A la derecha de la Bolsa, si la contemplamos de frente,sentados en los dos redondos escaños sobre la que se sostiene la columna de Leopoldo I, está aún, tal cual, con su aire neoveneciano en la fachada, la casa Rusconi. El nicho central contiene la pequeña estatua de Domenico Rossetti, realizada por el escultor local Giovanni de Paul. Justo en el edificio de al lado, donde hoy existe una farmacia, estuvo Il Cinema Americano.
Meses después de llevarse a cabo las primeras proyecciones cinematográficas de los hermanos Lumiere en París, en el Salon Indien del Grand Café, en el mes de julio de 1896, llegaban a Trieste los primeros cines ambulantes. Antonio Machnich fue el primer empresario cinematográfico. En el mismo año de la llegada de Joyce a Trieste, en 1905, comenzó a funcionar Il Cinema Americano. Era un local estable con programación permanente y variada.
Il Piccolo
dedicó un buen espacio a este acontecimiento. Giuseppe Caris fue el dueño. En la redacción de
Il Piccolo
compruebo que uno de los filmes que más éxito tuvo fue
La cabaña del tío Tom
, de Edwin S. Porter, rodada en 1903. Como comentan Ellmann y McCourt, es posible que Joyce haya presenciado la
«Grande corsa automovilistica per la Coppa Cordon Bennet 1905»
, proyectada durante el verano de ese mismo año. La de 1903 inspiró el relato de Joyce «Después de la carrera», publicado en
The Irish Homestead
(1904). En el
Ulises
hay referencias a esta carrera internacional. Otras películas que exhibió Il Cinema Americano fueron:
Aladino o la lámpara maravillosa, Fregoli il trasformista y L'Ebrea
de Jacques Halévi. Fregoli era un mago muy famoso que actuó en Trieste varias veces. El novelista irlandés le tenía simpatía y lo utilizó para conformar al poliédrico Bloom. Roberto Paolella se refiere a Leopoldo Fregoli como un hombre cinematográfico, «todo lo que de superchería, de truco, de ubicuidad, debía constituir la esencia del espectáculo en la mente de un Mélies, se había ya incorporado en el cuerpo mágico y en el espíritu sutil de este artista, cuya fama bastaba para crear una palabra universal que indicara la naturaleza misma del espíritu cinematográfico: transformación. En realidad, Fregoli hacía ya cine con el teatro cuando todavía Mélies pensaba en hacer teatro con el cine». En 1896 se había encontrado con Lumiere y éste le había dado un aparato filmador, con el cual comenzó inmediatamente a componer pequeños argumentos cómicos que se proyectaban como fin de sus espectáculos:
Fregoli en el café, Fregoli en el restaurante, Fregoli entre bastidores, Viaje de Fregoli, Sueño de Fregoli
. En estos cortos se revelaban todos los secretos de sus transformaciones. Lograba efectos especiales haciendo proyectar sus filmes al revés. En
Fregoli dietro le quinte
se veía la ropa rodar de las manos de los participantes o pasar de las sillas a las espaldas del prestidigitador, y a éste marchar velozmente hacia atrás. Para Paolella, este transformista, en la historia del cine, es un creador no menos original que Mélies, «y justamente en ese género de visiones fantásticas donde este último es considerado un maestro». Francesas e italianas eran las producciones más abundantes que se proyectaban. Pero no sólo había filmes dramáticos y comedias, también tuvieron mucha aceptación los documentales basados en asuntos de la vida cotidiana de la propia ciudad: carnavales, funerales, entradas y salidas de buques mercantes o navíos militares austrohúngaros o de países amigos, pruebas deportivas, etc.
Al Cinema Americano le salió la competencia con Il Cinema Edison, regentado por Giovanni Rebez, sito en el número i de la Via Carducci. Tres años después había diecisiete nuevas salas, que, al año siguiente, 1909, sobrepasaban la veintena.
Il Piccolo
y los otros periódicos triestinos daban publicidad de los mismos y de los filmes que exhibían. El Edison se especializó en las versiones fílmicas de óperas. ¿Ver ópera sin escuchar la música? A veces se acompañaban con pequeñas orquestas que realmente no sé si ayudarían o confundirían del todo al espectador. Los ciudadanos de Trieste tenían la posibilidad de acudir a las sesiones a lo largo de todo el día, mañana, tarde y noche.
Joyce, antes de establecerse en Trieste, tuvo que pasar varios meses en Pola. Debió de ser allí donde se encontró por vez primera con aquel invento, luego transformado en el séptimo arte. En Pola funcionaba Il Bioscopio Elettrico. El joven poeta y narrador hizo de todo para ganarse la vida en Trieste, aunque sin mucha persistencia, debido a su labor más importante y semioculta: la escritura. Fue profesor de inglés, su actividad más permanente, articulista, conferenciante, empleado de banca, cantante, vendedor de lanas irlandesas y hasta empresario cinematográfico. Es quizá ésta una de las labores menos conocidas de su biografía. Parece ser que fue su hermana Eva quien se lo sugirió sin darse cuenta. Al llegar a Trieste comentó que, en Dublín, aún no había ninguna sala cinematográfica. A Joyce se le ocurrió entonces que abrir el primer cine en su ciudad natal podría ser un buen negocio. Se lo contó a su amigo, el traductor Nicolo Vidacovich, quien, a su vez, reunió a Machnich-Rebez y Caris para que escucharan aquella propuesta. Los dos últimos regentaban ya un cine en Bucarest llamado Volta. La idea les pareció buena y ratificaron el acuerdo por escrito. Ellos serían los socios capitalistas, mientras el novelista sería el socio intelectual, y recibiría el 10 por ciento de las ganancias. Ese mismo otoño de 1909, Joyce se trasladó a Dublín. Por aquel entonces la capital irlandesa rondaba el medio millón de habitantes. Muy pronto se hizo con un local en el número 45 de Mary Street. A la sociedad se le añadió un nuevo miembro, Francesco Novak (propietario de una tienda de bicicletas, todos eran comerciantes y tenían sus haciendas bien saneadas dedicándose a otros asuntos más productivos). Los cuatro socios eran eslovenos. Viajaron a Dublín y quedaron conformes con el trabajo de Joyce aunque desistieron de abrir otros Volta en ciudades como Belfast o Cork. Joyce se ocupó de la programación, de la publicidad, de la decoración y el mobiliario. Desde Trieste le enviaron a un proyeccionista que no sabía inglés y que fue quien permaneció solo a cargo de todo el negocio. Lo que había empezado bien acabó mal por ese abandono, muy del temperamento de Joyce. Ni él ni sus socios quisieron quedarse a gestionar la empresa en Dublín y, a los seis meses, la vendieron a la English Provincial Theatre Company, con una pérdida de 600 libras. Joyce no obtuvo ninguna liquidación y se sintió estafado. Svevo, en una carta que le envía a Joyce el 15 de junio del año 191o, le escribe lo siguiente: «… Estaba usted tan excitado por el asunto del cinematógrafo que durante todo el viaje estuve recordando su cara, atónita ante semejante maldad. Y a las observaciones que ya he hecho debo agregar que su sorpresa por el engaño demuestra que es usted un literato puro. Que a uno lo engañen no es suficiente para demostrar nada. Pero que lo engañen y exprese una tremenda sorpresa, en vez de considerarlo normal, es desde luego realmente literario…».
El Volta dublinés se inauguró con dos películas de la Pathé:
El castillo encantado
y
El primer orfanato de París
. La prensa recibió muy bien esta novedad y mostró el éxito de la misma remarcando la gran cantidad de público que asistía a las sesiones. El
Evening Telegraph
reseñó lo siguiente: «Ayer, en el número 45 de Mary St., tuvo lugar una proyección cinematográfica muy interesante para un gran número de invitados. El edificio está muy bien equipado para tal propósito y ha sido admirablemente diseñado. Las películas más importantes que se proyectaron fueron la ya mencionada
El primer orfanato en París, La guardería
y
La historia trágica de Beatrice Cenci
, de Caserini. La temática de esta última, una película por lo demás excelente, no fue todo lo emocionante o divertida que uno hubiera deseado en víspera de Navidad». La lista de otras películas, que obtengo de Ellmann y McCourt, se completa con
Devilled Crab, The Waterfalls of Tanfornan, The Fascination of Snowy Mountain Peaks, Little Jules Verne
y
The Interrupted Appointment
. Desde Trieste les hicieron llegar
Sister Angelica, Legend of Lourdes, The Man Who Would Commit Suicide, Crocodile Hunting
y
How to Pay Bills Easily
. Pero quizá el mayor éxito fue
Quo Vadis
, que tuvo que mantenerse en cartelera durante varios días. Diez años después de haberse vendido el Volta, en 1922, había en Dublín treinta y siete salas de cine. El número 15, el Lyceum, estuvo ubicado en el número 45 de Mary Street, el edificio del Volta. Los cines sufrieron la censura durante la guerra civil. El dueño del Lyceum tenía el joyceano nombre de Dignam. A esta sala se la conocía en la capital irlandesa como «la casa de los piojos» Hoy este local está ocupado por unos grandes almacenes.
Me considero un buen conocedor del cine mudo. La
Historia del cine mundial
de Georges Sadoul y la
Historia del cine mudo
de Roberto Paolella me han acompañado desde mi primera juventud. Cuando dirigí el cine-club universitario de Santiago de Compostela y cuando, años después, siendo director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, fundé el cine-estudio, siempre programé ciclos de cine mudo que obtuvieron un gran éxito de público. Pero confieso que no he podido ver esas obras que Joyce programó y contempló ¿Influyeron en sus libros? En «Eolo», comenta McCourt en
Los años de esplendor
, «los subtítulos se asemejan a títulos de películas, explicando cada nuevo filme, mientras que en “Las rocas errantes”, que son, a su vez, una serie de imágenes móviles, se aplica toda clase de extraños ángulos de cámara, para ofrecernos un carrusel de instantáneas de Dublín. Joyce también encontrará inspiración en los intentos de los cineastas italianos por unir la literatura clásica al cine. Las versiones del
Infierno
y de la
Odisea
, que aparecen en el filme de Liguoro y de Caserini tendrán después un paralelo en el
Ulises
de Joyce». Giuseppe de Liguoro dirigió ambas obras de Dante y Homero. Él mismo interpretó al conde Ugolino, y los decorados se inspiraron en las ilustraciones románticas de Gustavo Doré. Mario Caserini, además, se dedicó a
Siegfried y Parsifal y
a incendiar Pompeya, la Roma de Nerón y Cartago. Joyce, al menos a través de sus títulos, no valoró en su importancia este nuevo arte creado por el siglo XX. De entre todos estos títulos he visto fragmentos de
La cabaña del tío Tom y Quo Vadis?
Esta última cinta fue dirigida por Ferdinand Zecca, que, hijo de una familia de artistas de café cantante, se formó con Charles Pathé, al que luego hizo la competencia. Zecca organizó el trabajo de producción y dirección, se rodeó de numerosos colaboradores y formó una escuela. Algunos de sus títulos más conocidos son:
Histoire d'un crime, Les victimes de l'alcoolisme
(basadas en
La taberna
de Zola), el
Quo Vadis? Y
ya, en el año 1902,
La passion
. El director italiano Arturo Ambrosio rodaría otra versión del
Quo Vadis?
en el año 1912; y poco después otro compatriota, Guazzoni, dirigía otra más suntuosa adaptación de la exitosa novela de Sienkiewicz. Esta segunda década del siglo XX descubrió el filón de las películas históricas:
Marco Antonio y Cleopatra o Julio César
(1914) también de Enrico Guazzoni. Cuando
Quo Vadis?
se estrenó en Londres, los reyes ingleses asistieron por primera vez a una sala pública de espectáculos. Por las fechas (1910) la versión que vieron los dublineses fue la de Zecca.
La cabaña del tío Tom
(1903) fue dirigida por el antiguo operador de noticieros, el norteamericano Edwin S. Porter, introductor en el cine del
western
. Hay un
Aladino
de Zecca y otro de Capellani posterior, quizá, a esta época de Joyce. El autor de
Ulises
asistió al nacimiento del cine como entretenimiento y expresión artística, pero no fue más allá. No fue el mismo fiel seguidor de la ópera o el teatro.
Entro en la farmacia, sita en el número 12 de la Piazza della Borsa. Aparenta llevar abierta muchas décadas, no sé cuánto tiempo resistió aquí Il Cinema Americano, ni qué sucedió después. Es un largo establecimiento que, detrás del mostrador, aún tiene una sala de reuniones y conferencias. Entro despistado, mirando las estanterías de buena madera oscura, cerradas con puertas de cristales. La empleada me pregunta si voy a asistir a la conferencia sobre dietas y adelgazamientos y yo —tratando de alcanzar con mi vista cada rincón de este lugar— le digo inconsciente que sí. Paso a la rebotica y me siento en una silla, imaginándome que asisto a la proyección de alguno de aquellos filmes. Pero en vez de apagarse las luces aparecen un par de altos y barbudos conferenciantes, y comienzan las amenazas e intimidaciones para con la salud de los asistentes. Más de cien personas podrían caber aquí. ¿Una de ellas era Joyce, Nora, Stanislaus o sus socios? Renzo S. Crivelli me ofrece nuevas pistas para saber dónde estaban los negocios de Machnich, Caris y Rebez. El del primero, una tienda de alfombras, se encontraba en el número 10 de la Via de San Giovanni (hoy Imbriani); el del segundo, dedicado a los textiles, en el número 1 de la Via Barriera Vecchia; y el del tercero a los cueros curtidos, en la Via San Giovanni, número 4. Recorro estos lugares, ocupados ahora por otros negocios que desconocen en absoluto a sus antecesores. Así también los ignorarán a ellos en el futuro y a nosotros mismos.
Hoy los cines han desaparecido del paisaje de Trieste como del de la mayoría de las ciudades. Por eso yo busco sus huellas para cubrir ese gran vacío de quienes los frecuentamos y ahora sólo yacen en nuestra memoria. Camino por el Viale XX Settembre. Al comienzo de la avenida, donde parte también la Via Battisti, me encuentro con unos multicines. Son el último rescoldo de una gloria y de tantas ilusiones perdidas.
Esperamos en el piso de Claudio Magris, en Trieste, la llegada de la periodista Maria Cristina Bilardo y del fotógrafo Marino Sterle. Ambos trabajan en
Il Piccolo
. Siento una gran emoción por estar en compañía de Claudio, recorriendo, por vez primera, su sanctasanctórum. Mercedes nos avisa de la presencia de Marino. Es un joven que viene pertrechado con una voluminosa cámara. Nos dispara a los tres aquí y allá. Nos coloca a Claudio y a mí frente a un gran espejo o junto a una escultura de madera que es el tronco de un hombre atormentado. El artista aprovechó la configuración del tronco del árbol para crear esta especie de Cristo o san Sebastián decapitado. Luego llega María Cristina y comienza la entrevista en la que intervenimos los tres. La muchacha es también muy encantadora y todo se desarrolla agradablemente. Al día siguiente,
martedi ro gennaio del 2006
, se publica el encuentro en la sección de Cultura y Espectáculos de
Il Piccolo
. La foto es la de la escultura. Mercedes me ha ayudado a hacer comprensible mi discurso, a veces demasiado prolijo. Ya me lo dejó escrito Goethe: «Uno sufre queriendo explicar el mundo cuando no es necesario».