfrazaron de operarios con monos azules e incluso confraternizaron con los porteros de la zona.
Ahora, quince años después, sabemos que el intento fallido no hizo desistir a los terroristas, a quienes se les había metido entre ceja y ceja cargarse a Aznar. Y para no fallar, en esta ocasión pretendían utilizar nada más y nada menos que un lanzamisil tierra-aire Strela Sam-7, con el que derribarían el avión privado Falcon 900, en el que viajaba el ya presidente del Gobierno para los actos electorales de la campaña autonómica vasca de 2001. Habían pasado seis años y los terroristas, que realizaron tres intentos, el 29 de abril y el 4 y el 11 de mayo, no lograron su criminal propósito debido a que el arma que habían comprado a los traficantes irlandeses era un fiasco y tenía un defecto eléctrico en el mecanismo de tiro. ¡El colmo! También en el mercado terrorista funcionan los timos y los trapicheos. ¡Increíble!
¿Y por qué este machacón empeño en acabar con José María Aznar, tanto en la oposición como en la Presidencia del Gobierno? Después de difundirse esta información, en enero de 2010, miembros del Partido Popular se apresuraron a asegurar que el criterio de la banda se basaba en que la «única forma de impedir que Aznar acabara con ETA era que ETA acabara con Aznar». Como es lógico, los populares cierran filas en torno al ex presidente y proclaman a los cuatro vientos, y a través del periódico digital de Federico Jiménez Losantos, que aunque la banda ha intentado asesinar a lo largo de su historia a todo tipo de personalidades, empezando por el Rey, «Aznar ha sido el mayor enemigo de ETA». A pesar de que el Pacto Antiterrorista insta a dejar el problema del terrorismo fuera del debate político, no hay inconveniente en asegurar que «si la esperanza de ETA en el año 2001 estaba puesta en la muerte de Aznar, la esperanza ahora la tiene puesta en la supervivencia política de Zapatero».
En cualquier caso, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba insiste en su macabro presagio: «Ojo, ojo, mucho ojo, porque ETA puede volverlo a intentar».
Bueno, pues ya estaba allí toda la familia, pareja de perros cocker incluidos, Zico y Gufa, obsequio del alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, tras el fallido atentado de ETA de 1995 y que van a tener gran protagonismo en este capítulo de la historia.
En el nuevo Gobierno destacan dos puntales principales, en los que el presidente hará descansar la buena marcha de todos sus proyectos para la legislatura, recogidos en el discurso de investidura: el vicepresidente primero y ministro de la Presidencia, Francisco Álvarez-Cascos, y el vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, Rodrigo de Rato. Cuatro mujeres ostentarán la responsabilidad en Justicia, Educación y Cultura, Agricultura y Pesca, y Medio Ambiente, Ministerio de nueva creación.
Y ahora vamos con el equipo habitual, con sede en el complejo presidencial. Director del Gabinete del presidente: Carlos Aragonés; secretario general: Francisco Javier Zarzalejos; y portavoz: Miguel Ángel Rodríguez.
Con el fin de situarnos, parece conveniente explicar que hubo un tiempo, bastante antes de que José María Aznar ganara las elecciones, en que un grupo de jóvenes desconocidos, el denominado «clan de Valladolid» tuvieron la idea de montar una especie de instituto que creara pensamiento para la entonces Alianza Popular, pero al margen de Alianza Popular. Esta idea, que se atribuye a priori a Miguel Ángel Cortés, el primero que creyó en Aznar cuando desembarcó en Valladolid, es una copia de los think tank británicos y estadounidenses que llevaron al triunfo a Margaret Thatcher y a Ronald Reagan. Laboratorios de ideas, fábricas de cerebros y factorías de consignas. Estamos en abril de 1989 y acababa de nacer, ni más ni menos, que la famosa FAES, Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales.