Cuando el Dann Largo cerró el avance hacia el oeste, las opciones de Audry se redujeron. Sus asesores, entre ellos Claractus, duque de la Marca, sugirieron un contraataque y finalmente se salieron con la suya. Escogieron el terreno con cuidado y se ocultaron en una franja boscosa que se internaba en el norte.
En el ejército de Lyonesse, el caballero Ettard sospechó la maniobra y aconsejó a Cassander que se detuviera cerca de la aldea del Mercado de Wyrdych, para recoger información y enviar exploradores que localizaran con exactitud al ejército daut. Ettard ya había aconsejado cautela en ocasiones anteriores y ninguno de sus presagios se había cumplido. Cassander, pues, le cobró antipatía y desconfianza, y lo responsabilizó por la postergación del enfrentamiento final con los dauts. Cassander estaba seguro de que Audry se proponía refugiarse en las tierras altas ulflandesas, detrás del Dann Largo. Allí podría unir sus fuerzas con las de los ejércitos ulflandeses. Era mucho mejor, insistía Cassander, interceptar a los dauts antes que escaparan por algún pasaje secreto del Dann Largo. Rehusó demorarse y ordenó a sus tropas que avanzaran a toda marcha.
Mientras Cassander bordeaba el bosque, una hilera de caballeros daut atacó lanza en ristre. Cassander oyó el trepidar de los cascos; se volvió asombrado para ver a un caballero que acometía con una lanza ominosamente firme. Cassander trató de girar, pero en vano; la lanza le atravesó el hombro derecho y lo tumbó de espaldas entre cascos resonantes y tumultuosos guerreros; un viejo daut, el rostro contorsionado por el furor de la batalla, atacó a Cassander con un hacha. Cassander gritó y se apartó; el golpe le arrancó la orgullosa cresta del yelmo. El daut aulló y atacó de nuevo; otra vez Cassander rodó a un costado, y uno de sus asistentes alcanzó con una estocada el cuello del daut. El chorro de sangre bañó a Cassander.
El rey Audry atacaba blandiendo la espada como un poseído. A su lado cabalgaba el príncipe Jaswyn, demostrando igual energía. Detrás de ambos iba un joven heraldo en un caballo blanco, enarbolando el estandarte gris y verde. La batalla era un confuso remolino. Una flecha atravesó el ojo del príncipe Jaswyn, quien soltó la espada, se llevó las manos al rostro, se deslizó del caballo y murió antes de tocar el suelo. Audry aulló de dolor, volteó la cabeza y bajó la espada. El joven heraldo recibió un flechazo en el pecho; el estandarte gris y verde tembló y cayó. El rey Audry llamó a retirada; los dauts se replegaron hacia el bosque.
Con Cassander herido, Ettard asumió el mando y ordenó a sus fuerzas que no persiguieran al enemigo, temiendo las pérdidas que sin duda sufrirían a causa de las emboscadas y las flechas. Cassander se sentó en un caballo muerto, aferrándose el hombro, el pálido rostro contraído en una marejada de emociones: dolor, dignidad ofendida, temor al ver tanta sangre, y una náusea que le hizo vomitar cuando se acercó Ettard.
Este lo observó enarcando las cejas con desdén.
—¿Qué haremos ahora? —exclamó Cassander—. ¿Por qué no hemos perseguido a esos perros para destruirlos?
—A menos que avancemos con sigilo de hurones —explicó pacientemente Ettard—, perderíamos dos por cada uno de ellos. Eso es necio e innecesario.
—¡Ay! —gritó el dolorido Cassander al heraldo que le curaba la herida—. ¡Despacio, por favor! ¡Todavía siento la penetración de esa lanza! —Se volvió hacia Ettard con un rictus de sufrimiento.— No podemos cruzarnos de brazos. Si Audry escapa, seré el hazmerreír de la corte. ¡Entra en el bosque y persíguelo!
—Como ordenes.
El ejército de Lyonesse avanzó cautamente por el bosque, pero no se topó con resistencia daut alguna. El dolor del hombro acentuaba la insatisfacción de Cassander. Empezó a maldecir entre dientes.
—¿Dónde están esos malditos? ¿Por qué no muestran la cara?
—No desean que los maten —dijo Ettard.
—¡Es muy posible, y así burlan mis deseos! ¿Han anidado en los árboles?
—Tal vez hayan ido adonde yo sospechaba que irían.
—¿Dónde?
Un explorador se acercó al galope.
—Alteza, hemos descubierto rastros de los dauts. Han viajado hacia el oeste, donde el bosque se transforma en llanura.
—¿Qué significa eso? —exclamó el perplejo Cassander—. ¿Audry está fuera de sus cabales y nos invita a un nuevo ataque?
—No lo creo —dijo Ettard—. Mientras nosotros recorremos el bosque, fisgando en recovecos y buscando en rincones, Audry gana la libertad.
—¿Cómo? —bramó Cassander.
—¡Más allá de la llanura está Poelitetz! ¿Es preciso decir más?
Cassander jadeó entre dientes.
—El dolor del hombro me impide pensar. ¡Me había olvidado de Poelitetz! ¡Deprisa, pues! ¡Fuera del bosque!
Saliendo nuevamente a la Llanura de las Sombras, Cassander y Ettard avistaron al ejército daut, que ya trepaba por la escarpa. Ettard y sus caballeros se lanzaron en una feroz persecución; Cassander, que no podía cabalgar deprisa, se quedó con los soldados de a pie.
La puerta de Poelitetz era una mancha oscura en la base del Dann Largo; el resto de la fortaleza, tallada en la roca, formaba parte de la escarpa misma.
Ettard y sus caballeros alcanzaron a los dauts casi frente a Poelitetz; hubo una breve y feroz escaramuza en la que murieron el rey Audry y una docena de sus más valientes caballeros y muchos más cayeron mientras protegían el repliegue de las derrotadas tropas de Dahaut hacia Poelitetz.
Al fin descendió el rastrillo. La caballería de Lyonesse retrocedió para evitar las flechas que llovían desde los parapetos. En la llanura, frente a la escarpa, se amontonaban melancólicamente los muertos y moribundos.
El rastrillo se elevó de nuevo. Un heraldo, seguido por doce guerreros, salió a la llanura portando una bandera blanca. Circularon entre los cuerpos, asestando el golpe de gracia donde era necesario, a amigos y enemigos por igual, y llevando a los heridos, también amigos y enemigos, a la fortaleza, para someterlos al tratamiento necesario.
Entretanto el resto del ejército de Lyonesse llegó y acampó en la Llanura de las Sombras, a tiro de flecha de la fortaleza. Cassander instaló un pabellón de mando en una loma, frente al portal. A instancias de Ettard, reunió a sus asesores para una consulta.
Durante una hora de discusión, interrumpida por los gruñidos y juramentos de Cassander, el grupo estudió la situación. Todos convinieron en que habían cumplido honrosamente su misión y podían regresar al este, si eso decidían. El rey Audry yacía muerto y despatarrado en la Llanura de las Sombras y su ejército había sido desbaratado. Pero aún quedaba margen para mayores triunfos y nuevas glorias. En las cercanías, seductoramente vulnerable, se hallaba Ulflandia del Norte. El Dann Largo les cerraba el paso, y el único acceso transitable estaba custodiado por la fortaleza Poelitetz.
Sin embargo, era importante tener en cuenta otro factor, según señaló uno del grupo. Por aquel entonces, los godehanos estaban en guerra con el rey Aillas y habían invadido Ulflandia del Norte. Se podía despachar un correo al rey Dartweg, urgiéndolo a marchar hacia el sur para atacar Poelitetz desde su vulnerable retaguardia. Si caía Poelitetz, Ulflandia del Norte y del Sur quedarían expuestas al poderío del ejército lionesio.
La oportunidad parecía demasiado buena para ignorarla, y quizá trajera victorias que trascendieran las expectativas del rey Casmir. Al final se decidió explorar la situación.
El ejército preparó fogatas y cocinó el rancho. Se apostaron centinelas y la tropa se dispuso a descansar.
La luna despuntó en la linde oriental de la Llanura de las Sombras. En el pabellón de mando, Ettard y sus camaradas se quitaron fatigosamente la armadura, tendieron mantas y se pusieron cómodos. Cassander se encerró en su tienda, donde bebió vino y comió corteza de sauce pulverizada para aplacar las palpitaciones del hombro herido.
Por la mañana, el caballero Heaulme y tres acompañantes cabalgaron hacia el norte para encontrar al rey Dartweg y pedirle que atacara Poelitetz. Durante su ausencia, los exploradores recorrerían la ladera del Dann Largo con la esperanza de hallar otra ruta transitable hacia los brezales altos.
En la fortaleza Poelitetz, la guarnición cuidó como pudo de los maltrechos guerreros daut, mientras vigilaba atentamente las actividades de las tropas honesias.
Pasaron un par de días. Al mediodía del tercer día el rey Aillas llegó con un fuerte contingente de tropas ulflandesas. Su llegada era fortuita. Las noticias sobre la incursión del rey Dartweg habían llegado a Doun Darric, y el rey había reunido tropas para afrontar la situación. Nuevos informes habían llegado el día anterior. Dartweg había intentado tomar la ciudad de Xounges, pero sus fuertes defensas lo habían disuadido y se había desviado hacia el oeste, saqueando y pillando durante el camino. Al final llegó a la Costa Norte de los ska. Desechando toda cordura y prudencia, los celtas penetraron en territorio ska. Tres batallones ska los fulminaron como rayos una y otra vez, matando al rey Dartweg y expulsando a los histéricos supervivientes a través de los brezales de Ulflandia del Norte hasta el Skyre. Satisfechos con su labor, los ska regresaron a la Costa Norte. Cuando Aillas llegó a Poelitetz, la amenaza celta había desaparecido y el rey quedó en libertad de pensar en el ejército lionesio acampado ante la fortaleza.
Aillas recorrió los parapetos observando el campamento enemigo. Calculó el número de caballeros armados, caballería pesada y ligera, lanceros y arqueros. Superaban en mucho a sus propias fuerzas, tanto en número como en el peso de las armaduras, aun teniendo en cuenta a los dauts, y no había modo de batirlos en un ataque frontal.
Aillas caviló largamente. De un negro período del pasado, recordaba un túnel que llegaba desde un sótano de Poelitetz hasta la loma de la llanura donde los comandantes lionesios habían instalado su pabellón.
Aillas descendió por una ruta casi olvidada hasta una cámara que estaba debajo del patio de reunión. Usando una antorcha, descubrió que el túnel aún estaba allí, y en buenas condiciones.
Escogió un pelotón de curtidos guerreros ulflandeses a los que no les importaban las exquisiteces del combate caballeresco. A medianoche los guerreros atravesaron el túnel, abrieron en silencio la salida y salieron al descampado. Bajo la protección de las sombras, alejándose del claro de luna, entraron en el pabellón donde roncaban los jefes del ejército lionesio y los mataron mientras dormían, entre ellos a Ettard.
Detrás del pabellón, un corral albergaba los caballos del ejército. Los incursores mataron a los palafreneros y centinelas, abrieron las cercas y ahuyentaron los caballos. Luego regresaron al túnel y volvieron a la fortaleza bajo la llanura.
Al romper el alba se abrieron las puertas de Poélitetz y el ejército ulflandés, engrosado por los dauts sobrevivientes, salió a la llanura, donde formó una línea de batalla que avanzó sobre el campamento. En ausencia de líderes y caballos, el ejército de Lyonesse se convirtió en una turba de hombres desorientados, somnolientos y confundidos, y fue destruido. Abandonando todo orden, los fugitivos corrieron hacia el este, perseguidos por los vengativos dauts, quienes no mostraron piedad y los abatieron mientras corrían, entre ellos al príncipe Cassander.
Los caballos liberados fueron recobrados y arreados hacia el corral. Con las armaduras capturadas Aillas organizó un nuevo cuerpo de caballería pesada y partió sin demora hacia el este.
En Falu Ffail el rey Casmir recibía despachos diarios de todas las regiones de las Islas Elder. Por un tiempo no se enteró de nada que le causara consternación o le quitara el sueño. Aún quedaban algunos cabos sueltos, como la ocupación ulflandesa de Cabo Despedida, pero era un fastidio temporal que sin duda se remediaría en su momento.
Las noticias que llegaban del oeste de Dahaut continuaban siendo prometedoras. El rey Dartweg de Godelia había invadido Ulflandia del Norte, compensando la incursión ulflandesa en Cabo Despedida. El gran ejército del príncipe Cassander avanzaba hacia el oeste hostigando implacablemente al desdichado rey Audry. Según las últimas nuevas, los dauts estaban arrinconados contra el Dann Largo y no podían seguir huyendo; al parecer, el fin estaba a la vista.
A la mañana siguiente un correo llegó desde el sur con noticias inquietantes: naves troicinas habían entrado en el puerto de Bulmer Skeme; efectivos troicinos habían desembarcado capturando el castillo de Spanglemar, y ahora controlaban la ciudad. Más aún, se rumoreaba que los troicinos ya habían tomado Slute Skeme, en el extremo meridional del camino de Icnield, y controlaban todo el ducado de Folize.
Casmir dio un puñetazo en la mesa. Era una situación intolerable que le obligaba a decisiones difíciles. Pero no había remedio: era preciso desalojar a los troicinos del ducado de Folize. Casmir envió un despacho al duque de Bannoy, ordenándole que engrosara su ejército con todos los efectivos que hubiera en el fuerte Mael: reclutas y veteranos por igual. Todos debían marchar al sur para expulsar a los troicinos del ducado de Folize.
El mismo día que Casmir envió el despacho, un correo llegó del oeste anunciando la derrota celta y la muerte del rey Dartweg, lo cual significaba que el rey Aillas y los ejércitos ulflandeses no debían preocuparse por combatir contra los celtas.
Pasó un día, y a la tarde siguiente llegó otro mensajero, trayendo una noticia aplastante: en una batalla junto al Dann Largo, el príncipe Cassander había muerto y su gran ejército había sido pulverizado. De la orgullosa hueste sólo sobrevivían unos centenares que se ocultaban en las zanjas, se escondían en el bosque o recorrían las carreteras laterales disfrazados de campesinas. Entretanto, el rey Aillas, con un ejército de ulflandeses y revigorizados dauts marchaba hacia el este a gran velocidad, fortaleciéndose sobre la marcha.
Casmir se desmoronó, desconcertado ante la magnitud del desastre. Finalmente soltó un gruñido y se dispuso a hacer lo necesario. No todo estaba perdido. Envió otro mensajero al duque de Bannoy, ordenándole que regresara del ducado de Folize y se dirigiera al norte por el camino de Icnield, reuniendo fuerzas sobre la marcha: todo caballero de Lyonesse capaz de blandir una espada, los cuadros que se entrenaban en el fuerte Mael, los recién alistados, todo veterano o campesino maduro competente para lanzar una flecha con un arco. Bannoy debía llevar ese improvisado ejército al norte a toda marcha, para interceptar y derrotar a los efectivos que Aillas traía desde el oeste.